RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

martes, 5 de mayo de 2020

La feminista radical que se enfrenta al machismo de Marrueco

Entrevista a la activista marroquí Betty Lachgar, cofundadora del movimiento de desobediencia civil feminista, universalista y laico M.A.L.I.

«Cuando una mujer va a una comisaría a denunciar violencia machista los policías siempre dicen: ‘Te vamos a educar a ti», afirma.
A la derecha la activista marroquí Betty Lachgar.
Su nombre está desde 2015 en una lista negra que a cualquiera le pone los pelos de punta. Es la del ISIS. Sin embargo, a Betty Lachgar ni las amenazas de muerte, de lapidación, violación o las campañas de difamación la amilanan. «No las tengo en cuenta», dice. Y es que esta mujer que no le teme a nada no puede permitirse perder un segundo en otro quehacer que no sea el de «luchar por la igualdad».
Por eso cofundó el movimiento MALI. «Quería romper los tabúes, luchar por todas las libertades individuales, la igualdad entre las mujeres y los hombres, además de los derechos sexuales y reproductivos, tales como la libertad sexual, los derechos del colectivo LGBTI e, incluso, el derecho al aborto; así como contra el fundamentalismo religioso y las discriminaciones«, añade.
La respuesta de la sociedad a su propuesta ha sido la de darle la espalda. «MALI es el único movimiento de desobediencia civil que existe en Marruecos, por eso nuestras acciones le provocan un shock a la gente». Pero a Lachgar esta aversión a su iniciativa no la frena.
Sin embargo, su labor en estos tiempos de confinamiento -que coinciden con el Ramadán- se complica por momentos. «Apenas como o duermo. No me da tiempo a nada porque tengo mucho trabajo que hacer. Mi jornada va desde las ocho de la mañana a las dos o las tres de la madrugada. Ahora la mayoría de mi trabajo es en Internet, en las redes sociales con mujeres víctimas de violencia machista, con feminicidios. Las ayudo a denunciar. También hago igual con la comunidad LGTB. Me paso el día ayudando a denunciar la falta de libertades y de derechos. También leo mucho, busco informaciones, organizando campañas online…».
Un país sin libertades
A esta luchadora nata que se reconoce con orgullo como «feminista radical», no estar en el terreno la sobrepasa. «Es un gran problema no poder pisar la calle. Sobre todo, en Marruecos donde las reglas no es que sean estrictas. ¡Es que son muy, muy estrictas!», comenta. «¿Cómo podemos ayudar si nuestra misión es la de encontrar víctimas que no pueden salir? ¿Cómo podemos ayudar a las mujeres que desean abortar? ¿Cómo podemos ayudar a los homosexuales expulsados de sus casas?», se pregunta. Y la respuesta es clara. «No podemos ayudar como nos gustaría porque además hay gente que no quiere colaborar porque tiene miedo del virus. Ayudar cuando dependes del teléfono o los mensajes es casi imposible», añade triste y frustrada.
Esta psicóloga clínica especializada en criminología y victimología, que ha trabajado «en prisiones de Francia y Marruecos» y cuya investigación académica se ha centrado «en las violencias contra las mujeres y las violencias sexuales estudiando el comportamiento de los violadores y asesinos en serie o de las víctimas de violencias sexuales», es considerada en su país una mujer molesta.
«¿Cómo podemos ayudar si nuestra misión es la de encontrar víctimas que no pueden salir?»
«Soy políticamente incorrecta. Estoy en contra de la institución del matrimonio, del patriarcado y de un Marruecos que no es un estado civil sino religioso. Públicamente me declaro atea pero este movimiento es secular y está integrado por personas de todo tipo de creencias, no nos importa que seas judío, musulmán o ateo. La religión pertenece a la esfera privada y por eso nos posicionamos en contra de la enseñanza religiosa en las escuelas». Una declaración de principios que además de haberle ocasionado enfrentamientos con la policía y la justicia de su país, le ha granjeado el mote de «la mujer más odiada» de Marruecos. «Me han arrestado en varias ocasiones y he tenido que acudir a varios juicios contra mi persona».
