RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

lunes, 20 de junio de 2022

El feminismo argentino como fuerza en disputa

Emilia Trabucco

Un nuevo #3J irrumpe en un escenario político argentino particular. Como hace años, la consigna Vivas, Libres y Desendeudadas/es recorrió las plazas y las calles de todo el país, consigna que fue acumulando la densidad política de los sectores y expresiones contenidos en el movimiento feminista y disidente. El 3 de junio de 2015 nació el movimiento Ni una menos como una expresión masiva destinada a visibilizar la violencia por motivos de género.

Poder visualizar los procesos organizativos, los debates y tensiones que hacen síntesis en las banderas, significa nada más ni nada menos que ver la construcción del programa de la fuerza social y política de la cual los feminismos populares son un componente central.

Su protagonismo con capacidad de visualizar las causas de los problemas profundos de los sectores populares y sus responsables es innegable, en los últimos años de la política argentina.

Desde el primer paro al gobierno neoliberal de Mauricio Macri, hasta la gran batalla por la reforma previsional, hito de constitución de la fuerza que logró construir poder y realizarlo en la victoria electoral del Frente de Todes. Las mujeres y disidencias, lograron superar los límites de sus organizaciones y espacios políticos, para ir tejiendo la red que permitió ampliar las alianzas y lograr la unidad, frente al proyecto neoliberal que representaba el macrismo y los actores económicos concentrados.

Desde aquellos momentos, la exigencia de querernos desendeudades expresaba la claridad de los feminismos sobre las consecuencias que traería a la sociedad argentina el acuerdo que Macri consumó nuevamente con el Fondo Monetario Internacional en 2018. Varios años después, las proyecciones se cumplen, con mayores índices de pobreza, desocupación y hambre.

Dicha situación fue obviamente agravada por la pandemia y el confinamiento consecuente, a 99 días de asumido el gobierno del Frente de Todes. La conjugación de “las dos pandemias” (tal y como nombró la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner al gobierno de Mauricio Macri, seguido de la emergencia sanitaria), afectó mayormente a mujeres y disidencias, producto de desigualdades históricas y estructurales.

 (Fuente: Télam)El confinamiento social por Covid-19 aumentó también las estadísticas de violencias de géneros. Se hizo aún más evidente que nuestros hogares no parecen ser lugares tan seguros, y menos para nosotres. Confinadas a la reducción de nuestros encuentros sociales, con mayor violencia económica producto de la crisis, con aumento de las exigencias de trabajos de cuidado no remunerados, y con la impotencia de no poder tomar las calles masivamente, se hizo necesario ocupar también las redes sociales.

Estas se constituyeron en espacios de posibilidad de encontrar resguardo en las redes sororas. Es que cuando la violencia irrumpe, no hay opción, está en juego la vida de cada une de nosotres.

Este 3 de junio la calle fue habitada nuevamente por miles de mujeres y disidencias, en una movilización que realizó un proceso organizativo de construcción de poder que la precede. Proceso que tiene como protagonistas a organizaciones, sindicatos y todo tipo de expresiones que transversalizan el movimiento.

Los feminismos populares construyen su programa de lucha como parte de la fuerza política general, no por fuera, no en los márgenes, no como “comisión de género” de los espacios políticos. Y es fundamental comprender este hecho, desde el interior de las propias organizaciones, para asumirlo como potencialidad y no como amenaza, o al menos, para no subestimarlo.

La experiencia histórica demuestra que en general, el papel de las mujeres ha sido invisibilizado. Parece seEl Congreso de la Nación fue elegido como epicentro de la movilización r hora de asumir toda la complejidad que contienen y expresan los procesos populares.

En un escenario de grandes incertidumbres, y hasta de cierta dispersión política agudizada por el confinamiento que inmovilizó de alguna manera el músculo de calle de la fuerza política popular, los feminismos tuvieron por ejemplo, la capacidad el 8M, día de paro internacional, de poner como consigna central “que la paguen los que la fugaron. La deuda es con nosotres”.

