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miércoles, 5 de septiembre de 2018

Sin igualdad de género, no hay seguridad alimentaria


Por Juan Echanove, EFE
Las mujeres desempeñan un papel clave en la alimentación al mundo, pero tienen un acceso desigual a los alimentos y recursos que podrían aumentar sus ingresos y mejorar la nutrición de sus familias. Para ganar la lucha global contra el hambre es esencial fomentar la igualdad de género.
Las mujeres alimentan al mundo
La alimentación de nuestro Planeta está, en gran medida, en manos de las mujeres. Según la FAO, las mujeres son el 43% de la fuerza laboral agrícola del mundo, y alrededor del 50% en Africa Sahariana. La agricultura es la principal fuente de sustento para el 80% de las mujeres económicamente activas de los países menos desarrollados.
A escala global, la mayoría de la mano de obra en la industria agroalimentaria es femenina, así como en la comercialización de alimentos, ya se trate de cajeras en un moderno hipermercado o de vendedoras en un sencillo mercadillo de pueblo. El preparado de los alimentos para la familia corre también a cargo de las mujeres.
A pesar de ese papel tan fundamental en la cadena alimentaria de la humanidad, las mujeres sufren globalmente una situación de profunda inequidad en el acceso a los medios necesarios para producir alimentos y acceder a una mejor nutrición. Para muchas mujeres, la pobreza no solo significa escasez y necesidad; significa derechos denegados, oportunidades reducidas y voces silenciadas.
En muchos países, restricciones legales o consuetudinarias impiden a las mujeres comprar o heredar tierras agrícolas. En Tanzania si la mujer queda viuda, la tierra de la familia pasa a manos del clan de su marido. En Etiopía tan sólo un 3% de las mujeres campesinas accede a los programas gubernamentales de acceso a semillas, frente a un 18% de los hombres. Según un estudio realizado por la ONG CARE Internacional, en Bangladés solo el 7% de las mujeres agricultoras tienen acceso a crédito rural.
Generalmente las campesinas se ven relegadas a trabajar tierras de peor calidad y no se las permite cultivar productos generadores de mejores ingresos. La práctica totalidad de los productores de cacao en Costa de Marfil son hombres, mientras que las mujeres tienen que ocuparse de cultivos que rinden menos beneficios. Estudios en Guatemala y otros países muestran que cuando las campesinas logran aumentar sus ingresos, la violencia doméstica se incrementa, debido a la presión de los hombres de la familia para controlar esos nuevos ingresos.
En países como Níger o Paquistán las mujeres no pueden salir del hogar sin el permiso del marido, ni tan siquiera para llevar al mercado local los productos que ellas mismas han cultivado. De este modo, es el hombre quien dispone a su exclusivo criterio de todos los ingresos económicos de la familia.
Según CARE, solo un 14% de las campesinas indias se ocupan ellas mismas, y no sus esposos, de la venta de su producción. En la práctica, los hombres controlan casi todas las decisiones domésticas.
Otro estudio, también de CARE, demostró que 9 de cada 10 decisiones adoptadas en los hogares rurales de Zimbabue son tomadas unilateralmente por el marido.
Es común en todo el mundo que a la hora de distribuir los alimentos dentro del hogar, se priorice la alimentación de los hombres y los niños frente a la de las mujeres y las niñas. La mayor mortalidad infantil femenina en Asia es atribuida principalmente a esa peor alimentación de las niñas en comparación a los niños.
Lucha contra el hambre e igualdad de género
Mientras el Mundo continua su tendencia al aumento de la desigualdad, los sistemas alimentarios cada vez más injustos siguen provocando que más de 800 millones de personas pasen hambre. Si no se aborda esta tendencia, en 2050 habrá más de 1.200 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria.
Las mujeres son parte fundamental de la solución en la lucha contra el hambre y la desnutrición. Un célebre estudio de la FAO reveló hace pocos años que si las mujeres agricultoras tuvieran el mismo acceso a recursos que los hombres, podrían aumentar la rentabilidad de sus granjas al menos un 20% y la cantidad de personas que padecen hambre podría reducirse en más de 100 millones. Hay también múltiples evidencias de que cuando las mujeres gestionan los ingresos del hogar, priorizan mejor los gastos, ahorran más y destinan más fondos a la compra de alimentos. Las mujeres son también más equitativas a la hora de distribuir los alimentos en la familia.
Además la mujer agricultora tiende a fomentar modelos de producción más sostenibles y respetuosos con el medio ambiente que los hombres. En muchas regiones la mujer campesina es la verdadera protectora de la biodiversidad agrícola, frente a los modelos de producción de monocultivo tradicionalmente gestionados por los hombres. En Zimbabue se estima que el 79% de los campesinos que practican la agricultura ecológica son mujeres.
Empoderar a las mujeres, dotándolas de un acceso justo a la tierra, a la financiación, a las semillas, a la formación agrícola, a los alimentos dentro del hogar, al acceso a los mercados y a los procesos de tomas de decisión es pues una condición esencial para erradicar el hambre en el mundo. Sin políticas pro activas a favor de la equidad de género, resulta imposible garantizar el futuro sostenible de nuestros sistemas agroalimentarios y acabar con esa lacra infame que es la desnutrición. La igualdad entre hombres y mujeres es, antes que nada, una cuestión de justicia fundamental pero también es un prerrequisito básico para lograr la seguridad alimentaria de todos.
NOTA: Este artículo forma parte del servicio de firmas de la Agencia EFE al que contribuyen diversas personalidades, cuyos trabajos reflejan exclusivamente las opiniones y puntos de vista de sus autores.
www.efedocanalisis.com/noticia/igualdad-genero-seguridad-alimentaria/


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