Si seleccionamos un personaje histórico, famoso y femenino, ya sea una reina, una pintora, una escritora o incluso una sufragista, no representamos a la mayoría de las heroínas de nuestro género: La mujer como colectivo. Porque en gran medida, fueron ellas las que dieron lugar a grandes cambios, es decir, a cambios sociales que la Historia tradicional ha subestimado. Si no, pensemos en las mujeres que dieron pie a la Revolución Rusa o preguntémonos sobre la Toma de la Bastilla y quién desencadenó semejantes hechos. Pensemos en las guerras, concretamente en el papel que jugaron las mujeres durante la Segunda Guerra Mundial: las mujeres desarrollaron importantes labores para el desarrollo de la economía y de la sociedad, es decir, ocuparon los puestos que les habían dejado los hombres al marcharse a la guerra. De esta forma, se produjo un cambio de mentalidad dentro de la población femenina de países como EEUU, ya que se dieron cuentas de que podían realizar las mismas actividades que sus compañeros habían estado realizando, durante su ausencia.
Por todo esto, para poder hacer un análisis justo y escribir la Historia de manera equitativa, es decir, para llegar a una Historia Universal, es necesaria la inclusión de la mujer como conjunto o colectivo, y no como ente aislado en un capítulo de libro, o (ya que es así como empezó a desarrollarse el género en los estudios de Historia) un personaje histórico que se caracterizó por desarrollar papeles públicos.
La mujer, como objeto de estudio en Historia y Arqueología, ha estado invisibilizada. Esta frase no es nada nueva. De hecho, es lo primero que se enseña en los estudios de género: hay que buscar a las mujeres porque no están. La historiografía ha realizado una Historia androcentrista, es decir, todos los cambios producidos para llegar al “progreso” han sido derivados de la interacción del hombre. Por tanto, ¿Dónde han dejado a la mujer?
La dicotomía, es decir, la división en dos partes, del espacio, ha generado un encasillamiento de los dos sexos mayoritarios: el masculino y el femenino. A cada uno le correspondía un lugar, en los cuales se hacían actividades distintas. Por un lado, nos encontramos con el ámbito público, lugar dónde el hombre ha llevado a cabo actividades como la caza, la pesca, la agricultura, la metalurgia, la creación de nuevas tecnologías, incluso la participación en política. Por otro lado, a las mujeres se les había asignado el otro espacio, el privado, donde realizaban todo tipo de acciones diarias como el cuidado de los individuos, tanto infantiles como ancianos, o la producción culinaria. El problema de esta dicotomía deriva en que, el primero (ámbito público) está por encima del segundo (el ámbito privado), y por lo tanto, se entiende como que lo este espacio privado es algo inferior y de menor importancia. Esto se debe, en parte, al desconocimiento de las actividades realizadas en este ámbito y su importancia para la sociedad.
El concepto con el que designan las Arqueólogas de Género, de distintas universidades del Estado (Margarita Sánchez Romero, Eva Alarcón, Laia Colomer, Paloma González Marcén, Sandra Montón Subias, Antonia García Luque, Almudena Hernando, Cristina Masvidal, Marina Picazo, Begoña Soler, entre otras muchas), a este tipo de acciones es el de “Actividades de Mantenimiento”, que se conciben como algo fuera de tiempo, es decir, no aportan nada a la dinámica de la Historia, no cambian o dan lugar al progreso. Se realizan en lugares que conocemos, lugares que no cambian y son estáticos: el hogar. Son aquellas actividades que han estado asociadas a lo doméstico, a la supervivencia de la sociedad y están compuestas por el cuidado, la alimentación, la transmisión de los valores y la socialización, la organización de los espacios del hogar, así como la higiene del mismo.
Son, en definitiva, aquellas actividades que han llegado hasta hoy día, y que nuestras antepasadas, abuelas y madres han llevado haciendo toda su vida y no se les ha valorado por ello.
Pero, cabe decir que no siempre han sido realizadas por mujeres, antes de su encasillamiento pudo haber sociedades más igualitarias que pudieron distribuirse estas tareas, como por ejemplo comunidades neolíticas o paleolíticas. Todo ello antes de la creación del Estado. ¿Cuándo pudo darse esto? Lo más probable es que, estas tareas, asociadas siempre al ámbito de lo domestico, fueran actividades llevadas a cabo por hombres y mujeres dentro de contextos sociales arcaicos y prehistóricos, y sería con la llegada del patriarcado, la jerarquización social y la aparición de estos dos ámbitos (el privado y el público), cuando la mujer acogería en su seno estas tareas. Este proceso se llevaría a cabo en tiempo muy amplio, concretamente entre la Edad del Cobre y el Bronce, y desarrollaría su máxima expresión durante el Imperio Romano, cuando la política aparece de la manera más patriarcal que se pudo conocer hasta entonces.
Si son tan importantes, ¿Por qué no las estudiamos? ¿Por qué nos dedicamos a analizar las composiciones de la cerámica o su tipología, si no le damos una interpretación en clave de género que exponga, con argumentos, que el individuo que realizó dicha cerámica la utilizó para cocinar y para alimentar a los individuos infantiles de la comunidad? ¿Por qué no analizamos las formas de maternidad en la Edad Media? ¿Y la mujer en el ámbito rural, su papel, su día a día, sus quehaceres, y su lucha social? ¿Y de las obreras del siglo XIX? ¿Cómo pudo una mujer en ese siglo compatibilizar lo privado con lo público? ¿Qué les llevó a dar ese gran paso? Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿por qué, en la actualidad, son actividades que no se reconocen como un trabajo más?
Lo que tenemos que ver es lo importante que es para el grupo o la sociedad, darle el valor que se merecen y atribuirlas al cambio social. Debemos estudiarlas, estudiar a las mujeres y con ellas, como diría Joan Scott, reescribir la Historia.
Como vemos, todavía queda mucho que hacer, que descubrir y que interpretar en clave de género.
Para acabar, me gustaría concluir con una frase que Simone de Beauvoir utilizó para su libro El Segundo Sexo del año 1949 donde afirma que “A través de ellas [Las mujeres] la vida del clan se conserva y propaga; de su trabajo y de sus mágicas virtudes dependen los niños [las niñas], rebaños, cosechas, utensilios y toda la propiedad del grupo del cual son el alma. Tanto poder inspira a los hombres un respeto mezclado de terror, que se refleja en su culto. En ellas se resumirá toda la Naturaleza extraña y misteriosa”.
Bibliografía.
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Me llamo Celtia Rodríguez González, soy historiadora por la Universidad de Murcia, y arqueóloga por la Universidad de Granada. Actualmente soy miembro del grupo de investigación Síncrisis de la facultade de Historia de la Universidade de Santiago de Compostela. En este momento trabajo en mi tesis doctoral sobre Arqueología de Género en Galicia en esta misma Universidad. Mis líneas de investigación son tanto la Arqueología de Género como de la Infancia. Tengo algunos artículos publicados en relación a estos temas que se pueden ver en mi página de academia.edu. Los periodos que abarco son tanto la Prehistoria reciente como épocas galaicorromanas y tardoantiguas, llegando incluso hasta época Altomedieval.
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