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martes, 11 de julio de 2017

La Alternativa: Ecofeminismo Socialista

Por: Ricardo Sanchez Ángel, Doctor en Historia Universidad Nacional de Colombia
El siguiente texto presenta la reflexión a la que fui convocado, junto con otros colegas, en el marco del II Congreso Internacional “¿Pensar el fin del capitalismo? – Escenarios y estrategias de transformación socio-ecológica en América Latina, Europa y el mundo”con miras a responder la pregunta sobre las alternativas al capitalismo. Aquí formulo la del ecofeminismo socialista.
El texto está estructurado en 5 apartados, así: Socialismo o barbarieQué no es el socialismoEl legado que defendemosNo hay socialismo sin democracia, ni hay democracia sin socialismo; y El programa: ecofeminismo socialista.
El hilo conductor de esta reflexión lo constituyen los balances sobre la historia de los triunfos y derrotas de la clase trabajadora, de las crisis y debates programáticos al interior del socialismo, y busca, desde la reflexión del movimiento histórico y actual, construir como concepto rector del programa alternativo el ecofeminismo socialista.
  1. Socialismo o Barbarie 
Rosa Luxemburgo construyó un extraordinario lema que condensa una formulación teórica: socialismo o barbarie. Estaba convencida que no había alternativa distinta a la de derrotar al capitalismo, el cual había instalado la barbarie en el seno de la civilización. Esto, en la tradición de Marx-Engels, quienes se apartaron de la idea de progreso de estirpe liberal, develaron el carácter inevitable de las crisis y defendieron la necesidad de la revolución como realizadora de la emancipación en todos los órdenes.
Es conveniente recordar a Marx en este concepto luminoso:
“Las leyes de beneficencia pueden ser consideradas como un corolario de esta teoría. Exterminio de las ratas. Arsénico. Workhouses. Pauperismo, en general. De nuevo el infierno, dentro de la civilización. Reaparece la barbarie, pero naciendo de nuevo de la entraña de la civilización y formando parte de ésta; es, por tanto, una barbarie leprosa, la barbarie como la lepra de la civilización. Las Workhouses, Bastillas del obrero. Separación de hombre y mujer” (Marx, 1966, pág. 179).
Desde que Rosa Luxemburgo caracterizó el capitalismo de la belle epoque y la primera guerra mundial, esta tendencia a la barbarie como fuerza del capitalismo no ha dejado de existir. Avanza, acecha:
“Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre; así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza” (Luxemburgo, 1976, pág. 61).
La Rosa roja destacó su visión recordando al maestro Federico Engels:
“Federico Engels dijo una vez: La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie” y se pregunta “¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el periodo de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta las últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal como lo profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y  la humanidad. En esta guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado la balanza, con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la vergüenza y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en esta guerra a esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a convertirse en dueño de su destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en vano (Luxemburgo, 1976, págs. 70-71).
Esta tradición marxista, en lucha contra la concepción de progreso de la socialdemocracia y de la historia como etapas sucesivas del estalinismo, se va a enriquecer con Las Tesis sobre el Concepto de Historia de Walter Benjamin, en su doble acepción de ángel de la historia y de la revolución. Allí, la crítica a la idea mixtificadora del progreso en sus distintas variantes se sintetiza en el aserto de la Tesis VII: “No hay ningún documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”[1].
Rosa se percató de que la continuidad del capitalismo arrastraba a la humanidad hacia la peor de las barbaries, cuya expresión más alta fue la primera guerra mundial. Pero la barbarie no cesaría. Continuaron las guerras coloniales: Corea, Argelia, Vietnam -que fue una especie de tercera guerra mundial… Y cuando todos los profetas anunciaban que el mundo entraría en una era de paz, la recolonización del mundo se disparó como parte de las nuevas dinámicas de la acumulación por el control de las riquezas petroleras en el medio oriente y hacia  el nuevo reordenamiento global del planeta, lo que Luxemburgo (1967) denominó, con toda propiedad, los terrenos propios a escala mundial de la acumulación de capital.
La expresión de la barbarie no es exterior al capitalismo actual, ni su expresión se da solo en las guerras. Tampoco es una vuelta al pasado, sino algo inextricablemente ligado a la forma del capitalismo actual. Barbarie y progreso son las dos caras de la misma moneda, asunto que la revolución científico-técnica no superó, sino que ratificó y desarrolló[2].
