Por William E. Rees
Una cosa curiosa del homo sapiens es que somos lo suficientemente inteligentes como para documentar, con exquisito detalle, varias tendencias que presagian el colapso de la civilización moderna, pero no lo suficientemente inteligentes como para librarnos de nuestra situación autoinducida.
Traducción arrezafe – TheTyee.ca – 16/11/2017Por William E. Rees
Esto se puso de relieve una vez más en octubre, cuando los científicos informaron que las poblaciones de insectos voladores en Alemania han disminuido en un alarmante 75 por ciento en las últimas tres décadas, acompañadas, en los últimos doce años, por una disminución del 15 por ciento en las poblaciones de aves . Las tendencias son similares en otras partes de Europa donde los datos están disponibles. Incluso en Canadá, todo, desde la casual observación de los parabrisas, hasta las evaluaciones científicas formales, muestran una caída en el número de insectos. Mientras tanto, las poblaciones domésticas de muchas aves que comen insectos están en caída libre. Ontario ha perdido la mitad de sus pájaros carpinteros en los últimos 20 años. En todo el país, especies como halcones nocturnos, golondrinas, martín pescador y atrapamoscas han disminuido hasta en un 75 por ciento. Las golondrinas del Gran Vancouver se han reducido en un 98 por ciento desde 1970. ¿Oímos algo sobre todo esto en las principales noticias?
Mal, muy mal. La pérdida de la biodiversidad, que puede convertirse en la pesadilla del siglo, es causada por muchos factores individuales, pero que interactúan: la pérdida de hábitat, el cambio climático, el uso intensivo de plaguicidas y varias formas de contaminación industrial, por ejemplo, suprimen las poblaciones de insectos y aves. Pero el motivo general es lo que un ecologista podría llamar el “desplazamiento competitivo” de la vida no humana por el crecimiento inexorable de la actividad humana.
En un planeta limitado, donde millones de especies comparten el mismo espacio y dependen de los mismos productos finitos de la fotosíntesis, la expansión continua de una especie conduce necesariamente a la contracción y extinción de otras. (Políticos, tomen nota: siempre hay un conflicto entre población humana / expansión económica y la “protección del medio ambiente”).
¿Se acuerdan de los 40 a 60 millones de bisontes que solían vagar por las grandes llanuras de América del Norte? Ellos, junto con los millones de ciervos, berrendos, lobos y bestias menores que una vez animaron los ecosistemas de las praderas, han sido “competitivamente desplazados”, y sus hábitats han sido tomados por una biomasa mucho mayor de humanos, ganado, cerdos y ovejas. Y no sólo en las soleadas Grandes Llanuras de Norte América, también por los millones de ganaderos en todo el mundo que dependen, en parte, de las exportaciones de cereales, aceite de semillas, leguminosas y carne de Norte América.
El desplazamiento competitivo se ha venido produciendo durante mucho tiempo. Los científicos estiman que en los albores de la agricultura, hace 10.000 años, el homo sapiens representaba menos del uno por ciento del peso total de los mamíferos en el planeta. (Probablemente sólo había de dos a cuatro millones de personas en la Tierra en ese momento). Desde entonces, los humanos han crecido hasta representar el 35 por ciento de una biomasa total mucho más grande; la tasa de animales domésticos y la dominación humana de la biomasa de mamíferos del mundo se eleva al 98.5 por ciento!
No se necesita buscar más para explicar por qué las poblaciones silvestres se han desplomado a nivel mundial en casi un 60 por ciento en el último medio siglo. Los tigres salvajes han sido expulsados del 93 por ciento de su habitat histórico y su población se ha reducido a menos de 4.000 en todo el mundo; los elefantes africanos ha menguado hasta en un 95 por ciento, estimándose en sólo 500.000 en la actualidad; la caza furtiva arrojó cifras sobre el rinoceronte negro: de los ya escasos 70.000 en 1960 a sólo 2.500 a principios de los años noventa. (Con un intenso esfuerzo de conservación, se han recuperado desde entonces alrededor de 5.000). Y aquellos que piensan que Canadá todavía es una zona silvestre, prístina y poco poblada deberían repensarlo: la mitad de las especies silvestres regularmente monitoreadas en este país están en declive, con una caída promedio de la población del 83 por ciento desde 1970. ¿Mencioné que la población de orcas residente al sur de British Columbia es de tan sólo 76 animales? Eso se debe, en parte, a que los pescadores han alejado a las orcas de su alimento favorito, el salmón Chinook que, a su vez, ha sido desplazado de sus arroyos de desove a través de represas hidroeléctricas, contaminación y urbanización.
