Amelia Valcárcel, filósofa y vicepresidenta del Museo del Prado. La catedrática de la UNED habla hoy sobre el ‘Equipaje del feminismo en el mundo global’ en el Aula de Cultura de SUR
Amelia Valcárcel confiesa que aprovechará su visita a Málaga para visitar el Museo de Málaga y el Picasso. / Alberto Aja
Democracia, política, religión, historia, igualdad y cultura. Nada de esto es ajeno a la filósofa Amelia Valcárcel, que posa su mirada sobre el mundo actual para ofrecer un análisis del que es difícil no darse por aludido. La catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED ofrece hoy una conferencia en el Aula de Cultura de SUR en el que abordará el ‘Equipaje del feminismo en el mundo global’. Aunque en esta entrevista confiesa que tiene un interés personal por visitar Málaga. Relacionada con su gran vinculación al Museo del Prado.
–¿Cuál es ese equipaje del feminismo en la actualidad?
–El fe
minismo forma parte de la herencia política de Occidente, que es la única civilización en la que la igualdad, también entre sexos, es un valor de referencia. Pero nuestras formas políticas y de vida no son planetariamente compartidas.
–¿Y cuál es la amenaza?
–Occidente está viviendo en un mundo multipolar, por lo que no tiene asegurada la preminencia de los últimos siglos. No sabemos como se va a resolver la globalización, que no está resultando pacífica y ninguna institución internacional parece capaz de ponerle ley.
–¿El surgimiento de los populismos está relacionado con la actual confusión social?
–Muchísimo. No quiero ser pesimista, pero hay una cosa muy preocupante: las democracias son muy frágiles. Y evidentemente los avances de las mujeres dependen de la fortaleza de la democracia.
–¿No hay feminismo sin democracia?
–No. Allí donde el régimen político no es una democracia, la posibilidad de que las mujeres tengan un papel público casi no existe. Allí donde la democracia es fuerte, la ciudadanía de las mujeres puede ser asegurada con un trabajo político constante.
–El papel de los hombres en el feminismo es todavía escaso y confuso. ¿Qué lugar debemos ocupar?
–Es que son muchos y no lo conozco a todos, como tampoco a todas las mujeres. Pero hemos tenido hombres notables en la tradición del feminismo, como los filósofos John Stuart Mill o Poullain de la Barre. Algunos varones han contribuido de manera decidida a afianzar la libertad de la mujeres.
–¿El camino del feminismo hay que recorrerlo juntos?
–El problema es la misoginia, que está bien asentada en el cuerpo social. Pero cuando el sistema político no le da cobertura, es más difícil que se produzca el inmovilismo al que aspira. En este momento de enorme confusión en la globalización, el problema de la libertad de las mujeres es ‘palpitante’, por utilizar una expresión que empleó Ortega y Pardo Bazán. Muchos de los conflictos de valores tienen que ver con que hay formas civilizatorias que no soportan a Occidente, una sociedad en la que el papel de los sexos está estrictamente normado.
–¿La tradición política explica que el feminismo sea más de izquierda que de derechas?
–Hay que hacer una precisión. Cuando una democracia es sólida, incluso los conservadores saben que los valores son comunes y los respetan. Lo que nunca van a ser las posturas conservadoras son vanguardia y cambio, porque no está en su naturaleza.
–Aún vivimos en una sociedad en la que es noticia la primera mujer que logra esto o aquello.
–Cada vez menos. Lo que tiene que haber es paridad. Tenemos las mismas o similares habilidades y acumulamos los mismos o similares méritos, por lo que tendremos que alcanzar las mismas o similares metas.
–También quería preguntarle por la religión...
–Qué remedio. Como investigadora, le he dedicado los últimos diez años.
–Pues la religión se opone muchas veces al feminismo. ¿Faltan mujeres en iglesias y mezquitas?
–Ja, ja. Veamos. La religión le da sentido a la sociedad. Por tanto, es muy importante y debe quedar claro, porque hay gente que piensa que la religión es algo accesorio y prescindible, lo que no es verdad. Así que más vale que todas las religiones hagan las paces con la democracia, porque entonces también lo harán con el feminismo. No es lo mismo el cristianismo de Noruega o Suecia donde la principal autoridad religiosa es una arzobispa, que el de Egipto. Por no hablar del nuestro. ¿Para qué nos vamos a liar?
–El nuestro también se presta al comentario.
–A mí me encantó una foto en la que el papa Francisco saludaba a la arzobispa. Algunos papas que hemos tenido no se habrían dado la mano con ella. Estamos en el 500 aniversario de la Reforma, que dividió a Europa en dos. La Iglesia católica romana se asentó en la Europa del sur, que tardó mucho más que la del norte en hacer la paz con la modernidad.
–Usted forma parte del patronato de El Prado y viene a una ciudad que ha pasado en pocos años del sol y playa a situarse en el mapa cultural gracias a sus museos.
–Es muy relevante y le confieso que uno de mis mayores intereses para venir a Málaga es visitar sus museos.
–¿Cuales?
–Principalmente dos, uno recién inaugurado, el Museo de Málaga, que me hubiera gustado visitar en la apertura. Y el otro, el Picasso. Hace poco hablé con una de las grandes especialistas en el pintor, Carmen Giménez, y me ha dicho que no deje de ir. Tengo mucha tarea.
–El Museo de Málaga tiene préstamos valiosísimos de la pinacoteca madrileña.
–El Prado tiene a gala que sus fondos estén bien cuidados y nos encanta que puedan ser exhibidos en museos como el de Málaga.
–El Museo del Prado acaba de cambiar de dirección. ¿Satisfecha con el cambio?
–Soy la vicepresidenta de su patronato, que es el órgano que ha propuesto el relevo. Fue fantástico tener a Miguel Zugaza y será un magnífico director Miguel Falomir.
–Un gran barco como el Prado tiene una inercia y una historia. ¿Es tan importante la dirección?
–Sí, porque es la que imprime el rumbo. Y el Prado es el buque insignia de la cultura española, por lo que quien lo lleve es importante. Con la ayuda además de un patronato que supervisa todo y compuesto por grandes expertos... en el que la más tonta soy yo.
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