RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La abuela de Europa, Victoria I (1819-1901)


63 años reinó Victoria I del Reino Unido. Hasta el momento ningún otro monarca ha superado su largo reinado, un tiempo conocido como la era victoriana, en el que una joven princesa que no estaba destinada a gobernar subió al trono inglés tras la desaparición de todos los que debían haber reinado antes que ella. Con mano firmedemostró ser una gran reina que impulsó reformas y fomentó la industria, la tecnología, las letras y las artes. Madre de nueve hijos, la reina Victoria se convertiría en el común denominador de prácticamente todos los árboles genealógicos de la realeza europea del siglo XX.
La pequeña Drina
Alexandrina Victoria nació el 24 de mayo de 1819 en Londres. Era la única hija del príncipe Eduardo, duque de Kent y Strathearn, y de María Luisa de Sajonia-Coburgo-Saalfeld. Cuando la pequeña Drina, diminutivo de Alexandrina, no había cumplido aún un año, las sucesivas muertes de sus familiares cercanos la acercaron rápidamente a la ascensión al trono británico. Primero fue su padre, cuando tenía 8 meses. Pocos días después fallecía su abuelo, el rey Jorge III. Los tíos paternos que sucedieron a Jorge III bajo los nombres de Jorge IV y Guillermo IV no tenían descendencia directa, por lo que Victoria se posicionaría pronto la primera en la línea de sucesión.
La pérdida de su padre y su nueva situación como posible heredera real, hizo que su madre, la duquesa de Kent, educara a Victoria con un excesivo control rayando en la tiranía, algo que no alteró el carácter afable de la futura reina.
En 1831 se promulgó la Ley de Regencia para prevenir la posible subida al trono de una niña menor de edad. Según esta ley, sería su madre, la duquesa de Kent, quien asumiría la regencia en caso de que Victoria subiera al trono sin haber alcanzado la mayoría de edad.
Una joven reina
La Ley de Regencia no se tuvo que aplicar porque cuando Victoria heredó la corona tras la muerte de Guillermo IV el 20 de junio de 1837, la joven reina ya había cumplido los 18 años.
Victoria fue coronada reina en la abadía de Westminster en una solemne y fastuosa ceremonia, el 28 de junio de 1838. Un acto digno de una reina que iba a gobernar con mano firme pero con el cariño de una auténtica madre de su pueblo.
Tras deshacerse de la absorbente presencia de su madre, la joven reina pasó a depender sin darse cuenta de la influencia de otra persona. William Lamb, vizconde de Melbourne, quien en ese momento ejercía de primer ministro, se ganó rápidamente la confianza de Victoria quien mostró abiertamente sus tendencias liberales, en defensa del partido Whig, liderado por el ministro.
Reina y madre
La ascendencia de Lord Melbourne sobre Victoria terminó cuando la reina contrajo matrimonio. A partir de entonces, sería su marido y no el primer ministro el que la ayudaría y aconsejaría en las tareas de gobierno.
Victoria ya había conocido al que sería su esposo, su primo el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha en 1835, cuando tenía 16 años y todavía no era reina. Ya entonces se planeó el enlace para favorecer los intereses políticos ingleses en Europa, reafirmando sus alianzas con Alemania.
El 10 de febrero de 1840 Alberto y Victoria se casaron en la Capilla Real del palacio de St. James. La elegancia y el carácter exquisito de Alberto, así como su educación e inteligencia, enamoraron rápidamente a la reina, quien amó y veneró a su esposo hasta el día de su muerte.
La reina Victoria y el príncipe consorte Alberto, tuvieron nueve hijos. La pareja transmitió al mundo una imagen doméstica y maternal que Victoria trasladaría a todos sus súbditos. Con los años, su imagen de madre se rebelaría como una de las más efectivas para potenciar el amor del pueblo hacia su maternal reina.
Las alianzas matrimoniales que Victoria y Alberto harían con sus hijos llevarían a extender su genealogía a la práctica totalidad de las casas reales europeas. No en vano, Victoria fue conocida como la “abuela de Europa” por llegar a convertirse en abuela o tatarabuela de muchos de los reyes y reinas de la vieja Europa del siglo XX.  



