Entrevista a Nancy Fraser
Tatiana Llaguno
A raíz de las manifestaciones convocadas por el movimiento feminista contra la investidura de Donald Trump, Nancy Fraser, actualmente profesora de Filosofía y Política en la New School for Social Research de Nueva York, firmó —junto a muchas otras, como Angela Davis y Rasmea Odeh— un llamamiento a un "feminismo del 99%", transnacional y anticapitalista. Su apuesta trata de construir un feminismo de mayorías, inclusivo, que rehuya la cooptación neoliberal. Con varias décadas de trabajo académico a las espaldas, en las que ha indagado cuestiones como la justicia, el capitalismo y el feminismo, Fraser es a día de hoy una de las más reconocidas intelectuales dentro del pensamiento crítico. Firme defensora de la estrategia emprendida por Bernie Sanders, crítica de Clinton y ferviente opositora a Trump, en esta entrevista analiza en detalle la situación política actual, posicionándose a favor de un “populismo de izquierdas” que se oponga al “neoliberalismo progresista” y al “populismo reaccionario”.
¿Cuál sería su evaluación de los primeros cien días de mandato del Presidente Trump? ¿Qué pueden decirnos estos meses sobre su proyecto, límites y posibles resistencias?
Diría que hay que señalar dos aspectos: por un lado, la facilidad con la que las corrientes más convencionales del Partido Republicano han conseguido recuperarlo y desarmar la dimensión populista de su campaña. Básicamente está dando marcha atrás en varios asuntos, como el NAFTA, que ya no pretende abandonar, sino renegociar. Está siendo arrastrado a una agenda de libre comercio y bajos impuestos. No hay ningún indicio medianamente serio de proyectos de infraestructura, algo que incluía en su campaña como fórmula de creación de empleo. Se dedica a hacer todos esos “gestos” mediáticos espantosos (como el veto a musulmanes, etc), sabiendo perfectamente que serán revocados por el poder judicial. Pero parece ser su forma de alimentar unas bases que, por otro lado, está engañando en cada una de las medidas económicas que toma. De hecho, si hacemos memoria, veremos que ganó a 17 rivales en las primarias del Partido Republicano con un discurso que apelaba a los trabajadores. Puede que el fraude no sea sorprendente, pero sí lo es la rapidez con la que está sucediendo.
Por otro lado, está la cuestión de la oposición, porque cuando haces todos estos gestos de los que hablamos, produces muchísimo miedo y rabia a la vez. Creo que podemos decir que existe de hecho una oposición movilizada contra Trump y que el país está más politizado de lo que lo ha estado en años. No obstante, es una oposición incipiente y diría que ambigua. Probablemente, la mayor y más poderosa parte de la resistencia a Trump está intentando volver a Obama o al clintonismo. Se trata de una oposición que pretende restablecer el statu quo. Desde mi punto de vista, esto es realmente insuficiente e incluso altamente problemático, ya que el statu quo anterior es lo que produjo a alguien como Trump. Así que hay un círculo vicioso: si volvemos a eso, tendremos mayores y peores Trumps. La otra posibilidad es que la resistencia se mueva en la dirección de un populismo de izquierdas, como el que Bernie Sanders efectuó en su campaña. En ese caso, no se trataría de restaurar la normalidad anterior a Trump. Creo que la oposición está rondando estas dos posibilidades y que ha habido una apertura lo suficientemente grande como para que las voces de una alternativa de izquierdas sean escuchadas. Con todo, aún existe una suerte de inercia en nuestras sociedades que empuja hacia lo que yo llamo, el “neoliberalismo progresista”.
Recientemente apoyó la candidatura de Jean-Luc Mélenchon en las elecciones francesas, aunque finalmente la decisión tuvo que tomarse entre Le Pen y Macron. Me gustaría conectar el caso francés con lo que argumenta en un libro publicado hace poco, donde explica que el dilema entre el neoliberalismo progresista y el populismo reaccionario puede ser entendido como una “elección de Hobson”. ¿Podría desarrollar esto un poco más?
