Cuando surgen temas feministas en conversaciones cotidianas o en redes sociales, generalmente las reacciones no suelen ser naturales. O bien nos parece un tema demasiado delicado, o resulta incómodo, o lo percibimos caricaturizado y escandaloso. Otras veces no lo relacionamos con nuestra vida diaria y sencillamente lo ignoramos.
La ideología del feminismo, enraizada en los derechos fundamentales, es un concepto esencial basado en la igualdad y la justicia de las personas. Aun así, parece que no se termina de sentir algo propio ni se logra incorporar a los valores personales y sociales de forma estable y duradera.
¿Qué nos ocurre? ¿Por qué este tema se sigue viviendo conflictivo y excesivo? ¿Por qué estas ambivalencias?
Este artículo ofrece una reflexión para abrir diálogo sobre nuestra dificultad para pensar(nos) ante el feminismo. Os invito a analizar cómo nos sentimos ante sus puertas.
Adelante.
Situaciones cotidianas. Los síntomas.
Los síntomas son señales y manifestaciones de algo que no se manifiesta de forma visible. Un claro ejemplo es la fiebre, que es síntoma de diversas afecciones y enfermedades.
En psicología, también entendemos los síntomas como manifestaciones (ansiedad, pensamientos obsesivos, dolencias psicosomáticas, hábitos y conductas) y los interpretamos como reflejo de algo más interno.
Un problema bastante frecuente es que nos quedemos enredados en los síntomas. Debido al malestar que provocan, intentamos calmarlos sin adentrarnos en el origen que los causa. Pero para que haya cambios verdaderos y permanentes en la persona hemos de mirar más allá de lo concreto y profundizar.
Entendemos entonces que la sintomatología representa las consecuencias palpables de lo que ocurre a un nivel más complejo que hay que explorar.
Haciendo un paralelismo, podría decirse que los síntomas de la desigualdad de género se reflejan en situaciones cotidianas coloquialmente llamadas micromachismos*.
En nuestra sociedad occidental del mal llamado primer mundo, los micromachismos son las manifestaciones visibles en el día a día de un conflicto más profundo. En el resto del planeta, este conflicto se evidencia en la privación de los derechos más elementales.
Estos síntomas constituyen la punta del iceberg de algo más hondo y enraizado. No hay coherencia si no se comprende el sistema y el funcionamiento estructural.
Capturar ideas sueltas sin un sentido nos lleva a no entender lo que está ocurriendo, a limitarnos a repetir lo que se supone que está mal, de manera desorientada y sin apoyarnos en un argumento sólido que nos avale.
A veces con muchas dudas: ¿debo declararme mujer feminista si no creo sentirme oprimida en mi día a día? ¿debo declararme hombre feminista si no menosprecio a las mujeres de mi alrededor? de nuevo nos quedamos en la sintomatología y lo literal.
Así, la igualdad de género a través de la liberación de las opresiones a la mujer por su condición sexual se percibe amenazante porque, aun detectando los síntomas, no comprendemos el mecanismo del sistema.
Ante esto, nos encogemos de hombros y abandonamos estas ideas sueltas en el cajón de sastre de la injusticia general. Perdemos entonces la fuerza para realizar los cambios necesarios.
Bajo el iceberg
Si permanecemos en la superficie, a nivel particular te resulta extraño ser discriminada. Tienes amigos, hermanos que te tratan como a una igual. Si eres hombre tampoco concibes que se te acuse de estar posicionado en una situación superior. No lo ves claro.
Para ver la panorámica no nos quedemos en los detalles. No se trata solo de recordar que nuestras abuelas ofrecían primero la mejor comida a los hombres sentados a la mesa, se trata de comprender más allá el funcionamiento de un inconsciente colectivo transmitido de generación a generación y absorbido desde la niñez como esponjas. Repetido una y otra vez.
El sexismo que nos inunda no es una cuestión individual, ni de falta de amor hacia nuestra gente. Es una normalización social, construida y cultural que llevamos dentro, es estructural.
Esta transmisión generacional muchas veces es inconsciente, ni siquiera la percibimos, al igual que no reparamos en la alimentación que recibimos o en la instrucción básica que nos inculcan, en lo adquirido desde la cuna.
Para ser conscientes de nuestras propias cadenas educacionales, hemos de plantearnos un criterio y un cuestionamiento que rompa con lo estructural. De otro modo, difícilmente accederemos a sentirnos libres de ellas. “Quien no se mueve no siente sus cadenas” acertaba Rosa Luxemburgo.
