Debate feminista & pañuelo e igualdad
Debate feminista, a raíz de la polémica del pañuelo, entre el colectivo de mujeres musulmanas y una feminista histórica como es Nadine Plateau sobre ser feministas, musulmana y ciudadanas en el mundo hoy. |
Ciudadanas, feministas y musulmanas (Colectivo de mujeres musulmanas)
En Bélgica se multiplican las medidas encaminadas a expulsar de la vida social a las musulmanas que llevan pañuelo. No nos obliguéis a replegarnos en nuestra comunidad, aliémonos.
Somos mujeres que vivimos y actuamos en Bélgica. Nuestros países de origen, nuestros perfiles, compromisos e intereses son muy diversos, pero las imágenes que se publican de nosotras nos reducen a una única faceta de nuestra identidad, en la que nos encasillan: somos musulmanas. Algunas de nosotras se cubren la cabeza con un pañuelo que llamáis “islámico”. La mayoría somos creyentes, pero todas nos sentimos encasilladas en una identidad fantasmagórica que nos pone sistemáticamente en el mismo saco con unos asesinos. De ahí viene la solidaridad que nos une hoy, especialmente entre las que llevan velo y las que no lo llevan. Desde esta solidaridad nos dirigimos a vosotras, así como desde todas nuestras identidades electivas y demasiado ignoradas. Entre ellas, esta: somos feministas.
Vivimos tiempos difíciles. La irrupción en suelo europeo de un terrorismo que mata ciegamente en nombre del islam ha dado al traste con la ilusión de que podíamos salvarnos de las violencias del mundo. Es natural que nuestra sociedad trate de protegerse. Nuestros responsables insisten en que hay que evitar las amalgamas y no confundir un puñado de criminales con la gran masa de musulmanes y musulmanas. Entonces, ¿por qué se tiene la impresión de que los discursos y las prácticas apuntan sistemáticamente contra esta gran masa?.
Las prohibiciones se multiplicanEn Bélgica no han esperado al “burkini” para adoptar múltiples medidas con vistas a expulsar de la vida social a las musulmanas que llevan pañuelo. Las prohibiciones se multiplican en los puestos de trabajo y en la enseñanza. Últimas peripecias a día de hoy: a partir del comienzo de curso en septiembre, dos escuelas frecuentadas por adultos, en Bruselas y Lieja (1), han cambiado su régimen interno para prohibir el uso del pañuelo para taparse la cabeza en su interior. Esto afectará a más de 50 estudiantes escolarizadas. De este modo, Bélgica va más lejos que Francia, que limita la prohibición del pañuelo a la enseñanza secundaria. El candidato Nicolas Sarkozy, que corre detrás del Frente Nacional, ha declarado que piensa extender esta prohibición a la enseñanza superior. En Bélgica, esto ya es un hecho consumado, sin debate alguno…
Las únicas afectadas por estas medidas son las mujeres. ¿No os parece chocante? ¿Por qué ninguna de las prohibiciones se refiere a los “barbudos”? ¿Acaso porque hay tantas barbas musulmanas como barbas laicas y no existe ningún medio infalible para diferenciarlas? ¿Acaso no es esta la prueba de que la neutralidad de una apariencia no quiere decir nada y de que la neutralidad o la imparcialidad residen únicamente en los hechos?
Para nosotras está claro: ese pañuelo, el de nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras amigas, os inquieta. A la luz de la larga lucha de las feministas de Occidente, lidiada en particular contra la influencia de una iglesia dominante, vosotras solo podéis ver en ello una regresión. Nosotras debemos a esa lucha el disfrute de unas libertades que muchas de nuestras madres y abuelas jamás habrán conocido. Ahora podemos librarnos de la tutela masculina y no nos privamos de hacerlo. En particular, ningún hombre, padre, hermano o marido, podría permitirse imponernos una forma de vestir contra nuestra voluntad, aunque somos conscientes de que esto no es una regla general.