Creo que hay paralelismos sorprendentes entre las últimas elecciones francesas y las presidenciales de 2016 en los EE.UU. Aquí tuvimos un aparente colapso de los dos principales partidos, que se tradujo en la pérdida de control de los votos de las bases por parte de las burocracias de los mismos. A partir de ahí tuvimos la espectacular victoria de Trump, que vino casi de ninguna parte, que nunca había ocupado un cargo electo, sin experiencia política previa, pero que finalmente consigue diezmar a los candidatos escogidos a dedo por los jefes del partido, que claramente querían a alguien como Rubio. Trump lo logra articulando un populismo reaccionario, que viene a ser una combinación entre el rechazo a una creciente financiarización de la economía, una defensa de la industria y de sus trabajadores, y una más que desagradable utilización de la población inmigrante, musulmanes, latinos, junto con una retórica misógina y racista. Mientras tanto, en el lado demócrata, teníamos a Sanders enfrentándose a Clinton, la candidata escogida por el aparato del partido, del cual supimos más tarde que aunque su deber era permanecer neutro, favoreció a Clinton en detrimento de Sanders. En este escenario, Clinton encarnaba el neoliberalismo progresista, Trump el populismo reaccionario y Sanders aquello que yo llamaría populismo progresista o de izquierdas. Para Sanders, la idea era mezclar una “política de reconocimiento” antirracista, antisexista y en favor de los inmigrantes junto con una “política distributiva” anti-Wall Street y en favor de la clase trabajadora.
Mutatis mutandis, podemos decir que en el caso francés Le Pen era nuestro Trump, Macron nuestra Clinton, y Mélenchon nuestro Sanders. En ambos casos, lo que fue eliminado fue la opción de izquierdas, en parte porque se cerraron filas detrás del neoliberalismo progresista, por miedo y por oposición al populismo de derechas. En ese sentido, las situaciones en Francia y EE.UU. eran bastante parecidas y firmé, junto a muchos otros, una carta instando a los electores franceses a evitar el mismo error que se había cometido aquí. Creo que debemos romper el círculo. Con la elección de Hobson —que es una expresión idiomática del inglés— quería decir que tanto el neoliberalismo progresista como el populismo reaccionario son opciones terribles, que además se refuerzan mutuamente de forma simbiótica. Si bien son por un lado opciones diferentes y opuestas, por otro, cada una crea las condiciones para que la otra se haga más fuerte. Por el o, es necesaria una tercera opción que rompa el esquema. Creo que al menos en los EE.UU. no todo está perdido, Sanders sigue siendo uno de los políticos más populares y mejor valorados, no parece querer irse a ninguna parte y espero que las fuerzas que ha sido capaz de movilizar tampoco desaparezcan.
En un artículo publicado a principios de año en la revista Dissent, defendió, como aquí, que lo que necesitamos es un populismo progresista. ¿Por qué cree que el populismo es la respuesta y cuáles sería para usted los beneficios y las limitaciones del populismo como lógica política?
Para mí, ‘populismo’ no es una palabra negativa. Jan-Werner Müller publicó el año pasado un librodiciendo que el populismo es inherentemente antidemocrático, excluyente, persecutorio, etc. Yo no estoy de acuerdo con esto y creo que es una mala definición del término. Me siento mucho más próxima a alguien como Ernesto Laclau, que veía el populismo como una lógica que podía ser articulada de muchas formas distintas. Es cierto que hay populismos reaccionarios, pero no tiene por qué ser siempre el caso. Por otro lado, para mí, el populismo no es la última palabra, no es una suerte de ideal al que llegar, sino más bien una fase política transicional, casi como aquel o que los trotskistas llamaban “programa de transición”. Lo que yo quiero en último término es la emergencia de un socialismo democrático. Dicho esto, el lenguaje que surgió con el movimiento Occupy, y que ahora intento adaptar al feminismo, es el del 99% versus el 1%. Esto es claramente una retórica populista, es un lenguaje distinto del que utilizamos cuando hablamos de capitalismo global, de la clase trabajadora, aunque estos términos sean posiblemente más certeros a la hora de describir cómo funciona nuestra sociedad. Creo que hay una posibilidad de ganar y convencer a más gente ahora utilizando una retórica populista, pero claro, tiene que ser un populismo de izquierdas.
