Por Victoria Sedón de León
Ahora, que se juzga la violación colectiva de una ‘manada’ de bestias, no podemos olvidar que sea en fiestas, en guerras, en prostíbulos o en la intimidad, esa barbarie que se perpetúa tiene un nombre: Patriarcado.
Hoy nos despertamos con la noticia -no grata por la barbarie que significa-, de que el general serbio Ratko Mladic ha sido condenado a cadena perpetua por el Tribunal Penal Internacional de La Haya, que juzga los casos de genocidio y otras causas perpetradas en la ex Yugoslavia por los ejércitos serbios. Lo más terrible, según los medios, el genocidio por exterminio de 8.000 varones musulmanes bosnios de Sbrenica en 1995. Desolador.
Sin embargo, algo que no parece destacable, se refiere a la violación sistemática de entre 20.000 y 44.000 mujeres bosnias por los ejércitos serbios al mando de Mladic. Cuando la hija de este monstruo se enteró de lo que estaba haciendo su padre, se suicidó con la propia pistola del general, lo que no impidió que éste continuara con sus horribles crímenes.
Las mujeres fueron violadas sistemáticamente en diversas ciudades y campos de desplazados. Y digo sistemáticamente porque se excluía a las embarazadas, pero se elegía a las otras mujeres y hasta niñas desde los doce años a fin de preñarlas y castigarlas a tener hijos de sus nuevos enemigos serbios, con los que antes habían convivido en paz, hasta que los dirigentes serbios se dedicaron a agitar la bandera de un nacionalismo xenófobo y asesino.
En 1993, el Tribunal incluyó la violación como crimen de lesa humanidad, pero no fue hasta 2008 que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas considerara las violaciones como crímenes de guerra. Les costó. Y les costó porque fueron ciertos funcionarios de la ONU los que permitieron, por omisión, que cientos de prostíbulos se levantaran en el escenario de la guerra con jóvenes secuestradas de Bulgaria y Rumanía para uso y disfrute de miembros de los ejércitos regulares, cascos azules desplazados a la zona y hasta voluntarios de las ONGs, que había ido a proteger a la sociedad civil. Violación y prostitución en masa formaron parte del botín de guerra que supone siempre el cuerpo de las mujeres. Katryne Bolkovac, funcionaria de Naciones Unidas, destinada para el mantenimiento de la paz en los Balcanes, denunció estos hechos en su libro Whistleblower, que luego fueron llevados al cine por Larysa Kondracki. Por supuesto que Bolkovac fue retirada de la misión, pero no sus jefes. La película llegó a España como “La verdad oculta”. Muy recomendable.
Ahora, que se juzga la violación colectiva de una ‘manada’ de bestias, no podemos olvidar que sea en fiestas, en guerras, en prostíbulos o en la intimidad, esa barbarie que se perpetúa tiene un nombre: Patriarcado. Es uno de sus daños colaterales. Y ahora también, a punto de ritualizar nuestro rechazo en el 25-N, hemos de dejarnos la piel para que la violencia contra las mujeres, así como las guerras, sean desterradas de la Historia.
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Ecofeminismo, decrecimiento y alternativas al desarrollo
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