Para Rosa, no hay una línea histórica única del desarrollo, un horizonte inevitable, sino varios. Como en el verso de Antonio Machado, se hace camino al andar. El papel consciente, programático de la clase trabajadora es el de decidir el rumbo, en una tarea que no admite sustitutos: la liberación de los trabajadores es obra de los mismos trabajadores (Lowy, 1983, págs. 101-113).
2. Qué no es el Socialismo
 Con Luxemburgo aprendí que para acercarnos a lo que debemos entender por socialismo, es preciso establecer antes qué no es.
Ella, primero que nadie, incluso de los bolcheviques, elaboró una crítica al revisionismo, que propuso justamente el fin del marxismo como teoría revolucionaria y como praxis para la destrucción del capitalismo. Es el tiempo de labelle époque, que inspiró a los jefes de la socialdemocracia -Bernstein, Kautsky, Otto Bauer y demás- para evolucionar a un partido de conveniencias realistas y de mejoramiento del capitalismo histórico. No son pocas las acciones de la socialdemocracia en el logro del Estado de Bienestar y el Estado Social de Derecho. Su evolución se concretará en el abandono del marxismo y su propuesta de un capitalismo mejor. Su “obra de arte” será el apoyo a la guerra imperialista de 1914-1917.
En su famoso opúsculo de 1904, Reforma o revolución (1976), Luxemburgo sostuvo que los planteamientos de la socialdemocracia no representaban la idea de socialismo y es en ese marco que realiza sus planteamientos sobre la reforma. Ella, que se formó en la más profunda tradición de la Revolución Francesa, la Comuna de París y de Carlos Marx, entró en el territorio de la reflexión sobre reforma como una manera de responder a la necesidad de trabajar sobre el movimiento real, pero en el horizonte de subversión del orden de dominación y explotación del capital. Para Rosa, mientras se avanza en la superación del capitalismo, en su derrota definitiva -y ello tendría que ser un asunto colectivo, a escala internacional- se deberían propiciar transformaciones de reforma. No se puede caer en el error de pensar que toda reforma, todo movimiento, toda conquista, es una maniobra del capital que la asimila y la pone al servicio de su funcionamiento.
El socialismo no es reformismo, pero el socialismo lucha por la reforma. No se adecua al capitalismo, más bien utiliza la reforma para crear condiciones en el movimiento general y en la dimensión internacional.
Esta reflexión de Rosa es muy pertinente, a propósito de los balances y lecturas sobre los llamados gobiernos alternativos en América Latina. A mi juicio, dichos gobiernos han logrado una aplicación avanzada de la reforma. Los límites de la reforma no solo están establecidos por imposibilidades subjetivas de las vanguardias o de la falta de madurez de la conciencia de los trabajadores, pues debe reconocerse que no es posible en el molde nacional realizar transformaciones mayores a las que se han ido logrando en América Latina sin que se construya un movimiento continental hacia el socialismo.
En Venezuela, la reforma social bolivariana es profunda porque es el país con mejor reparto de la renta nacional, a pesar que el establecimiento colombiano, con la hipocresía que lo caracteriza, se atreva a decir que aquí en Colombia estamos mejor, pasando por alto que el país registra el indicador Gini más elevado en la región. Entonces, la reforma social bolivariana es algo que hay que defender. No por el presidente Nicolás Maduro, ni a los burócratas del gobierno bolivariano, de los cuales hay que ser muy críticos. Lo que hay que defender es la reforma social que se ha hecho en Venezuela y otros países.
3. El legado que defendemos
Ahora bien, al reflexionar sobre lo que significa el socialismo, debe rescatarse el valioso aporte del marxismo como praxis y tradición teórica. Este se desarrolló en crítica y lucha con la economía política inglesa, los socialismos utópicos franceses y la filosofía alemana. También con el anarquismo de Proudhon y Bakunin. Destaco que en su formación intelectual, Marx y Engels fueron aplicados lectores de las artes y las letras y de la revolución en las ciencias naturales. Sus maestros queridos: Demócrito y  Epicuro, Spinosa y Hegel, al igual que Sófocles, Shakespeare, Dante, Goethe y Cervantes, para nombrar unos cuantos.
