Lionel S. Delgado
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La respuesta rápida es sí. Pero, ¿qué son los privilegios masculinos? ¿Qué diferencias hay entre privilegios y derechos negados? ¿Son voluntarios los privilegios? |
“No sé quién habrá descubierto el agua, pero dudo de que haya sido un pez”. Con esta frase, Patricia Leavy apunta en un libro suyo la dificultad que existe a la hora de percibir objetivamente los privilegios cuando vivimos inmersos en ellos. Estos últimos meses se han ido viralizando discusiones en redes o en los medios sobre el tema de los privilegios masculinos. Famoso fue el hilo de Facundo Moreno o el más reciente de Nicolás_M0. También golpeó bastante fuerte el célebre Quiz de Beatriz Serrano para Buzfeed.
En las filas del machismo también los privilegios son mencionados constantemente, pero como ataque: te retan constantemente a nombrarlos y cuando lo haces te contraatacan con los problemas de los hombres —“¿cómo vamos a tener privilegios si somos víctimas de suicidio, de guerras, de homicidios, etc.?”— como si todo fuese una suma-cero y como si por los costes de la masculinidad los privilegios no existiesen. Sin embargo, hay que reconocer que el debate sobre los privilegios sigue siendo complejo y esquivo.
La noción de privilegio sigue estando poco definida y resultaría muy enriquecedor discutir más detenidamente sobre esto.
¿Existen los privilegios masculinos? La respuesta rápida es que sí. Existen. Sin embargo, una respuesta más elaborada nos permite matizar muchas cosas. ¿Tenemos claro qué son los privilegios masculinos? ¿Qué diferencias hay entre privilegios y derechos negados? ¿Son voluntarios los privilegios?
QUÉ SON LOS PRIVILEGIOS
Etimológicamente, privilegio se refiere a las leyes privadas (privuslegio) que ostentan unas personas o grupos de personas. Leyes privadas que se traducen en una serie de beneficios especiales, unas ventajas sociales de un grupo respecto a otros. La forma de justificar esta ventaja suele estar ligada a una noción de méritos personales (“me lo gané con el sudor de mi frente”), que convierten las ventajas en una suerte de derecho merecido. Y quizás por eso la palabra “privilegio” causa tanta urticaria a los privilegiados.
En nuestras sociedades meritocráticas es difícil entender que muchas de las cosas buenas que nos pasan no dependen de nosotros, sino de rasgos que no controlamos. Nuestra cultura individualista nos educa en pensar que el fracaso o los problemas que tiene alguien se deben a sus malas decisiones o malas actitudes en lugar de a sus características de género, piel, etnia o sexualidad.
Pero, si entendemos que los privilegios provienen de una serie de rasgos heredados —y por lo tanto, no voluntarios— que suponen ventajas en sociedades jerarquizadas en lugar de verlos como resultado de la meritocracia, el supuesto mérito individual queda en entredicho. Si vivo bien no tanto porque “me lo he ganado” sino porque tengo una serie de características estéticas —determinado color de piel, sexo atribuido coherente con el género, procedencia étnica que pasa desapercibida, estatus socioeconómico percibido, etc.— y características sociales —documentos legales, capacidad adquisitiva, accesibilidad física/cognitiva, orientación sexual aceptada, etc.—, la lógica capitalista del “sudor de la frente”, el “ganarse el pan” y el “trabajo os hará libres” pierde fuelle.
QUÉ NO SON LOS PRIVILEGIOS
Ahora bien, no todo es privilegio. En los hilos de Twitter mencionados más arriba se intentan listar los que podrían ser los privilegios de los hombres. Allí se pueden leer cosas como “nos pagan más por hacer lo mismo”, “podemos salir a la calle sin miedo”, “como camarero nunca he tenido que aguantar que me toquen en el trabajo”, “no nos ningunean por jugar a videojuegos”, “no nos echan por pedir la licencia por maternidad” y un largo etcétera. En el Quiz de Beatriz Serrano aparecen, en la misma línea: “nunca he sido criticado por el tono de mi voz”, “no suelen interrumpirme cuando estoy hablando”, “No me suelen pedir que sonría más”, etc.
Muchos de los privilegios masculinos que suelen mencionarse tienen algo en común: no resultan privilegios en sí mismos, sino que se convierten en privilegios cuando a las mujeres se les niegan derechos como el de un sueldo equitativo, seguridad urbana, no ser cosificadas sexualmente o no ser desvaloradas a priori. Peggy McIntosh, en uno de los textos más célebres en torno a los privilegios masculinos y blancos (“El privilegio blanco: deshaciendo la mochila invisible”), habla de que necesitamos herramientas de análisis fino y claro para entender correctamente qué son los privilegios.
Muchos de los que consideramos “privilegios” son más bien“derechos” que tendríamos que universalizar. Y esta confusión hace que los mezclemos con esos privilegios que debemos eliminar por reforzar jerarquías y dar licencia a los privilegiados para poder seguir alimentando relaciones de desigualdad.
Yo suelo hacer un ejercicio para saber qué es un privilegio y qué no: ¿Es deseable quitar ese privilegio al privilegiado? ¿No? Entonces no es un privilegio. Un ejemplo: ¿Es deseable que los hombres pasen también inseguridad en las calles? Entonces la seguridad no es un privilegio, es un derecho no cumplido en las mujeres.
