RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

sábado, 6 de abril de 2019

Las elecciones israelíes son un deleznable espectáculo de masculinidad tóxica



Yossi Gurvitz
Mondoweiss

Traducido del inglés por J. M.

Una foto de archivo del primer ministro Benjamin Netanyahu y Benny Gantz. (Foto: Kobi Gideon / GPO)
El último giro importante en las elecciones israelíes de 2019 fue el intento de Binyamin Netanyahu de presentar a su compañero de crímenes de guerra Binyamin Gantz como enfermo mental. Esto se produjo poco después de que se derrumbaran los intentos de sus sustitutos de pintar a Gantz como un delincuente sexual. Si recuerdan los intentos de Netanyahu de pintar a Rabin como un borracho, en 1993-1994, esto no les sorprenderá en absoluto.
Visto desde casi cualquier ángulo lo preocupante de esta campaña es cuánto se trata de masculinidad tóxica. Uno de los conceptos más nocivos para la sociedad es la masculinidad tóxica, la manera en que se enseña a los hombres a comportarse en la vida: deben ser silenciosos, fuertes, siempre listos para la violencia, despreciar la debilidad (la de ellos y la de los demás) y evitar expresar sentimientos o intereses "femeninos". A una edad temprana, se nos enseña que el mundo está lleno de depredadores, que es incapaz de cambiar, que cualquier señal de debilidad te marcará como presa y, por lo tanto, siempre debes parecer peligroso. Cuando interiorizas este patrón de comportamiento, cuando lo que era una máscara se convierte en parte de ti, te vuelves violento si no eres un depredador, y el círculo se inmortaliza. Visto desde este ángulo, el feminismo no solo libera a las mujeres sino también a los hombres.
El viernes pasado, el periodista israelí Ben Caspit publicó un artículo que decía que Gantz -¡oyvey!, expresión en yidish que podría significar sorpresa inconveniente (N. de T.)- consultó a un psicólogo después de su salida del ejército de Israel y que también recibió allí medicina psiquiátrica. Hay algo básicamente equivocado en esta historia, ya que los psicólogos israelíes no pueden recetar ningún medicamento y, sin embargo, fue suficiente para comenzar un gran escándalo.
El campo favorecedor de la corrupción en Israel (el Partido Likud de Netanyahu y otros) se subió rápidamente al carro: ¡Mira, Gantz está recibiendo tratamiento! Y boom, volvieron todos los viejos estereotipos: si estás recibiendo cuidado mental eres un chiflado peligroso que está en la ruta directa para convertirse en el próximo Hannibal Lecter. Si se le ve un quiebre, es débil, afeminado, inestable, peligroso para los demás. Los medios israelíes -siempre prefiriendo que su primer ministro sea un asesino (hay que recordar cómo deificó a Ariel Sharon y afirmó que su oponente, Amram Mitznah, "carecía de instinto asesino")- empujó felizmente a Gantz de vuelta a la trampa del hombre silencioso y hermético.
No conozco la estructura psicológica de Gantz. Fue y sigue siendo uno de los actores políticos menos interesantes de Israel. Pero tenemos una buena aproximación de una característica de Netanyahu: es un avaro crónico, un paranoico con claras tendencias narcisistas. Sería mejor para él y para todos nosotros si pudiera recibir tratamiento. Ya teníamos un primer ministro que sufría de depresión aguda y no fue tratado adecuadamente (Menachem Begin), eso no terminó bien.
Desafortunadamente, Gantz anunció rápidamente que la historia de Caspit es falsa y que no está -Dios no lo permita- bajo ningún tratamiento psicológico. Nuestra actitud hacia los daños mentales todavía está afectada por el miedo primordial, si una persona dice que se rompió la mano, la sociedad le tratará con amabilidad y misericordia. Si dice que sufre depresión, la amabilidad se mezclará con el miedo y la repulsión. Gantz, en su respuesta, dio una mano a este temor. Mi problema con Gantz no es que dijo que no recibió tratamiento, sino que lo vio como una mancha en su honor.