La experiencia de la Segunda Internacional fue la formalización de la herencia del marxismo de la Primera Internacional, la experiencia de la Comuna de París y la organización de una praxis acorde al período de la segunda revolución industrial, la expansión capitalista y el moderno imperialismo.
Por su parte, la Revolución Rusa de 1917 constituyó la fundación del socialismo a escala europea y asiática, de dimensiones internacionales. Se trató de un nuevo curso de la historia mundial, un cambio cualitativo. La experiencia soviética influyó en Alemania y otros países, y en la arena del capitalismo internacional los nuevos partidos revolucionarios intentaron realizar la revolución socialista. Dichas organizaciones recibieron su principal influencia del exitoso partido bolchevique conducido por personalidades de primer orden, entre los cuales, Lenin, Trotsky y Bujarin son los más connotados. Los grandes antecedentes fueron la Comuna de París (1871) y la Revolución Mexicana (1910).
Entre las corrientes marxistas revolucionarias a destacar, además del bolchevismo, se encuentra también la espartaquista de Rosa Luxemburg y sus camaradas. El abanico de tendencias es más amplio: Gramcsi, Mariátegui, Bordiga, Gorter, Pannekoek… De las otras tradiciones recuerdo aquí la obra de Georg Lukács, Historia y conciencia de clase (1984), que se niega a ser olvidada, y cuya vida propia ha resistido hasta el “crimen delicioso” de su autor en el prólogo a la edición en español de sus obras completas.
4.  No hay socialismo sin democracia, ni democracia sin socialismo
Rosa Luxemburgo desarrolló un concepto fundamental, que ya había propuesto en Reforma y revolución (1976), y lo va a desarrollar en su otra obra magnífica, Huelga de masas, partido y sindicatos (1970): el socialismo es democrático o no es socialismo. O, dicho de otra manera, no hay socialismo sin democracia. Pero completa la ecuación: Tampoco hay democracia sin socialismo.
Luxemburgo criticó enérgicamente a Lenin y Trotsky, pues consideró que se estaban equivocando al sustituir la acción de los soviets, y previno sobre los peligros del partido único y la censura de las tendencias. Al respecto, su crítica a la disolución de la Asamblea Constituyente es de mucha pertinencia. Los bolcheviques habían apoyado la Constituyente, desarrollaron el poder dual –el poder de los soviets-, constituyeron un gobierno soviético y luego clausuraron la Constituyente. Ante eso, Rosa llamó la atención sobre lo que consideró un error fatal, porque a su juicio se le estaba dando un golpe a la democracia, no a la burguesía, y advirtió sobre las graves consecuencias que ello traería.
Rosa Luxemburgo no compra la teoría burguesa de que la democracia resuelve el problema de la igualdad real, aunque reconoce que permite las libertades políticas, un avance importante para el desarrollo de la lucha política. Luxemburgo hace indisoluble el socialismo y la democracia. No le regala la categoría magnífica de las libertades a la burguesía como hizo el estalinismo, ni las convierte en mercancía burguesa. Por el contrario, hizo de las libertades un terreno de la lucha de clases, de la lucha teórica para la formulación política. Dijo no a la libertad de la explotación, no a la libertad de la propiedad privada, no a ese tipo de libertad que enajena. Dijo sí a la libertad de pensamiento, sí a la libertad de emanciparnos. La liberación la concibió, antes que nada, como la aplicación de la libertad a escala internacional para liberarnos.
Su pasión por la libertad la consignó en esta sentencia de su texto, La Revolución Rusa (1976, pág. 209): “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”. Por el contrario Lenin, lleno de furia contra el imperialismo alemán por el asesinato de Rosa, a quien consideraba el águila de la revolución europea, dice que la democracia es burguesa y le otorga una gran fuerza a la categoría de Dictadura del proletariado, desde entonces paraguas de tantas desviaciones sobre el socialismo.
A la luz de esta discusión, valga rescatar la crítica que Luxemburgo realizó en La Revolución Rusa a la burocracia, la que finalmente terminaría devorando la Revolución de Octubre. La Revolución Rusa fue desfigurada desde finales de los años veinte, como consecuencia de la derrota de la revolución europea, china y mexicana. Había sido concebida como la apertura hacia un socialismo que solo se podía realizar en el mismo espacio de hegemonía del capital. Hoy, resulta forzoso reconocer que el socialismo puede comenzar en un país, pero no hace tránsito en el aislamiento.
