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jueves, 10 de mayo de 2018

La primera revolución de las mujeres en España

Por Manuel Almisas Albendiz
El 19 de julio de 1936 debería estar señalado con letras rojas y de molde en el calendario de la Historia del feminismo y de la lucha de las mujeres en España. El 19 de julio debe ser el Día de la Mujer en nuestro estado español, de la Mujer Luchadora, al margen de su Día Internacional…
Por Manuel Almisas Albendiz
LA PRIMERA REVOLUCIÓN DE LAS MUJERES EN ESPAÑA -19 DE JULIO DEL 36-
El 19 de julio de 1936 debería estar señalado con letras rojas y de molde en el calendario de la Historia del feminismo y de la lucha de las mujeres en España. El 19 de julio debe ser el Día de la Mujer en nuestro estado español, de la Mujer Luchadora, al margen de que el 8 de marzo se celebre su Día Internacional. Porque nunca antes, y creo que ahora tampoco a pesar del auge y profundidad del movimiento feminista actual, las mujeres dieron un paso tan importante y verdadero para su total emancipación.
      Podría haber ilustrado este artículo con una fotografía de las innumerables milicianas que todas hemos visto en las revistas y diarios, muchas de ellas jóvenes y agraciadas, y en actitud guerrera a veces, pero ninguna como esta puede servirme para la idea que quiero expresar. Además, esta miliciana de la Juventud Socialista que custodiaba un edificio público de Valencia los primeros días de la sublevación fascista, de la que no sabemos su nombre ni apellidos, bien pudiera ser el prototipo de la mujer empoderada que nuevamente, como ya dijera la gaditana Amalia Carvia 30 años antes, gritaba a los hombres de la República: «¡Paso a la mujer!».
La lucha de las mujeres en España ha sido muy dura y muy larga desde las primeras feministas-librepensadoras-republicanas-espiritistas-masonas del siglo XIX. Se consiguieron incuestionables logros sociales, el reconocimiento de líderes políticas e intelectuales, y en 1931 se pudieron presentar a las elecciones y algunas entraron en el Parlamento: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken. Y a partir de la constitución de diciembre de dicho año pudieron ser ciudadanas y protagonistas de la historia al poder votar en unas elecciones generales como ocurrió en noviembre de 1933. Universidad, aborto, divorcio, paternidad, etc…Todo eso estaba muy bien, pero no eran más que medidas que muchos demócratas y republicanos de centro y de derecha aprobaron y podían asumir. Mas eso no era el poder y la igualdad; la emancipación y el poder no estaban en esos terrenos para las mujeres. La mayoría de ellas seguían ocupando un papel secundario y subalterno, segregado a veces, en una sociedad republicana que recién renacía con la victoria del Frente Popular. La verdadera revolución feminista estaba por llegar y fueron los fascistas quienes la precipitaron. Ocurrió un 19 de julio de 1936.
Ese día, y sin pedir permiso, muchas mujeres cogieron las armas y defendieron a la República. Algo nunca visto y que muchos hombres se negaron a ver, o no quisieron verlo. Pero al hacer eso, al decir y hacer «aquí estamos nosotras. ¡nosotras!», en un mismo plano, dentro de la misma barricada, dejaron claro que «con el fusil en el hombro venimos a reivindicar como mujeres nuestra igualdad, a defenderla y a materializarla». No era casualidad que la República tenía figura de mujer con gorro frigio. Solo con las armas en las avanzadillas del frente las mujeres se sintieron iguales a los hombres y se sintieron fuertes. Empoderadas se dice hoy…
Cuando la batalla de las mujeres se jugó en el campo del sufragismo en los primeros veinte años del siglo pasado, las mujeres españolas fueron a la zaga de estadounidenses, inglesas o australianas, y a veces con un gran complejo de inferioridad. Pero ahora que la Segunda República las había aupado al nivel de las primeras, la llamada imperiosa a defenderla frente al fascismo las convirtieron en las pioneras y ejemplo de las mujeres de todo el mundo. Mujer maternal y educadora, mujer piadosa y pacifista, y ahora su imagen de mujer antifascista recorría la prensa del mundo entero…«¡paso a la mujer!», nuevamente.
Las fotografías de las milicianas de las grandes ciudades españolas causaron la envidia y admiración de mujeres y hombres avanzados de medio mundo. Con razón. Porque lo cierto es que no se había visto nada igual. No era una imagen propagandística como algunos mojigatos han insinuado. Era la demostración palpable de una realidad que suponía la culminación del movimiento feminista en aquellas décadas. En la España del 19 de julio del 36 las heroínas se contaban por centenares, y las milicianas por millares. Era la verdadera emancipación de las mujeres tantos años suspirada por las feministas visionarias de finales del siglo XIX.
