RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

sábado, 26 de junio de 2021

La inclusión laboral travesti trans es ley en Argentina

El Senado de Argentina convirtió en ley una deuda y un reclamo histórico: la Ley de Cupo e Inclusión Laboral Travesti Trans “Diana Sacayán – Lohana Berkins” es pionera en el mundo.

Lo que durante años fue un reclamo histórico hoy al fin se convirtió en ley. Por mayoría, con 55 votos afirmativos, 1 negativo y 6 abstenciones el Senado de la Nación aprobó en Argentina la Ley de Cupo e Inclusión Laboral Travesti Trans “Diana Sacayán – Lohana Berkins”. El proyecto de Ley fue trabajado de manera intensiva por las organizaciones de la diversidad sexual, que lograron que finalmente en el 2021 el Congreso de la Nación lo tratara en sesiones ordinarias en Diputadxs el 8 de junio, donde obtuvo media sanción (207 votos a favor, 11 en contra y 7 abstenciones ), y en Senadorxs hoy.

La sesión que abrió poco después de las 14 la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner duró varias horas y tuvo a 12 senadorxs que tomaron la palabra, todxs a favor del proyecto. Varixs de ellxs citaron a Lohana y a Diana, pero también historias de vidas de otras travestis y trans. Algunxs pidieron perdón por “llegar tarde” desde el Estado. Hicieron hincapié además en que con que la inclusión se convierta en ley no alcanza: se necesita un cambio cultural, un compromiso del sector privado.

“El cupo e inclusión travesti trans es ley gracias a la militancia, al activismo y a una alianza política sin precedentes. La ley de Identidad de Género fue un trampolín desde el 2012 para reclamar más derechos. El trabajo es un eje fundamental del desarrollo humano. Las travestis y trans fuimos excluidas de todos los derechos humanos fundamentales, hoy el Congreso entendió que debía modificar nuestro destino de violencias y muerte. Estoy segura que este acceso al empleo formal, empleo decente, repercutirá en nuestros promedios de expectativa de vida. Agradecemos especialmente a las diputadas Gabriela Estévez, Vanesa Siley, Mónica Macha y Cristina Álvarez Rodríguez”, comentó la fundadora de la Asociación Civil La Rosa Naranja, integrante del Frente Orgullo y Lucha Marcela Tobaldi.

El Frente Orgullo y Lucha, junto con Liga LGBTIQ+ de las Provincias y la Convocatoria Federal Trans y Travesti Argentina, venían trabajando el proyecto de manera intensiva a nivel legislativo con las diputadas nacionales Mónica Macha, Gabriela Estévez, Vanesa Siley y Cristina Álvarez Rodríguez (Frente de Todxs). Porque el proyecto que hoy se votó ley llegó al recinto de manera insistente en los últimos años, a través de diversxs legisladorxs.

Mónica Macha fue una de las legisladoras que trabajó fuerte para que llegara este día. “Estamos transformando la vida cotidiana, real y concreta de las travestis y trans de nuestra patria. Esta ley es histórica por lo que significa, por su recorrido y su lucha, pero sobre todo por su efecto, por lo que significa en los proyectos de vida y la transformación que supone de la vida laboral y en el Estado“, dijo Macha a Presentes. “Estamos construyendo un Estado transfeminista. El trabajo organiza, dignifica y permite proyectos de vida. Las compañeras travesti trans nos enseñaron a luchar por una sociedad más honesta y con lugar para todos y todas. Un mundo donde quepan todos los mundos, eso es esta ley. Encendimos un fuego imposible de apagar”.

 

“A partir de hoy vivimos en un país más justo”

“A partir de este momento vivimos en un país más justo“, expresó Thiago Galván, activista trans y Vicepresidente de la Liga LGBTIQ+ de las Provincias. Después de una larga historia de abandono, hoy el Estado vuelve a legislar por nuestros derechos. Hoy se materializan nuestras demandas y estamos más cerca de alcanzar esa sociedad donde ser travesti o trans no significa violencia, miedo, desidia, ni castigo. Esta ley es un abrazo de esperanza para las infancias y adolescencias. Hoy se salda una deuda muy grande en Argentina: el acceso al trabajo implica poder proyectarse, elegir y embarcarse en un proyecto de vida. Celebramos la voluntad política de un Estado que nos escucha activamente, pero por sobre todas las cosas, nos celebramos a nosotres, a nuestra fortaleza, a nuestra militancia y a nuestro derecho a vivir plenamente”.

 

“Empezamos a escribir otro capítulo de nuestra historia, la de una Argentina más igualitaria. Nuestro colectivo va a poder acceder al trabajo formal. Esto va a repercutir en lo individual y lo colectivo. Pero también vamos a transformar culturalmente a una sociedad que históricamente asoció y confinó a travestis y trans a la prostitución y la criminalidad“, expresó Claudia Vásquez Haro, presidenta de Otrans Argentina y de la Convocatoria Federal Trans y Travesti Argentina. “No nos quedamos en el lugar de víctimas, lo trascendimos a través de la organización, acción y lucha. Nos convertimos en sujetes políticos. Logramos la unidad entre tres coaliciones federales con más de 250 organizaciones. Esta ley es legítima desde su origen, porque se construyó desde las bases y representa nuestras voces y demandas en primera persona”.

Qué dice la Ley de Inclusión Laboral Travesti Trans

Mónica Macha, presidenta de la Comisión de Géneros y Diversidad de Diputadxs, lo presentó varias veces, antes y después lo trabajó junto con los colectivos LGBT+.  Recoge también iniciativas de otrxs legisladrxs que presentaron proyectos como Gabriela Estevez y Cristina Alvarez Rodríguez. En 2020, como presidenta de la Comisión, Macha convocó a varias reuniones donde a través de encuentros virtuales activistas de diferentes puntos del país trabajaron cada artículo.

 

A diferencia del decreto presidencial de Alberto Fernández que destina un 1 por ciento de la planta del empleo del sector público a personas trans, la ley -que aun deberá ser promulgada y reglamentada- es mucho más amplio. Porque el proyecto de “Ley de Promoción del acceso al empleo formal para personas travestis, transexuales y transgénero Diana Sacayán-Lohana Berkins” buscó ir más allá de la idea de cupo para proponer  “medidas de acción positiva orientadas a lograr la efectiva inclusión laboral de las personas travestis, transexuales y transgénero, con el fin de promover la igualdad real de oportunidades en todo el territorio de la República Argentina”.

