RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

martes, 30 de octubre de 2012

Repensando el desarrollo: Alternativas al desarrollo

Hernando Mejía Díez

El concepto de desarrollo no es un concepto unívoco, está cargado de intereses económicos, políticos e ideológicos; tal vez por esto se plantea que el desarrollo ha trascendido de ser un esfuerzo colectivo socioeconómico para convertirse en un lenguaje para domesticar a las poblaciones de los países más pobres [1]. Así, no es gratuito que se llegue a conclusiones como que “el concepto de desarrollo lleva implícita la idea de algo que no existe, pero puede llegar a ser” [2]. y que el desarrollo es un discurso que ha permitido instalar diferencias reales de poder entre los países, haciendo uso de expresiones como “desarrollado y subdesarrollado”, “centro y periferia”, “norte y sur”, “primer y tercer mundos”, que se manifiestan en relaciones de desigualdad de unos hacia los otros [3]. En últimas, la construcción histórica del discurso del desarrollo es el reflejo de los reacomodos de un sistema hegemónico que hace uso del poder de ese discurso construido para aplicarlo desde sus intereses particulares por encima de las dinámicas propias e intereses de los pueblos.

En el fondo, no es que se instauren diversos modelos sino que el discurso del desarrollo ha logrado permear las culturas de los diversos países para imponer a unos un modelo desarrollista o de crecimiento económico, al que se le han ido poniendo epítetos que en la práctica sólo son sofismas de distracción frente al cúmulo de problemáticas que el sistema capitalista ha generado a las sociedades. Se ha pasado del calificativo de “desarrollo económico” al uso de conceptos como “desarrollo “participativo”, “otro desarrollo”, “desarrollo integrado”, “desarrollo endógeno”, “eco-desarrollo”, “re”-desarrollo, desarrollo “sostenible”, “economías verdes”, entre otros. (“Desarrollo humano” es otro de estos términos, y en el mundo de la cooperación tal vez fue el concepto más nombrado).

Ya instalado el discurso del desarrollo, según Arturo Escobar, varios estudiosos de la economía y de las ciencias sociales han asumido la tarea de deconstruirlo. Para ello han analizado tanto los diversos programas de desarrollo aplicados como la evolución y uso de conceptos [4]. En el primer caso, han llegado a concluir que, en ocasiones, se han logrado efectos que no se esperaban dentro de los objetivos de los mismos, y en el segundo, han demostrado el carácter arbitrario de su aplicación, dadas las especificidades culturales e históricas y los peligros que su uso representa para los países del tercer mundo. Detrás de esos enfoques encontramos cómo los gobiernos, con mentalidad de colonizados y además apropiados de que son incapaces de generar procesos autónomos con la participación de sus sociedades nacionales, se han limitado a aplicar las políticas y programas fijadas por los “países desarrollados”, acatando directrices de las grandes multinacionales de manera directa o por intermedio del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Las reformas de las últimas dos décadas en países de América Latina son reflejo de dicho acatamiento: desde los años 80, se han promulgado nuevas cartas constitucionales en doce países [5]; en la década de los 90, se llevaron a cabo reformas educativas en 17 países latinoamericanos, además, se deben considerar los cambios legislativos relacionados con aspectos laborales, tributarios, de salud y de control y manejo de los recursos naturales, entre otros.

Si observamos las dinámicas políticas económicas y sociales de nuestros países, encontramos una tendencia común: el creciente deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población; la centralización en pocas manos de los medios de producción, acompañada con reformas laborales y tributarias; la privatización de servicios básicos, especialmente salud y educación, y la entrega de la explotación de recursos hídricos, energéticos, minerales y forestales a empresas multinacionales, entre otros. En otras palabras, se mantiene la histórica dominación colonial de los países industrializados, bajo el esquema centro-periferia que describe la relación entre la economía central, autosuficiente y próspera, y las economías periféricas, aisladas entre sí, débil y poco competitiva.