La era victoriana
El largo reinado de la reina Victoria fue señalado en los libros de historia como la “era victoriana”.
En este tiempo, la reina consiguió restaurar el prestigio perdido por la monarquía a causa del mal gobierno de sus predecesores. Aliada al final con los conservadores del partido Tory, liderado por Sir Robert Pee, contrario a su antiguo asesor Melbourne, Victoria gobernó con mano firme.
La reina Victoria protagonizó una etapa de la historia de Gran Bretaña protagonizada por la estabilidad política, el desarrollo económico y el auge de la revolución industrial.
A pesar de ser una etapa marcada por el puritanismo y el conservadurismo, la era victoriana vivió importantes cambios sociales como la aplicación del divorcio o el derecho a la propiedad de las mujeres después del matrimonio.
El desarrollo de las artes y las innovaciones tecnológicas tuvieron su máximo apogeo en la celebración de la Gran Exposición universal de 1851.
La viuda de Windsor
El 14 de diciembre de 1861, su amado esposo fallecía, dejando a la reina sumida en una profunda tristeza y encerrándose por un tiempo en Windsor. Victoria perdía a su más fiel aliado y confidente en las tareas de gobierno. Aunque la reina no desfalleció y continuó con el trabajo de su esposo, el negro en sus vestidos fue habitual en un recuerdo constante del amor a Alberto.
Trabajadora incansable, convertida en emperatriz de la India desde 1877, la imagen de la reina Victoria se convirtió en una especia de mito viviente, amada y admirada no sólo por sus súbditos sino también por medio mundo.
El 22 de enero de 1901, sin haber cumplido los 82 años de edad pero habiendo alcanzado más de 60 años de reinado, la reina Victoria fallecía dejando a sus súbditos huérfanos de una reina a la que siempre habían visto gobernando.  
Enterrada en Frogmore, Windsor, Victoria descansa eternamente al lado de su amado Alberto.
 Si quieres leer sobre ella 
La reina Victoria, Lytton Strachey
Género: Biografía
Reinas rebeldes
Cristina Morató 






 Películas que hablan de ella 


La reina Victoria









Por Sandra Ferrer

viernes, 16 de septiembre de 2011

El arte de un edredón, Sonia Delaunay (1885-1979)


Sonia Delaunay fue una de las principales representantes del art-decó. Inspirada en autores de la talla de Paul Gauguin o Vincent van Gogh, Delaunay tuvo el honor de ser la primera mujer en poder ver expuesta su obra en el museo del Louvre cuando aún estaba viva.

De San Petersburgo a Alemania
Sarah Ilinitchna Stern nació el 14 de noviembre de 1885 en Gradizhske, territorio del entonces Imperio Ruso. Siendo muy pequeña se trasladó a vivir a San Petersburgo bajo la protección de un tío paterno, un abogado judío llamado Henri Terk.

Después de unos años de convivencia con la familia de Henri, fue adoptada por él y su mujer en 1890 asumiendo el nombre de Sonia Terk. Su nueva familia adoptiva no sólo se haría cargo de ella, sino que la ayudaría en su camino artístico.

Cuando tenía 16 años, Sonia ingresó en una prestigiosa escuela de San Petersburgo donde pronto empezó a destacar por sus dotes artísticas. Alentada por sus profesores y por sus padres adoptivos, Sonia se trasladó a vivir a Alemania donde inició sus estudios de arte en la Academia de Bellas Artes de Karlsruhe.

De Alemania a Francia
En 1905 cambió el centro artístico alemán por la Academia La Palette de Montparnasse en París. Sonia pasó mucho tiempo visitando galerías de arte y empapándose del espíritu de los grandes artistas parisienses.