  • Apunta a la inclusión de las personas travestis, transexuales y transgénero habilitadas a trabajar, hayan o no accedido al cambio registral previsto en el artículo 3o de la Ley 26.743 de Identidad de Género.
  • En sus artículos propone medidas de acción positiva: la inclusión laboral en el Estado Nacional a través de un cupo mínimo del 1 % en los tres poderes que lo integran, los Ministerios Públicos, los organismos descentralizados o autárquicos, los entes públicos no estatales, las empresas y sociedades del Estado, en todas las modalidades de contratación.
  • En uno de sus artículos platea el principio de no discriminación de manera terminante al decir que toda persona travesti, transexual o transgénero tiene derecho al trabajo formal digno y productivo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Y plantea que para que esto se cumpla, a la hora de garantizar el ingreso y permanencia en el empleo no podrán ser valorados los antecedentes contravencionales. Por eso, los antecedentes penales de les postulantes “que resulten irrelevantes para el acceso al puesto laboral, no podrán representar un obstáculo para el ingreso y permanencia en el empleo considerando la particular situación de vulnerabilidad de este colectivo” planteó el texto del proyecto.
  • La propuesta de ley no se limita al cupo. Propone medidas para garantizar la terminalidad educativa y la capacitación, a fin de que las dificultades para acceder al estudio que han sufrido tanta personas travestis y trans no sea un impedimento para acceder aun empleo.
  • Entre sus artículos, contempla la inclusión transversal y federal, acciones de concientización y prioridad en las contrataciones del Estado (a igual costo y en la forma que establezca la reglamentación, las compras de insumos y provisiones a personas jurídicas o humanas del ámbito privado que incluyan en su planta laboral a personas travestis, transexuales y transgénero).
  • También habla de incentivos al sector privado para quienes contraten a travestis y trans.
  • Se proponer garantizar el acceso al crédito para emprendimientos productivos (a través del Banco Nación).

Agencia Presentes



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miércoles, 16 de junio de 2021

Terrorismo machista y desaparición legal de las mujeres: una tormenta perfecta



Hoy, 16 de Junio 2021 otra mujer en Madrid (España) en el barrio de Moratalaz es asesinada a martillazos por su marido


La anterior semana han ido más allá. El brazo más violento de los que no nos aceptan libres e iguales, diferentes y poderosas porque somos nosotras las que damos la vida, han asesinado a tres menores: Ana y Olivia, las dos hijas de Beatriz, y Rocío, la joven madre de una criatura de cuatro meses, destrozando para siempre las vidas de quienes las quieren a todas. Sí, esta semana las noticias hablarán de ello un poco más y todo el mundo hará declaraciones con la voz rota. Con aires trascendentales, hablarán de impotencia y tendremos que aguantar los perfiles psicológicos de esta colección de criminales que siguen el mismo patrón: son machistas, son una banda, crece en las escuelas y en las familias, en los lugares de trabajo y en los de ocio, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Todo el mundo lo ha visto y todo el mundo ha hecho ver que no lo veía. Nadie les ha educado para otra cosa y nadie les ha parado los pies a tiempo.

Cada vez más, se define colectivamente la masculinidad desde el poder y la dominación en lugar de las relaciones libres, basadas en el deseo recíproco y en el bien común al que aspiramos desde las utopías de la emancipación. Si no se hace nada, nos vamos acercando a una sociedad pornificada y narcisista donde perdemos, más que nadie, las mujeres y las criaturas, a manos de los que relativizan y desdibujan el sexo y la edad para normalizar el abuso en todas sus dimensiones. El hecho es que aumenta la violencia contra las mujeres y las jóvenes en lugar de disminuir.

Desde principios de año, Feministes de Catalunya, organización nacida en Sabadell que ya ha crecido por toda Cataluña, selecciona cada domingo noticias semanales de violencia machista para publicar las que caben en un minuto online en el #MachistonPost. Una selección hecha con un dolor insoportable. Nadie puede alegar ignorancia. El pasado 25 de noviembre, con motivo del día internacional para la erradicación de la violencia machista, dedicamos una semana intensiva a la información y la sensibilización, mientras el Parlament de Catalunya sacaba adelante, sin explicarlo a la sociedad más allá de la propaganda, la reforma de la Ley catalana 5/2008 de los derechos de las mujeres a erradicar la violencia machista (Drets de les dones a erradicar la violència masclista). Una reforma que ha redefinido el sujeto de esta violencia (mujer ya es cualquier que se declare tal) y ha dejado fuera las formas más execrables y frecuentes (publicidad sexista, turismo sexual, explotación sexual, pornografía, etc.), a pesar de las protestas y campañas de las feministas. La nueva ley no dedica ni una linea seria a la prevención, a los chicos y a los hombres, al cambio cultural radical que necesitamos urgentemente. Al contrario, el cambio más significativo que aporta está inspirado por la agenda queer, que borra el sexo y transforma la opresión de las mujeres, el género (todo aquello que se atribuye falsamente a “ser hombre” o “ser mujer” para mantener la jerarquía), en una identidad “sentida”. Si ha de ser considerada mujer cualquiera que se declare tal, se convierten en inútiles las políticas de igualdad que protegen a las mujeres de la desigualdad estructural que sufrimos. El aumento de la violencia contra las mujeres y, en paralelo, la desaparición legal de las mujeres basada en el sexo es una tormenta perfecta para el retroceso en nuestros derechos.

La violencia machista no es una fatalidad ni la ejercen unos lobos solitarios trastocados. Es la forma que tiene el poder patriarcal para mantenernos subordinadas a pesar de lo que digan las leyes. Pero la realidad es que las mujeres y las niñas reales no le importamos a nadie. Desde Feministes de Catalunya estuvimos interpelando diariamente a todos los partidos durante la campaña electoral del pasado 14 de febrero con datos y preguntas sobre qué harían para proteger los derechos de las mujeres, con el resultado decepcionante de un silencio y un desinterés casi absolutos.

Silencio y desinterés que se suma al ejercicio de hacer ver que eliminan la desigualdad por la via de eliminar a las mujeres, una moda que ha seguido el nuevo President de la Generalitat, Pere Aragonès, en su discurso de investidura, hablando de “pobreza menstrual”. Esta y otras expresiones borran la realidad material del sexo y las condiciones materiales de vida de las mujeres en favor de un imaginario ideológico antifeminista. “Cuerpos gestantes”, “padres de intención”, y nuevas consejerías y concejalías que se llaman de “feminismos” en plural, para una elección a la carta en el más puro estilo neoliberal del cliente y su satisfacción como principio político. Incluso decir mujer o decir madre empieza a estar penalizado con multas a medida que avanza la legislación transgenerista en otros países y que tanto les gusta al govern de la Generalitat, a otros partidos postmodernos, al Big Pharma y al resto de las grandes corporaciones que financian su agenda. Pero la violencia, la explotación sexual, la explotación reproductiva, la brecha salarial, la presión sexual y social contra nuestros cuerpos, la ridiculización y el menosprecio, el asesinato machista y la tortura vicaria, todo esto, lo sufrimos las mujeres. Solo lo sufrimos las mujeres, tanto da cómo nos quieran llamar o qué neolengua se inventen.