Las promesas de que con programas de desarrollo impulsados desde los países dominantes se iba a ayudar a los países económicamente menos avanzados a lograr sus aspiraciones de una vida mejor no se han cumplido, sino que cada día se profundizan las desigualdades y se fortalece el imperialismo. Ese fracaso que, de entrada, era previsible dentro del esquema funcional de un sistema-mundo capitalista, ha generado movimientos sociales de resistencia, lo que contribuye a debilitar esa idea de desarrollo: surgen formas alternativas que lógicamente no tienen eco en las instancias de poder y, por lo tanto, deben ser trabajadas desde el fortalecimiento de la sociedad, lo que implica el desarrollo de procesos de formación, organización y participación real de la gente en defensa de sus derechos, de la dignidad, de sus territorios y de la vida [6].

Existen alternativas de cambio

Los pueblos no son estáticos y los seres humanos somos construidos y constructores de historia. Los sujetos devenimos de lo colectivo y lo colectivo, a su vez, es producto de la subjetivación. Como el discurso del desarrollo deviene en prácticas concretas de pensamiento y acción y con ellos nos han creado unos mundos, como dice Arturo Escobar, igualmente los movimientos sociales y las comunidades mismas, reaccionan y construyen sus propios procesos. Si desde los centros de poder se ha tratado de instalar un esquema funcional del desarrollo, bajo el criterio de la modernización de aquellas sociedades “atrasadas”, las propuestas alternativas buscan la construcción de condiciones de vida dignas desde el reconocimiento de las culturas propias.

En esta dinámica, surgen la noción de postdesarrollo y otras formas no capitalistas y de modernidad alternativa, que pueden llegar a constituir nuevos fundamentos para su renacimiento y para una rearticulación significativa de la subjetividad y de la alteridad en sus dimensiones económica, cultural y ecológica [7] . En muchas partes del mundo estamos presenciando un movimiento histórico sin precedentes en la vida económica, cultural y ecológica. Es necesario pensar acerca de las transformaciones políticas y económicas que podrían convertir este movimiento en un acontecimiento sin precedentes en la historia social de las culturas, de las economías y de las ecologías [8].

Los movimientos sociales han logrado nuevas dimensiones alternativas al desarrollo. Por ejemplo, se habla del desarrollo local que, si bien en su inicio fue impulsado por el Banco Mundial, ha sido transformado por los movimientos sociales e incorpora el reconocimiento de las capacidades y potencialidades que en las comunidades existen para forjar alternativas de mejoramiento en la calidad de vida del colectivo poblacional. En los últimos años, ha tomado fuerza la propuesta de los movimientos sociales, especialmente indígenas de Bolivia y Ecuador, que han propuesto un nuevo paradigma de vivencia y convivencia que se asienta en la convivialidad, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad: el buen vivir. Éste es un sistema de vida que se contrapone al capitalismo y al poder hegemónico.

Estos modelos alternativos al desarrollo conllevan al cambio de paradigmas hacia formas democráticas más participativas de gestión política, administrativa y de control social [9]. En este sentido, se conjuga el espacio territorial, desde la construcción comunitaria de esos lugares de convivencia acordes a sus identidades culturales. Esto implica que, como se da dentro del discurso del desarrollo en general, no exista un único modelo para éstos: hay tantos modelos como experiencias. Únicamente en un contexto de comunidades, se puede tomar conciencia del papel vital para la continuidad del sistema, que cumplen las múltiples relaciones que se establecen entre sus miembros.

Se puede deducir la importancia de la formación y la capacitación, de promover la participación y de fortalecer la organización hacia una sociedad cohesionada, como condiciones inherentes a estos modelos, lo que a su vez itera la consecuente subjetivización ausente en otros modelos de desarrollo propuestos desde los centros de poder. Tal vez estas capacidades, incluso, puedan llevar a romper con el discurso mismo del desarrollo, reconociendo los conocimientos, las opiniones y las necesidades concretas de las poblaciones a quienes el desarrollo supuestamente planteó beneficiar.

