Feminismo descolonial
Marcos Rey
www.brecha.com.uy
2ª parte de la entrevista a Nerea Aresti pionera en los estudios de las masculinidades en España que realizó el medio uruguayo www.brecha.com. |
El pasado 5 de Enero la historiadora vasca Nerea Aresti estuvo en Montevideo para dictar un seminario en la Facultad de Humanidades sobre los nuevos enfoques de la historia de género. A continuación reproducimos la 2º parte de la entrevista enfocada al feminismo descolonial y el sistema sexo-género.
—¿Qué implica para usted “descolonizar el género”, en la línea del feminismo descolonial?
—El feminismo se ha enriquecido en la medida en que hemos comprendido que el concepto de mujeres lleva dentro más relaciones de poder que las puramente de género. Eso significa que los problemas de las mujeres pasan también por soluciones que van más allá de la cuestión de género, porque también implican relaciones de clase, raza, geopolíticas y entre países. De modo que los problemas de las mujeres sólo tienen soluciones en términos globales, y en esas luchas el feminismo seguirá teniendo un papel central.
—¿Pero por qué se sigue afirmando sin matiz alguno que la situación de las mujeres en los países desarrollados es mejor que nunca? Basta reparar en la situación de miles de mujeres migrantes en Europa empleadas en trabajos precarios para advertir que es un enunciado que sigue reparando básicamente en las mujeres blancas de clase media para arriba.
—El feminismo de los setenta y ochenta distinguió al sexo como lo biológico (inmutable) y al género como una construcción cultural (mutable).Pero teóricas feministas como Judith Butler han insistido desde los noventa en que tampoco el sexo es inmutable, sino que al igual que el género es una categoría que está investida políticamente y construida socialmente por discursos y prácticas que han variado en el tiempo. ¿Comparte esa lectura?
—Sí, comparto la lectura de Butler. Ha servido para nombrar y legitimar, no sólo en el terreno académico sino también en lo político, un enfoque que necesitaba ser nombrado.
—¿Por qué cree que sigue primando la distinción esencialista e inmutable del sexo?
—¿Qué implica para usted “descolonizar el género”, en la línea del feminismo descolonial?
—El feminismo se ha enriquecido en la medida en que hemos comprendido que el concepto de mujeres lleva dentro más relaciones de poder que las puramente de género. Eso significa que los problemas de las mujeres pasan también por soluciones que van más allá de la cuestión de género, porque también implican relaciones de clase, raza, geopolíticas y entre países. De modo que los problemas de las mujeres sólo tienen soluciones en términos globales, y en esas luchas el feminismo seguirá teniendo un papel central.
—¿Pero por qué se sigue afirmando sin matiz alguno que la situación de las mujeres en los países desarrollados es mejor que nunca? Basta reparar en la situación de miles de mujeres migrantes en Europa empleadas en trabajos precarios para advertir que es un enunciado que sigue reparando básicamente en las mujeres blancas de clase media para arriba.
—Es difícil dar una respuesta global a una realidad compleja. Algunas mujeres están mejor, otras no. La crisis económica ha profundizado la feminización de la pobreza y ha internacionalizado la división del trabajo en términos de género. Parte de la cobertura social y de los cuidados que corrían a cargo de los estados de bienestar (guarderías, residencias, cuidados de enfermos) han sido recortados y pasaron a ser sustituidos por una mano de obra inmigrante, mal paga y fundamentalmente femenina. Ahí está claro que hablar de mejoras es obviar la realidad de millones de mujeres. El problema es que tendemos a ver siempre una línea de progreso en sentido ascendente. Pero incluso las conquistas se pueden perder, como lo vemos en varios países con respecto al aborto. Debemos mantener la tensión, no sólo para avanzar en derechos sino para mantener lo que se ha conquistado.
—“No al uso forzado del velo, no a la eliminación forzada del velo”, decía una plataforma feminista que rechazaba todo tipo de dominación. ¿Cómo se posiciona usted frente a la polémica del velo en Europa?