Esta doble distopía, que añade al terrorismo machista los nuevos cambios legislativos que borran legalmente el sexo en favor de la autodeterminación “de género”, no es ciencia-ficción aunque lo parezca, y siempre tiene consecuencias negativas para las mujeres. Por ejemplo, en Canarias han pasado más cosas estos días, a pesar de que la mayoría de los medios no se hayan hecho eco de ello. En Fuerteventura, el criminal confeso del horrendo asesinato de Vanesa Santana, Jonathan Robaina, se autodeclaró mujer el primer día del juicio (tres días después de que se aprobara la Ley Trans autonómica en el parlamento canario), haciéndose tratar por su nuevo nombre, Lorena, y como mujer a todos los efectos, que incluyen un módulo propio para un violador y feminicida: un crimen de terrorismo machista que podría no ser contado como tal, porque habría tenido lugar “entre mujeres”. Esto está pasando. Desdibujar qué es ser mujer también sirve para borrar los delitos que solo sufrimos las mujeres.

En la ficción cinematográfica y literaria proliferan cuerpos imposibles inventados con bisturí o cuerpos de chicas y niñas muertas. Pero siempre a manos de perturbados pillados in extremis por detectives obsesionados, en relatos que ni interpelan ni explican el contexto patriarcal, sino que lo recrean – prueba de ello es que las mujeres a partir de cierta edad ya no tenemos morbo ni como cadáveres para iniciar una investigación. La última banalización es una serie de aventuras adolescentes protagonizada por un grupo de chicos acabada de estrenar en Movistar+, que arranca con los hechos, el lugar y el tiempo del secuestro, tortura y asesinato de las tres chicas de Alcàsser que habían ido a bailar. Además del escandaloso trato periodístico que tuvo por parte de algunas cadenas de televisión en aquel momento, ahora se reinventa el relato excluyente del terrorismo machista introduciendo… a unos seres de otros mundos. Entonces también se escandalizó y se indignó todo el mundo.

No dejemos que se repita. Detengámonos a pensar para entender qué está pasando, hacia dónde vamos y qué hay en juego. Se lo debemos a todas. Las feministas lo haremos.


Fuente: https://tribunafeminista.elplural.com/2021/06/terrorismo-machista-y-desaparicion-legal-de-las-mujeres-una-tormenta-perfecta1/

Sobre la autoraProfesora Titular de Antropología Social. Departamento de Antropología Social y Cultural. Universidad Autónoma de Barcelona

[1] Este articulo se publicó originalmente en catalán el 11 de junio de 2021 en iSabadell.






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Crimen y tragedia

Redacto estas líneas con mil precauciones y pido que se lean con atención generosa.

Hace tres años, en el texto más doloroso que he escrito en mi vida, afirmaba lo siguiente: incluso cuando uno ya no tiene margen para tomar ninguna decisión, cuando se es juguete del destino y cebo de la injusticia, incluso cuando se es tratado como un cacharro viejo o una piedra sin vida, aún entonces se puede todavía decidir no matar a un niño.

Pensaba estos días en el terrible dilema de Medea, según la versión incómoda de la tragedia de Eurípides, donde la nieta de Helios, despechada en su amor, arrastrada por su deseo de venganza, decide matar a sus dos hijos queridos, hijos también del traicionero Jasón. Medea, como sabemos, sabia hechicera e hija de reyes, ha acompañado al héroe del vellocino en sus aventuras marinas y por él ha cometido previamente numerosos crímenes, incluido el asesinato de su hermano Apsirto.

La tragedia de Eurípides empieza cuando, refugiados en Corinto y tras veinte años de matrimonio, Jasón ha repudiado a Medea para casarse con Creusa, la joven hija del rey Creonte, y Medea, enloquecida de rabia y de dolor, pone a hervir sus planes de venganza. Es interesante señalar el papel que, desde el principio, juega el Coro,  el cual, a modo de conciencia diafónica, compadece el sufrimiento y la ira de la agraviada y la apoya inicialmente en sus propósitos, pero solo hasta ese momento, justamente, en el que su ira reclama el sacrificio vicario de sus propios hijos. Medea se va encerrando en una espiral que hace finalmente ineludible este desenlace: para vengarse de Creonte y Creusa necesita que sus hijos permanezcan en Corinto, pero como ha sido desterrada de la ciudad y no soporta la idea de estar separada de ellos -ahora a cargo del exmarido- su decisión de entregárselos a Jasón entraña la inmediatamente sucesiva de matarlos. Su ciega necesidad de venganza es más poderosa que su innegable amor a los hijos. Los largos monólogos en los que Eurípides va construyendo la fatalidad del infanticidio expresan del modo más lacerante las vacilaciones atormentadas de una mujer perfectamente consciente de que, ni por amor ni por conveniencia, va a ser capaz de inhibir la cruel revancha que la hará infeliz para siempre.

Es verdad que una versión del mito sugiere que en realidad fueron los antiguos corintos, tras el asesinato de Creonte y Creusa, los que mataron a los hijos de Medea y que, siglos después, para lavar la imagen de la ciudad, sus descendientes encargaron a Eurípides la redacción de la obra. Esto importa poco. Medea es un personaje y un símbolo y tiene ya existencia propia, como asesina doliente de sus hijos, en la memoria de la humanidad. Eurípides, en todo caso, convoca meticulosamente el contexto social. Jasón es un hombre vanidoso, egoísta y fanfarrón que no tiene pudor en declarar a Medea que si se casa con otra no es «por odio a tu lecho» sino para «llevar una vida feliz y sin carecer de nada»; y que en la misma conversación, ante la furia medeana, con fastidio y displicencia, formula la misoginia mainstream de la Grecia clásica, volcada, desde tiempos de Hesiodo, en la nostalgia de una «utopía macha»: «los hombres», dice Jasón, «deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina; así no habría mal alguno para los hombres».

Por su parte Medea es muy consciente de lo que, incluso para ella, mujer fuerte, poderosa y temida, representa la condición femenina. Pensemos, por ejemplo, en ese célebre pasaje que comienza, a partir del verso 230, con estas palabras: «de todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras las mujeres somos el ser más desgraciado». A continuación, Medea justifica esta lapidaria sentencia recordando que las mujeres están obligadas a «comprar un amo para su cuerpo», amo que, de no tener suerte en la elección o en la lotería, «les aplicará el yugo por la fuerza», sin posibilidad de «repudiarlo»; y del que no podrán separarse sin sufrir menoscabo social y soledad infamante. A lo que se añade el hecho, se queja la agraviada, de que un hombre que es infeliz con su esposa «sale de casa y calma el disgusto de su corazón» mientras las mujeres «tenemos necesariamente que mirar a un solo ser».

