“Mi cuerpo es mi primera resistencia”
Grafitti en la pared de la Asociasión de Estudiantes de Trabajo Social, UCR
El siguiente artículo relata mi experiencia corporal a partir del uso de la copa menstrual. Por lo tanto, al ser un relato propio, no pretende generalizar las experiencias tan diversas que han tenido y tienen muchas personas en el uso de productos dedicados a la menstruación. Sin embargo, sé que muchos cuerpos o cuerpas menstruantes[1] podrían sentirse identificadas a partir de lo expuesto a continuación.
Mi interés es analizar la copa menstrual como un dispositivo al cual se le puede adjudicar una práctica política de resistencia ante un sistema capitalista-patriarcal que busca controlar y normalizar el cuerpo de la mujer y todo lo que salga de el, en éste caso: la menstruación.
Un dispositivo como la copa menstrual viene a romper con la hegemonía de productos diseñados para la menstruación, productos que se han instalado a través de los años en el mercado y en el cuerpo, con discursos publicitarios promotores de asco y vergüenza en el acto de menstruar.
Para explicar mejor cómo la copa menstrual posee esta práctica de resistencia, me pareció pertinente empezar narrando mi uso de toallas y tampones, el cual se relaciona con un disciplinamiento del cuerpo. Seguidamente se describen características de la copa menstrual que muestran sus posibilidades de resistencia.
El disciplinamiento del cuerpo menstruante. A la edad de trece años me vino mi primera menstruación. Me levanté durante la mañana, fui al baño y observé mi calzón con una sustancia color marrón. Inmediatamente supe que me había venido la tan famosa “regla” de la que me habían hablado en las clases de biología. Desperté a mi mamá con un grito desde el baño, cuando ella llegó la dejé entrar al baño, le enseñé mi calzón y ella expresó: “mi niña ahora es una mujercita”. Mi madre me dio una de sus toallas (marca Saba, flujo abundante, sin alas), y no se habló más del tema.
Lo que más claramente recuerdo de ese día fue como mi madre se refería al acontecimiento como un hecho a partir del cual yo me convertía en mujer. Es claro que la frase de mi madre tiene demasiadas implicaciones que podrían ser analizadas, pero en este momento me interesa exponer lo que precisa al tema. Ahora tengo en consideración que el hecho de la transición de mi cuerpo no menstruante a uno que sí menstrúa me convertiría en un cuerpo consumidor de productos higiénicos femeninos.
Me vino la menstruación, ahora soy parte de un público meta al que un mercado por medio de la publicidad debe vender sus productos. Debe venderme sus toallas, sus tampones y protectores diarios, ahora soy parte de un grupo de cuerpos al que se debe regular, y eso conlleva decir cómo manejar el cuerpo y la menstruación, qué usar y cómo hacerlo.
Existe una hegemonía de productos higiénicos femeninos, pero este mercado nos hace creer que sin embargo hay una gran variedad de productos para escoger el cómo manejar nuestra menstruación. Nos crean y nos muestran diferentes marcas, tamaños y colores, y esto de alguna manera refuerza la idea de que tenemos la libertad para escoger. No obstante, estos productos terminan siendo lo mismo y además reproducen un mismo discurso.
La menstruación es una de las tantas cuestiones que se le ha enseñado a la mujer a esconder para ella misma. Los tampones y las toallas fueron diseñados para esconder la menstruación, cualquier indicador de que la mujer está menstruando debe ser escondido. Inclusive los comerciales de estos productos evaden referirse a la palabra menstruación o sangre menstrual y optan por ilustrar la efectividad de sus productos con un líquido azul en lugar de rojo (O’Keefe, 2006).
Debido a lo anterior es importante visibilizar cómo estratégicamente el capitalismo y el patriarcado han desarrollado maneras sutiles de controlar el cuerpo y lo que salga de éste. También se debe vislumbrar el discurso de asco que reproducen al respecto. Bobel (2010) menciona que la menstruación se ha construido como una forma vergonzosa de contaminación que debe ser contenida. Se constituye como un problema que necesita una solución.
Siguiendo esta idea, la téorica argentina Tarzibachi señala en una entrevista que “los fluidos corporales y las excreciones del cuerpo son objeto de vigilancia cultural, constituyen bordes, materias liminales entre el cuerpo individual y el social, y son regulados mediante dos afectos privilegiados: la vergüenza y la repulsión”.
Tarzibachi sostiene la idea de que la publicidad ha tenido una gran influencia en la creación de un cuerpo femenino que busca esconder o suprimir la menstruación. Bobel (2010), rescatando los análisis de Foucault sobre el cuerpo disciplinado y normalizado, afirma que los cuerpos menstruantes están en la necesidad de corrección, y esto se logra a través del vehículo del consumo. En el caso de la menstruación, el problema es su propia existencia, por eso el mercado crea productos para corregir estos cuerpos, y esto se logra al invisibilizar o suprimir la menstruación.
