Por Daniel Pizarro / Politika
Los muchachos del equipo de judo se portaron muy mal.
Algo se les pasó por la cabeza y prendió como yesca en los muchachos.
Un fuego fatuo.
Hicieron una convivencia a la que llamaron carrete, y compraron varias botellas de pisco a las que llamaron copete, y algo pusieron en el vaso de una compañera del equipo de la que aquí no diremos ni siquiera la primera letra.
Ellos, los muchachos, podrán ser A, B, C, D, E y F. Pero ella, aquí, no tiene ningún nombre.
Ella, después de tomarse el traguito que le ofrecieron, no se acuerda de casi nada.
Estaba acostada en una pieza, en una casa que no era la suya. Ya era de noche y en la reconstitución mental de la escena digamos que era la convivencia de un equipo de judo.
Pero ella apenas se acuerda.
Abría los ojos y se encontraba con uno moviéndosele encima. Y ella no se podía mover.
Los abría de nuevo y tenía otro encima.
Y así, de la A a la E.
Porque la F. Digamos que la F les gritaba a los demás. Les decía que eso era una violación, eso que hacían encima de la compañera no estaba bien, les decía F o trataba.
Oh, los límites.
Ella no se acuerda de casi nada. Son como estampas del infierno que quedaron en su cabeza.
Pero al despertar. Digamos que en la mañana. Cuando sólo quedaba la letra F en la casa. Y ella se sentía muy mareada y muy mal.
Todo estaba en su lugar, menos su cadera que se había desencajado.
Cuesta imaginarse una cadera fuera de lugar.
Pero ésta se había salido por las embestidas del equipo de judo.
De la A a la E. Con la F gritándoles.
Algo pasó con los judocas, los muchachos del equipo.
Ahora están todos procesados.
Y ella que aquí no tiene un nombre
se llevó consigo
una violencia salvaje al hospital.
Y sin duda algo más.
Algo se les pasó por la cabeza y prendió como yesca en los muchachos.
Un fuego fatuo.
Hicieron una convivencia a la que llamaron carrete, y compraron varias botellas de pisco a las que llamaron copete, y algo pusieron en el vaso de una compañera del equipo de la que aquí no diremos ni siquiera la primera letra.
Ellos, los muchachos, podrán ser A, B, C, D, E y F. Pero ella, aquí, no tiene ningún nombre.
Ella, después de tomarse el traguito que le ofrecieron, no se acuerda de casi nada.
Estaba acostada en una pieza, en una casa que no era la suya. Ya era de noche y en la reconstitución mental de la escena digamos que era la convivencia de un equipo de judo.
Pero ella apenas se acuerda.
Abría los ojos y se encontraba con uno moviéndosele encima. Y ella no se podía mover.
Los abría de nuevo y tenía otro encima.
Y así, de la A a la E.
Porque la F. Digamos que la F les gritaba a los demás. Les decía que eso era una violación, eso que hacían encima de la compañera no estaba bien, les decía F o trataba.
Oh, los límites.
Ella no se acuerda de casi nada. Son como estampas del infierno que quedaron en su cabeza.
Pero al despertar. Digamos que en la mañana. Cuando sólo quedaba la letra F en la casa. Y ella se sentía muy mareada y muy mal.
Todo estaba en su lugar, menos su cadera que se había desencajado.
Cuesta imaginarse una cadera fuera de lugar.
Pero ésta se había salido por las embestidas del equipo de judo.
De la A a la E. Con la F gritándoles.
Algo pasó con los judocas, los muchachos del equipo.
Ahora están todos procesados.
Y ella que aquí no tiene un nombre
se llevó consigo
una violencia salvaje al hospital.
Y sin duda algo más.
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