Como es sabido, se han hecho muchas lecturas feministas de Medea, a veces razonables y a veces no tanto. Algunas incluso han reivindicando el infanticidio como una «rebelión radical contra la maternidad». En la obra de Eurípides, lo he dicho, el Coro es la «conciencia universal»; la nodriza, personaje del que diré algo enseguida, es la «voz de los plebeyos». Ambas voces comprenden el sufrimiento de la hija de Eetes tras la traición de Jasón, pero saben que no es lo mismo rebelarse contra la maternidad que rebelarse contra dos niños realmente existentes que son, además, los propios hijos.

En todo caso, cabe afirmar, me parece, que la Medea de Eurípides es una pieza a partir de la cual puede abordarse el conflicto de género, y ello precisamente porque no se limita a narrar el disparate criminal de una mujer excesiva. Medea nos cuenta una «tragedia» y no un «crimen» porque inscribe ese crimen atroz en una trama articulada -social y emocional- en la que el gesto abominable se vuelve al mismo tiempo injustificable y necesario. Medea conserva siempre -por supuesto- el mínimo de libertad que le permitiría decidir, cuando le sobreviene esa ocurrencia infame, no matar a un niño, y así lo demuestra su lucha interna a partir del verso 1020: «¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! Aunque no vivan contigo, te servirán de alegría».

Ahora bien, la tragedia consiste justamente en formar parte de una secuencia existencial compleja, como de un pesado convoy cuesta abajo, en la que aparece necesariamente esa «opción de libertad» como tentación y como solución. Trágico no es, pues, ese monstruoso infanticidio final sino las intrincadas relaciones, con sus nudos y reverberos, que lo han precedido y que han llevado hasta él. De hecho ese crimen pone fin de algún modo a la tragedia para inaugurar el plano sin distancias ni perspectivas que, según la caracterización de Aristóteles, llamamos «horror»: tras la muerte de un niño, el dolor es tan próximo y absoluto que detiene el curso del tiempo. Y de toda acción posterior. Con el asesinato de un niño -deberían aprenderlo de una vez los medios de comunicación- no se puede hacer «una tragedia».

La figura de Medea permite, de cualquier forma, dos lecturas feministas. La primera, muy evidente, atañe al modo en que, a través de su avatar, reconocemos los peligros de la dependencia femenina respecto de los hombres. Pese a su inteligencia, su sabiduría y su carácter, Medea acaba sacrificando en el altar de su «dependencia patriarcal» a aquellos que, a su vez, dependen de ella para vivir: sus propios hijos, cuyo valor absoluto queda relativizado en el seno de una servidumbre ciega. Medea, que es sabia, fuerte y temible, sucumbe al destino de la mujer incluso a contrapelo de su destino como madre: es hasta tal punto solo un apéndice de Jasón que ni siquiera es capaz de defender la mínima independencia de su maternidad. Esa «mínima independencia» es la que ilumina, por contraste, la operación furtiva del bíblico Abraham, quien -dice el Génesis- se «levantó muy temprano» para llevarse en silencio a Isaac al bosque. ¿Por qué se levantó tan temprano y salió de casa de puntillas? Porque sabe que, de estar despierta Sara, ésta habría impedido el sacrificio de su hijo; se habría enfrentado al mismísimo Dios para proteger su vida. Digamos que «lo normal» en la historia de la humanidad -y por eso es tan interesante la obra de Eurípides- es que las mujeres sean Saras y no Medeas. Lo normal también es que los asesinos de niños no sean Medeas sino Abrahames.

La segunda lectura feminista, más ambigua, implica alejarse un poco del amor. Medea, en efecto, «se rebela contra la maternidad» para reivindicar -ella, que es fuerte, sabia y poderosa- los mismos derechos que detentan los hombres. El monólogo antes citado, en el que la exaltada hechicera reflexiona sobre la trabajosa condición femenina, acaba con estas palabras: «Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros mientras ellos luchan con la lanza». Medea se subleva irritadísima: «¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo que dar a luz una sola vez». Medea odia a Jasón porque no puede ser como él. Porque quiere ser como él. Este deseo de igualdad ilumina una vertiente penumbrosa, pues de pronto descubrimos en sus acucias de venganza, más allá de la tóxica dependencia amorosa, un impulso muy masculino. En medio de sus dolorosísimas vacilaciones, cuando parece inclinarse a abandonar sus planes de infanticidio, transida de amor maternal, se corrige de pronto a sí misma con ferocidad disciplinada: «Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos?».

Así que no es la pasión despechada la que se impone en el corazón de Medea sino el punto de honor, la necesidad de reivindicar su dignidad social dañada en público: su prestigio, su reputación, su valor varonil. Medea -digamos- mata a sus hijos no porque les anteponga su amor por Jasón sino porque quiere ser Jasón. No se debate entre matar o no matar a sus niños -entre dos amores encontrados- sino entre ser una mujer o un hombre, según los parámetros de género de la época: entre tener o ser amo, entre la casa o la guerra, entre la abnegación y el egoísmo. Entre -si se quiere- Sara y Abraham. La nodriza, esclava muy afecta a la familia, plebeya perspicaz, columbra enseguida, detrás de la furia medeana, este peligro de una nefasta asimilación de género. Medea, separada de Jasón por su sexo, es ya su semejante en términos de clase y de temperamento; y es esta semejanza la que los masculiniza a los dos por igual, imponiendo un intercambio homogéneo de crueldades.

Casi en el arranque de la obra, a partir del verso 115, la nodriza, angustiada por el destino de los dos niños a su cuidado, dice así: «Terribles son las decisiones de los soberanos; acostumbrados a obedecer poco y mandar mucho, difícilmente cambian los impulsos de su carácter». Los excesos, dice a continuación, son propios de los más poderosos y atraen las calamidades sobre las familias. Por eso «lo mejor», añade, «es acostumbrarse a vivir en la igualdad», que es la fuente de la «moderación», «la palabra más hermosa de pronunciar». La nodriza, por tanto, ve a Medea ofuscada por su rivalidad masculina con Jasón, rivalidad que le hace olvidar el amor por el propio Jasón y, aún peor, por sus propios hijos. Medea, en definitiva, por su desigualdad de género, por su igualdad de clase, tiene que ser aún más «excesiva» que los hombres que la rodean.

Como quiera que sea, lo que me interesa destacar aquí es la diferencia entre «crimen» y «tragedia». Un crimen se puede cometer sin sufrimiento, por cálculo o interés, como para apartar un estorbo del camino de nuestras ambiciones. Pensemos en el criminal Yago del Otelo de Shakespeare o, sobre todo, en su Ricardo III. En cambio la tragedia, que puede producir, y muy a menudo produce, horrendos crímenes, los produce siempre como consecuencia de un marco de sufrimiento complejo y ramificado que cubre tanto a las víctimas como a los victimarios. Medea es un personaje trágico, y no simplemente delictivo, porque no puede salir indemne, ni moral ni afectivamente, del asesinato que ella misma comete.