Todas nosotras somos plenamente fruto de nuestra cultura europea, por mucho que en gran número de casos esté mestizada con otras. Para aquellas de nosotras que lo llevan, el pañuelo no puede ser un atentado a los valores democráticos, pues estos también son nuestros. No significa en modo alguno que tachemos de “impúdicas” a las mujeres que visten de otra manera. Como feministas, defenderemos siempre el derecho de las mujeres, de aquí y de cualquier otra parte, a construirse su propio camino de vida, contra todas las intromisiones encaminadas a hacer que se ajusten de manera autoritaria a unas prescripciones normativas.
Seamos aliadas
A menudo afirmáis que nuestros pañuelos son signos religiosos. ¿Qué sabéis? Algunas de nosotras somos creyentes y sin embargo (ya) no llevamos pañuelo. Otras lo llevamos como continuación de una labor espiritual, o como afirmación identitaria. Otras lo llevamos por fidelidad a las mujeres de la familia, a la que nos une el pañuelo. A menudo, todas estas motivaciones se entremezclan, se concatenan, evolucionan con el tiempo. Esta pluralidad se pone de manifiesto asimismo en las múltiples maneras de llevarlo.
¿Por qué iban a librarse las mujeres musulmanas de la diversidad que se observa en todos los grupos humanos? ¿Por qué os contamos todo esto? Porque a partir de una mejor comprensión mutua podríamos convertirnos realmente en aliadas. Porque nunca seremos demasiadas para combatir las injusticias y las desigualdades de toda clase, empezando por las que menoscaban a las mujeres. Para que dejéis de contemplar a aquellas de nosotras que llevamos pañuelo como menores manipuladas, tontas útiles o militantes pérfidas de un dogma arcaico. Para que tengáis ganas de reuniros con nosotras, a todas y no solo a las que llevan el cabello al aire, en vez de marginarnos y condenarnos así al repliegue comunitario. Queremos de verdad juntarnos en sociedad, con nuestras similitudes y nuestras diferencias. ¿Trato hecho?.
Respuesta de una “feminista histórica” (Nadine Plateau)
(1).El Instituto de Enseñanza de Promoción Social de Uccle (Bruselas), que depende de la Federación Valonia-Bruselas, y la Alta Escuela de la provincia de Lieja, que depende de la autoridad provincial. La mayoría de las Altas Escuelas de la enseñanza pública ya disponen de este tipo de reglamentos internos, del mismo modo –lo que tal vez sea aún más grave– que numerosos establecimientos de promoción social.
(2) Algo así como “Dejemos en paz el pañuelo y hablemos de igualdad” (n.d.t.)
Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article11770
Subido por M.C. Méndez Bejarano
En Bélgica se multiplican las medidas encaminadas a expulsar de la vida social a las musulmanas que llevan pañuelo. No nos obliguéis a replegarnos en nuestra comunidad, aliémonos.
Somos mujeres que vivimos y actuamos en Bélgica. Nuestros países de origen, nuestros perfiles, compromisos e intereses son muy diversos, pero las imágenes que se publican de nosotras nos reducen a una única faceta de nuestra identidad, en la que nos encasillan: somos musulmanas. Algunas de nosotras se cubren la cabeza con un pañuelo que llamáis “islámico”. La mayoría somos creyentes, pero todas nos sentimos encasilladas en una identidad fantasmagórica que nos pone sistemáticamente en el mismo saco con unos asesinos. De ahí viene la solidaridad que nos une hoy, especialmente entre las que llevan velo y las que no lo llevan. Desde esta solidaridad nos dirigimos a vosotras, así como desde todas nuestras identidades electivas y demasiado ignoradas. Entre ellas, esta: somos feministas.
Vivimos tiempos difíciles. La irrupción en suelo europeo de un terrorismo que mata ciegamente en nombre del islam ha dado al traste con la ilusión de que podíamos salvarnos de las violencias del mundo. Es natural que nuestra sociedad trate de protegerse. Nuestros responsables insisten en que hay que evitar las amalgamas y no confundir un puñado de criminales con la gran masa de musulmanes y musulmanas. Entonces, ¿por qué se tiene la impresión de que los discursos y las prácticas apuntan sistemáticamente contra esta gran masa?.