En el n.º 5 del mes de agosto de 1936 de la revista mexicana Frente a Frente, órgano central de la «Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios» aparecía la primera portada dedicada a España y con una foto de milicianas armadas. Este pie de foto es sugerente: «La mujer española, callada víctima del dolor de siglos, combate heroicamente en las filas».
Hubo que inventar la palabra «miliciana» y se tuvieron que acostumbrar a verlas en las trincheras y en los parapetos, hombro con hombro de los varones. Y hubo que inventar la palabra «capitana» y que los milicianos vieran en mujeres como Anita Carrillo, Luisa Paramont, Mika Feldman o Encarnación Hernández Luna a su mando superior. ¿Cuándo se había visto esto antes? Y encima, las noticias de su valor, arrojo y heroísmo no dejaban de llegar desde el frente. Los fotógrafos, salvo algunos misóginos que se pusieron una venda en los ojos, no tuvieron más remedio que disparar sus máquinas y enfocarlas con sus objetivos en los primeros días de la revolución. Ellas eran la verdadera noticia, la verdadera revolución. Gracias a profesionales como Díaz Casariego, Alfonso o Albero y Segovia, su imagen ha permanecido en la historia para orgullo y ejemplo de las mujeres.
No se ha publicado el número de mujeres que murieron en los primeros momentos de la sublevación fascista. Solamente en el diario de la noche L’Instant, de Barcelona, se ofreció en la edición del 22 de julio del 36 una relación incompleta de muertos y heridos que llegaron a la mayoría de los Hospitales de Barcelona. Allí murieron en combate por la libertad las mujeres Lucía Padua Jornet, Catalina Benedicto, Juliana Vara Cerezuela, Concepción Canet Alcaraz, Eugenia Preimau, Teresa Querol Querol, Francisca Pallareś Alcón, Ángela Alemany Marimón e Isabel López Giménez. Además de decenas de heridas de diversa consideración como Antonia Anjora Redido, Carmen Alba, María Bosch Litros, Engracia Carceller Giménez y muchas más. Sirva esta lista como homenaje a todas ellas y a las de las demás ciudades donde se sucedieron combates con las tropas fascistas sublevadas.
¿Y estas muertes las acobardaron? En absoluto. Pasaron horas en las largas colas, al fin cogieron su fusil o pistola, y se montaron en camiones y vehículos improvisados para partir al frente. La mayoría eran jóvenes, pero otras no tanto, y todas era hijas del 14 de Abril y del Octubre revolucionario y del 16 de Febrero unitario y victorioso. La mayoría eran anarquistas y libertarias, muchas eran comunistas y socialistas, y republicanas las menos, pero todas eran mujeres antifascistas dispuestas a dar la vida.
Esta revolución de las mujeres, al principio silenciada y después denostada, ridiculizada y combatida, se pudo escudriñar en alguna noticia de la prensa diaria. Es el caso de Málaga, donde no apareció ninguna referencia a este fenómeno histórico, pero sí se pudo leer en El Popular del 6 de agosto de 1936, en la sección «Lo que escriben los marinos» una carta escrita por Jesús Vacas, del Comité del barco cañonero «Laya». Se titulaba «Honor al alto espíritu libertario de la mujer malagueña» y en ella cuenta que sus camaradas le contaron los elementos más sobresalientes de la lucha de los primeros días en Málaga contra los golpistas, y que sobre todo, y «que debe conocer el mundo entero», es «el alto espíritu libertario que demostraron las Juventudes Femeninas, echándose a la calle con las armas en la mano y uniéndose a las Milicias». Pero nada de esto salió en la prensa de esos primeros días, ¿por qué?…
En Madrid no se pudo acallar esta realidad revolucionaria; en La Libertad del 22 de julio todavía no se hablaba de milicianas, pero sí de mujeres valerosas y guerrilleras, «nuestras madrileñas combatientes son hoy un magnífico ejemplo de valor y fortaleza que asombrará al mundo femenino». «Antes, en otros tiempo, se enaltecía una figura de mujer heroica. Ahora no es posible…son todas las que han de pasar a la historia y a las que habrá de levantar la República un monumento que perpetúe estas sublimas jornadas con que no están asombrando…». No se ha erigido aún ese monumento a las mujeres milicianas de la revolución del 19 de julio…
Lola Iturbe, en su libro «La mujer en la lucha social» escribía: «Un equipo de cineastas de la CNT instaló una cámara de cine en un camión y filmó la partida de la Columna que luego formaría parte de la película El Movimiento revolucionario en Barcelona dirigida por Mateo Santos. Una compañera, al ver que iban tantas mujeres en la columna, intentó reunirlas y hacerlas desfilar en grupo ante la cámara, pero no pudo ser…».
Como tampoco pudo ser que triunfara esta revolución y los hombres pusieran por encima de ella las excusas de la guerra, de la pretendida eficacia y pragmatismo militar, o de burlas y mentiras sobre las mujeres. Una vez más, se repitió el «mandato a la cocina» que denunciara Amalia Carvia en junio de 1933; aunque esta vez se vistiera con el mandato más fino de «la mujer a la retaguardia»: ¡Se acabó la revolución!

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