Revisando la travesía ya recorrida llegamos a entender que en nuestra civilización impera el androcentrismo, donde el hombre (además blanco y heterosexual) constituye la medida de todas las cosas. Este hombre estándar es la medida del mundo y de su punto de vista sociopolítico y cultural.
En este constructo, la mujer es acompañante, secundaria, accesorio o posesión. Objeto, no sujeto. Constituida a través de esa mirada/medida del hombre. Por eso decimos que las mujeres no aspiran a tener poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas. Es decir, a ser sujetos y hacerse presentes, en la vida pública y privada.
Las mujeres han sido tratadas como niñas eternas sin acceso a la emancipación. Niñas sin voto. Niñas sin voz. A golpe de movimientos reivindicativos ideológicos y sociopolíticos, el oleaje de las mujeres va conquistando presencia y autonomía a lo largo de la historia. Sin esperar a que el empoderamiento les sea concedido, las mujeres lo toman por sí mismas. Mujeres activas, dueñas de su propia lucha.
Hay capas antropológicas y filosóficas para deliberar sobre el tema, pero no entremos ahora.
Continuamos en el momento actual
Nuestro planeta es un crisol de opresiones e injusticias, normalizadas o excepcionales. Ante una sociedad que mercantiliza a seres humanos (y animales) no contamos con recursos y herramientas de protección. Hacemos lo que podemos, a veces con funcionamientos poco adaptativos, negando o recortando lo que nos desestabiliza para seguir sobreviviendo.
Pero hemos de tener siempre en el punto de mira a los colectivos más desfavorecidos. La desigualdad de género, como lo es la racial y la de la orientación sexual, sigue siendo una realidad vigente y muy dura. Se trata nada más y nada menos que de la carencia de unas libertades mínimas.
Trabajar por una sociedad feminista no supone que haya que dejar de pensar y luchar contra otras injusticias y opresiones. En realidad, generar criterio y experiencia en unas luchas sociales nos beneficia universalmente porque nos provee de herramientas para enfrentar las demás.
Ante los abusos se sufre, y el sufrimiento no tiene género, raza o especie. Que pongamos el foco en una batalla no hará más que favorecer al resto.
De lo personal a lo social.
A nivel personal hemos de tener en cuenta que interactuamos con la realidad desde lo que somos. Proyectamos nuestro mundo interno en el contexto que nos rodea.
Es habitual que las personas, aun siendo adultas, nos encontremos en posiciones infantiles que no nos permitan gestionar nuestra vida como nos gustaría. Nuestros actos muchas veces responden a motivos que no somos capaces de comprender. El inconsciente está constituido por un mundo pulsional que determina nuestros deseos más íntimos, a menudo sin criterio lógico. Una forma de hacernos cargo de nuestra vida es a través del autoconocimiento.
A nivel social también nos colocamos en posiciones infantiles inconscientes. Nos atascamos en roles automáticos. Nos acomodamos en un funcionamiento inmovilizador y expectante sin hacernos sujetos ni responsables de lo que ocurre alrededor. Esperando a que la sociedad, como si fuera una figura parental protectora, nos abastezca sin necesidad de nuestra implicación directa. No es voluntario, sencillamente no nos damos cuenta.
Necesitamos crecer y hacer un pasaje simbólico donde renunciamos a la posición infantil para construirnos hacia el exterior. Nos desarrollamos e independizamos.
Esto implica una reestructuración dinámica y una nueva ética. Reorganizamos el psiquismo en una nueva manera de ser, posibilitando nuevos movimientos a partir de comprender y obrar en la realidad. Esto nos responsabiliza y también nos libera.
Crecer, por tanto, es ir atravesando etapas. Madurar nos empodera ante el mundo, haciéndonos partícipes de nuestro entorno para poder manipularlo.
Ser consciente, tomar decisiones, hacerse cargo de las consecuencias y adquirir responsabilidades nos empuja hacia lo proactivo.
Resulta liberador porque es a partir de ahí cuando podemos hacer algo al respecto.
¿Y qué podemos hacer?
Tenemos una sociedad infantilizada. Partiendo de que no somos sujetos maduros y de que tenemos puntos ciegos, hemos de constituir una sociedad que funcione como un tercero que nos proteja incluso de nuestras propias reacciones defensivas y nuestros mecanismos inconscientes.
Una sociedad que nos eduque ante la falta de compromiso social y que nos implique en la propia sociedad. Una rueda recíproca.