Hubo un punto en el que Sanders y Trump se solaparon un poco y fue en la discusión sobre aquello que Sanders llamó “economía distorsionada o amañada” [“rigged economy”], un término del cual Trump se apropió, porque evidentemente es una expresión que se entiende de forma inmediata. Si empiezas a hablar sobre las dinámicas de explotación y expropiación del capital, se vuelve más complicado. Así que para mí es un gran comienzo para empezar a cambiar la cultura política, para hacer a la gente pensar de forma más estructural sobre aquel o que no funciona en nuestra sociedad. El 99% es evocador, y su función principal es sugerir que los trabajadores blancos víctimas de la desindustrialización y los afroamericanos encarcelados y expropiados son parte, potencialmente, de la misma alianza. Y que hay un grupo oligárquico, llamémoslo capital global financiero o lo que sea, que es el enemigo común. Esto es una reorganización del universo político inmensa, y es otra forma de articular un “nosotros” versus “ellos”. El neoliberalismo progresista articula superficialmente a inmigrantes, personas de color, musulmanes, LGTBIQ como el “nosotros” y convierte al hombre blanco en un “ellos”. Esto es una forma horrible de dividirnos, una forma que solo beneficia al capital. Para mí el populismo es una forma de cambiar el juego. Lo que lo hace progresista es que es inclusivo, el 99% es un número muy inclusivo. Por el momento es un discurso estupendo para movilizar y organizar.
En la construcción de esta fuerza populista y progresista contrahegemónica, parece haber una tensión entre la escala nacional y la transnacional. Normalmente, el neoliberalismo progresista se vende como abierto a la diversidad, cosmopolita, en oposición a los valores defendidos por un populismo de tipo reaccionario. ¿Cómo debería un populismo de izquierdas situarse en este debate? ¿Cómo debería habitar la tensión entre su carácter nacional-popular y la escala transnacional?
Creo que esta es una pregunta muy complicada y no estoy segura de tener una respuesta totalmente trabajada, pero es una de las cuestiones más importantes a tratar. Creo que al final lo que se necesita es un mayor internacionalismo en la izquierda, tenemos que volver a la vieja idea de un internacionalismo obrero hasta que consigamos estándares de protección laboral y del medio ambiente que sean transnacionales. No será posible resolver estos problemas de ninguna otra forma. Diría que cualquier forma de populismo progresista tiene que ser internacionalista y trabajar, en ese sentido, en la construcción de coaliciones y fuerzas transnacionales, además de trabajar en la protección de derechos de los territorios tal y como existen actualmente.
También ha dicho que cree que estamos en un momento de interregno, una situación política inestable pero también abierta al cambio. Partiendo de las declaraciones de Jean-Claude Juncker cuando afirmó aquel o de “sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo”, ¿diría que existe, entre las élites, una carencia de una narrativa sólida y que esto de alguna forma les pone más a la defensiva que a la ofensiva?
Sí, estoy de acuerdo con este diagnóstico. No sólo la narrativa de Reagan y Thatcher ha desaparecido, sino también su continuación, la de Blair y Clinton. Hubo por un tiempo un intento de “nuevo laborismo”, de una tercera vía, del cual Obama fue también parte. Aquí, Bill Clinton fue el principal fundador y arquitecto del “Democratic Leadership Council”, que se encargó de llevar al Partido Demócrata en una dirección diferente a la tradicional, vinculada al New Deal. Y tenían una narrativa pero, sobre todo, una estrategia: decían que la demografía del país había cambiado hasta tal punto que ya no se necesitaba a la clase blanca trabajadora, que se podían ganar elecciones apelando a las clases altas, las clases medias suburbanas, los sectores tecnológicos y del entretenimiento, las minorías y las mujeres. Su narrativa era el neoliberalismo progresista.
Lo que sucedió en 2016 fue que esa narrativa se desgarró, así que ahora no tienen ni el bloque Reagan-Thatcher ni el bloque Clinton-Obama. ¿Qué tienen? Bueno, no diría que no son capaces de proponer nada nuevo, son gente muy creativa, y estoy segura de que en sus think tanks están intentando prever el próximo movimiento, pero hasta ahora no está del todo claro. Mi intuición es que intentan resucitar el neoliberalismo progresista bajo figuras nuevas, más sexys. Hillary Clinton no funcionó en ese sentido, así que intentarán encontrar a alguien que pueda llevar a cabo esa tarea. Y como dije antes, la oposición a Trump es ambigua y probablemente una parte de la misma podría ser convencida de nuevo, si una narrativa de izquierdas, convincente y amplia no se materializa. Pero hay definitivamente una crisis de legitimidad y de hegemonía y están buscando de qué forma pueden reconstituirse. Es un momento de apertura, para las Le Pen y los Trump, pero también para los Sanders y los Mélenchon. Lo segundo que hace de este tiempo un interregno es ver que alguien como Trump ha sido incapaz de estabilizarse como alternativa. En el caso de Trump, en el que no puede o no quiere ofrecer a la clase trabajadora lo que le ha prometido, la pregunta es durante cuánto tiempo ésta estará satisfecha con sus gestos mediáticos. Probablemente no estarán ahí esperando para siempre, van a buscar algo más y ese algo no será otra forma de neoliberalismo progresista.