La consigna sintetizó claridad respecto del enemigo y una salida concreta al problema de la asfixia por endeudamiento a la que nos condenó el macrismo y el Fondo Monetario Internacional, de violencia política y económica que supone condenar a un pueblo al hambre. Dicha consigna fue tomada por Cristina Kirchner y materializada en una serie de acciones para responsabilizar a quienes saquean al país a través de la fuga de capitales y la especulación que deja vacías las mesas de les argentines.

El feminismo como campo de disputas

Foto archivoLa expresión popular de los feminismos, de la mano de compañeres con una larga trayectoria histórica de lucha en sus organizaciones, se enfrenta en los debates y en las acciones con fracciones conducidas por un feminismo liberal, importado desde otros centros de poder mediante la penetración de ONG y financiamiento internacional, o de expresiones  que imponen la discusión sobre antinomias o cambios reformistas, que abonan a la dispersión y claramente, atentan contra los procesos organizativos.

A este fenómeno no hay que subestimarlo, pero es fundamental entenderlo. Los feminismos están en disputa, como cada fracción del campo del pueblo: abandonar esta disputa constituye un error estratégico.

Un movimiento que está teniendo capacidad de tejer un hilo de continuidad entre generaciones, sumando la experiencia organizativa a la capacidad de cuestionar el status quo de millones de jóvenes, fuera todavía del proceso de corporativización ciudadana, esa imposición de relaciones sistémicas difíciles de poner en tensión. Esta conjunción intergeneracional, de circulación de conocimientos, formas de lucha, dan al movimiento la potencialidad de cambiarlo todo.

Hoy está más claro que nunca que aquí reside la fuerza instituyente para transformar de raíz las formas de organización para enfrentar a un enemigo que ha cambiado sus formas, en un tiempo histórico donde crujen las estructuras mismas del sistema capitalista y patriarcal, pero donde se agudizan las condiciones de explotación.3J: #NiUnaMenos #VivasNosQueremos - Defensoría del Pueblo CABA

Hay que poder pensar por qué las fracciones más conservadoras del poder atacan directamente a los feminismos y sus consignas, preguntarnos dónde reside la supuesta peligrosidad que dichos sectores le atribuyen a su fuerza de cambio.

O por qué dichos sectores también están logrando aglutinar a parte del campo popular bajo un discurso de extrema derecha, que contiene también un discurso antisistema, cuestionando el fondo del Estado y sus instituciones, pero que bajo su conducción, se vuelve antipolítica, socavando la única vía que tiene el campo popular para terminar con las condiciones de opresión en las que vive bajo estas relaciones sociales.

Saltadas las vallas que impone el proceso de conformar una fuerza social, el desafío que se presenta ahora es el de articular un programa de justicia social capaz de cuestionar el carácter sistémico sobre el que se configura el patriarcado, que nos permita seguir identificando el enemigo común, construyendo las herramientas de organización para realizar el poder que nos da la fuerza de calle.

Un programa que permita trazar un horizonte, aglutinar a les indecises, construir la mística y la épica que ha caracterizado cada proceso de lucha histórica, que permita salir de la inmovilidad, superar los discursos de moderación y consenso con los poderosos, escenario donde las grandes mayorías siempre pierden potencia. Un programa que permita radicalizar la fuerza hacia un feminismo popular.

* Psicóloga, magíster, militante sindical y feminista, colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).




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sábado, 4 de junio de 2022

Aborto & Lucha social feminista: El pañuelo verde, el deseo colectivo de repolitizar la esperanza

Los movimientos de mujeres europeos miran con fervor lo que pasa en una región, América Latina, a la que siempre le quisieron enseñar cómo progresar y de la que hoy pueden aprender cómo construir resistencia y futuro.






En la estatua de la libertad hay un pañuelo verde. En un balcón del Gobierno español hay un pañuelo verde. En una marcha en Estados Unidos hay un pañuelo verde. En el Congreso estadounidense, también. No hay uno, hay muchos. Incluso, en el pañuelo verde con el que se asoma la ministra de la Igualdad española, Irene Montero, dice “parceras”, y esas son las mujeres colombianas de la ciudad de Medellín, las más demonizadas por el relato de Netflix del subdesarrollo narco.

El pañuelo verde es un reconocimiento al poder político del feminismo latinoamericano que pelea masivamente por lograr más derechos de los que, históricamente, se lograron en Europa y que hoy quedaron estancados y atrasados, y son renovados y superados por la marea verde orgullosamente sudaca.