Se busca que desde diversos procesos, con la participación de diferentes actores locales, se organice el futuro de un territorio, aprovechando los recursos humanos y materiales propios y manteniendo una negociación o diálogo con los agentes económicos, sociales y políticos del mismo. Para lograr el “buen vivir”, se deben movilizar recursos tanto públicos como privados, lo que implica un giro radical en la conducción del Estado y de la sociedad. El camino más seguro para que este giro ocurra en marcos pacíficos y constructivos, es la concertación de propuestas de políticas públicas y proyectos de desarrollo que expresen la visión compartida de futuro de todos los actores sociales, económicos y políticos del país.

El postdesarrollo, una opción desde los movimientos sociales

He aquí que los movimientos sociales, en oposición al desarrollo, han avanzado a romper con el “discurso del desarrollo”, y a proponer la era del postdesarrollo que se refiere a:

a) la posibilidad de crear diferentes discursos y representaciones que no se encuentren tan mediados por la construcción del desarrollo (ideologías, metáforas, lenguaje, premisas, etc.); b) por lo tanto, la necesidad de cambiar las prácticas de saber y hacer y la “economía política de la verdad” que define al régimen del desarrollo; c) por consiguiente, la necesidad de multiplicar centros y agentes de producción de conocimientos –particularmente, hacer visibles las formas de conocimiento producidas por aquéllos quienes supuestamente son los “objetos” del desarrollo para que puedan transformarse en sujetos y agentes; d) dos maneras especialmente útiles de lograrlo son: primero, enfocarse en las adaptaciones, subversiones y resistencias que localmente la gente efectúa en relación con las intervenciones del desarrollo (como con la noción de “contra-labor”); y, segundo, destacar las estrategias alternas producidas por movimientos sociales al encontrarse con proyectos de desarrollo [10].

Se abre la posibilidad de crear diferentes discursos y representaciones que no se encuentren tan mediados por la construcción dominante del desarrollo, la necesidad de cambiar las prácticas de saber y hacer y de multiplicar centros y agentes de producción de conocimientos, particularmente, hacer visibles las formas de conocimiento producidas por aquéllos quienes supuestamente son los ‘objetos’ del desarrollo para que puedan transformarse en sujetos y actores.

Hernando Mejía Díez es Coordinador de Programa de Educación. Corporación para la Educación Integral y el Bienestar Ambiental - LA CEIBA (Colombia).

El presente artículo fue el ensayo final del curso online Repensar el desarrollo: Cooperación, derechos humanos y empresas transnacionales impulsado por OMAL y que se desarrolló del 16 de abril al 11 de mayo de 2012 para alumnado de Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Colombia.

Notas
[1] María Cecilia Múnera López, “El Desarrollo desde una perspectiva semántica”, Ensayos Forhum nº 19, Universidad Nacional de Colombia, CEHAP-FORHUM, Medellín 2002, citando a Antonio Erizalde, pág. 8 a 17.

[2] Ídem

[3] Esta idea es trabajada en el texto de Arturo Escobar, La Invención del Tercer Mundo, Fundación Editorial el perro y la rana, 2004.

[4] Arturo Escobar, La Invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo, Bogotá, Editorial Norma, 2004.

[5] Honduras (1982), Panamá, El Salvador (1983), Guatemala (1985), Nicaragua (1987), Brasil (1988), Colombia (1991), Perú (1993), Argentina (1994), Venezuela (1999), Ecuador (2008), y Bolivia (2009).

[6] Sergio Boisier, Desarrollo (local): ¿de qué estamos hablando?, Santiago de Chile, agosto de 1999.

[7] Koldo Unceta, “Desarrollo, subdesarrollo, maldesarrollo y postdesarrollo. Una mirada transdisciplinar sobre el debate y sus implicaciones”, Carta Latinoamericana. Contribuciones en desarrollo y sociedad en América Latina nº 7, Centro Latino Americano de Ecología Social, abril de 2009.

[8] Arturo Escobar, Antropología y desarrollo, Ponencia del VIII congreso de Antropología en Colombia, 1997.

[9] Augusto Franco, ¿Por qué precisamos de un desarrollo local, integrado y sostenible? Material de la Maestría en Desarrollo Local, UNSAM. 2005.


[10] Arturo Escobar, “El “postdesarrollo” como concepto y práctica social”, en Daniel Mato (coord.), Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización, Caracas, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, 2005.