Asumiendo que el populismo es una lógica política que puede llevarnos en una dirección emancipadora, ¿diría que debería establecer un diálogo teórico y político con el feminismo? ¿Cómo deberían los movimientos feministas participar en la construcción de esta lógica populista? ¿Su apuesta por el “feminismo del 99%” está yendo en esta dirección?
Sí, esa es justamente la idea. Creo que todo movimiento emancipador hoy, no solo el feminismo, tiene que adquirir una dimensión populista. La mayoría de movimientos sociales han sido cooptados por el neoliberalismo. El feminismo dominante en los EEUU y en muchos otros sitios ha sido el de “romper el techo de cristal”, el conocido como “lean in feminism” [en relación al best-seller publicado en 2013 por la Directora de Operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, llamado Lean In: Women, Work, and the Will to Lead] que, de hecho, es el feminismo del 1%. Así como Sanders habla a las víctimas de la rigged economy, y así como Occupy hablaba en nombre del 99%, el feminismo y el resto de movimientos sociales tienen ahora la oportunidad de decir: “rompamos con el 1%, no queremos ese feminismo, queremos un feminismo para las mujeres migrantes, para las trabajadoras domésticas, para todas aquellas que se encargan de los cuidados en sus trabajos y en sus casas, para las mujeres con trabajos precarios, para todas aquellas que intentan buscar la manera de cuidar de sus hijos, de sus familias y de sus comunidades al mismo tiempo que se ven forzadas a trabajar más y más horas por menos dinero”.
Veo la lucha por una sanidad pública universal, una que cubra por supuesto permisos de maternidad y aborto libre, como parte del feminismo del 99%. Veo al “feminismo del 99%” como un feminismo que se aleja del neoliberalismo y como parte de un movimiento populista de izquierdas más amplio. Y creo que todo movimiento social, desde el movimiento LGTBIQ al ecologista, debe repensarse en términos del 99%, y abandonar las versiones cooptadas, como el “capitalismo verde” o la defensa del matrimonio homosexual poco o nada interesada en los derechos sociales. Todo movimiento es potencialmente aliado en la construcción de un bloque contrahegemónico, pero solo si abandonan la retórica neoliberal y se mueven en una nueva dirección. Y por supuesto los movimientos por los derechos laborales tienen que participar, los sindicatos no son muy fuertes en EE.UU., pero hay otras luchas como la Fight for 15 que sí lo son.
El año pasado publicó en la New Left Review un artículo titulado Las contradicciones del capital y los cuidados, donde defendía que estábamos pasando por una nueva mutación de la sociedad capitalista, y que habría una posibilidad de reinventar la división reproducción-producción y el modelo de “familia con dos proveedores”. ¿Podría hacer algunas conjeturas sobre cuáles deberían ser las demandas concretas del movimiento feminista en relación a la cuestión de los cuidados y la reproducción social?
Sí, creo que ésta es una de las principales tareas del feminismo del 99%. Estoy convencida de que un feminismo que concentre toda su atención en la producción, en conseguir que más mujeres entren en el mercado laboral, y que descuide lo que sucede en el ámbito de la reproducción va por mal camino. Ambas esferas se encuentran separadas y sin embargo están también entrelazadas, lo cual es parte de la dificultad. Necesitamos una nueva forma de pensar su relación.