¿Es deseable que a los hombres nos deje de salir gratis opinar/tocar/valorar cuerpos de mujeres? Entonces parece que la impunidad del hombre para con la interacción no deseada con otros cuerpos sí es un privilegio. ¿La desigualdad de salarios que hace que hombres cobren más es un privilegio? ¿Es deseable que el hombre cobre menos? Si la respuesta es no, más que un privilegio es una discriminación contra la mujer.
¿Es un privilegio que la voz de los hombres se escuche mucho más que las mujeres cuando dicen lo mismo? Es deseable que al hombre se le deje de dar más credibilidad por su autoridad presupuesta. Ojalá se fuese tan crítico con lo que dicen los hombres como cuando lo dice una mujer. Esa credibilidad extra sí que es un privilegio.
Los privilegios son elementos que, desde cualquier pensamiento igualitario, deben eliminarse. ¿Quién puede defender un privilegio? Por eso, más que considerar como privilegios el caminar tranquilos, el ser escuchados, el ser valorados o el poder disponer de nuestro cuerpo quizás debamos considerarlos como derechos fundamentales que no se están cumpliendo para todas. Ese desplazamiento permitiría entender que el problema no es que el hombre camine seguro por la calle sino que la mujer no lo pueda hacer.
Eso también permitiría que tú (yo), hombre cis hetero, por fin entendiera(mo)s que no te están echando en cara el no tener miedo, sino el no estar luchando por que esa tranquilidad de la que disfrutamos sea universal.
En resumen: ¿Hay privilegios masculinos? Sí, por supuesto. Las estructuras sociales nos valoran más a la hora de hablar —incluso cuando tomamos malas decisiones—, se nos presuponen habilidades masculinas, somos más contratables y fiables según el “efecto Jennifer-John” del que habla Barbijaputa en este artículo, escalamos más en puestos organizativos debido a las redes informales de fraternidad, nos podemos ausentar de los trabajos de cuidados, podemos ejercer violencia cuando queramos y un largo etcétera. Sin embargo, hay que tener cuidado con confundir con privilegios los derechos básicos que se les niegan a los grupos oprimidos.
LAS DIFICULTADES DE PERCEPCIÓN
Decíamos al principio del artículo que resulta muy difícil notar un privilegio cuando vives desde siempre en él. Michael Kimmel, en su libro Privilegio, menciona una investigación realizada a jóvenes estadounidenses donde se les pedía que nombrases una lista de las cinco características más relevantes en su vida social. En esa respuesta, prácticamente todos los estudiantes afroamericanos mencionaron el color de piel mientras que ninguno de los estudiantes blancos hicieron dicha mención.
Lo mismo con la religión: casi todos los judíos y árabes mencionaron su credo, mientras que sólo el 25% de los cristianos hicieron lo mismo. Casi todos los jóvenes de orientación sexual no normativa reconocieron esta condición mientras que ningún joven heterosexual puso su orientación como relevante.
Existe una dificultad de percepción fundamental. Lo visible suelen ser los límites y barreras que nos frenan, pero no tanto facilidades que tenemos para correr más rápido.
Vuestros mayores os habrán dicho mil veces eso de “cómete todo lo del plato porque no sabes la suerte que tienes por comer todos los días”. Ojalá me hubiesen sensibilizado con mis privilegios de género tanto como lo hicieron con el tema de la pobreza. Pero no. Hemos tenido una muy mala educación en lo que a concienciación de los privilegios se refiere. Y eso nos pesa a la hora de valorar la suerte que tenemos de no sufrir determinadas injusticias.
Es fundamental, pues, la visibilización de la diferencia de acceso a los derechos más básicos de seguridad y dignidad. Sobre todo, urge el trabajo constante y temprano de concienciación en los estratos que menos sufren estas desigualdades.
Una mirada rápida por las discusiones en redes sociales sobre los privilegios permite ver que aún existe un rechazo enorme de los hombres a la hora de entender que las desigualdades y los derechos no se reparten de manera equitativa. Sin embargo, cuando intentamos señalar los privilegios y las injusticias, es muy fácil individualizar la responsabilidad y caer en moralismos éticos. ¿Es siempre cuestión de voluntad el ejercicio de un privilegio? Gran parte de los privilegios de los que gozamos son estructurales: mayor legitimidad de palabra, mayor capacidad de decisión sobre nuestro cuerpo, menor presión a nuestro físico, etc.
Los privilegios no son algo que se posea individualmente, no son una cosa. Son situaciones de ventaja en relaciones sociales. Y en ese sentido, para modificarlos, las acciones individuales no suelen tener mucho efecto. Como decía en otro artículo, las soluciones individuales a problemas sociales suelen fallar. Y como decía McIntosh respecto a los privilegios blancos: el racismo no acaba porque los blancos cambien de actitud.
Seguramente se avanza, pero no se soluciona el problema. Individualizar los debates en torno a los privilegios nos hace perder de vista lo estructural de la desigualdad. Sin embargo, es importantísimo concienciar a los privilegiados de cómo grupos enormes de población sufren desigualdades de manera continuada.
En última instancia, se trata de caminar por la delgada cuerda de responsabilizar a individuos sin caer en la culpabilización.
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