Repensando el desarrollo Alternativas al desarrollo

El concepto de desarrollo no es un concepto unívoco, está cargado de intereses económicos, políticos e ideológicos; tal vez por esto se plantea que el desarrollo ha trascendido de ser un esfuerzo colectivo socioeconómico para convertirse en un lenguaje para domesticar a las poblaciones de los países más pobres [1]. Así, no es gratuito que se llegue a conclusiones como que “el concepto de desarrollo lleva implícita la idea de algo que no existe, pero puede llegar a ser” [2]. y que el desarrollo es un discurso que ha permitido instalar diferencias reales de poder entre los países, haciendo uso de expresiones como “desarrollado y subdesarrollado”, “centro y periferia”, “norte y sur”, “primer y tercer mundos”, que se manifiestan en relaciones de desigualdad de unos hacia los otros [3]. En últimas, la construcción histórica del discurso del desarrollo es el reflejo de los reacomodos de un sistema hegemónico que hace uso del poder de ese discurso construido para aplicarlo desde sus intereses particulares por encima de las dinámicas propias e intereses de los pueblos.
En el fondo, no es que se instauren diversos modelos sino que el discurso del desarrollo ha logrado permear las culturas de los diversos países para imponer a unos un modelo desarrollista o de crecimiento económico, al que se le han ido poniendo epítetos que en la práctica sólo son sofismas de distracción frente al cúmulo de problemáticas que el sistema capitalista ha generado a las sociedades. Se ha pasado del calificativo de “desarrollo económico” al uso de conceptos como “desarrollo “participativo”, “otro desarrollo”, “desarrollo integrado”, “desarrollo endógeno”, “eco-desarrollo”, “re”-desarrollo, desarrollo “sostenible”, “economías verdes”, entre otros. (“Desarrollo humano” es otro de estos términos, y en el mundo de la cooperación tal vez fue el concepto más nombrado).
Ya instalado el discurso del desarrollo, según Arturo Escobar, varios estudiosos de la economía y de las ciencias sociales han asumido la tarea de deconstruirlo. Para ello han analizado tanto los diversos programas de desarrollo aplicados como la evolución y uso de conceptos [4]. En el primer caso, han llegado a concluir que, en ocasiones, se han logrado efectos que no se esperaban dentro de los objetivos de los mismos, y en el segundo, han demostrado el carácter arbitrario de su aplicación, dadas las especificidades culturales e históricas y los peligros que su uso representa para los países del tercer mundo. Detrás de esos enfoques encontramos cómo los gobiernos, con mentalidad de colonizados y además apropiados de que son incapaces de generar procesos autónomos con la participación de sus sociedades nacionales, se han limitado a aplicar las políticas y programas fijadas por los “países desarrollados”, acatando directrices de las grandes multinacionales de manera directa o por intermedio del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Las reformas de las últimas dos décadas en países de América Latina son reflejo de dicho acatamiento: desde los años 80, se han promulgado nuevas cartas constitucionales en doce países [5]; en la década de los 90, se llevaron a cabo reformas educativas en 17 países latinoamericanos, además, se deben considerar los cambios legislativos relacionados con aspectos laborales, tributarios, de salud y de control y manejo de los recursos naturales, entre otros.
Si observamos las dinámicas políticas económicas y sociales de nuestros países, encontramos una tendencia común: el creciente deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población; la centralización en pocas manos de los medios de producción, acompañada con reformas laborales y tributarias; la privatización de servicios básicos, especialmente salud y educación, y la entrega de la explotación de recursos hídricos, energéticos, minerales y forestales a empresas multinacionales, entre otros. En otras palabras, se mantiene la histórica dominación colonial de los países industrializados, bajo el esquema centro-periferia que describe la relación entre la economía central, autosuficiente y próspera, y las economías periféricas, aisladas entre sí, débil y poco competitiva.
Las promesas de que con programas de desarrollo impulsados desde los países dominantes se iba a ayudar a los países económicamente menos avanzados a lograr sus aspiraciones de una vida mejor no se han cumplido, sino que cada día se profundizan las desigualdades y se fortalece el imperialismo. Ese fracaso que, de entrada, era previsible dentro del esquema funcional de un sistema-mundo capitalista, ha generado movimientos sociales de resistencia, lo que contribuye a debilitar esa idea de desarrollo: surgen formas alternativas que lógicamente no tienen eco en las instancias de poder y, por lo tanto, deben ser trabajadas desde el fortalecimiento de la sociedad, lo que implica el desarrollo de procesos de formación, organización y participación real de la gente en defensa de sus derechos, de la dignidad, de sus territorios y de la vida [6].
Existen alternativas de cambio
Los pueblos no son estáticos y los seres humanos somos construidos y constructores de historia. Los sujetos devenimos de lo colectivo y lo colectivo, a su vez, es producto de la subjetivación. Como el discurso del desarrollo deviene en prácticas concretas de pensamiento y acción y con ellos nos han creado unos mundos, como dice Arturo Escobar, igualmente los movimientos sociales y las comunidades mismas, reaccionan y construyen sus propios procesos. Si desde los centros de poder se ha tratado de instalar un esquema funcional del desarrollo, bajo el criterio de la modernización de aquellas sociedades “atrasadas”, las propuestas alternativas buscan la construcción de condiciones de vida dignas desde el reconocimiento de las culturas propias.