La historia es similar para especies familiares en todas partes y probablemente peor para la fauna no carismática. Los científicos estiman que la “moderna” tasa de extinción de especies es de 1.000 a 10.000 veces la tasa de fondo natural. La economía mundial está afanosamente ocupada convirtiendo la naturaleza viviente en cuerpos humanos y ganado doméstico, algo que pasa desapercibido a nuestras poblaciones, cada vez más urbanas. La urbanización aleja a las personas tanto psicológicamente como espacialmente de los ecosistemas que las respaldan.
Puede que el carro de la masa humana comenzara a rodar hace 10 milenios, pero en los dos últimos siglos de crecimiento exponencial ha acelerado extraordinariamente el ritmo del cambio. Tomó toda la historia de la humanidad, digamos 200.000 años, para que nuestra población alcanzara los mil millones a principios del siglo XIX, pero sólo 200 años, 1/1000 de tiempo, para alcanzar los 7.600 millones de hoy. Mientras tanto, la demanda de materia prima en el planeta se ha elevado aún más: el PIB mundial se ha multiplicado por más de 100 desde 1800, y el promedio de ingresos per cápita en un índice de 13 (aumentando a 25 en los países más ricos ). En consecuencia, el consumo se ha disparado y la mitad de los combustibles fósiles y muchos otros recursos utilizados por los humanos se han consumido en los últimos 40 años. (Ver gráficos)
¿Por qué es importante esto, incluso para aquellos a quienes realmente no les importa la naturaleza en sí ? Además de la infamia moral asociada con la extinción de miles de otras formas de vida, existen razones puramente egoístas para preocuparse. Por ejemplo, dependiendo de la zona climática, entre el 78% y el 94% de las plantas con flores, incluidas muchas especies de alimentos para humanos, son polinizadas por insectos, pájaros e incluso murciélagos. (Los murciélagos, también en apuros en muchos lugares, son los polinizadores principales o exclusivos de 500 especies en al menos 67 familias de plantas). Hasta un 35% de la producción mundial de cultivos depende más o menos de la polinización animal, lo que garantiza o aumenta la producción de 87 cultivos alimentarios líderes en todo el mundo.
Pero hay una razón más profunda para temer el agotamiento y la despoblación de la naturaleza. En ausencia de vida, el planeta Tierra es sólo una roca húmeda intrascendente con una atmósfera venenosa que girainútilmente alrededor de una estrella ordinaria en las orillas extremas de una galaxia irrelevante. Es la vida misma, comenzando con innumerables especies de microbios, la que gradualmente generó el “ambiente” adecuado para la vida en la Tierra tal como la conocemos. Los procesos biológicos son responsables del equilibrio químico favorable a la vida de los océanos; las bacterias fotosintéticas y las plantas verdes han almacenado y mantienen la atmósfera de la Tierra con el oxígeno necesario para la evolución de los animales; la misma fotosíntesis extrajo gradualmente miles de millones de toneladas de carbono de la atmósfera, almacenándolas en cretas, piedra caliza y depósitos de combustibles fósiles, de modo que la temperatura promedio de la Tierra (actualmente alrededor de 15º C) ha permanecido para edades geológicas en la estrecha franja que hace posible la vida basada en agua, incluso cuando el sol se ha estado calentando (es decir, que el clima estable es parcialmente un fenómeno biológico); innumerables especies de bacterias, hongos y una verdadera colección de micro-fauna regeneran continuamente los suelos que cultivan nuestros alimentos. (Desdichadamente, el agotamiento por la agricultura es incluso más rápido. Según algunas versiones, nos queda, tan sólo, poco más de medio siglo de tierra cultivable).