El efecto doméstico fue el triunfo de las fuerzas sociopolíticas de la burocracia del Estado y del partido. La lucha de clases se decidió hacia la colectivización despótica, el estrangulamiento de la democracia, la dictadura del partido y del secretario general, José Stalin, en perjuicio de la clase trabajadora y la sociedad rusa. El Partido Comunista y la Tercera Internacional fueron vaciados de contenido revolucionario y convertidos en instrumentos de la burocracia. Así se sintetiza ese régimen político que se denomina estalinismo.
La burocracia, la nomenclatura como fuerza social y política conservadora, torturó, asesinó y encarceló a la oposición de izquierda y a millones de trabajadores y comunistas en Rusia y en el mundo. Todas estas víctimas deben ser rehabilitadas como genuinos revolucionarios.
La historia es implacable, y la experiencia soviética con su derrumbe en 1989, y el de su sistema de países satelizados del denominado socialismo realmente existente, es el espejo en que debe mirarse la evolución de la Revolución China y su incursión en el capitalismo mundial. También Vietnam.
La historia de la oposición de izquierda en la URSS y otros países, es una historia cargada de apuntes luminosos sobre la sociedad establecida por el estalinismo como sistema y su cortejo de crímenes. Desde La Revolución Traicionada  de Trotsky (1969), pero igual otros aportes, con otros acentos y valoraciones. Boris Souvarine en 1929 publicó Rusia desnuda, conocida luego como La URSS, en 1930. Souvarine insistió con su Stalin. Visión histórica del bolchevismo, en 1935, que fue traducida al inglés por C.L.R. James, el autor del estudio sobre Los Jacobinos Negros en la revolución de Haití.
Son numerosos los libros y artículos que van a esclarecer la naturaleza de la URSS y el PCUS durante el siglo XX. Pero entre ellos, es conveniente resaltar a Raya Dunayevskaya. Ella, junto a C.L.R. James, concluyeron que Rusia no era un Estado de los trabajadores, sino la concreción más lograda del capitalismo de Estado. La obra de Raya, Marxismo y libertad (2007), es una de las más heterodoxas del marxismo, escrita por una compañera de empresas teóricas de León Trotsky, que luego se distanciaría de éste por el asunto de la caracterización de la URSS. La obra de Rudolph Bahro, La alternativa, volvió a situar la pertinencia del análisis de la URSS en la tradición de la reflexión de Trotsky.
5. El programa: Ecofeminismo Socialista
Todo el sentido de las luchas de las multitudes en la historia tiene un horizonte emancipador. Por eso se hace necesario tener formulaciones programáticas que resulten del movimiento mismo, del desarrollo económico-social, de las ciencias, de las artes y las letras, de la filosofía y la historia, de la experiencia histórica de las derrotas, y de los debates e investigaciones sobre la sociedad y la revolución.
Toda la experiencia histórica de las revoluciones en el mundo, desde 1789 hasta hoy, incluida América Latina, demuestran que en el programa los mínimos: vida digna, paz, seguridad social, vivienda, trabajo y educación, deben estar articulados a medidas de transición, que en lo contemporáneo son democráticas, internacionalistas, antiimperialistas, anticapitalistas, hacia el socialismo.
El socialismo se define por la apropiación de los trabajadores de los medios de producción, la conversión de la propiedad privada en propiedad social en forma colectiva, y el manejo democrático de las ciudades –sociedades-, el ejercicio de la planeación de abajo hacia arriba y de la región al centro, e integrada en federaciones y bloques de países y continentes. En la planeación, los técnicos y funcionarios deben estar al servicio de los trabajadores y sus órganos de decisión y ejecución, y no al revés, evitando la burocratización y la corrupción. Los objetivos inmediatos son: mantener las energías creadoras en toda la sociedad, dinamizar la cultura, las ciencias y las artes en un despliegue de internacionalismo y libertad completa.