La lamentable saga del “burkini” ilustra de nuevo este hecho. ¡Todo ese jaleo por unas cuantas mujeres que no se desvisten como deberían! La conclusión natural de esta nueva histeria francesa, que ya se exporta a Bélgica, es la prohibición de los “signos religiosos ostentosos” en el espacio público. Esto, una vez más, no afectaría más que a las mujeres, en su inmensa mayoría perfectamente inofensivas, y no disuadiría a ningún terrorista en potencia. ¿Es así cómo se piensa evitar la amalgama entre una diminuta minoría criminal y el conjunto de la población musulmana?.
Las prohibiciones se multiplicanEn Bélgica no han esperado al “burkini” para adoptar múltiples medidas con vistas a expulsar de la vida social a las musulmanas que llevan pañuelo. Las prohibiciones se multiplican en los puestos de trabajo y en la enseñanza. Últimas peripecias a día de hoy: a partir del comienzo de curso en septiembre, dos escuelas frecuentadas por adultos, en Bruselas y Lieja (1), han cambiado su régimen interno para prohibir el uso del pañuelo para taparse la cabeza en su interior. Esto afectará a más de 50 estudiantes escolarizadas. De este modo, Bélgica va más lejos que Francia, que limita la prohibición del pañuelo a la enseñanza secundaria. El candidato Nicolas Sarkozy, que corre detrás del Frente Nacional, ha declarado que piensa extender esta prohibición a la enseñanza superior. En Bélgica, esto ya es un hecho consumado, sin debate alguno…
Las únicas afectadas por estas medidas son las mujeres. ¿No os parece chocante? ¿Por qué ninguna de las prohibiciones se refiere a los “barbudos”? ¿Acaso porque hay tantas barbas musulmanas como barbas laicas y no existe ningún medio infalible para diferenciarlas? ¿Acaso no es esta la prueba de que la neutralidad de una apariencia no quiere decir nada y de que la neutralidad o la imparcialidad residen únicamente en los hechos?
Para nosotras está claro: ese pañuelo, el de nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras amigas, os inquieta. A la luz de la larga lucha de las feministas de Occidente, lidiada en particular contra la influencia de una iglesia dominante, vosotras solo podéis ver en ello una regresión. Nosotras debemos a esa lucha el disfrute de unas libertades que muchas de nuestras madres y abuelas jamás habrán conocido. Ahora podemos librarnos de la tutela masculina y no nos privamos de hacerlo. En particular, ningún hombre, padre, hermano o marido, podría permitirse imponernos una forma de vestir contra nuestra voluntad, aunque somos conscientes de que esto no es una regla general.
Todas nosotras somos plenamente fruto de nuestra cultura europea, por mucho que en gran número de casos esté mestizada con otras. Para aquellas de nosotras que lo llevan, el pañuelo no puede ser un atentado a los valores democráticos, pues estos también son nuestros. No significa en modo alguno que tachemos de “impúdicas” a las mujeres que visten de otra manera. Como feministas, defenderemos siempre el derecho de las mujeres, de aquí y de cualquier otra parte, a construirse su propio camino de vida, contra todas las intromisiones encaminadas a hacer que se ajusten de manera autoritaria a unas prescripciones normativas.
Seamos aliadas
A menudo afirmáis que nuestros pañuelos son signos religiosos. ¿Qué sabéis? Algunas de nosotras somos creyentes y sin embargo (ya) no llevamos pañuelo. Otras lo llevamos como continuación de una labor espiritual, o como afirmación identitaria. Otras lo llevamos por fidelidad a las mujeres de la familia, a la que nos une el pañuelo. A menudo, todas estas motivaciones se entremezclan, se concatenan, evolucionan con el tiempo. Esta pluralidad se pone de manifiesto asimismo en las múltiples maneras de llevarlo.
¿Por qué iban a librarse las mujeres musulmanas de la diversidad que se observa en todos los grupos humanos? ¿Por qué os contamos todo esto? Porque a partir de una mejor comprensión mutua podríamos convertirnos realmente en aliadas. Porque nunca seremos demasiadas para combatir las injusticias y las desigualdades de toda clase, empezando por las que menoscaban a las mujeres. Para que dejéis de contemplar a aquellas de nosotras que llevamos pañuelo como menores manipuladas, tontas útiles o militantes pérfidas de un dogma arcaico. Para que tengáis ganas de reuniros con nosotras, a todas y no solo a las que llevan el cabello al aire, en vez de marginarnos y condenarnos así al repliegue comunitario. Queremos de verdad juntarnos en sociedad, con nuestras similitudes y nuestras diferencias. ¿Trato hecho?.