En resumen, el homo sapiens depende completamente de una rica diversidad de formas de vida destinadas a proporcionar multitud de funciones básicas, esenciales para la existencia y supervivencia de la civilización humana. Con una gran crisis mundial sin precedentes, inducida por los humanos, ¿qué posibilidades hay de que la integridad funcional de la ecosfera sobreviva a la próxima duplicación del consumo material que todos esperan antes de mediados de siglo?
Esta es la cuestión: el cambio climático no es la única sombra que oscurece la puerta de la humanidad. Si bien no lo sabréis por los medios de comunicación dominantes, la pérdida de biodiversidad podría suponer una amenaza sobre la existencia misma de la humanidad. Mientras pensamos en ello, agreguemos a la mezcla la degradación del suelo y del paisaje, la posible escasez de alimentos, de energía y de otros recursos. Y si crees que probablemente podremos “manejar” cuatro de cada cinco de estos problemas ambientales, no importa. La pertinente versión de la ley de Liebig establece que, cualquier sistema complejo que dependa de varios insumos esenciales puede ser eliminado por ese único factor de menor suministro (y aún no hemos abordado los riesgos adicionales planteados por la agitación geopolítica que inevitablemente seguiría a la desestabilización ecológica).
Lo cual plantea preguntas que, por supuesto, van más allá del mero interés académico. ¿Por qué no estamos colectivamente aterrados o al menos alarmados? Si nuestra mejor ciencia sugiere que estamos camino al colapso de los sistemas, ¿por qué el colapso y cómo evitarlo no son los temas principales del discurso político internacional? ¿Por qué la comunidad mundial no participa en un debate urgente y comprometido sobre las iniciativas disponibles y los mecanismos institucionales transnacionales que podrían ayudar a restablecer el equilibrio en la relación entre los seres humanos y el resto de la naturaleza?
Hay muchas opciones políticas, desde simples impuestos al consumo, pasando por iniciativas populares de planificación integral para una economía sostenible, hasta una educación general que propicie cambios voluntarios en el estilo de vida, todo lo cual mejoraría las perspectivas de la sociedad mundial para la supervivencia a largo plazo. Cualidades humanas únicas, desde una inteligencia consciente (por ejemplo, razonar a partir de la evidencia), la capacidad de planificar con anticipación, hasta la conciencia moral, son requisitos indispensables para la tarea, pero permanecen inactivas: hay pocos indicios de voluntad política para reconocer el problema y mucho menos para elaborar soluciones genuinas (que el acuerdo climático de París no contempla).
¿Conclusión? El mundo parece negar el inminente desastre; la palabra “C” [cáncer] permanece silenciada. Todos los gobiernos desestimaron la advertencia (1992) de los científicos a la Humanidad, según la cual, “se requiere un gran cambio en nuestra administración de la Tierra y de la vida en ella, si se quiere evitar la gran miseria humana”, e ignorarán de manera similar la “segunda” (Publicada el 13 de noviembre de 2017, esta advertencia afirma que la mayoría de las tendencias negativas identificadas 25 años antes “están empeorando”).
A pesar de la cascada de evidencias y el análisis detallado de lo contrario, la comunidad mundial, como si de su santo grial contemporáneo se tratara, proclama que el “crecimiento-somos-nosotros”. Incluso los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas se basan en la expansión económica como único martillo para cada problemático clavo. Mientras tanto, los gases de efecto invernadero alcanzan niveles máximos históricos, las zonas muertas marinas proliferan, los bosques tropicales caen y las extinciones se aceleran.
¿Qué está pasando aquí? La explicación completa de este enigma humano y potencialmente fatal es sin duda compleja, pero Herman Melville lo resumió bastante bien en su Moby Dick : “No hay locura de las bestias de la tierra que no sea infinitamente superada por la locura de los hombres”.
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