Por Patricia Simón
Frente a la imagen de modernidad que ha vendido en el Mundial de fútbol la presidenta croata, Kolinda Grabar-Kitarovic, su población se enfrenta a importantes retrocesos en derechos civiles, sexuales y reproductivos: una campaña para prohibir el aborto, cuestionarios sobre la vida sexual para el acceso a la píldora del día después, la criminalización de organizaciones, así como el auge del neofascismo, la islamosfobia y la LGTBIQfobia.
Una monja mayor se acerca a otra joven y examina su hábito: “Nunca antes había visto uno como éste”. Resulta obvio que la religiosa no había visto la famosa serie ‘The handmaid´s Tale’ (‘El cuento de la criada‘, en español), por lo que no podía imaginar que aquellas doce mujeres que se había encontrado en el centro de Zagreb, y con las que creía que compartía la religiosidad, se habían vestido así para exigir al Gobierno de Croacia que desoyera a los grupos ultracatólicos que están marcando la política de su país e implementara de una vez el Convenio de Estambul.
Un mes después, en abril de este año, el Parlamento aprobaba diseñar políticas específicas para desarrollar este tratado internacional dirigido a prevenir la violencia machista, proteger a sus supervivientes y enjuiciar a sus autores. Según datos de la policía croata, entre 2013 y 2017 fueron asesinadas 195 personas en un país de unos cuatro millones, 91 de ellas mujeres por parte de quienes eran sus parejas o lo habían sido. Y, como sabemos, los homicidios son sólo la punta del iceberg.
Las imágenes de la presidenta Kolinda Grabar-Kitavoric, del partido ultraconservador Unión Democrática Croata, animando a la selección croata en el Mundial de fútbol masculino, regalando camisetas reglamentarias a sus homólogos en la cumbre de la OTAN, y las loadoras noticias sobre que había pagado de su bolsillo el viaje a Rusia –pese a que en 2010 vio su carrera política peligrar al descubrirse que, siendo embajadora en Estados Unidos, usó junto a su marido el coche oficial para usos privados–, han despertado el pasajero interés que todo gran evento destina a los, inicialmente, no invitados a la fiesta, a los que alimentan la fantasía de que cualquiera puede llegar a la gran final tirando de esfuerzo y talento.
Mientras, desde Croacia, colectivos feministas, LGTBIQ y de derechos humanos esperaban que la necesidad de alimentar las cientos de horas destinadas a informar sobre su selección nacional, finalmente subcampeona, les permitiese colar en los medios internacionales el asedio que sufren en su país a causa del auge del neofascismo y del fundamentalismo católico. No ha sido así, pero quienes sí han aprovechado este fenómeno futbolero han sido los colectivos antiaborto, que han convertido una moneda acuñada en el año 2000 por el Banco Nacional croata con la imagen de un feto en el símbolo de su lucha durante el Mundial. Justo, cuando la exrepública yugoslava se encuentra inmersa en la elaboración de una nueva ley del aborto, estos grupos antiaborto han lanzado una campaña para la celebración de un referéndum para prohibirlo, en un país en el que es legal desde mediados de 1946, cuando era parte de la Yugoslavia de Tito.
“Estamos viviendo una situación muy alarmante desde que el partido conservador llegó al Gobierno en 2016. Nos enfrentamos al intento de prohibir el aborto –ahora legal hasta la décima semana de gestación–, al aumento de los delitos de odio contra el colectivo LGTBIQ, a la oposición del Gobierno a luchar contra la violencia contra las mujeres. Y a los estereotipos que una sociedad tan conservadoramente católica como la croata nos adjudica a las mujeres: tenemos que ser sumisas, madres, esposas…”, explica Petra Karmelic, una de la docena de activistas feministas de la Red de Mujeres Croatas, que se disfrazó, el pasado 4 de marzo, de las criadas de la serie basada en la novela de Margarit Artwood, que aborda un escenario distópico en el que las mujeres son privadas de sus derechos y explotadas para la gestación de bebés para las familias pertenecientes a la clase gobernante.
Karmelic, estudiante de Sociología y Filología Inglesa, también fue una de las seis mujeres que en mayo de este año hizo una sentada frente una marcha antiabortista en la capital croata, Zagreb, en la que participaron más de 10.000 personas. Vestidas de negro luto y con ataúdes que simbolizaban la muerte de los derechos de las mujeres, fueron finalmente detenidas por la policía por impedir el tránsito.
En Croacia, donde según datos de Radio France Internacional, un 90 por ciento de la población se define como católica, la Iglesia juega un destacado rol político. Además, “el conservacionismo que ahora está también en el Gobierno, quiere erradicar el aborto, como todo lo que tenga que ver con el anterior régimen, que era comunista y anticatólico”, sostiene Karmelic en la entrevista, celebrada durante un encuentro feminista organizado por la Fundación Mujeres del Mediterráneo este mes de julio en Turín (Italia).
Este contexto explica que, siendo legal el aborto, se estime que un 70 por ciento del personal médico se declare objetor de conciencia, lo que en 2014 desembocó en que en cinco hospitales públicos no realizasen interrupciones del embarazo. Por ello, el entonces Ministro de Salud del Gobierno socialista aprobó una medida para revertir esta situación para que, si nadie del personal sanitario estuviese dispuesto a realizar la intervención, se contratase a profesionales externos a la sanidad pública. Una medida que, con la llegada del Ejecutivo de derechas, no se ha mantenido, pese a que la presidenta Grabar-Kitarovic se ha mostrado contraria a la prohibición del aborto.
