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martes, 31 de diciembre de 2019

#CifrasDeLaVergüenza Tercer año consecutivo de repunte de asesinatos por violencia machista

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RedaccionFeminista
TribunaFeminista

La cifras de la violencia de género /violencia machista en 2019

El número de asesinadas por violencia de género ha registrado un nuevo repunte en 2019, cuando al menos 55 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas, a falta de unos días para que se cierre el año. El número de víctimas mortales lleva aumentando desde el año 2017, cuando se contabilizaron 50 asesinadas, y también creció en 2018, año que cerró con 51.

En 2016, con 49 asesinadas, descendió la cifra de víctimas respecto a 2015, año que registró un pico con 60 víctimas. Así se refleja en la estadística que elabora la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Desde el 1 de enero de 2003 hasta la actualidad, son 1.033 las mujeres víctimas mortales de este tipo de violencia.

La última víctima incorporada a este recuento fue una mujer de 38 años que fue asesinada presuntamente por su pareja el pasado 30 de noviembre. No había denunciado su situación de maltrato, al igual que la mayoría de las asesinadas: de las 55 víctimas en lo que va de 2019, sólo once (20%) acudieron a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

En cinco de los casos en los que sí existía denuncia se adoptaron medidas de protección a favor de la víctima; y en cuatro de ellos estas medidas estaban vigentes en el momento del crimen. Según el recuento realizado por Europa Press, una de cada diez mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas desde el año 2006 hasta la actualidad tenía alguna medida de protección a su favor en el momento del asesinato.

No presentan sin embargo los crímenes por tasa de población lo que colocaría a las islas a la cabeza de este tipo de crímenes

En 2019, la mayoría de las víctimas mortales (40%) tenía entre 41 y 50 años, franja de edad que también predomina entre los agresores (47,3%). La mayoría de las mujeres asesinadas eran españolas (60%), y también la mayoría (el 65,5%) convivían con su presunto agresor.

Respecto a los 55 presuntos agresores, la mayoría (el 61,8%) eran españoles. Tras cometer el crimen, 14 se suicidaron y tres lo intentaron sin éxito.

Por comunidades autónomas, los cinco territorios más poblados concentran la mayoría de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas que se han cometido en lo que va de 2019, según los datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. No presentan sin embargo los crímenes por tasa de población lo que colocaría a las islas a la cabeza de este tipo de crímenes

En concreto, se trata de: Andalucía (13 casos), Cataluña (9), Canarias (8), Comunidad Valenciana (7) y Comunidad de Madrid (7) . Los restantes se produjeron en Castilla y León (3), Galicia (3), Cantabria (2), Aragón (1), la Región de Murcia (1) y Baleares (1). Además, en lo que va de año la violencia de género ha dejado un total de 46 huérfanos; y un total de 279 desde el año 2013, momento en el que se contabilizan estos menores como víctimas de este tipo de violencia. En el marco de la estadística oficial, existen otros tres casos en investigación relativos a crímenes contra mujeres en 2019.






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lunes, 30 de diciembre de 2019

Sexo y empatía. Las bases éticas del follar

Sexo & Feminismo


Beatríz Gimeno
www.ctxt.es

Introducir la empatía en cualquier relación quiere decir preocuparse por el otro o la otra, por su bienestar, y nada de esto está reñido con ningún tipo de sexo (excepto el machista).

A raíz de lo ocurrido con la sentencia de La Manada, en los días (ya semanas) siguientes, hemos hablado y escrito de muchas cosas relacionadas con el feminismo y no estrictamente con la sentencia en sí, que también. Digamos que la sentencia, como antes el 8M, está sirviendo para levantar muchas alfombras y levantarlas incluso de sitios donde hacía años que nadie se ocupaba de barrer.

Esta sentencia ha provocado indignación porque antes estuvo el movimiento #MeToo y porque una gran parte de la revuelta feminista de los últimos tiempos tiene que ver con la violencia sexual, es una revuelta contra las violaciones y el acoso, contra la sexualidad machista, en definitiva. Así que por fin se nos presenta la oportunidad al feminismo de hablar más de sexo.