En esta dinámica, surgen la noción de postdesarrollo y otras formas no capitalistas y de modernidad alternativa, que pueden llegar a constituir nuevos fundamentos para su renacimiento y para una rearticulación significativa de la subjetividad y de la alteridad en sus dimensiones económica, cultural y ecológica [7] . En muchas partes del mundo estamos presenciando un movimiento histórico sin precedentes en la vida económica, cultural y ecológica. Es necesario pensar acerca de las transformaciones políticas y económicas que podrían convertir este movimiento en un acontecimiento sin precedentes en la historia social de las culturas, de las economías y de las ecologías [8].
Los movimientos sociales han logrado nuevas dimensiones alternativas al desarrollo. Por ejemplo, se habla del desarrollo local que, si bien en su inicio fue impulsado por el Banco Mundial, ha sido transformado por los movimientos sociales e incorpora el reconocimiento de las capacidades y potencialidades que en las comunidades existen para forjar alternativas de mejoramiento en la calidad de vida del colectivo poblacional. En los últimos años, ha tomado fuerza la propuesta de los movimientos sociales, especialmente indígenas de Bolivia y Ecuador, que han propuesto un nuevo paradigma de vivencia y convivencia que se asienta en la convivialidad, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad: el buen vivir. Éste es un sistema de vida que se contrapone al capitalismo y al poder hegemónico.
Estos modelos alternativos al desarrollo conllevan al cambio de paradigmas hacia formas democráticas más participativas de gestión política, administrativa y de control social [9]. En este sentido, se conjuga el espacio territorial, desde la construcción comunitaria de esos lugares de convivencia acordes a sus identidades culturales. Esto implica que, como se da dentro del discurso del desarrollo en general, no exista un único modelo para éstos: hay tantos modelos como experiencias. Únicamente en un contexto de comunidades, se puede tomar conciencia del papel vital para la continuidad del sistema, que cumplen las múltiples relaciones que se establecen entre sus miembros.
Se puede deducir la importancia de la formación y la capacitación, de promover la participación y de fortalecer la organización hacia una sociedad cohesionada, como condiciones inherentes a estos modelos, lo que a su vez itera la consecuente subjetivización ausente en otros modelos de desarrollo propuestos desde los centros de poder. Tal vez estas capacidades, incluso, puedan llevar a romper con el discurso mismo del desarrollo, reconociendo los conocimientos, las opiniones y las necesidades concretas de las poblaciones a quienes el desarrollo supuestamente planteó beneficiar.
Se busca que desde diversos procesos, con la participación de diferentes actores locales, se organice el futuro de un territorio, aprovechando los recursos humanos y materiales propios y manteniendo una negociación o diálogo con los agentes económicos, sociales y políticos del mismo. Para lograr el “buen vivir”, se deben movilizar recursos tanto públicos como privados, lo que implica un giro radical en la conducción del Estado y de la sociedad. El camino más seguro para que este giro ocurra en marcos pacíficos y constructivos, es la concertación de propuestas de políticas públicas y proyectos de desarrollo que expresen la visión compartida de futuro de todos los actores sociales, económicos y políticos del país.
El postdesarrollo, una opción desde los movimientos sociales
He aquí que los movimientos sociales, en oposición al desarrollo, han avanzado a romper con el “discurso del desarrollo”, y a proponer la era del postdesarrollo que se refiere a:
a) la posibilidad de crear diferentes discursos y representaciones que no se encuentren tan mediados por la construcción del desarrollo (ideologías, metáforas, lenguaje, premisas, etc.); b) por lo tanto, la necesidad de cambiar las prácticas de saber y hacer y la “economía política de la verdad” que define al régimen del desarrollo; c) por consiguiente, la necesidad de multiplicar centros y agentes de producción de conocimientos –particularmente, hacer visibles las formas de conocimiento producidas por aquéllos quienes supuestamente son los “objetos” del desarrollo para que puedan transformarse en sujetos y agentes; d) dos maneras especialmente útiles de lograrlo son: primero, enfocarse en las adaptaciones, subversiones y resistencias que localmente la gente efectúa en relación con las intervenciones del desarrollo (como con la noción de “contra-labor”); y, segundo, destacar las estrategias alternas producidas por movimientos sociales al encontrarse con proyectos de desarrollo [10].
Se abre la posibilidad de crear diferentes discursos y representaciones que no se encuentren tan mediados por la construcción dominante del desarrollo, la necesidad de cambiar las prácticas de saber y hacer y de multiplicar centros y agentes de producción de conocimientos, particularmente, hacer visibles las formas de conocimiento producidas por aquéllos quienes supuestamente son los ‘objetos’ del desarrollo para que puedan transformarse en sujetos y actores.