Bobel (2010) sigue la idea de Foucault de cómo en el contexto industrial los cuerpos son producidos para funcionar eficientemente, por ejemplo en la fábrica. Continuando la idea de que los productos higiénicos femeninos conllevan o propician este disciplinamiento del cuerpo, se puede mencionar la manera en la que aparece el tampón y cómo se publicita. Tarzibachi señala que luego de la Segunda Guerra Mundial, al darse la incorporación de las mujeres al mercado laboral, se promocionan los Tampax apelando al argumento de que su uso reducía el ausentismo de las obreras a las fábricas. El tampón tornó el cuerpo de las mujeres productivo, incluso durante la menstruación (Carvajal, 2013).
En este sentido, se podría decir que aunque haya una hegemonía de productos femeninos que producen una manera de cuerpo y manejo de éste, existen posibilidades de resistencia. Aquí es donde entra la copa menstrual.
Me compré la copa menstrual en abril del 2015, por lo tanto, tengo 7 ciclos menstruales de usarla. Esto significa que durante un poco más de 9 años, aproximadamente 113 ciclos menstruales, utilicé toallas o tampones. Debo admitir que cuando hice el cálculo me pareció espeluznante saber que utilicé por tanto tiempo estos productos que me eran tan incómodos, los cuales además me propiciaron una infección vaginal y una que otra cistitis. Sí: las toallas y los tampones pueden ocasionar esto, pero no nos lo hacen saber.
Las toallas y los tampones han estado relacionados con diferentes infecciones vaginales. Además el tampón fue vinculado en el brote del síndrome de shock tóxico de 1980 en Estados Unidos, donde se dieron 813 casos, resultando 38 muertes. Para 1983 más de 2,200 casos habían sido reportados en este país. Es así como se intensifica que activistas feministas se cuestionen la seguridad del producto menstrual (Bobel, 2010).
Después de escuchar los relatos de diferentes personas, ingresé a foros en Internet para leer al respecto. Muchas mujeres denunciaban que las toallas traen diferentes químicos que pueden causar alergias en la piel, además acumulan humedad y esto propicia infecciones. Los tampones pueden causar infecciones al dejar residuos de algodón en la vagina, además ocasionar el ya mencionado síndrome del shock tóxico. Leer todo esto me mostraba otro panorama al respecto, sentía que yo había estado contaminando mi cuerpo durante muchos años.
Sin dudarlo más, compro la copa menstrual. Es a partir de su uso durante 7 ciclos menstruales que puedo manifestar que existe un cuerpo diferente. Hay un cuerpo con toallas o tampones y hay otro cuerpo con copa menstrual.
Rupturas de la copa menstrual respecto al discurso hegemónico. La copa menstrual se podría describir como un recipiente que se introduce en la cavidad vaginal durante la menstruación para recoger el flujo menstrual. Supongo que al leer esto muchas personas podría decir que éste dispositivo viene a reproducir el mismo discurso de vergüenza y por lo tanto de invisibilización de la menstruación, pero si lo pensamos detenidamente, a la copa menstrual se le puede dar una práctica política de resistencia que venga a romper con todo aquello que ocasionan y reproducen las toallas y los tampones.
Adentrémonos, entonces, en esas posibilidades políticas de resistencia que ofrece la copa menstrual. Primeramente, la copa menstrual está hecha con elastómero termoplástico medicinal. En el folleto de la copa menstrual se explica que es un plástico anti-alérgico de alta calidad. Esto ha redundado en que, durante estos siete ciclos menstruales, mi cuerpo no haya tenido alergia o infección alguna.
Además, este material con el que está hecha la copa menstrual permite que sea reutilizable. Esto tiene dos implicaciones: a largo plazo es un producto económico y no genera desechos. Tarzibachi, en sus investigaciones, descubrió que la copa menstrual fue patentada en los años 30 en Estados Unidos por Leona Chalmer. Sin embargo, en esa época la copa no prosperó porque es un producto que se cambia después de muchos años, lo cual no generaba ninguna ganancia para las compañías (De Bonafini, 2013).
La copa menstrual es un dispositivo casi tan viejo como las toallas o tampones, pero que no fue producido porque claramente rompía con la lógica capitalista del consumo. La copa no forma parte de los productos dominantes, sino que se posiciona como una alternativa de duración de largo plazo que genera ahorro de dinero a quienes la usan. En mi caso, por ejemplo, en vista de que adquirí mi copa menstrual no volveré a consumir toallas o tampones y compraré la próxima copa dentro de 7 años (o inclusive más).