Porque el sexo es el elefante blanco que está en una habitación y nadie parece ver. Y no se trata sólo de denunciar, castigar o perseguir, no se trata de aumentar las penas, sino de reflexionar acerca de qué es esa “cosa escandalosa” (parafraseando a Donna Haraway y refiriéndola aquí a la sexualidad patriarcal) y qué relación tiene con la desigualdad social, con las relaciones de género, con el poder, con la política.

Es hora de volver a pensar la sexualidad como una construcción política que incide en las relaciones sociales de manera fundamental.

¿Entendemos lo mismo por “sexo”? 

Al fin y al cabo parece que hay una discordancia muy evidente cuando un juez ve jolgorio donde otros jueces vieron dolor extremo; cuando los violadores y todos sus palmeros están convencidos de que hubo sexo y cuando las mujeres sabemos que allí hubo una violación.

Es evidente que la discordancia sobre lo que entendemos por sexo alcanza incluso al interior del feminismo. De hecho, algunos de los asuntos más polémicos dentro de éste, como la prostitución o la pornografía, tienen que ver con el sexo, con lo que entendemos por sexo y también con lo que entendemos, en definitiva, por sexo ético.

En realidad, nadie dentro del feminismo niega que el sexo es un lugar en el que se dilucidan relaciones de poder socialmente construidas. Esta consideración no es nueva, el feminismo de la Segunda Ola, al fin y al cabo, nació como una teoría radical de la sexualidad pero hacía mucho que la sexualidad patriarcal no se ponía en el punto de mira de la mayoría del feminismo como ahora ha ocurrido.

Y surgen preguntas necesarias: ¿Cómo influye la construcción sexual masculina y patriarcal en la realidad, en las relaciones entre hombres y mujeres? ¿Qué relación guarda dicha sexualidad con la construcción de la subjetividad masculina? ¿Podemos deconstruir la sexualidad masculina hegemónica? ¿Es necesario follar de otra manera para ser más iguales? ¿Hay una manera justa de follar? ¿Hay una manera ética o la ética no tiene nada que ver con follar?.

Cualquier cosa que tenga que ver con la sexualidad requeriría de un libro extenso, pero de manera concisa pienso que no podemos renunciar a tener criterios éticos con respecto a cualquier acto en el que intervenga la voluntad porque somos seres morales; y quizá en el sexo menos que en muchos otros porque la sexualidad es un pilar de nuestra subjetividad, y también porque implica una relación con otro/a(s) persona(s). Sabemos también (y eso no lo niega casi nadie) que la sexualidad patriarcal está muy relacionada con el dominio (la conquista) y no tanto con la reciprocidad o la igualdad.

Digamos que la mayoría de la gente asume que hay una ética de mínimos que aplica en el sexo: el consentimiento. Pero en estos momentos han surgido voces feministas que piden que se vaya más allá y han problematizado la propia noción de consentimiento aplicado al sexo. Sin duda que el consentimiento significó un avance en su día teniendo en cuenta que hasta hace poco este era irrelevante y aún lo es en gran parte del mundo.

Puede que a la hora de plasmarlo en los códigos debamos referirnos a él como concepto jurídico, pero sí pienso que, al menos desde el feminismo, podemos problematizarlo. Por una parte porque es evidentemente un factor de desigualdad que nos sitúa a hombres y mujeres en lugares diferentes, con subjetividades diferentes, deseos diferentes, modos de follar también distintos y supuestas diferentes necesidades.

Somos las mujeres las únicas que consentimos, mientras que ellos desean y actúan; nos follan. Nosotras, así, nos situamos como objeto deseado y pasivo, mientras que ellos son el sujeto activo que, con suerte, pide el consentimiento para el acceso a nuestro cuerpo.

El consentimiento, además, puede comprarse con dinero o con otro tipo de bienes, materiales o inmateriales; puede darse incluso a cambio de amor. Puede conseguirse de múltiples maneras pero siempre desde posiciones de poder diferentes: son ellos los que buscan conseguirlo, comprarlo, forzarlo y nosotras las que lo poseemos como un bien con el que negociar. Y alrededor de esta concepción del consentimiento se levanta una construcción inmensa de desigualdad material y simbólica: ellos desean, necesitan, follar; nosotras consentimos (o no) que nos follen.