Un buen punto de partida sería no ponerlas en absoluta contradicción, algo que sucede ahora mismo y que se puede ver en fenómenos como la congelación de óvulos o las bombas mecánicas de alta tecnología para extraer leche materna. Se pone a las mujeres en situaciones en donde les es imposible tener una carrera y a la vez tener hijos antes de los 45. Implicaría también medidas como la reducción de las horas de trabajo, salarios dignos y suficientes para no tener que buscar más de un empleo, que permitan sustentar un hogar y no una persona, ya que no todos los hogares cuentan con o quieren tener más de un proveedor. La idea sería formular políticas de empleo y de bienestar bajo el supuesto de que todos somos sujetos sustentadores y cuidadores. Si hacemos de ello el ideal de ciudadanía, entonces tendremos un conjunto de políticas completamente diferentes.
Fuente:
Contexto y acción (CTXT). 23 de agosto, 2017
https://cuadernosrebeldes.weebly.com/movim011.html
Tatiana Llaguno
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Diría que hay que señalar dos aspectos: por un lado, la facilidad con la que las corrientes más convencionales del Partido Republicano han conseguido recuperarlo y desarmar la dimensión populista de su campaña. Básicamente está dando marcha atrás en varios asuntos, como el NAFTA, que ya no pretende abandonar, sino renegociar. Está siendo arrastrado a una agenda de libre comercio y bajos impuestos. No hay ningún indicio medianamente serio de proyectos de infraestructura, algo que incluía en su campaña como fórmula de creación de empleo. Se dedica a hacer todos esos “gestos” mediáticos espantosos (como el veto a musulmanes, etc), sabiendo perfectamente que serán revocados por el poder judicial. Pero parece ser su forma de alimentar unas bases que, por otro lado, está engañando en cada una de las medidas económicas que toma. De hecho, si hacemos memoria, veremos que ganó a 17 rivales en las primarias del Partido Republicano con un discurso que apelaba a los trabajadores. Puede que el fraude no sea sorprendente, pero sí lo es la rapidez con la que está sucediendo.
Por otro lado, está la cuestión de la oposición, porque cuando haces todos estos gestos de los que hablamos, produces muchísimo miedo y rabia a la vez. Creo que podemos decir que existe de hecho una oposición movilizada contra Trump y que el país está más politizado de lo que lo ha estado en años. No obstante, es una oposición incipiente y diría que ambigua. Probablemente, la mayor y más poderosa parte de la resistencia a Trump está intentando volver a Obama o al clintonismo. Se trata de una oposición que pretende restablecer el statu quo. Desde mi punto de vista, esto es realmente insuficiente e incluso altamente problemático, ya que el statu quo anterior es lo que produjo a alguien como Trump. Así que hay un círculo vicioso: si volvemos a eso, tendremos mayores y peores Trumps. La otra posibilidad es que la resistencia se mueva en la dirección de un populismo de izquierdas, como el que Bernie Sanders efectuó en su campaña. En ese caso, no se trataría de restaurar la normalidad anterior a Trump. Creo que la oposición está rondando estas dos posibilidades y que ha habido una apertura lo suficientemente grande como para que las voces de una alternativa de izquierdas sean escuchadas. Con todo, aún existe una suerte de inercia en nuestras sociedades que empuja hacia lo que yo llamo, el “neoliberalismo progresista”.
Recientemente apoyó la candidatura de Jean-Luc Mélenchon en las elecciones francesas, aunque finalmente la decisión tuvo que tomarse entre Le Pen y Macron. Me gustaría conectar el caso francés con lo que argumenta en un libro publicado hace poco, donde explica que el dilema entre el neoliberalismo progresista y el populismo reaccionario puede ser entendido como una “elección de Hobson”. ¿Podría desarrollar esto un poco más?
Creo que hay paralelismos sorprendentes entre las últimas elecciones francesas y las presidenciales de 2016 en los EE.UU. Aquí tuvimos un aparente colapso de los dos principales partidos, que se tradujo en la pérdida de control de los votos de las bases por parte de las burocracias de los mismos. A partir de ahí tuvimos la espectacular victoria de Trump, que vino casi de ninguna parte, que nunca había ocupado un cargo electo, sin experiencia política previa, pero que finalmente consigue diezmar a los candidatos escogidos a dedo por los jefes del partido, que claramente querían a alguien como Rubio. Trump lo logra articulando un populismo reaccionario, que viene a ser una combinación entre el rechazo a una creciente financiarización de la economía, una defensa de la industria y de sus trabajadores, y una más que desagradable utilización de la población inmigrante, musulmanes, latinos, junto con una retórica misógina y racista. Mientras tanto, en el lado demócrata, teníamos a Sanders enfrentándose a Clinton, la candidata escogida por el aparato del partido, del cual supimos más tarde que aunque su deber era permanecer neutro, favoreció a Clinton en detrimento de Sanders. En este escenario, Clinton encarnaba el neoliberalismo progresista, Trump el populismo reaccionario y Sanders aquello que yo llamaría populismo progresista o de izquierdas. Para Sanders, la idea era mezclar una “política de reconocimiento” antirracista, antisexista y en favor de los inmigrantes junto con una “política distributiva” anti-Wall Street y en favor de la clase trabajadora.