Tres años después se casó con Wilhelm Uhde, un marchante de arte con el que tuvo una efímera relación. Un año después Sonia conoció en la galería de arte de su marido Wilhelm al que sería su pareja definitiva. En 1910, tras conseguir el divorcio de su primer marido, Sonia se casaba con el también pintor Robert Delaunay.

En 1911 nació su hijo Charles. Sonia, quien además de dedicarse a la pintura disfrutaba trabajando con telas, tejió un edredón de patchwork para su pequeño. Las formas geométricas y los vivos colores del edredón de Charles fueron el inicio de un particular estilo que Sonia y su marido trasladaron a la pintura y que sería conocido como “orfismo”. El edredón que Sonia hizo a su hijo se puede contemplar actualmente en el Museo Nacional de Arte Moderno de París.

De Francia a España y Portugal
En 1914, en los momentos previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, toda la familia Delaunay viajó a Madrid a visitar a unos amigos. Pero lo que iba a ser una breve estancia se convirtió en un largo exilio de 6 años. El inicio de la Gran Guerra y de la Revolución Rusa complicaron las cosas a Sonia quien dejó de recibir ayuda económica desde San Petersburgo.

Durante este tiempo, Sonia, su marido y su hijo vivieron entre España y Portugal ganándose la vida con sus pinturas y con el diseño del vestuario de grandes representaciones teatrales y operísticas.

Regreso definitivo a París
En 1921 volvieron a París donde permanecerían el resto de sus vidas. La venta de la pintura La encantadora de serpientes, facilitó a la pareja importantes ingresos para seguir viviendo.
Sonia dedicó parte de su trabajo al diseño de ropa y participó en la elaboración del vestuario de varias películas.

En 1941 Sonia sufría la pérdida de su marido. Desde entonces hasta su propia muerte, la artista no dejó de trabajar y de crear maravillosas obras con sus formas geométricas como sello característico, un estilo que supo trasladar con gran genialidad de los lienzos a otros soportes como ropa o muebles.

Su fama le valió el gran orgullo de poder contemplar su propia obra expuesta en el museo del Louvre en 1964 y ser nombrada miembro de la Legión de Honor en 1975.

Sonia Delaunay moría en París el 5 de diciembre de 1979. Fue enterrada al lado de su marido en el cementerio de Gambais.

Por Sandra Ferrer

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La última reina de Palmira, Zenobia (245-272)


Zenobia fue la última reina de un reino que tuvo una existencia tan gloriosa como efímera. En los últimos tiempos de vida del reino de Palmira, su última gobernante plantó cara a los grandes imperios que la rodeaban, Roma y Persia, y consiguió extender sus dominios desde Asia Menor hasta Egipto.
Clientes de Roma
Palmira era una provincia romana desde el siglo I d.C. aunque sus orígenes nabateos se remontan hasta el siglo IV a.C. Durante dos siglos aproximadamente, el reino de Palmira permaneció fiel al imperio Romano, el que se benefició de su situación estratégica como paso de las principales rutas comerciales entre oriente y occidente y como punto fronterizo entre los dos grandes imperios en aquel momento, Roma y Persia.