Respuesta de una “feminista histórica” (Nadine Plateau)
Soy eso que algunos y algunas llaman una “feminista histórica”, militante activa en el movimiento de las mujeres desde la década de 1970. Me ha manifestado, junto con otras feministas, por la despenalización del aborto, contra todas las formas de violencia contra las mujeres. He combatido, junto con otras feministas, las medidas y proyectos de medidas que penalizan a las mujeres en su vida privada o pública (la condición de cohabitante, por ejemplo, que siempre penaliza a una mayoría aplastante de mujeres). He trabajado y sigo trabajando, junto con otras feministas, para que la cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres se convierta en la preocupación del conjunto de la sociedad y no se reduzca a un “problema de mujeres” y para que la lucha contra las discriminaciones sexistas se articule con la lucha contra todas las demás formas de discriminación por razones de condición social, origen étnico u orientación sexual.
Por tanto, como feminista que soy he recibido vuestra carta y reconozco que vuestra propuesta me ha llegado al corazón. Cuando en la década de 1970 nos rebelamos contra los roles tradicionales que teníamos asignados (no queríamos ser únicamente madres), contra las imágenes estereotipadas de la feminidad (no queríamos únicamente gustar), nos negamos como vosotras a ser “encasilladas en una identidad fantasmagórica”. Queríamos, como vosotras, decidir nuestro propio “camino de vida”. Descubrimos que hasta entonces habíamos sido más objetos que sujetos de un discurso porque los hombres (no todos) sabían por nosotras tanto qué éramos como qué era bueno para nosotras.
Hoy tomáis la palabra para decirnos que no hay un único feminismo y que la liberación de las mujeres puede tomar diversas vías, pues sabemos que el islam acompaña a algunas de vosotras en su voluntad de emancipación. Al escucharos, pienso en el feminismo que llamábamos “movimiento de mujeres”, es decir, no una doctrina ni una plataforma, y todavía menos un programa definido de una vez por todas, sino una manera de actuar más preocupada por decidir en concreto cómo resolver los problemas inmediatos que por imaginar una sociedad ideal. Un movimiento que se hace sobre la marcha con aquellas que se reconocen en él, a partir de sus experiencias y sus conocimientos. Las recién llegadas nos obligan a formular nuevas preguntas, a imaginar nuevas formas de lucha, porque hemos de encontrar un terreno común para combatir tanto la diferencia salarial entre mujeres y hombres, el techo de cristal o la doble jornada de trabajo como la discriminación en el empleo, en el acceso a la vivienda o a la escuela para las mujeres inmigrantes y en particular para aquellas que llevan pañuelo.
He aquí la tarea de las feministas del siglo XXI: repensar el feminismo en la nueva coyuntura de un mundo globalizado, de una sociedad multicultural, de una crisis económica y financiera sin precedentes y de relaciones de poder que ya no oponen solamente a hombres y mujeres, sino también a mujeres entre ellas, puesto que algunas asumen la carga doméstica por otras que hacen carrera.
Nos pedís que seamos vuestras aliadas en vuestro combate “contra las injusticias y las desigualdades de toda clase”, un combate que a mi modo de ver nos afecta a todas y todos como ciudadanas y ciudadanos en una sociedad democrática. Queréis que tengamos ganas de reunirnos con vosotras, y esto me recuerda esta afirmación de Françoise Collin, la filósofa feminista que creó los Cahiers du Grif: “El acto primero y siempre indispensable hoy del feminismo” es “la creación de espacios de interpelación, de diálogo y de confrontación en que se da crédito a la otra (en el acuerdo o el desacuerdo)”. Este espacio es la condición misma del encuentro: un espacio en que personas de horizontes diferentes, que se reclaman de un mismo empuje contra la injusticia, se reúnen y pueden expresar sus divergencias porque cada una respeta a la otra y confía en ella. Si tuviera que elegir, diría que frente a la desconfianza prefiero la generosidad, y frente a la exclusión, el diálogo.