Preguntada de dónde le viene tanta fuerza responde de forma precisa. «Soy una superviviente». Y tanto que lo es. En 1996 tuvo que enfrentarse a un sarcoma de Ewing, «un cáncer pediátrico muy agresivo», nos dice. Y le ganó la partida. Pero sobrevivir a la enfermedad no le salió gratis. «Desde entonces tengo una discapacidad. El tumor fue en el húmero izquierdo y tengo una prótesis», subraya. Justo antes del confinamiento estaba previsto un cambio de prótesis, pero con el coronavirus todo se ha cancelado».
Ser mujer en Marruecos es no ser nada
Aun así, Betty Lachgar sigue para adelante. Y lo hace hablando del doble esfuerzo que supone trabajar en una sociedad «tan conservadora y patriarcal» como la suya. «El auge del islamismo, Internet y la sintonización por satélite de canales de corte radical provenientes del extranjero, están ayudando a la proliferación de mensajes misóginos y violentos de gran calado en las redes», dice.
Un giro conservador que no solo se da en Marruecos. También viene de los guetos de migrantes en Francia, Bélgica y Holanda. «Esto tiene una explicación desde el punto de la psicología clínica: cuando atacan tu identidad, tú lo que haces es contraatacar. Después de eso, cuando esos marroquíes vuelven de visita a sus países de origen, imponen a sus allegados lo que tienen que hacer, cómo tienen que vestirse y cuándo rezar».
El resultado de esta radicalización afecta directamente a la pérdida de derechos y libertades de las mujeres y que Lachgar nos traduce en el insoportable aumento del acoso sexual callejero. Los grados de violencia machista son tales que la activista recuerda el caso de la turista alemana que se dedicó a viajar por todo el mundo sin problemas y solo pudo estar dos días en su país. «Es horrible, viajó por todo el mundo y, sin embargo, no lo pudo hacer en Marruecos por culpa de toda esta mierda», indica. «La gente no entiende que eso también es violencia hacia las mujeres».
«El auge del islamismo, Internet y la sintonización por satélite de canales de corte radical provenientes del extranjero, están ayudando a la proliferación de mensajes misóginos y violentos»
A la falta de entendimiento se une lo complicado de denunciar esta violencia sexual. «En Marruecos te acosan 50 veces al día y la policía no hace nada. Y cuando vas a denunciar te acusan de haber bebido alcohol. Yo fui acosada la noche del 1 de enero de 2011. Fui a la comisaría y allí me abofetearon y pasé 24 horas en detención preventiva. En septiembre de 2016 fue agredida sexualmente por tres policías. Y en agosto de 2018 puse una denuncia en Rabat por una agresión y amenazas con cuchillo. Y me tuvieron 48 horas en detención preventiva. Cuando una mujer va a comisaría los policías siempre dicen: «Te vamos a educar a ti». Porque en la mentalidad de ellos, esas mujeres son culpables de lo que les pasan o, al menos, tienen una parte de responsabilidad. Ninguna organización feminista de mi país salió a defenderme. Si que lo hicieron desde otros países ¡Qué tristeza! ¡Qué vergüenza!», recuerda.
La cultura de la violación
Esta violencia no es lo única que tienen que soportar las marroquíes. «Tampoco podamos entrar en los sitios si no vamos acompañadas de un hombre». Además, la activista habla de cómo la religión, y por tanto el hombre, «es el dueño del cuerpo de las mujeres. Quieren imponer lo que tenemos que hacer con él. El hecho de vestirnos como nos inculcan es para tener la excusa de que si no te vistes como está escrito te pueden violar. Es decir, las mujeres somos culpables de ser violadas».