En Argentina crecimos con la idea de la “madre patria” -las hijas somos nosotras, las madres son las españolas- como una relación fundante en donde no solo admitimos el colonialismo y la superioridad de los países centrales a los países periféricos. También suponemos, en el modelo de maternidad europea, que las relaciones de madre a hija son relaciones de dominación y de superioridad jerárquica y, por lo tanto, también de odio, rebelión y competencia.

El colonialismo está mal y tildar de colonial la maternidad, también. En Argentina los pañuelos verdes se inspiraron en las Madres de Plaza de Mayo que, en medio de la dictadura militar (1976-1983,) se identificaban con un pañal en la cabeza (era la época de los pañales de tela y no por la moda orgánica o hippie, sino porque no había de otras) que resultó en un pañuelo blanco. No podían ser descubiertas, ni encontrarse, ni organizarse, porque eso las ponía en riesgo de ser asesinadas. Y algunas -como Azucena Villaflor– perdieron la vida por buscar a los hijos a los que le dieron la vida.

Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son el símbolo más fuerte de resistencia en Argentina. Y también otra forma de descolonizar la maternidad. Puede ser una forma de renacer a la vida política y de luchar por los hijos e hijas propios. Y además, de luchar por una maternidad colectiva, activa, abrazadora y no posesiva, ni egoísta.

En 2003, en el Encuentro de Mujeres en la ciudad argentina de Rosario, en la provincia de Santa Fe, en donde miles de mujeres se reunieron de forma autónoma, federal, sin fondos de la cooperación internacional, ni de gobiernos, la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito eligió al verde como un color emblemático para luchar por la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE).

A los 15 años de ese encuentro, en 2018, se produjo la marea verde en Argentinaque logró la media sanción de la ley IVE con un millón de personas en el Congreso de la Nación. El lobby conservador la frenó en el Senado. Pero, finalmente, se aprobó el 30 de diciembre de 2020.
Esa marea verde fue la revolución de las hijas. Y ahí la maternidad también tomó otro filo, porque las pioneras fueron reconocidas por las jóvenes, porque las adolescentes tomaron las calles y reclamaron por sus derechos, porque las hijas no fueron solo las personales, sino a las que se les deseó una vida con más derechos y goce que las que tuvieron las adultas.

Si pensamos la relación entre Argentina y España, cambiar la idea de madre patria es quitar el autoritarismo y el resentimiento a la maternidad y poder disfrutar del vínculo sin atisbos de sometimiento. Si pensamos en la revolución de las hijas y que ahora España use el pañuelo verde como símbolo para llevar un proyecto de ley que amplía el derecho del aborto a las adolescentes vemos una ventana abierta al reconocimiento del feminismo latinoamericano.

El pañuelo verde nació en Argentina pero ya no es argentino. Fue el icono de la victoria de la despenalización del aborto por parte de la justicia en México, en 2021, y, este año, en Colombia. En los dos países los festejos fueron con el pañuelo verde como símbolo por el derecho a decidir, ser libres, gozar y vivir una vida libre de violencias.

El 7 de septiembre de 2021, en un fallo histórico, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en México, declaró inconstitucional la pena de tres años de cárcel por abortar que se había impuesto en el estado de Coahuila. “Es un parteaguas en la historia de los derechos de todas las mujeres, sobre todo de las más vulnerables”, reivindicó el juez Arturo Zaldívar.

“Es probable que la decisión de la Corte Suprema de México tenga repercusiones en toda América Latina. La despenalización del aborto en Argentina se celebró en otras naciones y los pañuelos verdes que usaban las activistas argentinas se han extendido y llevado en las marchas de las mujeres en toda la región, incluso México”, destaca una nota del diario norteamericano The New York Times, deNatalie Kitroeff y Oscar López, del 13 de septiembre de 2021.

En Colombia, el 21 de febrero de 2022, la Corte despenalizó el aborto y se sumó a los países en donde las mujeres pueden ser libres y no morir en el intento. La ola verde logró su cometido por la vía judicial. Tanto que el primer mundo y el tercero invierten roles y las normas latinoamericanas avanzan sobre los estándares europeos que fueron pioneros, pero que hoy tienen leyes que atrasan y sus movimientos de mujeres miran con fervor lo que pasa en una región a la que siempre le quisieron enseñar cómo progresar y de la que hoy pueden aprender cómo construir resistencia y futuro.