En un momento impreciso de mediados del siglo III d.C. nacía Septimia Bathzabbai Zainib, quien con el tiempo se convertiría en una de las reinas más famosas de su tiempo. Zenobia se casó hacia el 258 con el príncipe Septimio Odenato de Palmira, quien ya tenía un hijo, Septimio Herodes, fruto de un matrimonio anterior. Odenato había sido nombrado ese mismo año Cónsul de Roma por el emperador Valeriano. 
En 266, la pareja real tuvo un hijo, Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro conocido como Vaballato.
Un año después Odenato y su primer hijo eran asesinados al parecer a causa de conflictos familiares. En aquel momento Zenobia tomó las riendas del poder a la espera de que su hijo Vaballato alcanzara la edad para reinar. 
El esplendor del Imperio de Palmira
El reinado de Zenobia fue muy corto, del 267 al 272, pero consiguió dar un esplendor como nunca antes se había visto en la ciudad siria. La reina inició una serie de trabajos para fortificar y embellecer la ciudad de la cual hoy día aún se pueden contemplar sus imponentes ruinas. Grandes columnas y colosales estatuas, templos, monumentos y jardines completaron la política edilicia de Zenobia.
Pero Zenobia no se conformó con embellecer su propia ciudad sino que también emprendió una importante campaña expansiva de su pequeño imperio.
En aquel momento el gobierno del Imperio Romano era un auténtico caos en el que se erigían y deponían emperadores con demasiada asiduidad y las fronteras empezaban a estar peligrosamente amenazadas. Zenobia no dudó en aprovechar aquella débil coyuntura del imperio al que sus predecesores sirvieron. Así, en el año 269 las tropas de Palmira consiguieron dominar un vasto territorio comprendido entre Asia Menor y Egipto.
Siguiendo los pasos de Cleopatra
Zenobia sintió siempre una gran admiración por la reina egipcia Cleopatra VII Tea. No sólo imitó su estilo estético y llegó incluso a usar parte del ajuar perteneciente a Cleopatra sino que siguió su mismo destino. 

El año 270 el emperador Aureliano tomaba las riendas de un Imperio Romano desorganizado y al borde del caos. Pronto estabilizó la frontera del Danubio y puso orden en las distintas zonas de conflicto. No se olvidó de Zenobia, quien disfrutaba de su nuevo poder. Aureliano inició una campaña militar contra Egipto haciendo retroceder las fuerzas de Zenobia hasta Siria.
La última reina de Palmira fue finalmente derrotada en Emesa. Aunque consiguió huir, ella y su hijo fueron capturados en el río Eufrates cuando intentaban llegar al reino persa en busca de asilo. 
El fin de un imperio efímero
El esplendor de Palmira duró escasos cinco años. Mientras la ciudad de Palmira era destruida por orden de Aureliano, su reina era trasladada a Roma como prisionera. Aunque se desconoce el destino final de Zenobia, lo más probable es que recibiera el perdón del emperador Aureliano y terminara sus días como matrona romana en una villa cercana a la capital de un imperio al que puso en jaque aunque sólo fuera por un corto periodo de tiempo.

 Si quieres leer sobre ella 


La prisionera de Roma, José Luis Corral
Género: Novela histórica







Por Sandra Ferrer

domingo, 11 de septiembre de 2011

La cuñada del rey, Isabel Carlota del Palatinado (1652-1722)


En 1671 una mujer hombruna, robusta, poco coqueta, llegaba a la corte de Francia para desposarse con el hermano del Rey Sol. Isabel Carlota del Palatinado tuvo que sufrir la homosexualidad de su marido, algo que aceptó con resignación. Su inteligencia y saber estar la acercaron a Luis XIV de quien se convirtió en una de sus confidentes más fieles. 

Liselotte

Con este bonito apelativo era conocida Isabel Carlota en su infancia. Una época que vivió con relativa alegría. Nacida el 27 de mayo de 1652 en el castillo de Heildelberg, en Alemania, Liselotte fue la segunda hija de Carlos Luis del Palatinado y Carlota de Hesse-Kassel.

Liselotte sufrió la separación de sus padres causada por la relación extramatrimonial de su padre con María Luisa de Degenfel, una de las damas de honor de su madre. Con tal sólo 5 años, la pequeña fue enviada a vivir con su tía Sofía viéndose alejada de su madre y sus hermanas, con las que mantuvo una extensa correspondencia. Unos cinco años después volvería a vivir con su padre y su madrastra.