Entonces, para que follar sea ético ¿basta con el consentimiento (y qué clase de consentimiento) o tenemos que ir más allá si queremos que la sexualidad y lo que lleva aparejado, promueva, refleje, posibilite, eduque en la igualdad entre hombres y mujeres y procure una distribución igualitaria de placeres y bienes simbólicos? ¿Qué tiene que ver todo eso con la empatía? ¿Es necesario follar con empatía para que sea un follar ético e igualitario o eso entorpece la idea que tenemos del sexo? Cuando una tuitera (@magdalenaProust) mezcló sexo y empatía se armó un lío tremendo.

Follar con empatía es quitarle toda la gracia al sexo dijeron muchos y muchas. La pregunta entonces es ¿qué es follar con empatía? ¿Es necesario? ¿Es feminista?

Creo que sí, que es necesario y que es necesariamente feminista. Y lo es porque la sexualidad masculina hegemónica, al menos en el plano del deseo, se construye, no sobre la cosificación de los cuerpos (que puede ser un elemento del deseo), sino sobre la deshumanización.

Y a la hora de interpretar esta construcción sexual, a la sempiterna deshumanización patriarcal le tenemos que unir la ideología neoliberal que impone una interpretación de la relación sexual como algo absolutamente individual y sin consecuencias más allá de dicha relación; que ha borrado de nuestras cabezas la posibilidad de analizar estructuras materiales e ideológicas que construyen la realidad, también la sexual.

Introducir la empatía en el follar (o en cualquier otra relación) quiere decir preocuparse por el otro o la otra, por su bienestar, quiere decir tener la capacidad para ponerse en su lugar, y nada de esto está reñido con ningún tipo de sexo (excepto el sexo machista): el sexo casual, el sexo con muchas o muchos, el sexo con desconocidas/os, el sexo fuerte, el sexo incluso voluntariamente cosificador… el sexo como sea, siempre que se sepa que ahí, al otro lado, hay un ser humano, una mujer, con su propio deseo y con el mismo derecho a que dicho deseo sea atendido y respetado.

Creo que siempre es mejor no tratar a las personas como un medio que hacerlo, que las relaciones sexuales tienen siempre que incluir preocupación activa por la(s) otra(s) persona(s), por su bienestar, por su placer; que se debe educar a los hombres de manera que ninguno se muestre indiferente frente al malestar sexual de una pareja, para que aprendan a identificar este, para que el bienestar sexual de la otra(s) sea tan importante como el suyo propio.

Las mujeres deben también aprender a expresar su deseo, sus malestares, sus preferencias al follar y los hombres tienen que aprender a escucharlas, respetarlas, percibirlas, tenerlas en cuenta… Por tanto, sí, empatía. Gayle Rubin, con la que coincido en pocas cosas, define muy bien en qué marco deben moverse los encuentros sexuales para que puedan ser considerados éticos.

Dice Rubin que los encuentros sexuales tienen que ser juzgados por la manera en la que las partes se tratan una a otra en el nivel de consideración mutua; por la presencia o ausencia de coerción y por la cantidad y calidad del placer que se dan. Esto es la empatía al follar, nada más y nada menos. No hay ética sin feminismo y el feminismo es también una ética.

Así que creo que toca, sí, comenzar a exigir a los hombres comportamientos éticos también en el terreno de la sexualidad, lo que en definitiva no es más que asumir y contemplar la plena humanidad de aquella(s) con quien(es) se folla. Parece fácil, pero hay toda una construcción masculina del deseo, de la sexualidad, del follar, que impone lo contrario. Y eso es justo contra lo que se ha levantado el feminismo.




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sábado, 14 de diciembre de 2019

“Descabronizar” el planeta

Cultura de la violencia & Cultura de la igualdad


Miguel Lorente Acosta
https://miguelorenteautopsia.wordpress.com

Sobre el machismo como cultura de la violencia en contraposición a la cultura de la igualdad del feminismo.

