RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

martes, 24 de septiembre de 2019

El porqué de las ‘manadas’


Por María Àngels Viladot

El objetivo de las agresiones sexuales en grupo no es tanto obtener placer sexual sino disfrutar de la sensación de control y poder sobre la víctima.
Por María Àngels Viladot
Desde el caso de La Manada (la violación grupal de una chica de 18 años durante las Fiestas de San Fermín del año 2016), los ataques sexuales en grupo han ido in crescendo. En el año 2016 se denunciaron 18 agresiones sexuales múltiples, en 2017 bajaron a 14. Pero el año 2018 se dispararon hasta 60 y en fecha del 18 de septiembre del 2019 ya se han contabilizado 55. En todos estos años, dos de cada tres de las agresiones han sido violaciones consumadas. El reconocimiento de este hecho representa sólo el eslabón de inicio hacia la búsqueda de respuestas a una compleja cadena de preguntas.
¿Cuáles son los motivos de las agresiones sexuales, más allá de las perpetradas por individuos enfermos sexualmente? ¿Con qué finalidad algunos hombres agreden sexualmente en grupo? ¿Qué pretenden afianzar? Agredir en grupo es como mostrar el documento de identidad: ¡mirad, tengo los papeles en regla! ¡No soy un afeminado! ¡Soy de verdad de la tribu! La tribu de la masculinidad. Y así obtienen la aceptación de los miembros del grupo; su reconocimiento y aplausos. Y por eso, para demostrarlo, a menudo exhiben vídeos y pruebas gráficas de la proeza a los grupos de Youtube o Whatsapp de sus respectivas tribus. Como un cazador prehistórico mostrando orgulloso a sus compañeros cavernícolas el trozo de plesiosaurio que ha cazado.
Un examen de lo que significa la masculinidad es básico para comprender seriamente el problema de las agresiones sexuales. También creo que es básico entender cómo la cultura de los países se relaciona con la incidencia violenta de los hombres hacia las mujeres. Aunque desde la llegada de la democracia en España el patriarcado ha ido perdiendo legitimidad, las mentalidades de muchos hombres y mujeres siguen siendo aún patriarcales. En los esquemas mentales de estos hombres, ser masculino significa tener un alto estatus, ser dominante y poderoso especialmente con respecto a las mujeres, y con interdependencias heterosexuales. Ser masculino significa exhibirse física, mental y emocionalmente fuertes. Los sentimientos y el llanto son debilidades no permitidas, propias del sexo femenino. La ira y la rabia, las embestidas sexuales que perpetran, son coherentes con las características y los papeles o roles destinados socialmente a la masculinidad. Pero esta es una masculinidad muy frágil y, de hecho, con estos actos violentos, lo que hacen los hombres de este tipo es restablecer sus sentimientos cavernícolas de dominio sobre el sexo femenino. Porque el objetivo de las agresiones sexuales en grupo no es tanto obtener placer sexual (no están muertos de hambre) sino disfrutar de la sensación de control y poder (que para ellos es legítima) sobre la mujer que agreden. Los vínculos que mantienen con las mujeres no son de sujeto a sujeto, sino que, en el fondo deshumanizadas, las ven como un objeto de su propiedad.
En otras palabras, cuando la legitimidad del estatus masculino se pone en entredicho (por ejemplo, cuando las feministas cuestionan los privilegios de los hombres) es cuando ¡plaf! aparece el sentimiento de amenaza; el miedo a perder la virilidad si ésta no se vigila y afianza de forma continua. La libertad con la que actúan las mujeres es una provocación que hay que cortar de raíz.
Ni más ni menos: la liberación del sexo femenino perturba profundamente a estos hombres. Atenta contra su autoestima basada en la supremacía sobre las mujeres. Hace salir el machismo más severo: el sexismo condescendiente que siempre ha existido saca las garras y estalla en violencia. Como la ostentación de la fuerza física es un bien apreciado y considerado legítimo de la masculinidad, estos hombres expresan su enojo, el miedo a la emancipación de las mujeres, agrediéndolas y violándolas. En su imaginario, las aplacan y retornan a su madriguera. No son ataques a una mujer concreta (en el momento de la agresión ésta es un ente que estos hombres han deshumanizado) sino versus las mujeres que cuestionan los pilares de una identidad masculina construida por el patriarcado.
Las violaciones y embestidas grupales son el caso extremo, pero todos los machismos, con más o menos intensidad, siguen el mismo patrón. Es evidente que la masculinidad edificada en los valores del patriarcado perjudica tanto a los propios hombres como a las mujeres. Un planteamiento profundo del problema y el trabajo para ofrecer nuevas identidades diferentes pero igualitarias es lo que permitirá el cambio verdadero, el cambio de mentalidad. Tal vez así disminuirán las violaciones, individuales y en grupo.



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