Madame

Llegado el momento de contraer matrimonio, sus deseos de casarse con el que sería el futuro rey de Inglaterra, Guillermo de Orange, fueron desestimados. El rey de Francia Luis XIV se había fijado en ella para llenar el vacío que Enriqueta Ana Estuardo había dejado al lado de su hermano Felipe de Orleans.

Así que con 19 años, Liselotte emprendió su viaje hacia Versalles a conocer a su futuro marido, un hombre cuyas tendencias homosexuales eran bien conocidas por todos. Además de sus inclinaciones sexuales, el aspecto de su nueva esposa, para nada atractiva, no ayudó a iniciar con buen pie aquella relación. Felipe se escandalizó al verla y no dudó en mostrar en público su desagrado.

Liselotte, conocida a partir de entonces como Madame, pues su marido se hacía llamar Monseiur, inició su nueva vida conyugal con resignación e inteligencia. Su matrimonio estuvo basado en el mutuo respeto y en la amistad y llegaron a tener tres hijos después de que Isabel sufriera la pérdida de su hijo primogénito, algo que la sumiría en una profunda depresión.
Isabel y Felipe, iniciadores de la Casa de Orleans, llevaron a partir de entonces vidas separadas. El hecho de que Madame fuera la única cuñada del rey y que su aspecto no fuera atrayente para el monarca, famoso por sus constantes amoríos, Isabel se convirtió en una gran amiga de Luis. Solamente tuvo conflictos con el rey cuando trató de importunar a las diferentes favoritas reales, entre ellas a Madame de Montespan y a Madame de Maintenon.

El 9 de junio de 1701, Isabel quedó viuda. A pesar de que según su contrato matrimonial, debía retirarse a vivir su viudedad en un convento, Madame terminaría sus días en la corte. Catorce años después vería morir a su gran amigo el rey Luis XIV terminando una de las etapas cortesanas más gloriosas de la monarquía francesa.

La estima tenida por el Rey Sol hacia Isabel se plasmó en su testamento, en el que nombraba al hijo de Madame, Felipe, regente del futuro monarca Luis XV, quien entonces tenía solamente cinco años.

El 8 de diciembre de 1722, Isabel Carlota moría en su palacio de Saint-Cloud a la edad de 70 años.
Isabel Carlota dejó para la historia miles de páginas escritas, entre ellas una gran cantidad de cartas, precioso testimonio de la deslumbrante corte del Rey Sol.



PorSandra Ferrer

jueves, 8 de septiembre de 2011

La reina arriana, Goswintha (¿-589)


Leovigildo, segundo esposo de Goswintha
Durante la segunda mitad del siglo VI reinaron en la Península Ibérica, hasta cuatro reyes visigodos distintos. Durante buena parte de este tiempo, una mujer, estaría presente en el gobierno del reino de Toledo. Goswintha es uno de los pocos nombres propios de reinas visigodas que han llegado hasta nosotros. Su profunda fe arriana y su fuerte voluntad y carácter ayudaron a inmortalizarla.

Esposa de Atanagildo
Goswintha nació alrededor del 525-530 en el seno de una familia noble visigoda. Hacia el año 545 se había casado con Atanagildo, perteneciente a otra familia ilustre del reino. Poco tiempo después de su boda, Atanagildo se perfiló como posible sucesor del desaparecido rey Teudisclo. Es más que probable que Goswintha estuviera detrás de la sublevación encabezada por su esposo para destronar al elegido como rey, Agila. Para ello, Atanagildo no dudó en pedir ayudar al emperador bizantino Justiniano al que tendría que ceder parte del territorio hispano tras conseguir derrotar a Agila y alcanzar la corona visigoda. Con Atanagildo se iniciaba un periodo importante de la historia del reino visigodo peninsular cuya capital sería trasladada de Barcelona a Toledo.