La actualidad del capitalismo no elimina sino que reproduce todas las formas de la historia del trabajo y las engloba en los patrones de explotación y dominación neocapitalista y neocolonial. Exacerba el sexismo, el tráfico y la esclavitud de mujeres y niños, el racismo camaleónico, la servidumbre inducida o voluntaria y la explotación. El capitalismo tardío reinstala la barbarie con las guerras, masacres, éxodos, hambrunas y despotismos. La explotación de la fuerza de trabajo global se puede y debe eliminar, acudiendo a la colectivización de la economía productiva.
La economía debe subordinarse a la sociedad y no continuar bajo la dictadura del mercado y las finanzas. Debe entonces eliminarse la banca privada, el gran comercio y transporte, reemplazándolos por sistemas públicos. En los países neocoloniales, donde existe un agudo problema agrario sin resolver, como Colombia y los de América Latina, el logro de una reforma agraria campesina, indígena y afro, de tipo democrático e integral, adquiere preponderancia.
La ciudad contemporánea actual está globalizada como espacialidad del capital, las comunicaciones y las culturas. La globalización financiera, comercial y telemática determina el comportamiento de las pautas urbanas y culturales. Es la ciudad y la arquitectura posmodernas, el triunfo de la mercantilización en todas las esferas de la sociedad, la vida y la naturaleza, en tanto el capitalismo se impuso como civilización a escala planetaria. Se trata de una fase más pura del sistema, en que lo que queda de naturaleza está también incorporada a su dinámica. El espacio urbano ha mutado hacia un nuevo hiperespacio con su predominio sobre el tiempo. La perspectiva debe ser la ciudad internacional, arraigada a las realidades geográficas y ambientales, con sus tradiciones regionales, de estirpe democrática y ambiental, como verdadera obra de arte para el disfrute colectivo.
La educación y la cultura están interrelacionadas, aplicando el querer que la educación sea cultura y la cultura sea educativa. La sociedad entera educa y todos en forma permanente se educan. Las raíces regionales le dan su forma a la educultura y a su vez estas se integran al legado y praxis internacional de los saberes y las creaciones artísticas.
La radio, la televisión y la gran prensa deben ser públicas en sus distintos momentos: en la propiedad, en la producción y en el servicio. Deben transformarse en medios reales de información y análisis, integración continental y planetaria. Su regla de oro debe ser el pluralismo, las libertades de opinión, crítica y fomento cultural educativo, superando el ser generador y reciclador de la sociedad del espectáculo.
El socialismo se apoya en las conquistas científicas, culturales y lo que resulte provechoso de la era de la modernidad capitalista. La técnica y los logros de la revolución científico-tecnológica deben reorientarse en su sentido y relación ambiental en provecho de las nuevas relaciones sociales.
Para América Latina, la planeación, los modos de producción, los modelos y estilos económicos, deben recrearse de acuerdo a las realidades geohistóricas y socioambientales, de lo holístico y telúrico de que está dotado el Continente. Estas medidas y otras más se ubican en la integración de las distintas sociedades con métodos de cooperación y federación internacional.
No es ilusorio visualizar una Europa socialista al igual que una Norteamérica socialista y con las transiciones necesarias en bloques regionales, una América Afro-Indoamericana socialista, igual que en África, Oceanía y Oriente Medio, en China y los países asiáticos como Japón, las Coreas, Vietnam e Indochina. Todos pueden marchar hacia la integración de sus economías y sociedades con criterios pluralistas.
El derrumbe de la Unión Soviética fue el del burocratismo de gran potencia. Su inserción en las dinámicas del capitalismo internacional mantuvo en la subalternidad a las naciones que formaban parte de la Federación. Al igual que los países del socialismo realmente existente en la Europa Oriental, que fueron satélites a través del Pacto de Varsovia de la URSS, se atomizaron.
Alemania Oriental fue anexada bajo el eufemismo de la unidad a la República Federal, en el retorno al gran Estado capitalista en Europa. La Federación Yugoslava se balcanizó, en una especie de eterno retorno de esta zona histórica, convertida en un espacio de disputa bélica, de intereses económicos, de poder, con las envolturas religiosas y racistas y la manipulación de las grandes potencias.