Mutatis mutandis, podemos decir que en el caso francés Le Pen era nuestro Trump, Macron nuestra Clinton, y Mélenchon nuestro Sanders. En ambos casos, lo que fue eliminado fue la opción de izquierdas, en parte porque se cerraron filas detrás del neoliberalismo progresista, por miedo y por oposición al populismo de derechas. En ese sentido, las situaciones en Francia y EE.UU. eran bastante parecidas y firmé, junto a muchos otros, una carta instando a los electores franceses a evitar el mismo error que se había cometido aquí. Creo que debemos romper el círculo. Con la elección de Hobson —que es una expresión idiomática del inglés— quería decir que tanto el neoliberalismo progresista como el populismo reaccionario son opciones terribles, que además se refuerzan mutuamente de forma simbiótica. Si bien son por un lado opciones diferentes y opuestas, por otro, cada una crea las condiciones para que la otra se haga más fuerte. Por el o, es necesaria una tercera opción que rompa el esquema. Creo que al menos en los EE.UU. no todo está perdido, Sanders sigue siendo uno de los políticos más populares y mejor valorados, no parece querer irse a ninguna parte y espero que las fuerzas que ha sido capaz de movilizar tampoco desaparezcan.
En un artículo publicado a principios de año en la revista Dissent, defendió, como aquí, que lo que necesitamos es un populismo progresista. ¿Por qué cree que el populismo es la respuesta y cuáles sería para usted los beneficios y las limitaciones del populismo como lógica política?
Para mí, ‘populismo’ no es una palabra negativa. Jan-Werner Müller publicó el año pasado un librodiciendo que el populismo es inherentemente antidemocrático, excluyente, persecutorio, etc. Yo no estoy de acuerdo con esto y creo que es una mala definición del término. Me siento mucho más próxima a alguien como Ernesto Laclau, que veía el populismo como una lógica que podía ser articulada de muchas formas distintas. Es cierto que hay populismos reaccionarios, pero no tiene por qué ser siempre el caso. Por otro lado, para mí, el populismo no es la última palabra, no es una suerte de ideal al que llegar, sino más bien una fase política transicional, casi como aquel o que los trotskistas llamaban “programa de transición”. Lo que yo quiero en último término es la emergencia de un socialismo democrático. Dicho esto, el lenguaje que surgió con el movimiento Occupy, y que ahora intento adaptar al feminismo, es el del 99% versus el 1%. Esto es claramente una retórica populista, es un lenguaje distinto del que utilizamos cuando hablamos de capitalismo global, de la clase trabajadora, aunque estos términos sean posiblemente más certeros a la hora de describir cómo funciona nuestra sociedad. Creo que hay una posibilidad de ganar y convencer a más gente ahora utilizando una retórica populista, pero claro, tiene que ser un populismo de izquierdas.
Hubo un punto en el que Sanders y Trump se solaparon un poco y fue en la discusión sobre aquello que Sanders llamó “economía distorsionada o amañada” [“rigged economy”], un término del cual Trump se apropió, porque evidentemente es una expresión que se entiende de forma inmediata. Si empiezas a hablar sobre las dinámicas de explotación y expropiación del capital, se vuelve más complicado. Así que para mí es un gran comienzo para empezar a cambiar la cultura política, para hacer a la gente pensar de forma más estructural sobre aquel o que no funciona en nuestra sociedad. El 99% es evocador, y su función principal es sugerir que los trabajadores blancos víctimas de la desindustrialización y los afroamericanos encarcelados y expropiados son parte, potencialmente, de la misma alianza. Y que hay un grupo oligárquico, llamémoslo capital global financiero o lo que sea, que es el enemigo común. Esto es una reorganización del universo político inmensa, y es otra forma de articular un “nosotros” versus “ellos”. El neoliberalismo progresista articula superficialmente a inmigrantes, personas de color, musulmanes, LGTBIQ como el “nosotros” y convierte al hombre blanco en un “ellos”. Esto es una forma horrible de dividirnos, una forma que solo beneficia al capital. Para mí el populismo es una forma de cambiar el juego. Lo que lo hace progresista es que es inclusivo, el 99% es un número muy inclusivo. Por el momento es un discurso estupendo para movilizar y organizar.