Goswintha tuvo solamente dos hijas con Atanagildo. Las dos serían utilizadas por su madre, la nueva reina de los visigodos, para mantener buenas relaciones con el reino vecino de la Francia merovingia. Así, Brunegilda y Galswinta casarían con Sigeberto de Austrasia y Chilperico de Neustria respectivamente.

Esposa de Leovigildo
Tras la muerte de Atanagildo en el 567 y durante cuatro años, subió al poder Liuva I. Este rey visigodo vinculó al poder a su hermano Leovigildo quien reinaría en solitario a partir del 582 tras la muerte de Liuva.

Leovigildo no dudó en casarse con la reina viuda para evitar posibles levantamientos de la familia del antiguo rey a la vez que potenciaba su legitimidad al trono al desposarse con Goswintha quien ya había sido reina.

Durante el reinado de su segundo esposo, la reina continuó con su política de acercamiento a los francos organizando el matrimonio de su hijastro Hermenegildo con su nieta Ingunda. Sin embargo este enlace provocó uno de los episodios más turbulentos del reinado de Leovigildo. Ingunda, ferviente católica, topó con las fuertes creencias arrianas de su abuela quien no dudó en maltratar físicamente a su nieta para intentar conseguir, sin éxito, su conversión a la religión oficial.

Parece ser que Hermenegildo habría sido influido por su esposa para convertirse al catolicismo y urdir una revuelta contra el rey. El levantamiento terminó con el asesinato de Hermenegildo y la huida de Ingunda hacia Bizancio, tierras que no llegó a pisar pues murió en el camino.

Madrastra de Recaredo
El año 586 moría el rey Leovigildo y subía al trono su hijo Recaredo. A pesar que durante los primeros años de reinado de Recaredo, Goswintha estuvo a su lado como reina viuda apoyando a su hijastro, pronto sus intereses políticos entraron en conflicto. Recaredo, quien iba a casarse con una princesa franca, siguiendo la política exterior de su madrastra, no sólo rompió el compromiso sino que se casó con una misteriosa mujer proveniente de las tierras del norte Astur, la conocida como la reina Baddo.

Durante la celebración del III Concilio de Toledo en el 589, Recaredo daba un giro a la política religiosa del reino y se convertía al catolicismo desterrando el arrianismo como credo oficial.

De nuevo Goswintha era atacada en sus más profundas creencias. Su respuesta no se hizo esperar. Ese mismo año, ayudada por el obispo arriano Uldila, urdió una conjura para eliminar a su hijastro Recaredo. Goswintha no consiguió su objetivo. Uldila fue condenado al destierro y la reina Goswintha desapareció de golpe de la historia. Muy probablemente se suicidó.

Sin juzgar si los movimientos políticos de esta reina fueron acertados o no, lo que está claro es que Goswintha fue una mujer fiel a sus creencias tanto religiosas como políticas.



Por Sandra Ferrer

lunes, 5 de septiembre de 2011

La décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)


El Siglo de Oro de las letras y las artes hispanas dejó muchos nombres masculinos de grandes escritores, pintores, artistas en general pero, como siempre, pocos nombres femeninos. Sor Juana Inés de la Cruz no fue sólo uno de esos pocos nombres escogidos; además de ser una de las mujeres escritoras más importantes del siglo XVII fue una ferviente defensora del derecho de las mujeres a acceder a la intelectualidad.

Dudosos orígenes para una gran mujer
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1651 en Nepantla. Su padre fue don Pedro Manuel de Asuaje y Vargas Machuca, un militar español del que poco se conoce. Su madre, doña Isabel Ramírez de Santillana, era una mujer de origen criollo que dirigía una alquería.

Seguramente Juana fue la segunda de tres criaturas habidas de la pareja que nunca se casó y pronto se separaría, pues se sabe que Isabel, la madre de Juana, tuvo tres hijos más con otro hombre con el que tampoco contrajo matrimonio.

