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lunes, 16 de enero de 2017

Las esclavas sexuales de los campos de concentración nazis

Hoy vamos a hablaros de uno de los tantos capítulos oscuros de la Alemania nazi, uno de los secretos más guardados durante décadas. Una parte de la historia que fue ocultada por las propias víctimas por temor o por vergüenza, e incluso por muchos historiadores.
Se trata de las esclavas sexuales de los campos de concentración, reclutadas en diversos países, cuya sede de abastecimiento se encontraba en el campo de concentración de Ravensbruck, convirtiéndose en una fuente de ingresos importante para el régimen.
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Se descubrió que los burdeles durante la Segunda Guerra Mundial no solo sirvieron a los soldados de la Wehrmacht -fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi-, sino también a los prisioneros de los campos de concentración. De este modo, los nazis “premiaban” a los presos por su buena conducta y buen trabajo.
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Este tipo de incentivo se introdujo a finales de 1942 por decreto del Reichsführer o líder de la SS, Heinrich Himmler. Como los prisioneros de los campos de concentración participaban en diversas obras, y entre ellos había verdaderos maestros en sus respectivos oficios, los líderes de los campos de concentración trataban de protegerles e incluso pagarles algún pequeño salario en efectivo.
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Los presos podían gastar su dinero en comida, cigarrillos o en visitar el burdel. El precio por 15 minutos con una de estas mujeres era de 2 marcos. Para que os hagáis una idea, en aquella época un paquete de cigarrillos costaba 3 marcos. Sin embargo, estos privilegios no eran aptos para los judíos.
En los burdeles tampoco trabajaban las mujeres judías. A las “seleccionadas” para tal despropósito, todas ellas con edades comprendidas entre los 17 y 35 años, se les cosía un triángulo negro en la manga, que las distinguía como “asociales”, se lavaban, se vestían con ropa de calle y recibían comida de la cocina de los alemanes, recibiendo un trato distinto al de resto de mujeres. Debían trabajar a diario entre las 19 y las 22 horas.
Los prisioneros que tenían opción a usar los burdeles debían someterse a un examen médico previo para ver si habían contraído alguna enfermedad venérea. Acto seguido, y tras pagar la cantidad correspondiente, eran conducidos hasta una habitación numerada donde le esperaba una de las presas elegidas para el encuentro. La puerta de cada habitación estaba equipada con una mirilla y el acto sexual solo podía realizarse en la posición del misionero.
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En cuanto a las mujeres, hubo un total de alrededor de doscientas diez mujeres especializadas que servían al campo de Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen y Auschwitz.
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Si para trabajar en burdeles militares fueron movilizadas verdaderas prostitutas, para el servicio de los prisioneros se seleccionaba a las mujeres de Ravensbrück y Auschwitz-Birkenau.
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Las presas obligadas a prostituirse eran en su mayoría alemanas. El motivo de su detención e internamiento era, en muchos casos, la prostitución callejera, o por contactos con judíos u otros “enemigos del Reich”. Incluso había mujeres que se presentaban voluntarias. Y es que puede que suene crudo, pero esta dedicación era una de las pocas maneras de sobrevivir en un campo de exterminio femenino.
Los líderes de los campamentos temían los brotes de enfermedades de transmisión sexual, por lo que todas las trabajadoras de los burdeles se sometían a un examen médico regularmente. Pero el embarazo era otro asunto. La mayoría de las mujeres estaban tan agotadas que habían perdido su función reproductiva. Y si alguna se quedaba embarazada, era enviada de regreso al campo de concentración donde le era practicado un aborto.
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Después de la caída del nazismo, todas estas mujeres simplemente fueron olvidadas, ya que no se consideraban formalmente presas de los campos de concentración. Debido a la vergüenza, la mayoría calló sobre su pasado, por lo que ninguna de estas esclavas sexuales recibió compensación alguna.
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Ahora, y gracias a la investigación del historiador Robert Sommer plasmada en su libro Das KZ Bordel, podemos conocer tan desgarradora historia.
Vía: ofigenno, traducción y adaptación realizada por La Voz del Muro.

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