Esto nos lleva a la segunda implicación. Al ser reutilizable no genera desechos. Se dice que ahora con las copas menstruales se tiene la posibilidad de tener un periodo amigable con el ambiente, y efectivamente así es, pero seamos críticas y críticos al respecto: la sangre menstrual siempre tuvo la posibilidad de ser amigable con el ambiente (y con el cuerpo mismo), solo que el capitalismo y su mercado oportunista ocasionó que no lo fuera.
Aunque las estimaciones varían, si una mujer usa cinco tampones al día durante cinco días, y menstrúa alrededor de treinta y ocho años, esa mujer consumió y dispuso de aproximadamente 11.400 artículos. Un estudio ambiental hecho en Estados Unidos afirma que anualmente más de doce millones de toallas y siete millones de tampones se utilizan una vez y se desechan. Además, afirma que una menstruadora promedio tira a la basura 250 a 300 libras (113 a 136 kilos) de tampones, toallas, y aplicadores en una sola vida (Bobel, 2010)
Si me baso en el cálculo del estudio anterior, podría decirse que durante nueve años, es decir, durante 113 ciclos menstruales que utilicé toallas y tampones, boté alrededor de 2825 artículos. Sin embargo, recuerdo muy bien que para cada ciclo gastaba un paquete de 10 toallas, y dependiendo de las actividades que tuviera las turnaba con los tampones. Así, teniendo en cuenta la sumatoria, resulta que deseché aproximadamente 1130 artículos, lo cual no lo hace menos espantoso. Es decir que, mientras desde mi adolescencia mantuve un discurso ambientalista, en la práctica generé una gran cantidad de basura con el uso de toallas y tampones.
Pienso que por las razones anteriores, todavía no se han visto comerciales de la copa menstrual en la televisión o en las revistas. Por lo tanto, muchas personas no tienen ni idea de la existencia de un dispositivo como éste.
Como ya se mencionó, la publicidad ha tenido gran influencia en colocar ciertos productos en nuestro cuerpo y engañarnos al respecto. Bobel (2010) indica que antes de los años 70 muchas mujeres tenían molestias respecto a las toallas, pues solo con gacillas se quedaban en su lugar. En el año 1971, en Estados Unidos, Kotex lanzó toallas con adhesivo. Para anunciar el producto se presentó a una mujer vestida a la moda, que con alegría enseñaba una caja de toallas “Nueva Libertad”. En la copia se leía: “¡Whee, son desechables! ¡Bienvenidas a la sin agujas, generación de quejarse menos!”.
De esta manera se anunciaba un producto práctico, que iba a ser más fácil de colocar, usar, y desechar. Ingenuamente parecía una gran “ayuda” para quienes menstruaban. Pero al analizarlo se puede ver que se mostraban a las toallas desechables con adhesivo como un producto que haría libre a quienes lo usaran, como si por medio de este producto el “problema” de la menstruación estuviera siendo solucionado. Con estas toallas las mujeres se quedarían calladas: serían, por fin, una generación sin quejas.
Al deconstruir un producto como éste y su manera de promocionarlo es cuando una visualiza el carácter macabro de las intenciones que vienen detrás de este tipo de productos. Productos como éstos no son tan inocentes como se muestran, menos si además se celebra que son desechables. ¡Whee, más basura!
Cuando le conté a ciertas personas que ahora utilizaba la copa menstrual, la cual es reutilizable, me proferían frases cómo: “¿por qué se mete en la vagina algo que ya usó, que estuvo sucio?”, “¡que asco!”. Esto propició que me cuestionara el asco tan internalizado que tenemos las personas sobre la menstruación.
Según Bobel (2010), fue hasta los tiempos bíblicos que las antiguas sociedades tribales judías empezaron a ver a la mujer que menstrúa como una fuente de contaminación e inmundicia. Bobel indica que quienes estudian sobre la menstruación, suelen citar este pasaje de Levítico: “cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche.”
Esta retórica de alguna manera se fue manteniendo durante muchos siglos. Inclusive cuando se empieza a dar el desarrollo de la ciencia, se mantenía un estigma respecto a la menstruación .