El capítulo del colapso del socialismo burocrático con su enorme tragedia a cuestas, clarifica que el socialismo en su dimensión internacional debe ser horizontalmente democrático en las relaciones entre distintos países, naciones, culturas, pueblos, religiones y tradiciones. Y sobre la fuerza de la diversidad encontrar las complementariedades y cooperación necesaria.
José Carlos Mariátegui concibió el internacionalismo, en forma acertada, como expresión de la revolución de nuestro tiempo y abogó desde Indoamérica por la unidad con el socialismo europeo y la revolución rusa. Con el horizonte de ser creación nuestra, y no calco y copia.
La reforma y la revolución son un movimiento en curso por mejorar o transformar las condiciones de sociedad y vida. La lucha por el socialismo y la revolución como movimientos, debe buscarse articulando ambas dinámicas. Es el papel del programa, la política, las organizaciones y partidos a escala internacional, donde el socialismo en Nuestra América forma parte de los socialismos del planeta.
La transición al socialismo es el comienzo de la superación radical del capitalismo y sus formas de sociedad y del Estado espectáculo. Es un proyecto no solo anticapitalista sino postcapitalista y postliberal. Ante los desastres de la socialdemocracia de Bernstein y Kautsky, y también del estalinismo, hubo un repliegue del pensamiento crítico. Se dejó de hablar de socialismo, porque se le identificó con la burocracia, el gulag, el exterminio de la oposición de izquierda…
El socialismo, más que anticapitalismo, más que resistencia, es superación del capitalismo. Es atreverse a reconocer, bajo el principio de esperanza, que la barbarie no es inevitable y puede ser cambiado el estado de cosas actual. Bloch, que escribió la maravillosa investigación sobre el principio de esperanza, rescata la pertinencia del texto de Lenin en donde este invita a soñar. Porque el socialismo implica transitar por los territorios de la esperanza, de la utopía. La esperanza tiene una potencia creadora. Hay que desear el fin del capitalismo, buscarlo, propiciarlo. El movimiento real de las luchas está exigiendo que se hable el lenguaje de superación del capitalismo, por el socialismo de nuestro tiempo (Bloch, 2004).
El socialismo sintetiza las experiencias y herencias en común de la clase trabajadora, ya que este legado es parte integral de los saberes populares, de la teoría materialista de la historia. Lo hace al mismo tiempo que se corrige, se autocritica, se recupera y por ende se libera. Las tradiciones de las luchas del pasado libradas por los explotados, oprimidos y humillados que se mantienen ocultas, desconocidas, borradas por la historia de los dominadores, hay que recuperarlas para la memoria, la historia y la política del presente, dotándolas de sentido, enlazadas en el porvenir para superar su dispersión y discontinuidad. Radicalmente todas las luchas del pasado forman parte de las nuevas luchas del presente y el porvenir.
Al mismo tiempo, el socialismo elabora y proyecta los aportes de las ciencias sociales y naturales, realiza las críticas a la economía de los capitalistas, a la tecnoburocracia y a la idea religiosa según la cual el capitalismo es lo naturalmente existente, inevitable y necesario. Precisamente es el pensamiento social complejo el que permite refutar que lo existente es lo mejor y si acaso mejorable sin alterar su orden lógico esencial. Es posible erradicar en breve tiempo la miseria, el hambre, el abandono, las enfermedades sociales, reorientando el uso de los recursos utilizados en la industria armamentista, las guerras, los consumos suntuarios.
Ahora bien, lo que está en cuestión es la vida del planeta y la vida humana. Hay que reconocer, desde nuestra tradición teórica, que la crisis no es solo social, ni de reproducción del capitalismo, sino que es una crisis de la vida planetaria y de la vida humana. El desarrollo del capitalismo ha conducido, no solo a la barbarie social, sino a la barbarie planetaria.
La vida humana y la vida en general es el hilo holístico entre sociedad y naturaleza y nuestro entronque con el universo en que gravitamos en una dimensión de múltiples universos, todos en procesos expansivos. La historia del universo al igual que la del planeta tierra está regida por leyes cuyo descubrimiento enriquece las explicaciones sobre el curso de la vida y la destrucción. Donde rige el realismo relativo, las interrelaciones, lo probable y no lo seguro, en fin, un conjunto de causalidades y procesos interrelacionados.