A todos nos resulta muy fácil reconocer, por debajo de la misoginia griega, el inmenso dolor de Medea. Medea quiere a sus hijos y sufre. Por eso es una tragedia además de un crimen. Ahora bien, la pregunta más peligrosa y más necesaria es ésta que formulo a continuación: un marido machista y asesino, ¿sufre también? Cuando mata, ¿tenemos una tragedia o solo un crimen? Aún más: el machismo y el patriarcado, ¿son una tragedia o una larga, monótona, aberrante sucesión de crímenes, mayores y menores, cometidos por hijos de puta sin entrañas?

Si respondemos que los maridos asesinos no sufren, todo el asunto es sencillísimo: trataremos el machismo como un hecho delictivo que habrá que perseguir penalmente incluso antes de que cometa sus crímenes; y para cuyos crímenes ignominiosos, desprovistos de alma, inhumanos y monstruosos, propios de la masculinidad en general, habrá que reclamar las penas más severas.

Si respondemos, en cambio, que los maridos asesinos sí sufren, como las raras Medeas asesinas, habrá que reflexionar un momento, antes de seguir, sobre el concepto de «sufrimiento». Cuando pensamos en el sufrimiento, enseguida nos representamos una víctima; y cuando nos representamos una víctima inmediatamente la asociamos a la inocencia y a la justicia. El sufrimiento -imaginamos- nos vuelve puros, nobles o, por lo menos, artistas. Se nos olvida, sin embargo, que hay también sufrimientos cuya intensidad abismal -digna en sí misma de compasión- es indisociable de la injusticia. Hay -quiero decir- sufrimiento injustos, sufrimientos asesinos, sufrimientos que introducen injusticia y, por lo tanto, mucho dolor en el mundo: sufrimientos que producen víctimas, sufrimientos que asesinan.

Pensemos, por ejemplo, en los padres católicos -la norma estadística hasta hace pocos años- que sufren hasta el delirio tras descubrir la homosexualidad de su hijo y que, a fuerza de sufrir, le arruinan la vida. O pensemos en el hombre celoso al que hace sufrir desesperadamente la independencia de su mujer o su ex-mujer y que, a fuerza de sufrir sin medida, acaba recurriendo a la violencia contra ella y/o contra sus hijos. Digamos la verdad: son muchos los hombres que no viven trágicamente la separación e independencia afectiva de sus parejas; y muchos los que la viven trágicamente -al igual que tantas mujeres- sin matar a nadie. ¿Qué hacemos, sin embargo, con los que la viven de un modo hasta tal punto trágico que matan, como Medea, a sus «rivales» o incluso a sus hijos? ¿Negar su sufrimiento? Más allá de uno u otro caso particular, si buscamos un principio de explicación y de intervención, me parece preferible no hacerlo.

Aunque nos conviene quizás ponernos en el pellejo de los peores criminales -para defendernos mejor, cuando venga a buscarnos, del que todos llevamos dentro-, no estoy pidiendo «empatía» con los maridos asesinos y mucho menos tolerancia jurídica hacia ellos: es sin duda un progreso que el sufrimiento de los celos, por ejemplo, haya dejado de ser un atenuante penal para convertirse en un agravante de género. Pero hay que tener cuidado con no olvidar los sentimientos de los machistas, pues forman parte de la trama que aspiramos a desenredar o, por lo menos, a debilitar; y porque, aún más, son los sentimientos, y no los cálculos o los intereses, los que -en este caso- hieren o matan. Otro nombre de «tragedia» es «estructura».

Los que pensamos que el machismo es una «estructura», deberíamos evitar la tentación de creer que, en su condición de tal, el machismo genera dos mitades irreconciliables, una humana y otra inhumana: genera sufrimiento humano de dos clases no asimilables, uno que llamamos «víctima» y otro que llamamos «victimario» (y también, para complicar las cosas, deseos y placeres a los que muchas mujeres -y no sólo muchos hombres- no quieren renunciar). Que se trate de una «estructura» y, además, de una «estructura trágica», quiere decir dos cosas: la primera que, siendo «estructura», no puede ser vencida mediante el código penal, el cual solo se ocupa y solo debe ocuparse, si quiere seguir siendo democrático, de las responsabilidades individuales, examinando cuidadosamente cada caso; la segunda que, siendo trágica, hace sufrir también al asesino.

Creo que aprendemos más e intervenimos mejor aceptando este principio. Si es el sufrimiento el que mata, si -valga decir- detrás de ciertos crímenes hay una tragedia, y no interés, cálculo o maldad esencial, la única manera de desactivarla -la estructura trágica- es desactivando el sufrimiento de los criminales. Es curioso que desde la izquierda aceptemos mejor este principio cuando se trata de «condiciones materiales» que cuando se trata de «condiciones patriarcales», salvo para justificar, como legítimas respuestas automáticas, privadas de libertad, a las rarísimas Medeas, algunas muy recientes, que nos ofrece la Historia.

El feminismo, si quiere desactivar la estructura, debe ocuparse del sufrimiento de los machistas como el anti-racismo debe ocuparse de los prejuicios de los racistas. Sin olvidar que nunca, ni siquiera en el mejor mundo posible, podremos salvar a todos los niños ni evitar que las mujeres se enamoren a veces del hombre equivocado. Porque olvidar este límite «natural» de la perfectibilidad humana nos ha llevado siempre, desde la derecha o desde la izquierda, contra el terrorismo o contra la violencia de género, a confundir «crimen» y «tragedia» y pensar que podemos anticiparnos al delito, garantizando la total liberación del sufrimiento de las víctimas, con más leyes, más policías, más punitivismo, menos libertades, menos debates, menos vínculos afectivos.

Fuente: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/49989/crimen-y-tragedia/





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martes, 15 de junio de 2021

Feminismo & Chile:.- Reivindicar el enojo femenino: “Las mujeres enojadas generan revuelo, pero nadie habla de la violencia estructural a la que estamos sometidas”


Fuentes: La Tercera [Collage: Sofía Valenzuela]

Hace un par de semanas, la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, estuvo en el ojo del huracán. Una conversación en el podcast La Cosa Nostra -donde la doctora criticó el manejo sanitario de la pandemia y sinceró su relación con el Ejecutivo- encendió las alarmas y dejó en entredicho a una de las líderes más destacadas del último tiempo.


