Ilustración de Señora Milton
A estas alturas ya has leído muchos artículos sobre el coronavirus. Demasiados incluso. Infodemia. Todos ellos tienen dos elementos en común. El primero porque aparece siempre: las cifras de muertes, de muchas muertes. Muertes, muertes, muertes; suma y sigue: muertes, muertes, muertes. Muertes sin vida. El segundo porque no aparece nunca: el capitalismo. (Silencio).
Hipótesis (suposición de algo posible para sacar de ello una consecuencia).
Hemos sido engañadas. Coronavirus; muertes sin vida. Capitalismo; muertes sin vida y muertas en vida. El capitalismo reduce la realidad a sus intereses.
Tesis (lo dado, lo que se da por verdadero).
Estamos amenazados por un virus externo que no hace distinciones. Por seguridad tenemos que quedarnos en casa; todos y todo el rato. Con las manos muy bien lavadas. Lo más importante es reducir la curva de muertes. Por suerte, contamos con héroes de nuestro lado. Necesitamos una voz única que marque las pautas, la unidad de unos pactos que nos brinden una fortaleza sin fisuras. Y sin ideologías, porque de esta saldremos con los criterios de la ciencia y los avances de la tecnología. Es cierto que hay algún que otro insolidario que amenaza nuestro futuro, pero las fuerzas del orden y la necesaria colaboración ciudadana lo tienen controlado. Ojalá volvamos pronto a la normalidad. Mientras tanto, no perdamos el tiempo: podemos hacer muchas cosas.
Antítesis (cuestionamiento del estado original. El complemento contrario de la tesis como única forma de comprender un contexto complejo).
Primera evidencia capitalista: la amenaza son los otros, levantemos muros.
Algunas teorías dicen que el virus proviene de un pangolín, una especie muy demandada en latitudes asiáticas. Otras subrayan que salió de un mercado chino. Aunque por despiste o de forma intencionada también puede haber salido de un laboratorio puntero. En realidad, la historia no cambiaría mucho, pues no hace falta la Covid-19 para saber de lo que es capaz la raza humana. Lo que está claro es que el virus es extranjero.
¡Levantemos muros! Letra pequeña: para las personas, que los capitales fluyan. Y sobre todo, nada de recordar que todos los virus infecciosos de las últimas décadas están muy relacionados con el sistema alimentario agroindustrial impuesto por el Norte a beneficio de sus transnacionales: transgénicos, agrotóxicos, deforestación, monocultivos y una larga letanía de atrocidades contra la naturaleza. Somos una parte de esa naturaleza. Pero el capitalismo necesita enemigos y estos siempre vienen de fuera.
Muertas en vida: las periferias, los sures de geografía diversa, los orientes, la diversidad biológica, el ecosistema, las sin-papeles frente a las aduanas, las racializadas.
Segunda evidencia capitalista: las clases sociales no existen.
Nadie está a salvo. Pero sucede que apenas un puñado de personas ha muerto con su nombre y sus apellidos puestos. Porque no es lo mismo dormir al raso en el interior del departamento boliviano de Pando que ser un propietario en Berlín, tener un seguro privado que ni acceso al agua potable, no es lo mismo estar en la veintena que en la senectud, ser futbolista de un club puntero que prostituta, no es lo mismo teletrabajar para una multinacional que desplazarse en metro para ser una comemierda 24/7 en Ciudad de México. Miles de seres humanos están muriendo en la fosa común del anonimato. Somos existencias vulnerables, bajo un esquema desigual e injusto de exclusiones. Pero el capitalismo necesita la estabilidad, nada de sobresaltos ni de luchas de intereses.
Muertas en vida: las empobrecidas, las sin derechos, las pisoteadas, las rejodidas, la clase explotada, la que no tiene trabajo, las revolucionarias, las luchadoras.
Tercera evidencia capitalista: el crecimiento está por encima de todas las cosas.
El crecimiento es una obligación sistémica para un sistema que, en caso contrario, se colapsa. Por eso ahora y siempre lo importante es reflotar la economía. La que mueven unas empresas muy concretas, las más grandes, en un sitio muy abstracto, el mercado. La Bolsa (el parqué de Wall Street, el Ibex-35, el Nikkei 225) o la vida (la de Claudia, la de Andrés, la de María). El PIB (que genera un gran supermercado) o el sustento (los pequeños huertos de autoabastecimiento). Somos seres finitos y dolientes en un ecosistema igualmente finito. Pero el capitalismo necesita acumularse sin fin.
Muertas en vida: moradoras de la economía sumergida, cuidadoras, supernumerias, gentes no productivas, las invisibilizadas, los nadies, las zonas rurales.
Cuarta evidencia capitalista: solo hay sujetos individuales.