—Es un tema difícil, pero nunca la prohibición en términos identitarios o culturales es una salida. Nos tenemos que mover en el terreno de la libertad y la autonomía de las personas para elegir qué tipo de prácticas acompañan su vida cotidiana, sea para vestir de una determinada manera como para tener el derecho a no hacerlo. A veces se usa el feminismo de forma engañosa o con tintes autoritarios. El caso francés es el más lamentable, porque utiliza al feminismo para atentar contra la libertad de las mujeres a vestirse de una u otra manera. Pero esto no significa que no comprendamos la terrible situación que viven las mujeres en determinados contextos opresivos.
—¿La democracia y el secularismo (separación del Estado y la Iglesia) son las mejores garantías para la igualdad de las mujeres? ¿O también pueden existir cosmovisiones religiosas favorables a la emancipación de las mujeres? Eso se pregunta la teórica feminista Joan Scott.
—Estoy de acuerdo con Scott. Ni la democracia liberal ni el secularismo son garantía absoluta de libertad e igualdad para las mujeres. El secularismo puede ser usado como un mecanismo autoritario de silenciamiento o represión de algunas mujeres. Y la democracia liberal tiene sus límites, por eso me parece importante que reivindiquemos otro concepto de democracia que realmente avance en términos de libertad e igualdad.
“La ciencia obliga a respetar el binarismo sexual”—“No al uso forzado del velo, no a la eliminación forzada del velo”, decía una plataforma feminista que rechazaba todo tipo de dominación. ¿Cómo se posiciona usted frente a la polémica del velo en Europa?
—Es un tema difícil, pero nunca la prohibición en términos identitarios o culturales es una salida. Nos tenemos que mover en el terreno de la libertad y la autonomía de las personas para elegir qué tipo de prácticas acompañan su vida cotidiana, sea para vestir de una determinada manera como para tener el derecho a no hacerlo. A veces se usa el feminismo de forma engañosa o con tintes autoritarios. El caso francés es el más lamentable, porque utiliza al feminismo para atentar contra la libertad de las mujeres a vestirse de una u otra manera. Pero esto no significa que no comprendamos la terrible situación que viven las mujeres en determinados contextos opresivos.
—¿La democracia y el secularismo (separación del Estado y la Iglesia) son las mejores garantías para la igualdad de las mujeres? ¿O también pueden existir cosmovisiones religiosas favorables a la emancipación de las mujeres? Eso se pregunta la teórica feminista Joan Scott.
—Estoy de acuerdo con Scott. Ni la democracia liberal ni el secularismo son garantía absoluta de libertad e igualdad para las mujeres. El secularismo puede ser usado como un mecanismo autoritario de silenciamiento o represión de algunas mujeres. Y la democracia liberal tiene sus límites, por eso me parece importante que reivindiquemos otro concepto de democracia que realmente avance en términos de libertad e igualdad.
—El feminismo de los setenta y ochenta distinguió al sexo como lo biológico (inmutable) y al género como una construcción cultural (mutable).Pero teóricas feministas como Judith Butler han insistido desde los noventa en que tampoco el sexo es inmutable, sino que al igual que el género es una categoría que está investida políticamente y construida socialmente por discursos y prácticas que han variado en el tiempo. ¿Comparte esa lectura?
—Sí, comparto la lectura de Butler. Ha servido para nombrar y legitimar, no sólo en el terreno académico sino también en lo político, un enfoque que necesitaba ser nombrado.
—¿Por qué cree que sigue primando la distinción esencialista e inmutable del sexo?
—Porque llevamos varios siglos de naturalización de la diferencia sexual. Se ha convertido en parte de nuestra identidad más íntima. Cuanto más naturalizada está una identidad más difícil es comprender que está construida. Cuando nos volvemos vegetarianos, por ejemplo, tenemos más capacidad para comprender que eso es una construcción, y que hay de por medio una serie de elecciones intelectuales detrás. Pero cuando nos viene dado como algo totalmente natural es mucho más difícil comprenderlo como una construcción.
—En Médicos, donjuanes y mujeres modernas usted estudió cómo el discurso médico produjo nuevas imágenes de masculinidad y feminidad basadas en principios biologicistas del sexo. ¿De qué manera la medicina sigue operando en esos términos para legitimar la diferencia sexual?