Sus palabras fueron honestas, como pocas veces se ve en la esfera pública, y expresaban el sentir de un personal médico agotado y frustrado ante el avance robusto del Covid-19. Sin embargo, su tono y modo de expresarse sacaron ronchas y se transformaron en tema nacional durante varios días. La situación causó tal revuelo que Carlos Peña, en su columna en el diario El Mercurio, acusó de infantilización a Siches, mientras que en redes sociales se cuestionó su salida de protocolo.

Y aunque días después Izkia pidió disculpas por la elección de las palabras empleadas –“Se emitieron en un contexto específico, debí haber tenido en cuenta que ellas serían privadas de dicho contexto”, dijo– la sobre reacción del mundo público no fue la misma que cuando ha sido un hombre el que se deja llevar por el enojo. Y es que no es primera vez que una mujer se ve enfrentada a cuestionamientos y represalias por expresar, con claridad, su molestia en la esfera pública. Por ejemplo, la tenista Serena Williams fue penalizada con mayor fuerza cuando, en la final del US Open, se enfrentó en duros términos contra el árbitro del partido. Ante el hecho, la deportista acusó de sexismo y afirmó que si bien es común ver a hombres rebatiendo las decisiones de los jueces, ninguno es castigado cuando ello ocurre.

“No hay una sola mujer que no comprenda que su enojo es abiertamente denigrado. No necesitamos libros, estudios, teorías o especialistas que nos lo cuenten (…). Las mujeres experimentan la discriminación de formas distintas, pero comparten la experiencia de que al mostrar su enfado se les diga que están locas, son irracionales o están poseídas”, explica la activista de género, Soraya Chemaly, en su libro Rage Becomes Her. En el texto, la autora explica que, a pesar de que la ira puede ser una emoción que nos advierte de posibles amenazas, transgresiones o insultos, a las niñas y mujeres se nos enseña a reprimirla o silenciarla. Una situación que también aborda la autora feminista, Virgine Despentes en su libro Teoría King Kong“Una empresa política ancestral enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave y, al mismo tiempo, que no debemos defendernos ni vengarnos. Sufrir, y no poder hacer nada más”

Pero, ¿por qué el enojo se nos ha vuelto una emoción tan esquiva a nivel público? Según la psicóloga, Pía Urrutia (@lapsicologafeminista), existen determinadas construcciones sociales que estigmatizan el enojo femenino y lo asocian a lo irracional. A eso, se suma la noción de la ira como una emoción que rompe con los paradigmas tradicionales y las expectativas que se tienen sobre nosotras. “Históricamente, se les ha privado el enojo a las mujeres porque las saca del rol tradicional de cuidadoras, donde hay otras emociones presentes y donde se valora más la tranquilidad, disponibilidad o empatía. Ahí hay un punto porque, en general, el enojo se asocia a poner límites, mientras que en el cuidado uno tiene que acceder y estar dispuesta. Y eso levanta alertas en un sistema opresor que pretende controlar al sujeto dominado que, en este caso, es la mujer”, analiza.

Urrutia, además, explica que a nivel cultural existe un juicio valórico en torno a las emociones, donde se califica como negativas a todas aquellas que responden a la tristeza, ira o miedo, mientras que se valora como deseables a todas aquellas relacionadas a la felicidad. La psicóloga y académica de la Universidad Diego Portales, Katherine Alvear, coincide con ese diagnóstico: “Cuando una mujer aparece deseante y marcando posición, cae en el ámbito de lo rechazado porque estamos en un contexto donde existe un mandato de felicidad, donde se exige estar bien y donde las expresiones de sentimientos ambivalentes y humanos -vinculados a la rabia, envidia o celos- son mal vistos y no tienen cabida”.

Sin embargo, tal como explica Soraya Chemaly, el enojo no solo nos permite atender situaciones que nos transgreden o ponen incómodas, sino que también nos ayuda a establecer límites y movilizarnos para defender lo que creemos justo. “Del mismo modo en que la sed nos motiva a tomar agua, igual que el hambre nos motiva a buscar alimento, el enojo nos puede motivar a responder a la injusticia”, explica Ryan Martin, presidente del departamento de Psicología de la Universidad de Wisconsin-Green Bay, en su charla Ted Why We Get Mad and Why it’s Healthy.

Así, el enojo puede transformarse en un potente catalizador político. Es, por ejemplo, lo que sucedió en el mayo feminista de 2018, cuando miles de estudiantes salieron de las aulas para protestar y exigir el fin de la violencia sexual, luego de conocerse una decena de casos de abuso al interior de las universidades. “La ira es un catalizador para clamar contra la injusticia y la desigualdad, y esto es algo histórico en lo que coinciden todos los movimientos sociales”, dice la autora de Buenas y enfadadas, el poder revolucionario de la ira de las mujeres, Rebecca Traister al diario El País. “En las marchas, las mujeres enojadas generan revuelo, pero nadie habla de la violencia estructural a la que estamos sometidas. Cuando una persona -que es dominada por un sistema opresor- se enoja, se genera un acto de amor profundo y se producen espacios de resistencia y dignidad”, dice Pía Urrutia.

La comediante argentina, Malena Pichot, tiene claro el poder del enojo y su resonancia en el ámbito público. Por eso, y luego de reunir una serie de textos publicados entre 2017 y 2019 en el medio Página 12, lanzó su libro Enójate Hermana, donde reflexiona sobre las injusticias del sistema patriarcal. “Para mí, decirle a otras mujeres que se enojen, es con la intención de que despierten, de que activen, de que se hagan cargo, de que se hagan fuertes, para todo eso hay que enojarse, porque enojarse también significa que te importa”, explica Pichot.

A nivel físico, expresar el enojo -y no reprimirlo como se nos enseña- tiene múltiples beneficios. Por un lado, nos permite descargarnos de manera inmediata ante alguna situación, pero también nos moviliza a alcanzar nuestros objetivos y nos da la posibilidad de conectar con mecanismos opuestos a los asociados al miedo o tristeza. “El enojo nos permite activar otras respuestas fisiológicas. Nos ayuda a salir de estados asociados a lo depresivo, por ejemplo, que es cuando las personas están más aletargadas. Al contrario de eso, el enojo activa y nos hace salir de ahí”, analiza Urrutia.

A pesar de lo beneficioso que puede ser expresar el enojo en el día a día, darle cabida a reacciones asociadas a la ira puede ser complejo. No solo porque aún son mal vistas, sino porque -si son mal canalizadas- pueden confundirse con la agresividad. “Hay maneras más o menos saludables para expresar el malestar. Se puede estar enojado, pero eso no justifica botar un plato o agredir a alguien”, explica Katherine Alvear. Pero, ¿cómo empezar a expresar el enojo sin caer en lo violento y teniendo en consideración los sentimientos de los otros? “Hay que hacerlo de forma asertiva. Decir ‘me molesta esto porque’. Esto también implica mirarse a sí mismo, en términos de decir ‘qué me pasa, por qué me molesta esto o por qué me molesta tanto’. Y es importante también pensar con quiénes te estás enojando y qué estás expresando con ese malestar”, analiza Alvear y continúa: “Si nos damos permiso para estar enojadas, podemos tener relaciones más profundas”.