En la construcción de esta fuerza populista y progresista contrahegemónica, parece haber una tensión entre la escala nacional y la transnacional. Normalmente, el neoliberalismo progresista se vende como abierto a la diversidad, cosmopolita, en oposición a los valores defendidos por un populismo de tipo reaccionario. ¿Cómo debería un populismo de izquierdas situarse en este debate? ¿Cómo debería habitar la tensión entre su carácter nacional-popular y la escala transnacional?
Creo que esta es una pregunta muy complicada y no estoy segura de tener una respuesta totalmente trabajada, pero es una de las cuestiones más importantes a tratar. Creo que al final lo que se necesita es un mayor internacionalismo en la izquierda, tenemos que volver a la vieja idea de un internacionalismo obrero hasta que consigamos estándares de protección laboral y del medio ambiente que sean transnacionales. No será posible resolver estos problemas de ninguna otra forma. Diría que cualquier forma de populismo progresista tiene que ser internacionalista y trabajar, en ese sentido, en la construcción de coaliciones y fuerzas transnacionales, además de trabajar en la protección de derechos de los territorios tal y como existen actualmente.
También ha dicho que cree que estamos en un momento de interregno, una situación política inestable pero también abierta al cambio. Partiendo de las declaraciones de Jean-Claude Juncker cuando afirmó aquel o de “sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo”, ¿diría que existe, entre las élites, una carencia de una narrativa sólida y que esto de alguna forma les pone más a la defensiva que a la ofensiva?
Sí, estoy de acuerdo con este diagnóstico. No sólo la narrativa de Reagan y Thatcher ha desaparecido, sino también su continuación, la de Blair y Clinton. Hubo por un tiempo un intento de “nuevo laborismo”, de una tercera vía, del cual Obama fue también parte. Aquí, Bill Clinton fue el principal fundador y arquitecto del “Democratic Leadership Council”, que se encargó de llevar al Partido Demócrata en una dirección diferente a la tradicional, vinculada al New Deal. Y tenían una narrativa pero, sobre todo, una estrategia: decían que la demografía del país había cambiado hasta tal punto que ya no se necesitaba a la clase blanca trabajadora, que se podían ganar elecciones apelando a las clases altas, las clases medias suburbanas, los sectores tecnológicos y del entretenimiento, las minorías y las mujeres. Su narrativa era el neoliberalismo progresista.
Lo que sucedió en 2016 fue que esa narrativa se desgarró, así que ahora no tienen ni el bloque Reagan-Thatcher ni el bloque Clinton-Obama. ¿Qué tienen? Bueno, no diría que no son capaces de proponer nada nuevo, son gente muy creativa, y estoy segura de que en sus think tanks están intentando prever el próximo movimiento, pero hasta ahora no está del todo claro. Mi intuición es que intentan resucitar el neoliberalismo progresista bajo figuras nuevas, más sexys. Hillary Clinton no funcionó en ese sentido, así que intentarán encontrar a alguien que pueda llevar a cabo esa tarea. Y como dije antes, la oposición a Trump es ambigua y probablemente una parte de la misma podría ser convencida de nuevo, si una narrativa de izquierdas, convincente y amplia no se materializa. Pero hay definitivamente una crisis de legitimidad y de hegemonía y están buscando de qué forma pueden reconstituirse. Es un momento de apertura, para las Le Pen y los Trump, pero también para los Sanders y los Mélenchon. Lo segundo que hace de este tiempo un interregno es ver que alguien como Trump ha sido incapaz de estabilizarse como alternativa. En el caso de Trump, en el que no puede o no quiere ofrecer a la clase trabajadora lo que le ha prometido, la pregunta es durante cuánto tiempo ésta estará satisfecha con sus gestos mediáticos. Probablemente no estarán ahí esperando para siempre, van a buscar algo más y ese algo no será otra forma de neoliberalismo progresista.