El mayor cambio que se vive hoy en al ambiente es el de la Igualdad, tanto que los pilares sobre los que se levanta la estructura de nuestra sociedad se están derritiendo. Y como sucede con el cambio climático, hay quien lo niega para no enfrentarse a la verdad incómoda que amenaza su poder y privilegios.

El ejemplo lo tenemos cerca, en la Cumbre del Clima celebrada estos días en Madrid, una de las propuestas más destacadas es la de “descarbonizar” el planeta para disminuir las emisiones de carbono, especialmente en forma de dióxido de carbono. Un concepto novedoso, ese de “descarbonizar”, cuya validez ha sido aceptada por la Fundéu al ser construido a partir de la palabra “carbono”.

El machismo por su parte ha intoxicado la convivencia social y democrática con la emisión de sus malos humos y sus gajes tóxicos a lo largo de toda la historia, tanto que ha contaminado el aire que respiramos y ha impregnado con el hollín de su ceniza las miradas e identidades, para establecer con sus emisiones una especie de clima regulado por el termostato de sus intereses.

Ante esta situación el razonamiento es sencillo, si “descarbonizar” es reducir las emisiones de carbono, y “cabrón”, tal y como recoge la primera acepción del Diccionario de la RAE, es quien “hace malas pasadas o resulta molesto”, “descabronizar” es reducir la realización y emisión al ambiente de esas malas conductas y molestias que, incluso, llegan hasta la violencia. Un comportamiento característico del machismo para lograr imponer la desigualdad con la que defender sus privilegios, y para someter a las mujeres a los espacios y funciones que la cultura machista ha decidido.

El machismo es tóxico, y el ambiente milenario de “encabronamiento” que genera es el responsable de las olas de acaloramiento público y privado, de las inundaciones de la intimidad, y de las DANAS (“Depresiones Afectivas en los Niveles del Amor”) cíclicas que aparecen de manera sorpresiva con todo su daño y destrucción. Por lo tanto, la solución a esos problemas sociales pasa por actuar sobre ese ambiente tóxico, no sólo sobre el resultado de sus catástrofes.

El problema es más serio de lo que parece, por eso quienes “emiten” la violencia machista buscan negarla, si no fuera tan grave no se molestarían en intentarlo. La OMS (2013) recoge que el 30’1% de las mujeres del planeta sufrirán en algún momento de sus vidas violencia por parte de sus parejas o exparejas, y Naciones Unidas (2015) indica que entre 40.000 y 45.000 mujeres son asesinadas en el planeta cada año en el contexto de las relaciones de pareja y familia.

Por su parte, la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA, 2014) concluye en su informe que el 20% de las mujeres de la UE han sufrido violencia física en las relaciones de pareja, el 43% violencia psicológica, el 6% violencia sexual y el 55% acoso sexual. Y si nos acercamos a nuestras costas, las Macroencuestas (2011, 2015) y los datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género nos indican que cada año unas 600.000 mujeres son maltratadas y unas 60 asesinadas. Y a pesar de esta objetividad en el resultado y de vivir la experiencia de cada día que conduce al mismo, el “encabronamiento” machista lo ignora y lo intenta negar.

Por ello necesitamos el aire fresco de la Igualdad con un doble objetivo.

1. Por un lado, descontaminar y limpiar la atmósfera de la cultura de todos los gases tóxicos emanados de las ideas, valores, creencias, mitos… machistas.
2.Y por otro, abrir la ventana del conocimiento para que entre el oxígeno de la Igualdad y haga respirable el ambiente.
Sólo así podrán desaparecer los efectos tóxicos que ocasionan esa mirada borrosa que difumina la realidad, las alucinaciones del machismo, y los delirios de grandeza que muchos toman como verdad.

No es sencillo, son muchos los hombres que viven de esos malos humos, y algunos son verdaderos adictos al machismo, como los hay a las emisiones de dióxido de carbono, en una dependencia que no es física ni psicológica, sino social. Es la dependencia al poder y a los privilegios, y se ve reforzada bajo la conciencia de que cuanto más injusta son las decisiones, más poder se tiene. Y aunque el resultado sea dañino, hay quien prefiere morir de éxito en una sociedad injusta que vivir feliz y en paz en Igualdad.