Para Pía Urrutia, una buena forma de dar espacio a la expresión del malestar es reconocer y validar -sin prejuicio- nuestras emociones. “Tenemos que conectarnos con esas sensaciones. Yo hago eso en terapia. Le pregunto a mis pacientes dónde sintieron el enojo, pena o alegría porque, efectivamente, se sienten en diferentes partes del cuerpo. Probablemente, el enojo lo sienten en la guata y hacen algo con los puños porque es una respuesta natural de defensa. Esa conexión y reconocimiento de nuestras emociones es un ejercicio que uno puede hacer y que permite escucharlas y validarlas”, analiza.

Sin embargo, Urrutia explica que también podemos hacer un trabajo en lo colectivo que, a pesar de ser difícil, puede abrir las puertas para que se desarrollen este tipo de expresiones. “En el día a día se pueden hacer cambios que tienen que ver con tolerar el enojo de la otra. Tenemos insertado que hay que comportarnos de forma sumisa o ‘señorita’ y el enojo refiere a todo lo contrario. Entonces hay que ser tolerantes para que en nuestros espacios salgamos de esas constantes dominaciones, aún sabiendo que eso nos puede incomodar”, concluye.


Fuente: https://www.latercera.com/paula/reivindicar-el-enojo-femenino-las-mujeres-enojadas-generan-revuelo-pero-nadie-habla-de-la-violencia-estructural-a-la-que-estamos-sometidas/




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lunes, 14 de junio de 2021

Violencias machistas: A las que se quedan



Lees en las noticias que alguien, un hombre cualquiera, una tarde cualquiera, le dice a una mujer, a una madre: “No las vas a volver a ver en tu vida”. Y el aullido hace eco en ti. Hay un temblor universal que te sacude, una porción de vértigo que te hermana con la mujer que oyó esas palabras.


Todo pasa en un día cualquiera. Una tarde cualquiera caminábamos por el barrio y, como si de cualquier cosa hablara, mi hija mayor interrumpió uno de sus momentos de silenciosa abstracción con una pregunta a bocajarro. “Y si ya no estuviésemos, ¿qué pasaría?”. No era la primera vez que se interrogaba sobre el no estar, ya hace unos años me comunicó su envidia hacia los árboles longevos que la sobrevivirían a ella y a sus abuelos, a su mejor amiga, y a todo el barrio. En otra ocasión, aún a más tierna edad, me transmitió su sufrimiento ante la perspectiva de que nos tocara extinguirnos como a los dinosaurios.

“Mi hermana y yo, qué pasaría si ya no estuviésemos”, esta vez su pregunta era más concreta y terrible que todas las extinciones. “Pues la verdad”, le dije con la sinceridad de una tarde cualquiera, “lo he pensado, yo creo que si os fuerais yo me iría”. Sin hacer ruido, sin enfado con la vida, agradeciendo el camino previo a su existencia, agradeciendo la vida compartida con ellas, pero eligiendo no vivir en el desgarro. 

Yo no glorifico la maternidad, no creo que la vida sea mejor o peor teniendo hijos, por eso cuando me preguntaban amigas que ponderaban la pertinencia o no de traer gente al mundo, lo que me salía pensar, aunque menos veces decir, era: la maternidad es conocer una nueva dimensión del miedo. Un miedo indescriptible, cuchillas afiladas que penden sobre los órganos vitales, a las que a veces bastan unos minutos de buscar a un pequeño extraviado en un parque, unas horas sin localizar al teléfono a esos familiares o amigos que se los llevaron de viaje, una noche en cuidados intensivos, un mal diagnóstico, para empezar a seccionarte por dentro. El miedo a la pérdida, un aullido primitivo, un vértigo ancestral difícil de traducir.

Y entonces lees en las noticias que alguien, un hombre cualquiera, una tarde cualquiera, le dice a una mujer, a una madre: “No las vas a volver a ver en tu vida”. Y el aullido hace eco en ti, y aunque solo sea un eco lejano, una resonancia vana lejos del epicentro del dolor, hay un temblor universal que te sacude, una porción de vértigo que te hermana con la mujer que se oyó decir esas palabras, y la imaginas deconstruyendo la historia, el desamparo ante sus denuncias, las cosas que él dijo y cómo, si pudo hace algo o no, cómo fue aquella tarde cualquiera. Y ves las fotos de las niñas en los medios, y esa pulsión te agarra, el aullido te abraza y rebañas esperanzas contra toda lógica, hasta que toda esperanza se acaba.   

Solo alcanzo a dedicar estas líneas escritas a toda prisa a las que se quedan, a las que sobreviven, sin una palabra en la que encontrarse, abandonadas por las instituciones, atosigadas por el ruido, condenadas a un silencio irreparable

Yo sé que hoy toca hacer muchas cosas. Toca recordar que esto no es el acto cruel de un enfermo, si no la forma en la que la violencia machista se manifiesta: el poder asociado con la capacidad de infligir daño, un daño bestial como calculado objetivo de quien tiene que quedar por encima, vencer, arrasar, intocado por la responsabilidad, el amor, el vínculo, la empatía o la ternura. Toca insistir en que esa es la educación “dogmática”, —la de la responsabilidad y la empatía— que necesitamos imponer en las escuelas, que es un crimen de Estado, no haberla impuesto ya, permitir que generaciones y generaciones de hombres puedan aprender matemáticas, y filosofía, sin sentarte con ellos a desimbricar el fatal hilo que une el poder con la capacidad de causar dolor, que legitima el egoísmo y aleja del cuidado, que posibilita que veas a tus hijas no como sujetos a quienes acompañar el resto de sus vidas desde tus vulnerabilidades, tristezas y fracasos, sino como un arma, como un mero instrumento para quedar por encima. Gritar “gané” con las manos manchadas de sangre.

Toca también hablar de lo irreparable, lo irrestituible. Todo lo que se alza después de eso, es puto ruido, o peor, batir de alas de buitres: especiales desde el lugar, corresponsales de voz afectada, políticos pidiendo mano dura, #hashtag vomitivos. Incluso el odio sobra, incluso la rabia inútil es prescindible, comprensible, claro, humana, pero estéril a la hora de tocar hueso, de conjurar el aullido, de evitar que otro hombre, hoy o mañana, cualquier tarde, encuentre sentido o redención, una patriarcal idea de justicia o alivio, en hacer daño, en matar a quienes dijo amar. Sea desde la frialdad y el cálculo, sea desde lo que los medios, algún abogado defensor, o algún juez llamará aún, un momento de enajenación o furia. 