—De forma definitiva. La legitimidad del pensamiento científico es enorme, y sigue teniendo este efecto de naturalización de la diferencia sexual. Lo curioso es que el discurso médico es cada vez más flexible al cambio de los cuerpos, pero más inflexible al cambio de los géneros. La ciencia avanza para hacer encajar los cuerpos en una identidad, una biología, unos órganos. Pero es inflexible con los géneros. Cuando no se produce la identificación del cuerpo con el género, si no cambia el género hay que cambiar el cuerpo, pues la identificación tiene que producirse. De lo contrario, se asume como una patología con términos como la disforia de género. (La ciencia) considera una enfermedad tanto que la identidad no corresponda a los atributos corporales como que desde una identidad no se tenga una inclinación hacia un género u otro. La ciencia, digamos, obliga a respetar el binarismo sexual. No sé si esto se está reforzando, porque también veo líneas de fisura con movimientos y gentes que teorizan y protestan por una mayor apertura, pero para la ideología dominante este discurso médico sigue siendo una verdad absoluta.
—¿Qué perspectivas le ve a la teoría queer en esto de ampliar la politización de todas las relaciones de dominación, incluso problematizando el trabajo académico y la dimensión política de la producción de conocimiento?
—Aquí me surge la duda de si tenemos claridad de cuál es la dimensión más política y práctica de futuro de la teoría queer. Ha sido un avance tremendo en términos teóricos, filosóficos, políticos. Y se puede seguir profundizando, pero no se debe perder la tensión de creación de nuevas políticas en lo más práctico. Es ahí donde yo tengo falta de claridad sobre cómo puede avanzar, y enriqueciéndose. No es que sea pesimista, sino que me falta claridad de por dónde puede ir esta tensión crítica y esta capacidad de lo queer para romper moldes.
* Nerea Aresti es doctora por la State University de Nueva York y por la Universidad del País Vasco. Especialista en la historia de género, editora de la revista Ayer y vicepresidenta de la Asociación Española de Historia e Investigación de las Mujeres.
—En Médicos, donjuanes y mujeres modernas usted estudió cómo el discurso médico produjo nuevas imágenes de masculinidad y feminidad basadas en principios biologicistas del sexo. ¿De qué manera la medicina sigue operando en esos términos para legitimar la diferencia sexual?
—De forma definitiva. La legitimidad del pensamiento científico es enorme, y sigue teniendo este efecto de naturalización de la diferencia sexual. Lo curioso es que el discurso médico es cada vez más flexible al cambio de los cuerpos, pero más inflexible al cambio de los géneros. La ciencia avanza para hacer encajar los cuerpos en una identidad, una biología, unos órganos. Pero es inflexible con los géneros. Cuando no se produce la identificación del cuerpo con el género, si no cambia el género hay que cambiar el cuerpo, pues la identificación tiene que producirse. De lo contrario, se asume como una patología con términos como la disforia de género. (La ciencia) considera una enfermedad tanto que la identidad no corresponda a los atributos corporales como que desde una identidad no se tenga una inclinación hacia un género u otro. La ciencia, digamos, obliga a respetar el binarismo sexual. No sé si esto se está reforzando, porque también veo líneas de fisura con movimientos y gentes que teorizan y protestan por una mayor apertura, pero para la ideología dominante este discurso médico sigue siendo una verdad absoluta.
—¿Qué perspectivas le ve a la teoría queer en esto de ampliar la politización de todas las relaciones de dominación, incluso problematizando el trabajo académico y la dimensión política de la producción de conocimiento?
—Aquí me surge la duda de si tenemos claridad de cuál es la dimensión más política y práctica de futuro de la teoría queer. Ha sido un avance tremendo en términos teóricos, filosóficos, políticos. Y se puede seguir profundizando, pero no se debe perder la tensión de creación de nuevas políticas en lo más práctico. Es ahí donde yo tengo falta de claridad sobre cómo puede avanzar, y enriqueciéndose. No es que sea pesimista, sino que me falta claridad de por dónde puede ir esta tensión crítica y esta capacidad de lo queer para romper moldes.
* Nerea Aresti es doctora por la State University de Nueva York y por la Universidad del País Vasco. Especialista en la historia de género, editora de la revista Ayer y vicepresidenta de la Asociación Española de Historia e Investigación de las Mujeres.
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