Durante más de diez años, un joven soldado vivió soñando con una dama de la alta sociedad irlandesa a la que se le había negado la mano por no ser de alcurnia. Aquel joven soldado había marchado a Holanda y la lejana India donde tuvo una carrera militar vertiginosa. En poco tiempo se había convertido en un hombre establecido, con una buena posición y una situación financiera holgada. Dispuesto a reencontrarse con su amada, pidió su mano a su hermano, quien, esta vez sí, aceptó que se convirtiera en su cuñado. Pero los años no habían pasado en balde. La joven y lozana Catherine, que así se llamaba la muchacha, se había transformado en una mujer de treinta años desaliñada y envejecida. Pero él era un hombre de honor y continuó con su compromiso. Pasado el tiempo, se convertiría en el héroe de Waterloo. Ella, una mujer aburrida.
Catherine Sarah Dorothea Pakenham nació el 14 de enero de 1773 en Dublín. Era hija del segundo barón de Longford. Conocida cariñosamente como Kitty, fue una niña feliz rodeada de lujos y diversiones. Cuando se encontró por primera vez con Arthur Wellesley, él tenía veintisiete años y ella era una joven hermosa y alegre de veintitrés. Arthur se prendó de su belleza y su personalidad desde el primer momento y la cortejó hasta que pidió su mano. Hasta en dos ocasiones el barón de Longford se negó a dar su consentimiento. Arthur no tenía perspectivas económicas ni una carrera definida así que decidió enrolarse en el ejército para hacerse merecedor de la hija del barón.
Durante los doce años que estuvieron separados, no tuvieron contacto directo. Durante todo ese tiempo, mientras Arthur progresaba en el ejército, Kitty se convertía en una mujer ansiosa y desaliñada. A finales de 1805, Arthur Wellesley escribía al hermano de Kitty para volver a pedir su mano. Esta vez la respuesta fue afirmativa. Pero cuando se encontró frente a ella se encontró a una mujer muy distinta con la que había estado soñando todos aquellos años. A pesar del cambio de aspecto e incluso de carácter, Arthur continuó adelante con el compromiso y se casaron el 4 de octubre de 1806.
La pareja tuvo dos hijos, Arthur y Charles, que nacieron los primeros años de su matrimonio. Pero la relación de ambos se fue deteriorando a marchas forzadas. Mientras él disfrutaba de su éxito en el ejército y en la sociedad y viajaba constantemente a Londres, Kitty se quedaba sola y aburrida en su casa de Irlanda. Y cuando se reencontraban, hacían vidas separadas.
En 1809 Arthur se embarcó en la guerra que se libraba en la Península Ibérica contra las tropas napoleónicas y estuvo alejado de su esposa durante cinco años. Mientras tanto, Kitty se hacía cargo de sus hijos y de los pequeños de la vecindad, hacía zapatos, leía, escuchaba música y gastaba más dinero del que tenía.
En 1814, Arthur, convertido en duque de Wellington, se reencontraba con su esposa. Para entonces, había sido nombrado embajador en Francia y toda la familia se trasladó a vivir a París. El que un día fuera un joven soñador y enamorado de la hermosa Kitty, se había convertido en un duque, héroe de la armada inglesa, apuesto y poderoso a cuyos brazos se lanzaron muchas mujeres. Situación que se acentuó con la victoria sobre Napoleón en Waterloo.
La duquesa de Wellington terminó sus días en soledad, en su propiedad inglesa de Stratfield Saye, donde murió el 24 de abril de 1831.
La pareja tuvo dos hijos, Arthur y Charles, que nacieron los primeros años de su matrimonio. Pero la relación de ambos se fue deteriorando a marchas forzadas. Mientras él disfrutaba de su éxito en el ejército y en la sociedad y viajaba constantemente a Londres, Kitty se quedaba sola y aburrida en su casa de Irlanda. Y cuando se reencontraban, hacían vidas separadas.
En 1809 Arthur se embarcó en la guerra que se libraba en la Península Ibérica contra las tropas napoleónicas y estuvo alejado de su esposa durante cinco años. Mientras tanto, Kitty se hacía cargo de sus hijos y de los pequeños de la vecindad, hacía zapatos, leía, escuchaba música y gastaba más dinero del que tenía.
En 1814, Arthur, convertido en duque de Wellington, se reencontraba con su esposa. Para entonces, había sido nombrado embajador en Francia y toda la familia se trasladó a vivir a París. El que un día fuera un joven soñador y enamorado de la hermosa Kitty, se había convertido en un duque, héroe de la armada inglesa, apuesto y poderoso a cuyos brazos se lanzaron muchas mujeres. Situación que se acentuó con la victoria sobre Napoleón en Waterloo.
La duquesa de Wellington terminó sus días en soledad, en su propiedad inglesa de Stratfield Saye, donde murió el 24 de abril de 1831.
Por Sandra Ferrer
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