RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

sábado, 29 de junio de 2019

Shangay Lily: un cuerpo disidente


Por Paloma Linares

Si ganamos la lucha LGTB no sirve absolutamente de nada si perdemos la lucha feminista (…) si perdemos la lucha antirracista (…) si perdemos la lucha de clases
Podría escribir mucho de Shangay Lily, un ser humano excepcional. Y lo voy a hacer en presente, porque sus textos, sus artículos, su poesía, su lucha, su fuerza, su artivismo son parte del aquí y ahora. Sin duda podría haberlos escrito hoy mismo. La lucidez, capacidad de análisis y visión de Shangay Lily es cuanto menos sorprendente.
Shangay Lily es una figura compleja, difícil de encasillar, que rompe los moldes y transgrede todos los parámetros con el que el resto nos sentimos cómodos. No es casualidad. Shangay Lily busca muy conscientemente crear esa reacción para conseguir que nos salgamos de nuestra zona de confort, de control y así provocar una respuesta que consiga cambiar nuestra mirada hegemónica, heteropatriarcal.
Si hay dos cosas que caracterizan a Shangay Lily son: su enorme talento en todo lo artístico y su incansable espíritu combativo y luchador. Y Shangay fusiona las dos a través de su artivismo.
¿Y qué exactamente es el artivismo? Es la unión del arte y el activismo. A través de lo artístico, de la performance o la acción, Shangay pretende denunciar, remover conciencias, que nos cuestionemos. Siempre con la intención de burlar el monopolio de la información, la educación, la cultura de este sistema patriarcal y heterosexista imperante. De ese sofisticado control sigiloso, cada vez mayor, que nos hace creer que tenemos plena libertad cuando en realidad cada vez tenemos menos.
A través de su artivismo Shangay Lily se convierte en lo que él mismo denomina “un cuerpo disidente”. Reniega de lo que denomina su “nombre de esclavo”, nombre que nos ponen al nacer y que nos etiqueta, nos identifica como perteneciente a un género, masculino o femenino, a una familia, en definitiva, a un clan o tribu. Como él mismo explica en su libro ‘Plasma Virago” (Huerga & Fierro, 2015) “Mi pueblo es feminista, sin apellidos patrilineales, nosotras creamos nuestra identidad, nuestro nombre-alma”. Su nombre-alma, su nombre elegido, es Shangay Lily.
Shangay insiste mucho en la importancia de que creemos nuestra propia identidad, más allá de las expectativas de ser, hacer, o actuar de tal o cual manera por haber nacido en un determinado lugar, de una determinada familia, de un determinado sexo y de un determinado género. Su cuestionamiento del esquema dualista de los géneros es profundo. Su forma de vestir, por ejemplo, no pretende ser una forma más o menos divertida y colorida de ir por la calle, sino una forma de artivismo. En sus propias palabras: “Era duro profundizar en el cuestionamiento político, feminista, que hacíamos de los géneros, de la imposición de ciertas actitudes por tu sexo: mujeres sumisas, dulces, elegantes, guapas, divertidas, simpáticas, complacientes y hombres duros, agresivos, directivos, poderosos, fuertes, sin adornos…” Shangay Lily, de su libro “Adiós, Chueca: Memorias del gaypitalismo” (Akal/Foca, 2016. p.22).
Uno de los ejes del pensamiento de Shangay Lily es la unidad de lucha, y para subrayarlo siempre se presenta diciendo “Soy Shangay Lily, y soy maricón, feminista, rojo, ateo, anticapitalista, y republicano”. La unidad de lucha como única forma de combatir una de las estrategias del capitalismo, y especialmente de la derecha y las oligarquías, que consiste en aislar las distintas luchas. Luego comprar y favorecer, dentro de los distintos colectivos o luchas, a una élite privilegiada, convirtiendo así a los y las líderes de esas luchas en oligarquías dentro de cada lucha. Al aislar las distintas luchas, estas se convierten en luchas egoístas y como Shangay Lily explica “convirtiendo los avances en privilegios. Una cosa es un avance que es para todos y todas y otra un privilegio que es para una élite.” (Fiesta PCE 2013).