Otro gran problema de esa cultura de la violación es la enorme violencia que se produce en los hogares. «El Código Penal no reconoce que dentro del matrimonio una mujer es violada por su marido. Por el contrario, se piensa que es un derecho del marido el que las mujeres tengan que satisfacerles. Hay miles de mujeres violadas cada día por sus maridos. Mientras que el Código Penal castiga las relaciones sexuales consentidas entre personas adultas que no estén casadas, con esta ley se distribuyen permisos para violar dentro del matrimonio. Además, no se penaliza el matrimonio de la Fatiha (practicado sobre todo en las zonas rurales, con la mera lectura del primer versículo del Corán), que es un subterfugio por el que se permite los casamientos con mujeres menores de edad».
Otro caso al que alude Lachgar es el de las pedidas de mano. «Con estas ceremonias institucionalizadas bajo la excusa o el peso de la tradición lo que ocurre es que las niñas pasan de pertenecer al padre al marido».
De esos barros viene también otra de las luchas de la activista: la del aborto. «MALI es el primer movimiento que lucha por la defensa de elección, de un aborto seguro y que ayuda a las mujeres que quieren optar por ello. Abortar tiene que ser un derecho para las mujeres no un pecado que el Código Penal castiga con hasta dos años de cárcel por hacerlo de forma ilegal y un año para quienes tengan relaciones sexuales fuera del matrimonio», añade.
Y es que en Marruecos está autorizado el aborto solo «cuando peligra la vida de la madre y en caso de malformación del feto, violación o incesto». Eso quiere decir que se practican unas 600 interrupciones ilegales de embarazo al día poniendo en peligro su vida porque solo un tercio se practican con los debidos requisitos médicos, generalmente a precios prohibitivos, y que unas 80 mujeres fallecen al año tras abortar en malas condiciones. «Luchamos para que la mujer pueda elegir libremente qué hacer con su cuerpo y su vida».
Ni tapadas ni veladas
La activista también habla de la dificultad de hacer pedagogía feminista y conseguir que más mujeres se unan a la lucha por la igualdad «debido al patriarcado interiorizado que tienen». Para ello pone un ejemplo. «En Marruecos la educación sexista es tal que a las niñas en la escuela pública se les pone una bata escolar, no así a los niños, para ocultar el desarrollo del cuerpo de las pequeñas. Se trata de que no vean como crecen sus pechos para evitar la tentación que por su puesto viene de ellas», añade.
Y hablando de prendas, si hay una contra la que dicha feminista se levanta esa es la del velo. «Es una imposición patriarcal. No una elección de las mujeres. Siempre hay un hombre detrás de la regla de cubrirse. Es volver a decir que los cuerpos les pertenecen a ellos, a sus maridos o a otros hombres. Hay tenemos un gran trabajo que hacer», añade.
«Siempre hay un hombre detrás de la regla de cubrirse»
Para más muestra de su valiente labor recuerda lo que tuvo que hacer contra la campaña machista en Facebook «Sé un hombre y cubre a tus mujeres» (con la que los hombres debían ver las prendas con las que las mujeres van a la playa porque así lo dicta el Corán). Betty Lachgar respondió con la campaña feminista: «Sé una mujer libre», posando en bikini en redes sociales y colgando un manifiesto «para invitar a todos a luchar contra las órdenes patriarcales. Hay que enseñar una educación igualitaria entre los jóvenes y luchar contra los estereotipos de género», recalca.
Con estos niveles de misoginia la activista sabe que su lucha no llegará pronto a su fin y que lo arriesga todo. «Si esta sociedad no nos ayuda, ¿qué podemos esperar de nuestra opinión pública, de la gente?». Aun así, no tira la toalla. Para ello recuerda cada día a su madre que siempre le dice: «no tengo miedo de que vayas a la cárcel, sino de lo que te puede hacer la sociedad». Y lo que siempre ella le responde: «Nunca tengo miedo, ni de la policía, ni de la cárcel, ni de la muerte. Por eso soy como soy», finaliza.


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