Dicho encuentro puede ser el crisol de una acción solidaria y transformadora, pero también comporta un riesgo de desestabilización cuando la palabra de la otra nos interpela, nos sacude en nuestras certidumbres. En este caso, o bien nos replegamos como por efecto de una amenaza, nos obstinamos incluso (hay que defender nuestros valores, nuestras conquistas), o bien acogemos esta nueva fragilidad y aceptamos vernos alteradas por las otras.
Puesto que he vivido estos espacios de encuentro no institucionalizado con feministas musulmanas, mujeres comprometidas, sé hasta qué punto nuestros intercambios de puntos de vista y nuestras reuniones me han afectado. Antes de escucharles, en 1989, puse por escrito mi apoyo a aquellas que no llevan velo; en 1995 titulé un texto humorístico “Fichons la paix à ce fichu et occupons-nous d’égalité” (2), pues yo estaba harta del debate sobre el pañuelo y pensaba que estábamos perdiendo el tiempo. Ahora pienso que debemos hacer las paces con el pañuelo, sí, pero que esta cuestión ha pasado a ser una cuestión política. Si he cambiado mi manera de pensar y actuar, es a causa de nuestros encuentros en el crisol de las circunstancias.
Ne me tildéis de ilusa ni de soñadora, o de inconsciente de las amenazas que pesan sobre nosotras a causa de unos criminales que actúan en nombre del islam. No penséis que quiero ocultar los problemas reales que se plantean en las escuelas, aunque creo que la prohibición del pañuelo solo puede satisfacer momentáneamente a aquellas y aquellos cuya autoridad y legitimidad ha sido puesta en tela de juicio, sin disipar realmente el riesgo de adoctrinamiento de las jóvenes. Ni que minimizo los problemas en el mundo del trabajo, aunque esté a favor de una neutralidad inclusiva. Simplemente no logro concebir, a partir de mi feminismo, que yo pueda imponer a otras mujeres una visión, un ideal, un objetivo, cuando el feminismo se ha construido luchando contra las imposiciones.
La cuestión del velo nos la han impuesto y ya no hay manera de evitarla. Nos ha sumido en el ruido y el fragor, en la incomprensión, la división e incluso la angustia. Sin embargo, y esta es mi convicción profunda y también mi esperanza, nos obliga a cambiar e innovar. Nuestra diversidad, nuestras divergencias podrían ser entonces la fuente de soluciones nuevas y originales de los problemas a que nos enfrentamos.
Por tanto, como feminista que soy he recibido vuestra carta y reconozco que vuestra propuesta me ha llegado al corazón. Cuando en la década de 1970 nos rebelamos contra los roles tradicionales que teníamos asignados (no queríamos ser únicamente madres), contra las imágenes estereotipadas de la feminidad (no queríamos únicamente gustar), nos negamos como vosotras a ser “encasilladas en una identidad fantasmagórica”. Queríamos, como vosotras, decidir nuestro propio “camino de vida”. Descubrimos que hasta entonces habíamos sido más objetos que sujetos de un discurso porque los hombres (no todos) sabían por nosotras tanto qué éramos como qué era bueno para nosotras.
Hoy tomáis la palabra para decirnos que no hay un único feminismo y que la liberación de las mujeres puede tomar diversas vías, pues sabemos que el islam acompaña a algunas de vosotras en su voluntad de emancipación. Al escucharos, pienso en el feminismo que llamábamos “movimiento de mujeres”, es decir, no una doctrina ni una plataforma, y todavía menos un programa definido de una vez por todas, sino una manera de actuar más preocupada por decidir en concreto cómo resolver los problemas inmediatos que por imaginar una sociedad ideal. Un movimiento que se hace sobre la marcha con aquellas que se reconocen en él, a partir de sus experiencias y sus conocimientos. Las recién llegadas nos obligan a formular nuevas preguntas, a imaginar nuevas formas de lucha, porque hemos de encontrar un terreno común para combatir tanto la diferencia salarial entre mujeres y hombres, el techo de cristal o la doble jornada de trabajo como la discriminación en el empleo, en el acceso a la vivienda o a la escuela para las mujeres inmigrantes y en particular para aquellas que llevan pañuelo.