Gantz podría haber comprado su lugar en el próximo mundo con bastante facilidad, podría haber dicho que, como Jefe de Estado Mayor, estaba bajo un enorme estrés. Ese tratamiento psicológico le habría facilitado y ayudado a enfrentar el estrés. Los oficiales de la unidad de élite tienen la obligación de informar a los psicólogos con regularidad, incluida la Sayeret Matkal -unidad militar que responde al Estado Mayor (N. de T.)- donde Netanyahu sirvió en la década de 1970. Podría haberse sentado con Gabi Ashkenazi, un hosco ex Jefe de Estado Mayor, y haber hablado de las cicatrices que un servicio militar activo se sabe desde hace mucho tiempo que invariablemente te deja. Pero, por supuesto, en ese momento el Likud los habría declarado a ambos demasiado afeminados para el cargo, están demasiado en sintonía con sus sentimientos, no se reprimen.
Gantz podría haber aprovechado la oportunidad de que, especialmente al reconocer la importancia del tratamiento psicológico, haría todo lo posible para asegurarse de que cualquier ciudadano pudiera recibir dicho tratamiento. En el Israel de Netanyahu, el tratamiento psicológico es un privilegio, reservado para los que lo tienen. El precio es alto, y las empresas públicas médicas, siempre al borde del colapso, están obligadas a una "reforma" destinada a limitar el tratamiento de los que no tienen. Todo lo cual es parte del proyecto de Netanyahu para destruir los servicios médicos israelíes para poder privatizarlos, como parte de un pliego de acuerdo -uno sospecha- al final del cual se encuentra uno de sus innumerables primos.
Gantz también podría haber dicho algunas palabras amables sobre el corral que él y Netanyahu pisaban juntos: la necesidad de actuar como gallos de pelea, todos inflados, contra Yahya Sinwar de Hamás, que también tiene que arreglarse como un hombre valiente. Y entre todos esos aspirantes a rambos hay mujeres, niños y hombres atrapados que no tienen tiempo para toda esta mierda pero que aún deben mantener su estatus, lo que significa que tienen que actuar duro y amenazar con la destrucción mutua, lo que nos empuja hacia lo mismo.
La Primera Guerra Mundial estalló en los primeros días de la psicología moderna. Cuando terminó, Freud escribiría sobre el impulso de muerte, lo que empuja a las personas a arriesgarse y morir, Thanatos contra Eros.
Cuando comenzó la guerra, algunos hombres estaban al borde de una crisis nerviosa. Cuando el ministro del Interior ruso tuvo que firmar las órdenes de movilización general -situación que él entendía muy bien que significaría la muerte de millones y una destrucción incalculable- llenó su oficina de velas e íconos y se sentó entre ellos, tratando de encontrar algo de salvación para el crimen que sintió era su deber llevar a cabo. El primer ministro francés, cuando se dio cuenta de que las conversaciones finales entre su presidente y los ministros del zar no consistían en evitar la guerra sino en la forma más conveniente de comenzar, sufrió una verdadera crisis nerviosa: colapsó y habló incoherentemente durante dos días. Una lista de otros generales y ministros sufrieron síntomas similares.
Luego se sacudieron, se recordaron a sí mismos que eran hombres, debían estar resueltos y silenciosos, y autorizaron la gran e incomprensible masacre, la manifestación del impulso de muerte a nivel continental (Pero el viejo hombre no lo querría así, pero dio muerte a su hijo y la mitad de la descendencia de Europa, uno por uno ").
Es hora de desmantelar la casa de la masculinidad tóxica, porque nos mata. Literalmente nos mata. No necesitamos líderes que caminen con el torso desnudo entre tigres (bien drogados). Necesitamos líderes que no den el dominio a Thanatos, que puedan escuchar sus miedos, que puedan reconocer sus propias debilidades y, al hacerlo, puedan empatizar con las debilidades de los demás; que no consideren a los seres humanos como peones en algún tablero de juego, sino como compañeros humanos, algo terriblemente frágil y amable.
En estas elecciones deberíamos tener la opción de alguien que no adora a Moloch, que puede mostrarnos una salida del laberinto que construimos para nosotros mismos. Es un laberinto antiguo, posiblemente prehistórico, sus muros aparecen en nuestra más antigua poesía y arte, susurra que siempre estuvo aquí y siempre estará aquí, pero somos nosotros quienes lo construimos y podemos demolerlo.
Yossi Gurvitz es periodista y bloguero y ha cubierto ampliamente la ocupación.
Fuente: https://mondoweiss.net/2019/04/election-shitshow-masculinity/


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