En 1916, una viejecita de ochenta y un años fallecía en Nueva York, en la casa de su hijo. Vestía ropas viejas y sucias y nada en su apariencia hacía sospechar que acababa de morir la mujer más rica de América. Hetty Green fue durante años una mujer acaudalada, que tuvo en su poder millones de dólares pero que nunca quiso gastar ni uno. Mujer de negocios y experta en finanzas, Hetty se obsesionó toda su vida por amasar una fortuna que le hizo dejar de lado a su marido y sus hijos. Incluso su propia persona. Fue, sin duda, la mujer más rica, pero también la más avara.
Henrietta Howland Robinson nació el 21 de noviembre de 1834 en la ciudad de Massachusetts. Sus padres, Abby Robinson y Edward Mott Robinson, eran quáqueros que dirigían una de las industrias balleneras más rentables del país y una de las familias más ricas de la ciudad. Hetty sólo tuvo un hermano pero falleció siendo un niño por lo que toda la fortuna familiar terminaría recayendo en ella. Con dos años la llevaron a vivir con su abuelo durante un tiempo, muy probablemente porque su madre estaba continuamente enferma. Influenciada por su abuelo y su padre, Hetty empezó a descubrir el mundo de las finanzas a una edad extremadamente temprana. Con tan sólo seis años ya leía periódicos de economía y con catorce llevaba las cuentas del hogar.
En la década de 1860 fallecieron sus padres quienes le dejaron en herencia más de cinco millones de dólares que empezó a invertir con gran astucia y eficacia. No contenta con lo que había heredado, cuando se enteró de que su día Sylvia Ann Howland, muerta en 1865, había dejado dos millones de dólares al estado para que se invirtieran en obras de caridad, Hetty no tuvo reparos en iniciar una larga lucha legal para conseguir un dinero que consideraba suyo. Cinco años después ganaba y conseguía recuperar parte de la herencia de su tía.
En 1867 Hetty se casaba con Edward Henry Green quien pertenecía a una rica familia de Vermont. Hetty hizo firmar a su futuro marido un contrato pre-matrimonial en el que renunciaba íntegramente a su dinero. Después de pasar un tiempo viviendo en Manhattan, donde Hetty continuaba con sus negocios financieros, se trasladaron a vivir a Londres, donde nacerían sus dos hijos, Edward y Harriet Sylvia. Instalados en el Langham Hotel, la familia Green continuó amasando una gran fortuna. Hetty era una experta en inversiones conservadoras y seguras que le daban un rédito importante y hacía subir sus intereses como la espuma.
Al cabo de unos años volvían a los Estados Unidos donde se instalaron en la casa familiar de Edward en Vermont. En 1885, las cosas se torcieron para Hetty cuando la financiera con la que trabajaba quebró descubriendo que su marido había sido uno de los principales causantes de la crisis. Hetty consiguió salvar buena parte de su fortuna pero no su matrimonio. Edward se marchaba de casa y solamente volvió a reencontrarse con su esposa cuando enfermó gravemente y esta accedió a cuidarlo hasta su muerte en marzo de 1902.
Instalada otra vez en Nueva York, Hetty continuó trabajando con su dinero mientras tenía una vida exageradamente austera, rayando incluso la indigencia. Desde mandar lavar solamente los bajos de sus vestidos hasta trabajar en los almacenes o locales ínfimos para no tener que pagar el alquiler de una oficina, pasando por comer la comida más barata, no poner la calefacción ni lavarse con agua caliente o vivir en hoteles baratos para no tener que pagar impuestos de propiedades. Pero lo peor de todo fue cuando su avaricia la llevó a descuidar a su propio hijo a quien no consintió en llevar a un buen hospital cuando se hizo daño en una rodilla. La herida no se curó bien y el pequeño Edward terminó perdiendo la pierna.
Una actitud que también se aplicó ella misma cuando tenía que operarse de una hernia y no lo hizo para ahorrarse el dinero de la operación.
La fortuna que había ganado a lo largo de su mísera existencia la heredarían sus dos hijos cuando falleció el 3 de julio de 1916. Mientras que Edward se convirtió en un rico caprichoso que dilapidó su fortuna, Sylvia dedicó el dinero heredado de su madre a obras de beneficencia.
En 1867 Hetty se casaba con Edward Henry Green quien pertenecía a una rica familia de Vermont. Hetty hizo firmar a su futuro marido un contrato pre-matrimonial en el que renunciaba íntegramente a su dinero. Después de pasar un tiempo viviendo en Manhattan, donde Hetty continuaba con sus negocios financieros, se trasladaron a vivir a Londres, donde nacerían sus dos hijos, Edward y Harriet Sylvia. Instalados en el Langham Hotel, la familia Green continuó amasando una gran fortuna. Hetty era una experta en inversiones conservadoras y seguras que le daban un rédito importante y hacía subir sus intereses como la espuma.
Al cabo de unos años volvían a los Estados Unidos donde se instalaron en la casa familiar de Edward en Vermont. En 1885, las cosas se torcieron para Hetty cuando la financiera con la que trabajaba quebró descubriendo que su marido había sido uno de los principales causantes de la crisis. Hetty consiguió salvar buena parte de su fortuna pero no su matrimonio. Edward se marchaba de casa y solamente volvió a reencontrarse con su esposa cuando enfermó gravemente y esta accedió a cuidarlo hasta su muerte en marzo de 1902.
Instalada otra vez en Nueva York, Hetty continuó trabajando con su dinero mientras tenía una vida exageradamente austera, rayando incluso la indigencia. Desde mandar lavar solamente los bajos de sus vestidos hasta trabajar en los almacenes o locales ínfimos para no tener que pagar el alquiler de una oficina, pasando por comer la comida más barata, no poner la calefacción ni lavarse con agua caliente o vivir en hoteles baratos para no tener que pagar impuestos de propiedades. Pero lo peor de todo fue cuando su avaricia la llevó a descuidar a su propio hijo a quien no consintió en llevar a un buen hospital cuando se hizo daño en una rodilla. La herida no se curó bien y el pequeño Edward terminó perdiendo la pierna.
Una actitud que también se aplicó ella misma cuando tenía que operarse de una hernia y no lo hizo para ahorrarse el dinero de la operación.
La fortuna que había ganado a lo largo de su mísera existencia la heredarían sus dos hijos cuando falleció el 3 de julio de 1916. Mientras que Edward se convirtió en un rico caprichoso que dilapidó su fortuna, Sylvia dedicó el dinero heredado de su madre a obras de beneficencia.
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