Responsabilizarnos como seres sociales que vivimos en comunidad. Apropiarnos de la sociedad. No darla por hecho.Madurar, metabolizar, hacerla nuestra y reconvertirla.
Esto no es un mero grito por un activismo en masa en pro de una causa, es un llamamiento a tener conciencia de tu entorno, de tu día a día y de comprender la influencia y repercusión mutua que tienes con lo que te rodea. Nada más.
Detenerte y ser consciente.
Construcción de tu identidad: el proceso.
El lenguaje estructura el pensamiento y nos permite el acceso a la cultura y a la colectividad. Podría decirse que es una forma de poder, porque es una forma de pensar.
Nombrar, poner palabras nos ayuda a visibilizar y a tomar conciencia de lo que nos ocurre. El lenguaje evoluciona por adaptación a la realidad social a la que representa. Para que haya futuro, hemos de traducirlo a palabras en el presente.
Cuando comienzas a prestar atención al sistema, lo que llaman ponerse las gafas violetas, significa quitarse una venda y poner palabras a lo que ves. Esto siempre concluye en alivio porque hilas, asocias y entiendes cosas. También escuece un poquito. Son como despertares todo el tiempo, te descubres dándote cuenta de tus propios episodios de machismo, en un proceso que avanza poco a poco.
Progresivamente, al igual que constituimos nuestra personalidad en cualquier otro ámbito, también en el feminismo confeccionamos un collage propio. Tomamos un poco de allí y otro poco de acá, elegimos, desechamos, reelegimos, inventamos. Nos diferenciamos.
Vamos elaborando minuciosamente una amalgama de lo que podríamos llamar nuestra identidad, una identidad además susceptible de cambio. Hay tantos feminismos como subjetividades. Cada cual tiene su perspectiva, pero con una misma base: la libertad y el respeto por los derechos.
En definitiva
Hablamos entonces de una autorresponsabilidad y de una responsabilidad común. De un pasaje de lo individual hacia lo colectivo y hacia una conciencia como ser social.
Una sociedad madura ha de ser consciente de lo que está ocurriendo, no se trata de dar soluciones rápidas, sino de crear un espacio para escuchar, entender y generar opciones y alternativas, sin miedo a la incertidumbre.
Cuando se apañan medidas rápidas caemos en una política fingida, en unos ideales no interiorizados que ejecutamos casi a regañadientes, más por cumplir la norma que por comprender la función.
En el trabajo psicoterapéutico no podemos desmontar la sintomatología sin más, hemos de comprender la estructura subyacente y su funcionamiento. También en la sociedad precisamos cambios desde lo interno.
Necesitamos una educación, pero no solo una educación institucional (eso sería, de nuevo, no hacernos cargo y delegar en un estado parental), tampoco es una educación exclusivamente dirigida hacia nuestras hijas e hijos.
Es una educación que comienza en ti, a través de ser consciente y de cuestionarte sin juicio. Abriéndote hacia un terreno más allá de las certezas. Y convertir estas certezas en preguntas.
El feminismo no es sólo una reivindicación, sino también un método de funcionamiento desde el respeto y la solidaridad, cimentando una sociedad más justa. Es una búsqueda de la igualdad y de la equivalencia a través del reconocimiento de la diferencia y el derecho a la divergencia.
Podemos convivir pensando distinto. Alteridad y reciprocidad.
Hemos de ser valientes, lo que vamos a desarrollar ni siquiera lo hemos imaginado, abrimos camino sin saber hacia dónde nos lleva.
Ahora que el concepto de género está siendo deconstruido, necesitamos tejer nuevos tipos de relaciones entre personas. Podemos transitar el recorrido logrado y a partir de ahí, devenir el futuro en un proceso sin fin.
Estamos creando y construyendo nuestro futuro y el de nuestra descendencia.
Con esta reflexión no pretendo dar respuesta al porqué de la dificultad para asimilarnos feministas, tan solo abro interrogantes. Ojalá pudiéramos normalizar una sociedad feminista, pero si esto no está ocurriendo necesitamos preguntarnos y dilucidar.
Abrir un espacio de escucha para pensar, consensuar y apuntalar nuevos referentes.
Nos decía Nina Simone, por experiencia propia, que la libertad es no tener miedo. No existen confrontación ni creación sin riesgo, atravesemos entonces el miedo a cuestionarnos para poder elegir con libertad.
Psicóloga
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