La sociedad ya ha cambiado y su avance es imparable, pero las reacciones de quienes viven bajo el poder de sus emisiones también está presente para intentar asfixiar al planeta y a la Igualdad. No es casualidad esta reacción, ni tampoco que sólo sea el feminismo quien tenga una respuesta global a toda la construcción tóxica y violenta del machismo para “descabronizar” el planeta por tierra, mar y aire.

El machismo es cultura, no conducta, y el feminismo busca una nueva cultura levantada sobre la Igualdad, no corregir algunos de los resultados y consecuencias. Porque el feminismo es “cultura de Igualdad”.



Fuente: https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2019/12/07/descabronizar-el-planeta/amp/?__twitter_impression=true

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jueves, 5 de diciembre de 2019

Haití y la raza, tensiones y contradicciones para el feminismo antirracista y plurinacional (II)

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Mujeres haitianas

En la búsqueda plurinacional los feminismos deben prestar atención a las relaciones de poder para evitar caer en el miserabilismo y el esencialismo.
El discurso antirracista en los últimos Encuentros de Mujeres y Disidencias en Argentina, es epicéntrico para el fortalecimiento programático de la lucha por el reconocimiento plurinacional de la sociedad. Siendo Haití un ejemplo sin precedentes en la batalla anti colonial y negra, bien podríamos tener en cuenta sus trayectorias, resistencias y aún más sus contradicciones. Los puentes de mundo que se abren entre las sujetas expuestas al pillaje colonial abren historias que tensionan las buenas intenciones de algunos sectores del feminismo.

El negrismo

Durante la dictadura de los Duvalier, la raza negra fue usada como argumento de unidad nacional, retomando la bandera rojinegra de Jean-Jacques Dessalines y el parágrafo 14 de la Constitución Revolucionaria que rezaba: «Todos los ciudadanos, de aquí en adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros».  Como advierte el historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot, la creencia de que negritud es igual a esclavitud es un mito colonizador. Hacer de la raza un argumento totalizador nubla la posibilidad de ver las tensiones de clase y género.
Los dictadores en Haití han sido negros y negristas, varones patriarcales de una tradición de poder que tiende a resquebrajarse en los últimos años con la participación activa en los movimientos sociales de lideresas campesinas y urbanas.  René Depestre inquiere al negrismo totalizador en un brillante artículo titulado «Buenos días y adiós a la negritud».
En éste pone en tensión los lugares de poder que el negrismo encubre, entre otras, porque la raza no puede equipararle a un pueblo rebelde con sus dictadores, por negros que sean. Entre otras cosas, la negritud no es ni un color ni un fósil venido de los barcos esclavistas. El semblante patético de la lectura cromatológica y fosilizada del negrismo, no es más que un derroche de miserabilismo y condescendencia racista. 

Trenzar o entrenzadas.

Sobre la apropiación cultural En Montrouis, departamento de Artibonito, quisieron hacernos un regalo a las mujeres de los demás países: Puerto Rico, Dominicana, Brasil y Colombia. Lo importante en el respeto intercultural que implica el trenzado, sumó Merline Alcius -la militante que nos tenía el pelo-, es la transmisión de la técnica. Las trenzas tienen estética, cómo no, pero más importante son el método y la ética que hacen a la transmisión generacional y territorial de este tejido ancestral. 
Mientras escuchaba el debate pensaba que en Haití el invasor colonial tejía una definición muy precisa. Hoy son los marines norteamericanos, la escuadra violadora de la ONU y la elite mulata.  La trenza no es exclusividad africana. Existe en América a través del mestizaje. Se transmite y se respeta.