Hernando Mejía Díez es Coordinador de Programa de Educación. Corporación para la Educación Integral y el Bienestar Ambiental - LA CEIBA (Colombia).
El presente artículo fue el ensayo final del curso online Repensar el desarrollo: Cooperación, derechos humanos y empresas transnacionales impulsado por OMAL y que se desarrolló del 16 de abril al 11 de mayo de 2012 para alumnado de Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Colombia.

Notas
[1María Cecilia Múnera López, “El Desarrollo desde una perspectiva semántica”, Ensayos Forhum nº 19, Universidad Nacional de Colombia, CEHAP-FORHUM, Medellín 2002, citando a Antonio Erizalde, pág. 8 a 17.
[2Ídem
[3Esta idea es trabajada en el texto de Arturo Escobar, La Invención del Tercer Mundo, Fundación Editorial el perro y la rana, 2004.
[4Arturo Escobar, La Invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo, Bogotá, Editorial Norma, 2004.
[5Honduras (1982), Panamá, El Salvador (1983), Guatemala (1985), Nicaragua (1987), Brasil (1988), Colombia (1991), Perú (1993), Argentina (1994), Venezuela (1999), Ecuador (2008), y Bolivia (2009).
[6Sergio Boisier, Desarrollo (local): ¿de qué estamos hablando?, Santiago de Chile, agosto de 1999.
[7Koldo Unceta, “Desarrollo, subdesarrollo, maldesarrollo y postdesarrollo. Una mirada transdisciplinar sobre el debate y sus implicaciones”Carta Latinoamericana. Contribuciones en desarrollo y sociedad en América Latina nº 7, Centro Latino Americano de Ecología Social, abril de 2009.
[8Arturo Escobar, Antropología y desarrollo, Ponencia del VIII congreso de Antropología en Colombia, 1997.
[9Augusto Franco, ¿Por qué precisamos de un desarrollo local, integrado y sostenible? Material de la Maestría en Desarrollo Local, UNSAM. 2005.
[10Arturo Escobar, “El “postdesarrollo” como concepto y práctica social”, en Daniel Mato (coord.), Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización, Caracas, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, 2005.