Una cabeza llena de ideas y no de hermosuras
Sor Juana aprendió a leer a los tres años con la ayuda secreta de su hermana mayor. Con cinco años sabía escribir. Así, desde bien pequeña, esa niña que se iba a convertir en una atractiva joven, dedicó buena parte de su tiempo a la lectura y el estudio. Mujer perseverante, no dudaba en cortarse un mechón de su bonita cabellera como auto castigo cada vez que no conseguía aprender todo aquello que ella consideraba necesario para su intelecto. Para Juana, la cabeza antes debía llenarse de ideas más que de “hermosuras”.

Tras una infancia excepcional para una niña del siglo XVII, Juana rogó a su madre que la dejara ingresar en la universidad disfrazada de hombre. Aunque su petición fue denegada, Juana continuó buscando maneras para seguir estudiando. La biblioteca de su abuelo materno fue el lugar idóneo.

Convertida en una joven bella y elegante, en 1656 Juana marchó a vivir con un familiar a la capital mexicana, donde entraría en contacto con maestros que le enseñarían diferentes disciplinas.

En la corte del virrey
En 1664 Juana fue invitada por el virrey Antonio Sebastián de Toledo y su esposa doña Leonor Carreto a formar parte de la corte virreinal como dama de compañía de la virreina. Pronto se ganó la estima y respeto de la corte, sobre todo tras un examen al que se vio sometida a un examen intelectual ante un grupo de sabios humanistas.

Durante este periodo su producción poética y lírica fue ampliamente aplaudida.

De las carmelitas al convento jerónimo de Santa Paula
Juana tenía claro que no quería ser una mujer casada, sino que quería dedicar su vida a Dios y al estudio. Así, en 1666 ingresó en el convento de Santa Paula de la orden de San Jerónimo, tras permanecer tres meses en un convento carmelita, en el que la rigidez y estricto orden alteraron la salud de la nueva monja.

En Santa Paula permanecería el resto de su vida. Allí recibió a importantes poetas e intelectuales y personajes destacados de la vida del virreinato. En su celda se forjó toda la ingente obra de Sor Juana.

Intelecto autodidacta
Vetado el acceso de las mujeres a la formación universitaria, Sor Juana no desistió en su empeño de seguir estudiando. Como ya hiciera en la biblioteca de su abuelo, ahora en su celda continuó con su estudio autodidacta.

Sor Juana practicó y ensayó múltiples formas de poesía; escribió villancicos, redactó alegatos en defensa de los desfavorecidos. De su pluma salieron grandes obras cuya fama resonaba por todas partes.

La décima musa o el fénix fueron algunos de los llamativos sobrenombres que adquirió Sor Juana.

En defensa de la intelectualidad femenina
Georgina Sabat nos dice de Sor Juana que no sólo fue la mejor cultivadora de las letras, fue también la mejor exponente de lo que llamamos "feminismo" o, si se prefiere, "protofeminismo".1

Como ya hiciera María de Zayas poco tiempo antes, Sor Juana defendió el acceso de las mujeres al estudio defendiendo el carácter abstracto del pensamiento: el ser valientes y sabias es resultado de las acciones del alma y esta no es hombre ni mujer, sino ente universal2.

En 1691 Sor Juana escribió su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, un texto que reclamaba al obispo de Puebla su derecho a poder opinar sobre temas religiosos y no solamente profanos. Su atrevimiento le supuso una pública y humillante reprimenda seguida de un castigo aún más duro: fue obligada a vender su biblioteca y su colección de objetos musicales.

Un final solidario con las mujeres
Sor Juana mostró a lo largo de su vida una increíble generosidad y solidaridad hacia las mujeres a las que animó a seguir sus pasos intelectuales. Su amor al prójimo la llevó a no abandonar a sus hermanas en religión cuando en 1695 una plaga afectó a un gran número de religiosas. Ella misma terminaría sucumbiendo a la enfermedad. Moría el 17 de abril de aquel mismo año. 
 Su obra 

Poesía lírica, Sor Juana Inés de la Cruz








 Si quieres leer sobre ella 

Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Gleichauf 
Género: Biografías






______

1. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant (dir.). Pág. 712
2. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant (dir.). Pág. 714



AUTORIA SANDRA FERRER

domingo, 4 de septiembre de 2011

La madre del filósofo, Helvia (Siglo I d.C.)