Croacia ha pasado de 701 abortos por cada 1000 nacimientos en 1980, a 76 en 2014, según datos la Organización Mundial de la Salud. La tasa más baja de los Balcanes. Aunque la mejora en el uso de los métodos anticonceptivos es una razón sustancial, también hay un subregistro de los realizados en las clínicas privadas. Y un dato muy significativo: los abortos justificados en posibles riesgos para la salud de la madre o el feto se han duplicado: de un 21 por ciento en 1998 a un 48 por ciento en 2014, según datos oficiales citados por The Guardian.
En 2017, la Corte Suprema negó a los abolicionistas del aborto su pretensión de prohibirlo, pero ordenó al Gobierno aprobar antes de dos años una nueva ley que introduzca medidas preventivas y educacionales sobre el embarazo, para convertir el aborto en una medida excepcional. Los movimientos feministas temen que el resultado sea más restrictivo que la norma actual, que data de 1978. Según una encuesta de Pew Research, en 2017 el 60 por ciento de las personas encuestadas sostenía que el aborto debe ser legal en casi todos o todos los casos, mientras que el 37 por ciento consideraba que debe ser ilegal en casi todos o todos los supuestos.
La objeción de conciencia no se limita al aborto: los y las farmacéuticas no sólo pueden negarse por cuestiones de conciencia a vender la píldora del día después, sino que por ley tienen que hacer un cuestionario a las potenciales clientas sobre su actividad sexual. Y, si no consideran adecuadas sus respuestas, pueden negarles el tratamiento. En cualquier caso, tienen que enviar el cuestionario a su médico de la sanidad pública. Esto es así desde octubre de 2015 cuando, gracias a la presión de la Comisión Europea, la pastilla del día después está a la venta en las farmacias. Eso sí, a un precio de más de 21 euros, mientras el salario medio es de unos 690 euros mensuales.
No se trata sólo del aborto
“Gran parte de la identidad croata se ha construido por oposición a la de nuestros vecinos, especialmente a raíz de la guerra en Yugoslavia. Ese nacionalismo resultante alimenta el racismo, la islamofobia, y es algo que recogen los políticos en sus programas, esa búsqueda del enemigo sobre la que proyectar un odio que nos una”, explica Karmelic.
De hecho, el 15 de mayo, el Consejo de Europa publicó un informe que recogía su preocupación por el auge del neofascismo en Croacia y alertaba de los discursos incendiarios que emplea la clase política para avivar los conflictos entre los distintos sectores de la población. Y subrayaba que no era una práctica exclusiva de los partidos más extremistas, sino de “todo el espectro político”. Discursos de odio que a menudo van dirigidos contra la población gitana y las personas que buscan refugio a través de su territorio, especialmente las de religión musulmana.
Por su parte, Amnistía Internacional denuncia que el Gobierno croata continúa deportando ilegalmente a Serbia a las personas que llegan a su territorio (las llamadas en el Estado español ‘devoluciones en caliente’), sin cumplir el debido proceso por el que deben ser informadas de su derecho a solicitar asilo, entre otras cuestiones. Esta organización ha documentado cómo la policía realiza habitualmente estas expulsiones ilegales “con medidas coercitivas, intimidación, la confiscación o destrucción de sus propiedades y un uso de la fuerza desproporcionado”. Croacia se comprometió a aceptar a 1.600 solicitantes de asilo, y sólo ha autorizado 100.
En el caso de la población gitana, además del asedio, de los delitos de odio y de la discriminación diaria que sufren, Amnistía Internacional estima que una de cada cinco personas no tiene acceso a la atención sanitaria, mientras que el resto sufre serias barreras para acceder a ella.
ONGs enemigas de Croacia
El Ejecutivo conservador de la estos días vitoreada Kolinda Grabar-Kitavoric ha reducido las ayudas a las ONGs, al considerarlas “antisistema”. “Dice que defendemos valores contrarios a los que ellos consideran croatas. De hecho, la Unión Europea ha llamado en numerosas ocasiones la atención a nuestro Gobierno sobre su incumplimiento con las medidas destinadas a combatir la violencia contra las mujeres, la homofobia… Pero les da igual, porque no van a perder los votos de sus votantes para satisfacer a la Unión Europea”, analiza Karmelic.
El caso de las personas transexuales es, si cabe, más desalentador. “Es un tema tabú en Croacia, no existen públicamente. No hay mucha gente que luche por sus derechos porque nadie habla de ello. En Croacia ser LGTBIQ significa ser percibidas como personas enfermas que deben ser curadas”, añade la activista.
Sin embargo, hay un ejemplo que ha insuflado esperanzas a las feministas croatas: la victoria del referéndum por el aborto en Irlanda. “Tenemos una Plataforma por los Derechos Reproductivos y las irlandesas nos están apoyando, viniendo a explicarnos cómo luchar para conservar este derecho, cómo evitar errores que ellas cometieron. Esta forma de apoyo internacional entre feministas es muy importante porque nos da la oportunidad de no ser sólo reactivas, sino proactivas”, afirma Karmelic volviendo a recuperar un brío en su tono de voz que se había ido apagando a lo largo de la conversación.
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