Por Paul Walder, Politika
Un plebiscito realizado por el Instituto Nacional acordó, con el 54 por ciento de la votación, permanecer como establecimiento masculino y no abrir la matrícula a estudiantes mujeres. La decisión se despliega en uno de los colegios líderes en la movilización estudiantil con no pocas consecuencias en otros establecimiento de similares características, sobre la comunidad de estudiantes en general, sobre el movimiento que demanda la igualdad de derechos de las mujeres y sobre la sociedad completa. Por el peso que tiene el Instituto Nacional como establecimiento denominado emblemático y por su dependencia del aparato del Estado, esta determinación, que tiene carácter vinculante, debiera ser considerada como una abierta provocación a todos los actores, y principalmente actoras, en la deriva de los procesos de cambio y modernización social.
La decisión que han tomado los estamentos del Instituto Nacional convocados al plebiscito la semana pasada, que ha sorprendido, incluso, a los mismos organizadores (estudiantes y profesores apoyaban la apertura hacia las mujeres), encierra aspectos que es necesario impugnar. No se trata simplemente del peso de la historia y las tradiciones, asuntos que no tienen hoy en día más argumento que las creencias y el mito, como suponer que hombres y mujeres han de tener una educación diferente, sino la frivolización del asambleísmo en materias que afectan a toda la comunidad, las que debieran debatir y decidir otras instancias: ¡la mayoría de los convocados han sido hombres para decidir una cuestión que afecta a las mujeres! El Instituto Nacional, con toda la carga de la historia y la imagen que tiene como establecimiento público, no puede cerrarse ante los procesos sociales con el argumento de la sesgada decisión de una improvisada asamblea.
Afortunadamente esta determinación ha sido criticada desde amplios sectores de la sociedad, desde la academia, el activismo, expertos en educación y hasta desde la clase política. No pocos impugnaron el plebiscito de cuatro paredes que pretendió tomar decisiones internas cuyos efectos trascienden hacia toda la sociedad y sus transformaciones. Es así como el rector de la UDP, Carlos Peña, escribió el domingo pasado que “la igualdad entre las personas sin consideración al género que les es adscrito es una cuestión moral que debe ser decidida por las mejores razones y no por el mayor número. Si siempre se confiara en el número para decidir la forma en que los seres humanos deben tratarse entre sí nunca se habría salido de la barbarie (…). Es increíble que por decidirlo la mayoría de sus miembros, se acepte, en el mejor colegio de Chile, la peor forma de selección que se podría imaginar”, sostuvo.
El analista político Ernesto Águila, en un texto con el certero título de “Anomalía política y anacronismo”, apunta también al mecanismo en cuanto “es objetable que una decisión se pronuncie sobre los derechos de un(a) otro(a) excluido (a) en su ausencia”. No puede una comunidad escolar compuesta de hombres decidir sobre los derechos de otras.
El problema no es el plebiscito sino su sesgo y sus alcances. La consulta se realiza, y esto tiene aires de provocación, cuando centenares de miles de mujeres marchan por las calles exigiendo una educación no sexista. Por ello, la apertura del Instituto Nacional al ingreso de mujeres debe apuntar a poner fin al anacronismo de una educación para hombres y otra para mujeres. Su carácter de liceo emblemático no está construido sobre la base de la exclusividad de estudiantes de sexo masculino sino sobre otros aspectos de sus métodos de enseñanza.
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