La sociedad existe únicamente como agregado de individuos aislados. Es ahí donde tienen cabida las gestas del personal sanitario, no como sector, sino como héroes y heroínas atomizados. Estrangulados como colectivo, no aspiran a mejorar sus condiciones de vida (nunca es buen momento para las reivindicaciones de dignidad colectiva), sino al aplauso programado para las 20:00 horas y a que sus hazañas conquisten la tendencia viral del momento. Solo en ese horizonte individualizador tiene sentido entronizar a figuras concretas: el deportista solidario (el mismo que desde su mansión con piscina nos pide solidaridad porque, él sí, nos da el uno por ciento de lo que ganó la segunda semana de enero por sus derechos de imagen), el multimillonario modélico (aunque done 30 tras haber robado 100 en elusión de impuestos). Somos cuerpo social. Pero el capitalismo solo existe a partir del individuo autosuficiente reflejado en contramodelos excepcionales.
Muertas en vida: las sindicalizadas, las mareas, los colectivos, los movimientos sociales, la comunidad, la cuidadanía, las comunidades y los pueblos en lucha.
Quinta evidencia capitalista: el consenso es lo deseable.
Hay que remar todos a una. Aunque no todas estemos en el mismo barco y las haya a la deriva y sin capacidad de nado. Aunque algunas sean urbanitas de hormigón y otras rurales de campo. Occidente se ha erguido sobre los acuerdos, sin importar si son impositivos ni a quienes excluyen. La unidad como virtud. El consenso por bandera. Aunque los pactos no son garantía de nada y quienes tienen el micrófono son siempre los mismos. La verdad nunca es absoluta, las verdades no se tienen ni se conquistan, son habitadas por unos cuerpos finitos y dolientes. Nos conviene dejar abiertas las conversaciones. Y no subestimar ni la importancia del disenso ni la del conflicto. Somos cuerpos encarnados. Pero el capitalismo es un contrato social que unos pocos firman por el bien de toda la humanidad.
Muertas en vida: las excluidas del diálogo, quienes discrepan, las acalladas, las silenciadas, a quienes se les ha quebrado la voz, las amordazadas.
Sexta evidencia capitalista: las ideologías ya pasaron de moda.
Cada vez más señoros tecnócratas toman decisiones por nuestro bien, últimamente acompañados por otros señoros uniformados y sus condecoraciones. Si hubiera decisiones perfectas y objetivas, estaríamos gobernadas por un código binario. Pero los tecnócratas y los uniformados son personas. La política puede ser muchas cosas, menos apolítica. La propia ciencia impuesta por Occidente es pura política con una ideología muy concreta y por eso, entre otras cuestiones, el descubrimiento de una vacuna ha desatado una carrera egoísta entre las farmacéuticas. Patentes. Libre mercado. Capitalismo. El colapso sanitario aprovechado como negocio. Con la tecnología sucede lo mismo, que esconde su ideología: las aplicaciones de rastreo para combatir el coronavirus podrían ser de código abierto, es decir, verificables y disponibles para cualquiera; pero tenemos el duopolio de iOS y Android. Somos seres políticos. Pero el capitalismo presenta el único sistema-mundo posible y deseable, un paradigma ahistórico.
Muertas en vida: las partisanas y las partidistas, la solidaridad internacional, la cooperación entre pares, la política y las ideologías, otras vidas y otros mundos posibles.
Séptima evidencia capitalista: la ley, el orden y la propiedad privada.
Dentro y fuera como fronteras necropolíticas construidas sobre lo cotidiano. Nos hemos convertido en logaritmos rastreables por seguridad. Las fuerzas del orden, ostentadoras de la única violencia permitida, velan por el cumplimiento de la ley. Y a los buenos ciudadanos les es encomendada la supervisión de su correcto cumplimiento. Bienvenidos a la sociedad disciplinaria total: se monitoriza cada opinión, cada pestañeo de ratón, cada paso. Todos somos carceleros. En el entretanto ya no hay espacios públicos, hemos perdido las plazas, nos han echado de las calles. Pero nos queda la propiedad privada: el piso de Madrid con vistas a la plaza y el balcón desde los que vigilar, el móvil de última generación para denunciar injusticias. En algún punto hemos olvidado que lo legal no siempre coincide con lo legítimo. Pero el capitalismo es una fortaleza a prueba de crisis y su seguridad es la nuestra.
Muertes en vida: las insumisas, las rebeldes, las legítimas aunque ilegalizadas, las transformadoras, las osadas, las asambleístas, las barrieras.
Octava evidencia capitalista: el tiempo no se pierde, se exprime rápido.