Esto es algo que se está viendo muy claramente, por poner un ejemplo, entre un sector del feminismo, tan en auge, con altas cotas de visibilidad, y que por tanto urge debilitar y convertir en una lucha cada vez más egoísta, y la lucha por los derechos de las mujeres transexuales –nuestras hermanas-.
Shangay Lily lo explica con enorme claridad “Si ganamos la lucha LGTB no sirve absolutamente de nada si perdemos la lucha feminista, que es la madre de todas las luchas. Si perdemos la lucha antirracista de nada sirve haber ganado la lucha LGTB ni la feminista. Si perdemos la lucha de clases y dejamos que toda la parte desprivilegiada, precaria de la comunidad, y de otras comunidades, sigan sufriendo la homofobia, y que sea sólo una élite privilegiada la que disfrute de los privilegios, de los amos patriarcales que nos están comprando, por una migajas de dinero para que nos callemos, y nos conformemos con algunos logros mayoritariamente burgueses, eso no es ninguna victoria, la victoria es tener siempre en cuenta a las y los desfavorecidos…” (Pregón Orgullo 2015, Alcalá de Henares).
En su libro autobiográfico “Adiós Chueca: Memoria del gaypitalismo. Construyendo la marca gay” Shangay Lily analiza cómo estas estrategias han llevado a una derechización tramposa de la comunidad gay, y ha convertido a unas minorías en los mejores representantes de ese discurso capitalista, clasista y elitistas. Unas elites de empresarios, que Shangay denomina gaympresarios, que han creado la “marca gay” y convertido la lucha LGTBI en negocio. El capital gay, el gaypitalismo, termino que acuña Shangay Lily, crea así toda una estructura, una auténtica mafia para explotar la “marca gay”, que impone un pensamiento único y se invisibiliza, boicotea y estigmatiza a todo aquel que se oponga, que disienta. La herramienta publicitaria definitiva es el secuestro del Orgullo gay como herramienta política para convertirlo en un lucrativo negocio al servicio de las grandes marcas, corporaciones, partidos políticos, en definitiva, del gaypitalismo.
Y voy a terminar con un texto de Shangay Lily de su libro “Adiós, Chueca” sobre el Orgullo Gay. Precisamente el próximo 28 de junio se cumplen 50 años de las Revueltas de Stonewall en la ciudad de Nueva York que marcaron un antes y un después en el reconocimiento de los derechos civiles gays en el mundo.
“Muchos fueron los instrumentos de solidificación de ese monopolio, del pensamiento único, de la marca, pero la herramienta publicitaria definitiva, el más indiscutible ariete que el gaypitalismo utilizó para derrumbar cualquier oposición a su modelo, fue el Orgullo Gay.
O lo que quedó del Orgullo Gay, porque, si hay una manifestación de la comunidad distorsionada hasta lo irreconocible por esas estrategias mercantilistas, esa es el Orgullo Gay. En ningún lugar queda más patente el secuestro de la lucha homosexual por parte del aparato corporativo de la «marca gay». Pocos capítulos de nuestra historia han sido más tristes que su apropiación para aprovechar el foco reivindicativo que miles de activistas consiguieron reclamar tras siglos de silencio con el fin de convertirlo en su particular desfile de la victoria, una grandiosa publicidad para el gaypitalismo que proclama su mentira: todo es maravilloso, todo es felicidad, somos la comunidad contenta, todo se arregla con dinero.
Gracias a este secuestro, el Orgullo Gay pasó de herramienta reivindicativa a mero escaparate corporativo. O, dicho de otra manera, se pasó de la manifestación a la fiesta (incluso la verbena).” (p.213-214).
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