Séneca, hijo de Helvia
Poco sabemos de las mujeres que vivieron en el primer siglo de nuestra era. A excepción de las matronas romanas pertenecientes a las élites imperiales, pocos nombres propios han llegado hasta nosotros. Y de estos, los que han sobrevivido al olvido lo han hecho con escasos datos sobre su vida. Es el caso de Helvia, quien ha permanecido en las páginas de la historia gracias a las preciosas palabras que le dedicó su hijo, el filósofo Séneca.

Una matrona hispana
Parece ser que Helvia nació alrededor del año 20 a.C. en la ciudad de Urgavo, actualmente Arjona, en Jaén, en el seno de una de las familias más importantes de la oligarquía de la Bética, conocida como los Helvios. Helvia y su hermanastra Marcia fueron educadas siguiendo la tradición romana, basada en formar a futuras esposas y madres obedientes y con suficientes conocimientos para llevar con efectividad su propia casa o domus.

Casada con el procurador imperial Lucio Anneo Séneca, mucho mayor que ella, se trasladó a Córdoba donde fue madre de tres hijos. El mediano sería el famoso filósofo.

Una matrona filósofa
Helvia, como muchas mujeres de su época tuvieron un acceso, aunque limitado, a una cierta educación intelectual. Su marido fue temeroso, sin embargo, del peligro que pudiera acarrear el tener una esposa excesivamente formada, por lo que no dudó en interrumpir la formación de Helvia. Parece ser que ella lo aceptó con resignación dedicándose a su casa y a sus hijos, a los que transmitió su amor por el saber.

Una matrona viuda
Con 40 años aproximadamente, Helvia quedó viuda y volvió a vivir con su padre. Helvia continuó administrando sus propios bienes y los de sus hijos a los que había ayudado a que prosperaran en su carrera como magistrados.

En aquel tiempo Helvia marchó a Roma con su hijo mayor, Marco Anneo Novato, donde consolidó su magistratura. Unos años antes Lucio Anneo Séneca ya había marchado a vivir a la capital del imperio acogido en casa de su tía Marcia. El filósofo se había convertido en un importante personaje dentro de la vida política de Roma.

El año 41 d.C. vivió la muerte de Calígula y la subida al trono imperial de Claudio en contra de la opinión del Senado. Séneca, uno de sus miembros más prestigiosos fue condenado al destierro por el nuevo emperador. Así, Helvia, tuvo que ver marchar a su hijo a la isla de Córcega contra su voluntad.

La consolación de Helvia
Fue durante el exilio de Séneca en Córcega cuando el gran erudito escribió su Consolación a Helvia, una obra en la que ensalza a su madre y gracias a la cual sabemos un poco de su vida. 

En la Consolación, Séneca pone de manifiesto el veto que sufrían las mujeres de su época en el acceso a la cultura y se lamenta de que su madre, mujer inteligente y sabia, no hubiera profundizado en sus estudios: Ojalá mi padre, el mejor de los maridos, menos entregado a las costumbres de sus mayores, hubiese querido que tuvieses no un roce, sino una profunda compenetración con los preceptos de la sabiduría.1

A pesar de no recibir ella misma esos conocimientos, Helvia trasladó a sus descendientes la pasión por el saber. Es, así, el reflejo de muchas mujeres, matronas romanas, que fueron transmisoras no sólo de grandes linajes y herencias, sino de cultura y saber a sus hijos.

______

1. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant. P. 166

 Si quieres leer sobre ella

Consolación a mi madre Helvia, Séneca








Por Sandra Ferrer