La pretendida solidaridad cromática

En Colombia las élites blancas, negras y mulatas del Caribe son responsables del aniquilamiento del pueblo wayuu en la Guajira. Entre las llamadas élites de color no media ningún vínculo de solidaridad con los pueblos indígenas de la península. Todo lo contrario. Los recursos hídricos son claves para el sostenimiento del colonialismo interno que ellos y ellas encabezan.
Los y las responsables del despojo y la muerte, es decir, los y las responsables de los megaproyectos mineroenergéticos, con todo el apoyo internacional y militar del paramilitarismo, hoy tienen que vérselas con la Fuerza de las Mujeres Wayuu de la Guajira (Sütsüin Jieyuu Wayuu). Ésta organización es la potencia de la resistencia y la bandera del buen vivir de un territorio que vive en medio de una asolada colonialista, racista y neoliberal.
Al igual que en Haití, la intromisión norteamericana en la Guajira dejó a su paso niñas violadas y mujeres asesinadas.  En República Dominicana se han establecido dos mitos que hacen de la frontera con Haití un cordón sanitario. El primero es un discurso de odio hecho política de Estado.
El mito cuenta que después de romper las cadenas de la esclavitud, los y las salvajes haitianas invadieron Santo Domingo. Discurso falaz si se tiene en cuenta que en inmediaciones al triunfo de la revolución, República Dominicana no existía como nación. La preexistencia del Estado Nación es un recurso de xenofobia.  El segundo mito habla de Dominicana como un país blanco. Aunque cueste creerlo, Dominicana entiende su blanquitud en oposición a la negritud haitiana.
Si bien ambos países fueron un eje estratégico para el comercio esclavista, el colonialismo interno y el odio de clase han terminado por recrear un peñasco de inhumanidad entre ambos pueblos. Por lo demás, cada tanto se ven por las calles de Santo Domingo niñas haitiana que blandiendo un francés acosteñado, pretenden escapar a la hostilidad e incluso disputar cierto ascenso social con la lengua enredada y la cara empolvada.

En Argentina el feminismo revela la mentira blanca 

En los primeros encuentros preparatorios del ENM se vivenciaban largas jornadas de catarsis de mujeres que descubriendo antepasadas negras o indias, sufrían en delay los dolores de las cadenas que les había dejado, de repente, el tráfico esclavo. En Argentina el feminismo desvelaba la mentira del proyecto de blanqueamiento y entre heridas y culpas el país se empezó a parecer, tantico más, al resto del continente. Con todo, el victimismo no nos puede conducir a una lectura lineal de la raza, la clase y el género.
Las que hoy desde la comodidad de sus escritorios se auto enuncian como las hijas de las esclavas, pierden de vista la movilidad de clases y razas en los últimos 300 años de historia continental, fosilizando la memoria y proyectando imposibilidades de acción para las que hoy realmente sobreviven a la desgracia de la semi esclavitud racializada.
El colorismo, como bien lo dice la feminista negra Alice Walker, es producto del racismo.  En Argentina los lugares de semi esclavitud los viven las mujeres recluidas en centros clandestinos de producción textil. La mayoría de ellas provienen de países limítrofes como Bolivia, Perú y en menor medida Paraguay. Recientemente la llegada de familias haitianas al país ha sumado un nuevo contingente humano a esta degradación compulsiva de la vida laboral. 
Ser hija de la esclavitud no es una cuestión meramente cromática o capilar. Ser hijas de la esclavitud, en medio del neoliberalismo, es ser hijas del lastre del modelo económico pauperizador, racista y clasista del colonialismo, basado en la expropiación y explotación humanas. A su avance podremos responder solamente aprendiendo. Haití (y Bolivia) marca las coordenadas del ejercicio ético de la sororidad de clase en medio de una ocupación militar estratégica. 
Como las mujeres de Potosí y Haití: aunque herederas del sistema de explotación que les expulsa a la miseria inducida por el revanchismo colonial, la lucha por las condenadas de la tierra, con las condenadas de la tierra, debe continuar hasta romper la última cadena.
Sea en las minas, en los campos, en los talleres textiles o en las villas, la libertad exige esfuerzos en comunidad.  Sólo con sorora tenacidad triunfaremos.

(*)La Autora es Integrante de la Cátedra de feminismos populares y latinoamericanos «Martina Chapanay»
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