Sé que toca politizar el dolor, como las madres de la Plaza de Mayo, como quienes ya están preparando convocatorias para aullar juntas, desde la vulnerabilidad y el miedo, desde la fuerza que da entender la profundidad del desgarro, pero también asumir que no es inevitable ni casual, que no es suceso, mala suerte, maldad, o enfermedad, que es un guión escrito con pautas estructurales, que es el dictado patriarcal de imponerse, dominar y cuando no se puede, y cuando no se logra, hacer el mayor daño. 

Sé que toca hacer todo esto, pero yo solo alcanzo a dedicar estas líneas escritas a toda prisa a las que se quedan, a las que sobreviven, sin una palabra en la que encontrarse —existe huérfana, existe viuda, ¿será que perder un hijo es innombrable?— abandonadas por las instituciones, atosigadas por el ruido, condenadas a un silencio irreparable. A ti, que luchaste hasta el final, a quien te fallamos todos. No estás sola. Lloramos contigo. Aullamos contigo. Ojalá nos sientas. 


Fuente: https://www.elsaltodiario.com/violencia-machista/a-las-que-se-quedan





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viernes, 11 de junio de 2021

El género de la violencia


Fuentes: https://www.huffingtonpost.es

El impacto de la pandemia es completamente diferente en la violencia que sufren las mujeres.


El Instituto Nacional de Estadística (INE) recoge en su informe sobre 2020 que los casos denunciados de violencia de género han descendido durante la pandemia, mientras que los de violencia doméstica han aumentado.

La vida da muchas vueltas, pero siempre acaba en el mismo lugar, de lo contrario hablaríamos de otra vida y siempre lo hacemos de la misma, de la que amanece por el este androcéntrico y anochece por el oeste patriarcal.

Eso es lo que ocurre con la violencia contra las mujeres. Primero no existía, después, cuando se hizo un seguimiento estadístico y se demostró su dimensión, se reconoció su existencia, pero como violencia doméstica o familiar y, más adelante, al identificar la construcción cultural sobre la base del género que hay en su origen y se definió como violencia de género, la respuesta ha sido el negacionismo para devolverla al lugar de origen, o sea, a la inexistencia.

El objetivo de esta estrategia es desvincular la violencia de la cultura para evitar la relación que lleva a identificar que el problema no se reduce a los casos que se producen, y que todo forma parte de una estrategia para mantener el orden dado basado en la desigualdad y en la injusticia. Un orden que tiene como resultado práctico que todo lo que las mujeres tienen de menos en cuanto a derechos, los hombres lo tengan de más como privilegios.

Por eso, niegan el género que hay detrás de la violencia, porque ya no pueden negar el resultado de la misma, especialmente los homicidios. Y para que no generen ningún tipo de amenaza a su construcción cultural, intentan situarlos en el contexto de la violencia doméstica o familiar para que se confundan con los de otras violencias.

Pero la realidad es persistente, casi recalcitrante, frente a sus manipuladores, de ahí que quienes niegan la violencia de género como una violencia interpersonal diferente se encuentren con el “pequeño detalle” de una realidad que revela su manipulación.

El ejemplo más cercano lo tenemos en el escenario levantado por la pandemia. A principios de mayo el INE ha publicado su estadística sobre violencia de género y violencia doméstica en 2020. El informe refleja diferencias tan significativas como el hecho de que las denuncias por violencia de género hayan descendido un 8,4%, mientras que las de violencia doméstica han subido un 8,2%. Esta distinta evolución demuestra que las circunstancias, las motivaciones y los objetivos que definen ambos tipos de violencia, a pesar de compartir los mismos escenarios, son diferentes y se afectan de manera distinta ante una situación social cambiante.

Las denuncias por violencia de género han descendido un 8,4%, mientras que las de violencia doméstica han subido un 8,2%

Por otra parte, al comparar los homicidios por violencia de género con los homicidios generales cometidos a lo largo de ese mismo año (2020), según los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad (Ministerio del Interior), comprobamos también que las circunstancias de la violencia de género son específicas y cómo cuando el contexto social se modifica la repercusión sobre los distintos tipos de violencia varía también, puesto que sus elementos giran alrededor de distintos factores. Así, mientras que los homicidios por violencia de género disminuyeron un 18,2%, los homicidios generales descendieron solo un 7,4%.

Un ejemplo del distinto impacto de la pandemia lo vemos durante los meses de la restricción de la movilidad. El control de las víctimas de violencia de género proporcionado por el confinamiento durante el segundo trimestre de 2020 hizo que los homicidios por este tipo de violencia descendiera un 73,3% respecto al mismo periodo de 2019. Sin embargo, a pesar de encontrarnos en las mismas circunstancias sociales, la violencia ejercida en otros contextos produjo 55 homicidios, lo cual supuso un descenso en ese trimestre de solo el 1,2%.

Como se puede ver, el impacto de la pandemia es completamente diferente en la violencia que sufren las mujeres, y lo es porque se trata de una violencia distinta a otras violencias, también a la violencia doméstica o familiar. El elemento que la diferencia está en su construcción cultural sobre las referencias androcéntricas que llevan a utilizar la violencia como acción y amenaza para mantener el control de las mujeres.

Cuando ese control viene dado por el contexto social o por la situación vivida, el agresor no necesita recurrir a tanta violencia explícita para imponerlo. Del mismo modo, cuando percibe que no puede controlar a la mujer el riesgo se dispara y puede dar el paso hacia una agresión más grave o el homicidio.

Pero las diferencias no se limitan a las agresiones, también vemos como la pandemia ha hecho que en 2020 haya disminuido el número de sentencias condenatorias en un 85%, y que las absoluciones hayan aumentado un 13,5%, todo ello a pesar de que la violencia de género ha aumentado entre las paredes de esos infiernos que algunos llaman hogar.

Otro dato interesante y muy propio de la violencia que sufren las mujeres es la disminución en 2020 del número de agresores que maltratan a más de una mujer, que ha bajado un 24,5% como consecuencia de la limitación de la movilidad por la pandemia.

Quien no quiere aceptar el género de la violencia y la construcción sociocultural que lleva a los hombres que así lo deciden a ejercer esa violencia contra las mujeres, utilizan cualquier argumento para negarla.

Unas veces dicen que no existe, otras que no tiene importancia, también hay quien echa la culpa a la mujer agredida y algunos la mezclan con otras violencias que se producen en las relaciones familiares para confundir… pero a pesar de sus estrategias “escapistas”, siempre quedan en evidencia ante una realidad que demuestra que su “invidencia” es interesada.

La violencia no tiene género, pero el género masculino sí tiene violencia contra las mujeres, y se llama violencia de género.


Fuente: https://www.huffingtonpost.es/entry/el-genero-de-la-violencia_es_60b8b6b4e4b0169ca971a6a2




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