¿Qué sucede al interior de la familia? Hoy sigue siendo un tabú hablar de esa construcción cuasi sagrada, pero habituados a cuestionar, emprendemos la tarea.
Cuando hablamos sobre el patriarcado en primera instancia aparece en el imaginario colectivo la visibilización de las desigualdades, la primacía del macho, etc. Lo que queda oculto en los discursos académicos y también los de divulgación popular es que la heteronorma —la aplicación de la censura de cualquier otra expresión de sexualidad que no sea la heterosexualidad— es una de las manifestaciones más sutiles y generalizadas de la división sexual del trabajo pero también de los parámetros socio-culturales de occidente.
Dentro de esos parámetros hay una consideración muy fuerte que recae en la familia nuclear, monogámica, heterosexual, blanca, de clase media. Esa es la que marca los discursos, la que se retrata en las publicidades que aparecen en los mass-media.
La familia nuclear, construcción moderna, recién introducida a partir del siglo XVIII, ha sido considerada la institución incuestionable, inamovible, imposible de modificar por ciertos grupos políticos que necesitan sostener sus privilegios.
¿Qué sucede al interior de la familia? Hoy sigue siendo un tabú hablar de esa construcción cuasi sagrada, pero habituados a cuestionar, emprendemos la tarea.
Al interior de la familia se sostienen los privilegios: el poder que soporta el sistema patriarcal capitalista. Desde el sometimiento a los deseos del varón hasta lugares más oscuros y que gozan de la anuencia de otras instituciones tradicionales (con mucho más de tres siglos de historia).
El abuso sexual infantil, no apareció por casualidad en la escena de la familia patriarcal, sigue el sistema de privilegios, el varón es el que sostiene su poder mediante el sometimiento. La mayoría de las veces se configura como incesto, es decir, un macho de la familia (padre, abuelo, tío, etc.) ejerce su sexualidad ante otra persona que no puede ni siquiera levantar su voz.
Aunque esté referido, en los medios de comunicación, a las familias pobres, esto es sólo otra estigmatización. El incesto no es propiedad de una clase, es transversal a la sociedad occidental y cristiana.
Lamentablemente actores respetables por su investidura como Richard Gardner han limitado la condena de este crimen. Con la invención del diagnóstico de Síndrome de Alienación Parental, este psiquiatra encontró una manera de liberar a los pedófilos de su culpa. Brevemente les explicamos de qué se trata: según el diagnóstico la madre crea en el menor el discurso imaginario de que el padre comete un abuso sexual infantil y por medio de mentiras estimula en el niño una fantasía para vengarse del padre. Esto parece muy difícil de argumentar, pero ha sido utilizado en cientos de juicios. Y ha sido creído, en el afán de proteger a la institución familia. La mujer, la bruja, la despechada, la mentirosa. Falaz desde el principio al fin, pero veraz para jueces y juezas hostiles a cuestionar sus valores cristianos, sus privilegios de clase y su creencia en la institución familiar.
Los sobrevivientes de abuso sexual infantil necesitan que se les crea, nadie inventa un hecho tan atroz, cuando los protagonistas son dos seres entre los que media el afecto, debiera primar el cuidado y el respeto.
Cuando al fin, el niño o el adulto (la víctima) pueden hablar, contar lo sucedido, pasan años de impunidad para el pedófilo; y no sólo eso sino que hay decenas de nuevas víctimas, mientras que el perpetrador puede gozar de los beneficios del crimen prescripto.
Por esas razones, los sobrevivientes promovemos la imprescriptibilidad del delito de abuso sexual infantil.
Algunos hemos necesitado que pasen treinta años para hablar públicamente y dar nuestro testimonio. Que nuestro dolor no sea en vano.
* Valeria Canoni, profesora de Filosofía.
http://www.aimdigital.com.ar/2016/09/23/los-danos-colaterales-del-patriarcado/
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