La escisión entre sociedad y naturaleza, al ser convertida en ruptura no solo de dominio sino de destrucción, llevó a la alienación de la vida humana. La sociedad y la cultura no solo se construyeron en un dilatado proceso histórico como distintas a la naturaleza, sino como contrarios a la misma. El capitalismo se constituyó en el momento culminante de este proceso y desde entonces no ha cesado su incursión destructiva sobre la naturaleza.
Las crisis ambientales destructivas no solo tienen causas en la historia material del planeta y el universo. Están determinadas por el proceso destructivo del capitalismo, sus crisis, guerras y tecnologías, arropando en su barbarie la suerte de la vida planetaria. Las actuales calamidades de sismos, terremotos, sequías, calentamientos, extinción de especies animales, deforestación, enfriamientos, descongelamientos, en fin, todo tipo de trastornos se deben a esta dinámica. El actual ciclo recesivo del capitalismo agudiza aún más esta tendencia histórica, al igual que la nueva fase de neocolonización y guerras (Libia, Palestina, Siria, Irak, Colombia, Sudán del Sur…).
La historia natural del clima existe y es posible ubicar que sus oscilaciones de calentamiento y enfriamiento con sus distintas gamas obedece a leyes naturales. Pero, a partir del periodo de 1850 (plena revolución industrial que comenzó hacia finales del siglo XVIII) se desata el “efecto invernadero” su línea ascendente no ha cesado de incrementarse hasta hoy, donde aparece clara la incidencia, en el calentamiento global, del capitalismo histórico con sus tecnologías, colonialismos, sobreexplotaciones, formas de apropiación violenta destructiva con base al exitismo y el consumismo. Toda una lógica de destrucción del propio capital y de los bienes para mantener la dinámica de la acumulación.
De nuevo se debe refutar lo que los positivismos dentro y fuera del marxismo separaron, y que es la base del materialismo socialista. Así, de acuerdo con Marx y Engels en La ideología alemana, citados por Bellamy Foster (2004, pág. 342):
“Sólo conocemos una ciencia: la ciencia de la Historia. La historia puede contemplarse desde dos perspectivas: puede dividirse en historia de la naturaleza y en historia del hombre. Pero estos dos aspectos no deben verse como entidades independientes. Desde que existe el hombre, éste y la naturaleza se han afectado mutuamente”.
Todo el reordenamiento del mundo, de la economía, de la sociedad, de la vida, de los derechos, se puede hacer solo reconociendo que el derecho a la vida debe jerarquizar toda aspiración, reordenar todos los derechos y encuadrar las políticas económicas, los planes estatales y las programaciones macroeconómicas. Se debe convertir el derecho a la vida en campo de lucha, el programa por el socialismo debe ser un programa por la vida, humana y del planeta. Es la mirada de la ecosofía, por ello el ecosocialismo.
Pero hablar de ecosocialismo no es suficiente. Porque para que esa formulación no sea apropiada por los capitalismos verdes y de la gran trampa de la ideología socialdemócrata de nuestro tiempo en esa materia, es necesario invocar y rescatar la fuerza subversiva más trascendental de la época: la emancipación de la mujer. Es por esto que la fórmula actualizada de nuestro movimiento y programa es el del ecofeminismo socialista.
La dimensión ecofeminista del socialismo se corresponde con la naturaleza de la nueva época que vivimos, en donde las crisis económica, social y ambiental están interrelacionadas en forma tal que es toda la vida planetaria y la existencia de la sociedad humana lo que está en cuestión. En reconocimiento al despertar, tanto en la conciencia, como en las luchas, del enorme protagonismo de los movimientos de las mujeres, de sus resistencias y su papel en la vida sociocultural. La emancipación de la mujer debe ser el primer punto del programa socialista, su principio rector, lo que involucra la dignidad como esencial en el quehacer, en la praxis socialista. El socialismo es un movimiento de la sociedad y la cultura, que debe asumir la clase trabajadora en femenino y masculino.
Todas las luchas de la época contemporánea han colocado a las mujeres en el terreno de la historia. Hay una historia de las mujeres y hay unas mujeres en la historia. El movimiento real exige una reformulación completa del programa del socialismo, hacia el ecofeminismo socialista.