El confinamiento brinda listas interminables de quehaceres. Desayuno a las 7:30, un mail y tres tweets, spinning de 9:00 a 10:00, videollamada grupal, misa de 12:00, e-learning, comida a las 14:00, las noticias, un webseminar para invertir en Bolsa. Y todo muy deprisa, mejor dos o tres actividades al mismo tiempo (multitasking), porque además hay que cocinar y desinfectar y cuidar y… a las 20:00 hay que asomarse a la ventana. Para aplaudir y para tocar el violín. Entonces te das cuenta de que no sabes nada de violines, y te sientes culpable, también por no haber hecho el pino puente mientras ‘leías’ (el WhatsApp). Menos mal que cenas pronto y no te da tiempo pensar, tienes cosas que hacer: esta noche toca serie. La vida se saborea d e s p a c i o. Pero el capitalismo exige una velocidad de vértigo, instantánea incluso, que te permite hacer de todo (menos perder el tiempo).
Muertas en vida: especialistas de lo inútil, el derecho a la pereza, el aburrimiento como virtud, las mentes l e n t a s, las soñadoras, la reflexión y la lectura (de libros).
Novena evidencia: el lenguaje también tiene dueño.
Una de las medidas estrella del Gobierno de coalición en el Estado español son los ERTE (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo), es decir, un ‘hoy te despido masivo y mañana ya veremos’. También han aprobado créditos (o sea, dinero que luego hay que devolver con intereses) para que los inquilinos paguen el alquiler a los ‘pequeños propietarios’, que el mismo Ejecutivo (la socialdemocracia y el socialcomunismo sin anticapitalistas) define que son quienes tiene hasta diez inmuebles en propiedad. Hace tiempo que nos conformamos con apellidar conceptos creados por el sistema: desarrollo sostenible, capitalismo verde, democracia participativa. Y lo más preocupante es que insistentemente aboguemos por recuperar una normalidad que, para muchas, es fatalidad, mortalidad, precariedad. Necesitamos un lenguaje transformador, subversivo. Somos lenguaje. Pero el capitalismo es dueño del Scattergories y suyo es el lenguaje con el que maquillar, subrayar y ocultar realidades.
Muertas en vida: el buen vivir (mejor, sumak kawsay, ñande reko), la cuidadanía, el pluriverso, mandar obedeciendo, los derechos de la naturaleza, sentirpensar.
Décima evidencia: consumo, luego existo.
De un capitalismo crecentista estructurado en torno a la oferta (producción) se ha pasado a un capitalismo igualmente crecentista, desregulado en función de la demanda (consumo). Y de este, a otro capitalismo crecentista apuntalado en el anhelo de dicha demanda (deseo de consumo), experiencia aún mucho más desnaturalizada que separa la maquinaria económica de toda constricción física. Los supermercados en un primer momento y los centros comerciales después, hasta la llegada de las plataformas de comercio en línea, sustituyeron a las fábricas y a las empresas como los nuevos no-lugares en los que construir ciudadanía. Tenemos necesidades vitales: comida, abrigo, cuidados. Pero la locomotora del capitalismo ya ha fijado sus dos primeros destinos postpandemia: el consumo desbocado y el monocultivo del turismo.
Muertas en vida: la quietud, las improductivas, las economías de subsistencia, quienes viven la vida sin consumirla, sin transformarla en una acumulación de instantes.
Síntesis (proceso de tejer nuevos horizontes por los que seguir caminando)
El coronavirus es el síntoma, el capitalismo la enfermedad. La realidad no se reduce a lo existente. No hay vida sin muerte ni muerte sin vida. Y hay muertas en vida. Solo un puñado de vidas importa para un capitalismo que lo invade todo, incluida la pandemia. Hay millones de vidas prescindibles, vidas negadas que ni siquiera son lloradas. Muertas en vida.
Posdata. Los medios de comunicación también son capitalistas.
Un día menos de confinamiento. La censura postmoderna es un torrente de mensajes repetidos de diferente manera. Así germina así la censura de la propaganda, la publicidad enmascarada de información. Una decena escasa de conglomerados mediáticos inunda el UNIverso comunicativo con sus intereses. Enrocadas en las grandes capitales de provincia, las redacciones producen información entre autocensuras e hipotecas. Mientras tanto, el periodismo freelance colabora con la precariedad entre miserias y visibilidades.
Hemos sido engañadas. Coronavirus; muertes sin vida. Capitalismo; muertes sin vida y muertas en vida. El capitalismo reduce la realidad a sus intereses.
El coronavirus es el síntoma, el capitalismo la enfermedad. La realidad no se reduce a lo existente. No hay vida sin muerte ni muerte sin vida. Y hay muertas en vida. Solo un puñado de vidas importa para un capitalismo que lo invade todo, incluida la pandemia. Hay millones de vidas prescindibles, vidas negadas que ni siquiera son lloradas. Muertas en vida.
Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com
no j0das el culpable de p*ta pandemia es china
ResponderBorrar-Al