Asumiendo que el populismo es una lógica política que puede llevarnos en una dirección emancipadora, ¿diría que debería establecer un diálogo teórico y político con el feminismo? ¿Cómo deberían los movimientos feministas participar en la construcción de esta lógica populista? ¿Su apuesta por el “feminismo del 99%” está yendo en esta dirección?
Sí, esa es justamente la idea. Creo que todo movimiento emancipador hoy, no solo el feminismo, tiene que adquirir una dimensión populista. La mayoría de movimientos sociales han sido cooptados por el neoliberalismo. El feminismo dominante en los EEUU y en muchos otros sitios ha sido el de “romper el techo de cristal”, el conocido como “lean in feminism” [en relación al best-seller publicado en 2013 por la Directora de Operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, llamado Lean In: Women, Work, and the Will to Lead] que, de hecho, es el feminismo del 1%. Así como Sanders habla a las víctimas de la rigged economy, y así como Occupy hablaba en nombre del 99%, el feminismo y el resto de movimientos sociales tienen ahora la oportunidad de decir: “rompamos con el 1%, no queremos ese feminismo, queremos un feminismo para las mujeres migrantes, para las trabajadoras domésticas, para todas aquellas que se encargan de los cuidados en sus trabajos y en sus casas, para las mujeres con trabajos precarios, para todas aquellas que intentan buscar la manera de cuidar de sus hijos, de sus familias y de sus comunidades al mismo tiempo que se ven forzadas a trabajar más y más horas por menos dinero”.
Veo la lucha por una sanidad pública universal, una que cubra por supuesto permisos de maternidad y aborto libre, como parte del feminismo del 99%. Veo al “feminismo del 99%” como un feminismo que se aleja del neoliberalismo y como parte de un movimiento populista de izquierdas más amplio. Y creo que todo movimiento social, desde el movimiento LGTBIQ al ecologista, debe repensarse en términos del 99%, y abandonar las versiones cooptadas, como el “capitalismo verde” o la defensa del matrimonio homosexual poco o nada interesada en los derechos sociales. Todo movimiento es potencialmente aliado en la construcción de un bloque contrahegemónico, pero solo si abandonan la retórica neoliberal y se mueven en una nueva dirección. Y por supuesto los movimientos por los derechos laborales tienen que participar, los sindicatos no son muy fuertes en EE.UU., pero hay otras luchas como la Fight for 15 que sí lo son.
El año pasado publicó en la New Left Review un artículo titulado Las contradicciones del capital y los cuidados, donde defendía que estábamos pasando por una nueva mutación de la sociedad capitalista, y que habría una posibilidad de reinventar la división reproducción-producción y el modelo de “familia con dos proveedores”. ¿Podría hacer algunas conjeturas sobre cuáles deberían ser las demandas concretas del movimiento feminista en relación a la cuestión de los cuidados y la reproducción social?
Sí, creo que ésta es una de las principales tareas del feminismo del 99%. Estoy convencida de que un feminismo que concentre toda su atención en la producción, en conseguir que más mujeres entren en el mercado laboral, y que descuide lo que sucede en el ámbito de la reproducción va por mal camino. Ambas esferas se encuentran separadas y sin embargo están también entrelazadas, lo cual es parte de la dificultad. Necesitamos una nueva forma de pensar su relación.
Un buen punto de partida sería no ponerlas en absoluta contradicción, algo que sucede ahora mismo y que se puede ver en fenómenos como la congelación de óvulos o las bombas mecánicas de alta tecnología para extraer leche materna. Se pone a las mujeres en situaciones en donde les es imposible tener una carrera y a la vez tener hijos antes de los 45. Implicaría también medidas como la reducción de las horas de trabajo, salarios dignos y suficientes para no tener que buscar más de un empleo, que permitan sustentar un hogar y no una persona, ya que no todos los hogares cuentan con o quieren tener más de un proveedor. La idea sería formular políticas de empleo y de bienestar bajo el supuesto de que todos somos sujetos sustentadores y cuidadores. Si hacemos de ello el ideal de ciudadanía, entonces tendremos un conjunto de políticas completamente diferentes.
Contexto y acción (CTXT). 23 de agosto, 2017
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