Si no hay emancipación de la mujer, no hay posibilidades de transformación radical del capitalismo. Esta formulación está desde los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, donde Carlos Marx joven dice que el asunto central de nuestro pensamiento es descifrar la relación hombre-mujer, donde está el comienzo y el fin de toda dominación de los sexos. Y en su último trabajo, Los apuntes etnológicos, va a decir, a partir de una larga reflexión, su relectura de Morgan y su estudio de las comunas primitivas, que el cambio de la ecuación en la relación entre hombre y mujer, ese gran problema de la civilización, exige la eliminación de la propiedad privada y las relaciones de dominación del capitalismo[3]. En ese terreno, hay que rescatar el libro de Raya Dunayevskaya, Rosa Luxemburgo. La liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución (1985), donde se coloca en diálogo a Marx y a Rosa Luxemburgo respecto a la emancipación de la mujer. Entonces, el socialismo debe hablar en clave femenina.
Este tipo de reflexiones suelen ser calificadas de utópicas, de irrealizables, sacadas del magín, como contraparte se ofrece los edulcorados programas de la Socialdemocracia y la Tercera Vía, que no han dado respuesta a la gran depresión en que está sumida la sociedad humana, con su correlato de destrucción ambiental. Precisamente este programa de transición es el más adecuado como alternativa a la barbarie instalada por el capitalismo, con su pensamiento único que reproduce por doquier: guerras, hambrunas, desigualdades, desempleo, opresión, humillación, alienación consumista, con aumento de la explotación femenina y de la niñez. El verdadero rostro hoy del sistema imperante es el del capitalismo neocolonial, salvaje y destructor.
La alternativa al capitalismo es deseable y necesaria. Hay que soñarla, desearla y buscarla. Y esa alternativa merece llamarse ecofeminismo socialista[4].

BIBLIOGRAFÍA
Bellamy Foster, J. (2004). La Ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza. Madrid: El Viejo Topo.
Bloch, E. (2004). El principio de Esperanza. Madrid: Trotta.
Dunayevskaya, R. (1985). Rosa Luxemburgo. La liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución. . México: Fondo de Cultura Económica.
Dunayevskaya, R. (2007). Marxismo y libertad. México: Fontamara.
Krader, L. (1988). Los apuntes etnológicos de Karl Marx. Madrid: Editorial Pablo Iglesia/Siglo XXI de España Editores.
Lowy, M. (1983). La significación metodológica de la consigna Socialismo o Barbarie. En M. Lowy, Dialéctica y revolución. México: Siglo XXI Editores.
Lowy, M. (2002). Walter Benjamin. Aviso de incendio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Lowy, M. (2012). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Madrid: Biblioteca Nueva.
Lukács, G. (1984). Historia y conciencia de clase. Madrid: Grijalbo-Sarte.
Luxemburgo, R. (1967). La acumulación del capital . México: Grijalbo.
Luxemburgo, R. (1970). Huelga de masas, partido y sindicatos. Córdoba: Ediciones Pasado y Presente.
Luxemburgo, R. (1976). El folleto Junius. La crisis de la socialdemocracia alemana. En R. Luxemburgo, Obras escogidas (Vol. II). Bogotá: Editorial Pluma.
Luxemburgo, R. (1976). La Revolución Rusa. En R. Luxemburgo, Obras escogidas(Vol. II). Bogotá: Editorial Pluma.
Luxemburgo, R. (1976). Reforma o revolución. En R. Luxemburgo, Obras escogidas(Vol. II, págs. 47-119). Bogotá: Editorial Pluma.
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Sánchez Ángel, R. (Inédito). Las mujeres en la historia.
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Vitale, L. (1983). Hacia una historia del ambiente en América Latina. México: Editorial Nueva sociedad-Nueva imagen.


[1] Véase Lowy (2002) y Sánchez Ángel (2006)
[2] Véase Sánchez Ángel (2009).
[3] Véase Krader (1988)
[4] Como orientación bibliográfica sobre ecología, feminismo y socialismo, véase Bellamy Foster (2004), Vitale (1983), Schmidt (1983), Lowy (2012) y Sánchez Ángel (Inédito).

Publicado en “¿Pensar el fin del capitalismo? Escenarios y estrategias de transformación socio-ecológica” (Carolina Jiménez y Aaron Tauss (Editores). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2015)

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