Por Gabriela Maldonado
“Puede que hayan tantos géneros como personas sobre la faz de la tierra,” dijo Julieta en una de las pláticas. “El cuerpo es un texto socialmente construido.” ~Beatriz Preciado “Pensé que talvez eras una mujer trans; no sabía qué encontraría entre tus piernas.” ~Confesión de una pareja Diez de la noche en la ciudad de […]
“Puede que hayan tantos géneros como personas sobre la faz de la tierra,” dijo Julieta en una de las pláticas.
“El cuerpo es un texto socialmente construido.”
~Beatriz Preciado
“Pensé que talvez eras una mujer trans;
no sabía qué encontraría entre tus piernas.”
~Confesión de una pareja
Diez de la noche en la ciudad de Guatemala. La cama es nuestro área de juego. Nos alumbra el brillo de una pantalla y la luz del poste del otro lado de la calle. Entre besos y mordidas, nuestros los labios se prestan para una conversación.
Quiero hablar sobre género, le digo, es lo que me apasiona.
Pero las conversaciones sobre género tienden a ser tan aburridas, me contesta, que si los hombres aquí y las mujeres allá y así se cae en una discusión prefabricada…
Eso no es a lo que me refiero, replico, yo quiero explorar la construcción social del género y las limitaciones que las categorías binarias mujer/hombre imponen sobre los cuerpos. Quiero contar mi historia, el descubrir que no soy mujer aunque eso es lo que se me asignó al nacer por tener una vagina.
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Cuando viví en Estados Unidos conocí a Julieta a través de OkCupid.com. En su perfil decía claramente que era “una mujer trans post-operación”. Como yo no conocía a ninguna persona trans, sentí mucha curiosidad. Luego de intercambiar unos cuantos mensajes, acordamos salir a cenar.
Ella pasó por mí y fuimos a un restaurante chino. La conversación no surgió fácilmente, a cada rato caíamos en silencios incómodos. Por mi parte, quería hacerle muchas preguntas sobre ser trans pero no me atrevía a preguntar. Al finalizar la cena, Julieta, probablemente intuyendo mi curiosidad, me invitó a un curso sobre transexualidad que impartía en la universidad de la ciudad en la que vivíamos.
Al escucharla hablar desde el podio quedé fascinada con ella y con lo que decía. Ciertamente era una mujer diferente, con manerismos toscos y afeminados, pero muy segura de sí misma. Además, su testimonio sobre la transición de una identidad masculina a una femenina y la explicación sobre la amplia gama de identidades de género permitieron que las posibilidades para mi existencia se expandieran.
Antes de conocerla no se me había ocurrido ser otra cosa: “Mujer” es lo que se me dijo que era desde que nací. Había asumido esa identidad sin mayor oposición pero sí con mucho esfuerzo pues no era algo que me saliera naturalmente. Al fin de cuentas, ¿qué más podía ser?
“Puede que hayan tantos géneros como personas sobre la faz de la tierra,” dijo Julieta en una de las pláticas.
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Mi acompañante de esa noche está quieto poniéndome atención. Veo en sus ojos un brillo de asombro y cariño mientras escucha mi relato.
Entonces, ¿por qué no lo hacés? ¿por qué no hablás al respecto?, me cuestiona.
Si callo es porque siento que no entenderán, le explico, un cierto miedo a ser juzgada erróneamente.
Nos quedamos en silencio. Él sonríe y me da un beso en la frente, como de consolación. Ya he escrito sobre género, me dan ganas de decirle, aunque sé que el texto anterior no cuenta porque me autocensuré: no mencioné que yo misma me identifico como trans.
Él ahora está enrollando un cigarro sentado frente a la computadora. Yo sigo en cama, viendo por la ventana y pensando en todo lo que no digo.
La palabra “trans” se usa para referirse a todas las personas que no se identifican con el género que se les asignó al nacer. Pero yo no la menciono porque no tendré una respuesta clara y concisa cuando me pregunten “si no sos mujer, ¿qué sos?”
Quisiera decir que mi género es raro, pero seguro esa respuesta no satisfacerá su curiosidad; que aunque las palabras “queer”(1) o “persona no-binaria” pueden ser utilizadas para referirse a quienes no se identifican ni como hombre ni como mujer, la realidad es que el lenguaje y la mentalidad que la sociedad ha construido no permite que las personas trans y queer existamos. No hay palabras para definirme como no-mujer y no-hombre.
Es necesario crear un lenguaje nuevo para posicionarnos dentro del mundo, digo entre dientes repitiendo una idea que leí en internet. Él me voltea a ver desde el escritorio. Le hago una seña con la mano de que no me haga caso y sigo con la mirada fija en el poste del otro lado de la calle.
Quisiera también aclarar que una persona trans no está imitando a alguien de otro género. Una mujer trans es una mujer, y un hombre trans es un hombre. Y aún con estas aclaraciones quiero que haya espacio para que las personas que no nos identificamos con esas categorías binarias podamos existir siendo raritas o lo que querramos ser.
Él regresa a la cama y me pasa el cigarro ya encendido.
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Llegué a la escuela a la hora de receso. Todo el alumnado estaba esparcido por el patio, en medio de las aulas. Mi presencia causaba curiosidad y sentía sus miradas sobre mí. Estaba vestida con una playera verde sin mangas (los pelos de mis axilas eran visibles), jeans azules remangados (mis piernas peludas también se miraban), botas rosadas y una mochila negra en la espalda.