La revolución de las hijas latinoamericanas implica una renovación generacional, feminista, antirracista, ambientalista, politizada e interseccional. La importancia del pañuelo verde es que muestra, hasta qué punto, en el siglo XXI la lucha política existe. Y no es un punto pequeño en un mar inmenso. Es una forma de seguir dibujando la historia a través de puntos pequeños pero sin dejar de pretender tener un lápiz en el que dibujar un proyecto de mundo mejor o, lo que es mejor, en el que se pueda sobrevivir al resentimiento y la resignación.

Es dejar de ver la realidad con lupa y volverla a mirar en un mapamundi. No es solo pedir por un derecho puntual, sino pensar cómo pelear por derechos puntuales para preservar y renovar el derecho a pelear como una forma de transformar, conservar o atajar los retrocesos en un mundo que ya colapsa y al que, encima, el poder solo quiere ver como se escapa o se lo arruina aún más.

No creemos en la maternidad como una palabra que denote superioridad, ni, mucho menos, dependencia. Nos salimos de las cadenas coloniales -aunque no podamos romper las estructuras de dependencia económica, las deudas externas y las crisis migratorias- y si hay un símbolo que se extiende de América Latina y llega a un balcón, en donde se asoma alguna cuota de poder político, es que hoy el sur tiene algo que enseñar y el norte mundial algo que aprender.

Dar vueltas el mapa de la dominación y el deseo también es política feminista. Aprobar y ampliar el aborto legal, seguro y gratuito es desbancar de las camas la pena de muerte por disfrutar o la pena de violación. Entender el cuerpo como un lugar de disfrute y no de preocupación. Y comprender a la política que libera a los cuerpos feminizados como una política que libera la cama y que mira también, debajo del mapamundi, para descubrir (que además de la lucha por el aborto) hay un movimiento que revitaliza la lucha política y que flamea en cada triángulo verde.

Incluso, en los debates de izquierda, el eurocentrismo cree que si mira al sur es para ser compasivo o solidario. Pero no puede tratar de mirar para aprender, verse reflejado o extender el pañuelo no para llorar, sino para ponerlo en el puño para pelear y para brillar como en las marchas feministas en donde se defiende el derecho a disfrutar.

Casi al mismo tiempo el pañuelo verde se utilizó en las luchas feministas en España (para lograr derechos que consagra la ley argentina para las adolescentes) y Estados Unidos en donde se filtró el borrador del fallo de la Corte Suprema -que ahora tiene mayoría conservadora- y que daría marcha atrás a la jurisprudencia del caso Roe versus Wade, de 1973.

Por eso, ahora, piden una ley de aborto legal en Estados Unidos y entender el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo como una cuestión de derechos humanos. Hubo caminatas dentro del Congreso, más de 400 marchas y una pancarta verde en la estatua de la libertad.

El pañuelo verde en el debate por el derecho a decidir en Estados Unidos también es un icono de un mundo que se da vuelta. El expresidente Donald Trump quiso instalar un muro entre su país y México, los migrantes rebotan o aprenden a nadar -en Nicaragua- para llegar a aguas de promesas democráticas sin ahogarse, caerse, ser asesinados o deportados.

¿El pañuelo verde es solo un pañuelo cuando trae los mensajes de las morras, las parceras, las trans, las pibas? Es una bandera que no identifica a una nación sino a un mundo que no necesita fronteras, jerarquías, ni hegemonías, pero que no puede perder la esperanza por el cinismo de una derecha que se burla de todo lo que pueda dar impulso a un futuro mejor y niega todo derecho para vivir un presente sostenible.

El pañuelo verde es la bandera de las que no solo queremos el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo. Es la bandera de las que queremos que los cuerpos del mundo sigan decidiendo sobre un futuro en el que los otros y las otras importan. Es la bandera que reactiva que lo personal es político, pero -también- que la política sigue siendo una herramienta de transformación (no solo personal) sino colectiva y transfronteriza.


Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2022/05/panuelo-verde/



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