He aquí la tarea de las feministas del siglo XXI: repensar el feminismo en la nueva coyuntura de un mundo globalizado, de una sociedad multicultural, de una crisis económica y financiera sin precedentes y de relaciones de poder que ya no oponen solamente a hombres y mujeres, sino también a mujeres entre ellas, puesto que algunas asumen la carga doméstica por otras que hacen carrera.
Nos pedís que seamos vuestras aliadas en vuestro combate “contra las injusticias y las desigualdades de toda clase”, un combate que a mi modo de ver nos afecta a todas y todos como ciudadanas y ciudadanos en una sociedad democrática. Queréis que tengamos ganas de reunirnos con vosotras, y esto me recuerda esta afirmación de Françoise Collin, la filósofa feminista que creó los Cahiers du Grif: “El acto primero y siempre indispensable hoy del feminismo” es “la creación de espacios de interpelación, de diálogo y de confrontación en que se da crédito a la otra (en el acuerdo o el desacuerdo)”. Este espacio es la condición misma del encuentro: un espacio en que personas de horizontes diferentes, que se reclaman de un mismo empuje contra la injusticia, se reúnen y pueden expresar sus divergencias porque cada una respeta a la otra y confía en ella. Si tuviera que elegir, diría que frente a la desconfianza prefiero la generosidad, y frente a la exclusión, el diálogo.
Dicho encuentro puede ser el crisol de una acción solidaria y transformadora, pero también comporta un riesgo de desestabilización cuando la palabra de la otra nos interpela, nos sacude en nuestras certidumbres. En este caso, o bien nos replegamos como por efecto de una amenaza, nos obstinamos incluso (hay que defender nuestros valores, nuestras conquistas), o bien acogemos esta nueva fragilidad y aceptamos vernos alteradas por las otras.
Puesto que he vivido estos espacios de encuentro no institucionalizado con feministas musulmanas, mujeres comprometidas, sé hasta qué punto nuestros intercambios de puntos de vista y nuestras reuniones me han afectado. Antes de escucharles, en 1989, puse por escrito mi apoyo a aquellas que no llevan velo; en 1995 titulé un texto humorístico “Fichons la paix à ce fichu et occupons-nous d’égalité” (2), pues yo estaba harta del debate sobre el pañuelo y pensaba que estábamos perdiendo el tiempo. Ahora pienso que debemos hacer las paces con el pañuelo, sí, pero que esta cuestión ha pasado a ser una cuestión política. Si he cambiado mi manera de pensar y actuar, es a causa de nuestros encuentros en el crisol de las circunstancias.
Ne me tildéis de ilusa ni de soñadora, o de inconsciente de las amenazas que pesan sobre nosotras a causa de unos criminales que actúan en nombre del islam. No penséis que quiero ocultar los problemas reales que se plantean en las escuelas, aunque creo que la prohibición del pañuelo solo puede satisfacer momentáneamente a aquellas y aquellos cuya autoridad y legitimidad ha sido puesta en tela de juicio, sin disipar realmente el riesgo de adoctrinamiento de las jóvenes. Ni que minimizo los problemas en el mundo del trabajo, aunque esté a favor de una neutralidad inclusiva. Simplemente no logro concebir, a partir de mi feminismo, que yo pueda imponer a otras mujeres una visión, un ideal, un objetivo, cuando el feminismo se ha construido luchando contra las imposiciones.
La cuestión del velo nos la han impuesto y ya no hay manera de evitarla. Nos ha sumido en el ruido y el fragor, en la incomprensión, la división e incluso la angustia. Sin embargo, y esta es mi convicción profunda y también mi esperanza, nos obliga a cambiar e innovar. Nuestra diversidad, nuestras divergencias podrían ser entonces la fuente de soluciones nuevas y originales de los problemas a que nos enfrentamos.
(1).El Instituto de Enseñanza de Promoción Social de Uccle (Bruselas), que depende de la Federación Valonia-Bruselas, y la Alta Escuela de la provincia de Lieja, que depende de la autoridad provincial. La mayoría de las Altas Escuelas de la enseñanza pública ya disponen de este tipo de reglamentos internos, del mismo modo –lo que tal vez sea aún más grave– que numerosos establecimientos de promoción social.
(2) Algo así como “Dejemos en paz el pañuelo y hablemos de igualdad” (n.d.t.)
Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article11770
Subido por M.C. Méndez Bejarano
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