Al finalizar el día una niña de aproximadamente 8 años se acercó a platicar conmigo. “Mis amigos y yo no sabíamos si eras niño o niña”, me dijo con honestidad. “¿Qué pensás tú?”, le pregunté. “Primero pensé que eras niño, pero cuando te escuché hablar, niña”.
Al rato otra chica unos años mayor se acercó y me hizo la misma confesión: le había costado identificar mi género. Nos quedamos platicando. Ella me observaba cuidadosamente. Tras unos minutos me preguntó por qué no me dejaba crecer el pelo. “Te mirarías bonita”, me aseguró. Me observó un poco más: “¿Y por qué no te pintas las uñas o usas maquillaje?”
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Fumamos en silencio mientras sigo pensando en todo lo que he callado desde que comencé a identificarme como trans hace unos años.
Quisiera decir, con el fin de construir movimientos más incluyentes y no por señalar faltas, que cuando algunas feministas y lesbianas cuestionan si las personas trans deberíamos de ser aceptadas dentro de sus espacios, están cuestionando si yo debería de estar en ellos. Pero como nunca me he presentado como trans, mi presencia no ha causado ningún problema.
Aunque sí me lastiman cuando usan un lenguaje centrado en la experiencia de personas cisgénero (vale aclarar que no todas las mujeres tienen vagina ni menstrúan; ni todas las que sí menstruamos nos identificamos como mujeres); y que al discutir los problemas que afectan a las mujeres, deben incluir la violencia y discriminación en contra de personas trans que son quienes más injusticias sufren dentro de la comunidad LGBT.
Creo que como feministas, que hablamos sobre el género todo el tiempo, debemos ser más cuidadosas sobre la forma en que lo hacemos y las cosas que decimos. Si no se tiene cuidado se puede terminar reproduciendo sobre personas trans la misma clase de opresión que sufren las mujeres y las lesbianas dentro del sistema actual – que es sexista y heterosexual. Para evitarlo, las personas cisgénero deben reconocer sus privilegios ya que el sistema actual les favorece.
Pero esto, también, prefiero callar porque temo que se cuestione mi experiencia, se teorice sobre mi vida y se invalide lo que mi cuerpo sabe es verdad.
Mis pensamientos me pusieron tensa y salto levemente sorprendida cuando mi pareja se acerca y besa mi hombro. Suspiro y me dejo llevar.
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Veo mi reflejo y veo a un niño guapo. Me sorprende el verme tan masculino. Me gusta. Salgo al jardín y me tomo una foto esperando captar ese look de niño. Sonrio y “click”. Miro la imagen pero traiciona mi intención: mi sonrisa es de niña coqueta. La fluidez de mi apariencia me fascina. Soy a la que extraños le dicen “¡Hola colochita!” en la calle, y luego “¿Cómo le puedo servir caballero?” en el restaurante.
De hecho me gusta confundir a la gente y hasta me da cierta satisfacción incomodar a las personas. Imagino que mi presencia irrumpe en su normalidad y espero que mi existencia empuje las fronteras de lo posible y real.
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La pantalla de la computadora se apaga automáticamente; la luz que proviene de la calle es tenue. Caricias e imaginación son suficientes para darle forma a nuestros cuerpos mutantes y en movimiento. Así la noche se vuelve madrugada en la ciudad de Guatemala.
Al final decido expresar todo lo que he callado y el producto es este texto. Lo que me impulsa a romper mi silencio (y mis miedos) es que últimamente mi existencia ha sido cuestionada desde varios ángulos: si soy niño o niña; si soy guatemalteca, maya o qué; incluso mi edad es debatida.
Lo cierto es que tener vagina no me hace mujer (aunque esa es la razón por la que mi DPI dice “sexo: femenino”), ni el alto nivel de testosterona me hace hombre (aunque esa sea la razón de mi barbita). Ni mujer, ni hombre; soy un ser que no existe porque no puede ser nombrado. Mi género es, a falta de mejor calificativo, rarito.
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Definiciones:
(1) “Queer”, literalmente “raro” en español, se utiliza para referirse a personas que no son heterosexuales ni cisgénero. En el siglo XIX, el término se utilizaba en Estados Unidos de manera despectiva para referirse a personas homosexuales. Pero a comienzos de los años 80, algunos grupos LGBT comenzaron a apropiarse de la palabra para crear comunidad y afirmar su identidad. El término se utiliza para rechazar las identidades de género binarias y como una alternativa más ambigua a la designación LGBT. Sin embargo, tanto en inglés como en español, hay quienes critican el uso de la palabra porque la asocian con su uso peyorativo. En todo caso, hay que respetar la forma en la que las personas deciden nombrarse a sí mismas.
(2) Se denomina “cisgénero” a las personas que desarrollan una identidad de género que es congruente con su sexo biológico. Así, las personas que tienen pene y se identifican como hombre se les denomina hombres cis, y a las que tienen vagina y se identifican como mujer como mujeres cis.
(3) Se denomina “transgénero” a las personas cuya identidad de género es diferente a su sexo biológico o sexo asignado. Esta etiqueta incluye a personas que transitan de masculino a femenino (MtF) y de femenino a masculino (FtM), y a quienes no se identifican con las categorías del binomio y nombran su género como queer o algo más.
Por Gabriela Maldonado (grules@gmail.com)
Explicación más detallada de las identidades trans: Mi género no está entre mis piernas
http://cmiguate.org/tener-vagina-no-me-hace-mujer/
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