Laqueur explora cómo muchos médicos se esfuerzan por establecer el artificio de la diferencia sexual. En el discurso médico del siglo XIX, Laqueur cita a Walter Heape, a quien describe como “un investigador inmensamente influyente en reproducción biológica, por no hablar de un fanático antifeminista”. Heape describe la menstruación como una “acción periódica, severa, devastadora (…) dejando atrás una ruina de tejidos hechos trizas, glándulas destrozadas, vasos sanguíneos rotos, bordes de estroma mellados y masas de corpúsculos sanguíneos. (Laqueur, 1994, p. 373)
Havelock Ellis, siguiendo esta retórica, incluso habla de que en la más sana de las mujeres hay un gusano que se carcome periódicamente las raíces de la vida de la mujer. La imagen del gusano fue utilizada para representar el dolor y la enfermedad de la menstruación (Laqueur, 1992). Cuando se patologiza la menstruación, cuando se dice que es como tener un gusano, se sigue reproduciendo un discurso misógino y de asco; de alguna manera se sigue reproduciendo la idea de inmundicia que se plantea en Levítico. El discurso médico patologiza el cuerpo de la mujer, porque de esta manera se puede inferiorizar y diferenciar su cuerpo respecto al del hombre. Sin diferencia, después de todo, la subordinación de las mujeres no sería posible.
Médicos varones intervinieron en lo que había sido un dominio femenino y asumieron el papel de experto. Se hicieron cargo de la definición y el tratamiento de la menstruación, lo que aumentó la demanda de servicios médicos. Aunado a esto, se empezó a dar la protección sanitaria, que se materializó rápidamente como marcador de la modernidad, y las primeras almohadillas menstruales desechables se introdujeron a finales del siglo XIX (Bobel, 2010).
Con las toallas, el contacto de nuestras manos y la menstruación es mínimo. Se coloca la toalla en el calzón, luego al cambiarla se toma la toalla de los extremos o de las alas, se dobla y se deposita en el basurero. Con el tampón podría haber más contacto con la menstruación, pero ahora crean tampones con aplicador (para que la mujer no deba “ensuciarse” sus manos) entonces termina siendo parecido a la toalla. Al final para cambiarlo, se extrae el tampón jalando un cordón que quedó afuera de la cavidad vaginal, así no se tiene contacto con el flujo menstrual y se puede desechar como si nada hubiera pasado, como si esto no existiera.
Activistas menstruales gritan en contra de la narrativa cultural dominante de la menstruación, una narrativa que toma un proceso normal, y lo construye como desagradable y molesto (Bobel, 2010). Por tal razón productos como las toallas o tampones han hecho que no tengamos contacto alguno con la menstruación, que veamos esto como un líquido extraño, sucio y asqueroso del que debemos deshacernos.
La copa menstrual viene a romper con esta visión de la menstruación. La copa no absorbe el flujo menstrual sino que lo contiene, mientras que las toallas o los tampones sí lo absorben. Esto imposibilita conocer el flujo verdaderamente, sobretodo porque este adquiere otro olor y color al entrar en contacto con los químicos de las toallas; además se esparce en la toalla y esto no permite conocer cuál es su cantidad real.
Mi primera vez utilizando la copa menstrual me permitió tener un contacto con la menstruación que nunca antes había tenido. Durante 9 años, durante 113 ciclos menstruales no conocí mi menstruación. Y ahora, a partir del uso de la copa pude conocer cómo lucía mi menstruación, cuánto era mi flujo, cuál era su color y su textura. Hasta los 22 años conocí algo de mi cuerpo que de alguna manera me había sido negado.
Debido a que este dispositivo recoge el flujo menstrual, pude hacer uso de éste. Usualmente la menstruación se presenta como la no-vida, la no-concepción, se concibe como un flujo para desechar, algo muerto. Pero la copa le dio otro sentido a mi flujo menstrual, pues encontré que este sirve, por ejemplo, para fertilizar plantas. Desde entonces aquello que recoge la copa lo utilizo como abono. Mi flujo menstrual no es un desecho y mucho menos algo desagradable.
Por último, la copa permite un mayor contacto de la persona con su vagina. La copa se coloca en la cavidad vaginal, esto conlleva que la persona deba utilizar sus dedos para introducirla. Al existir diferentes maneras de colocar la copa, la persona deberá descubrir cuál manera le es más cómoda; esto favorece un mayor conocimiento de su cuerpo.
Todas las características descritas de la copa menstrual hacen que éste pueda ser un dispositivo con una práctica política. Por lo tanto, es importante denunciar los productos como las toallas y tampones desechables y dar a conocer un dispositivo como la copa menstrual.
Esta experiencia me permitió ver que nuestros cuerpos han sido disciplinados de las maneras más sutiles, reflejando que definitivamente lo personal es político, y que por lo tanto nuestro cuerpo se convierte en nuestra primera lucha, en nuestra primera resistencia. Ahora decido no ser parte de cuerpos consumidores de un mercado misógino e higienista de la menstruación. Es claro que siempre existe la posibilidad de no utilizar nada, pero si todavía no se siente preparada, la copa menstrual es la mejor opción.
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Notas
[1] Se debe aclarar que históricamente desde la ciencia, y desde mercado, los productos hechos para la menstruación son hechos para mujeres. Pero si hablamos de género, no sólo las mujeres menstrúan, también existen personas trans, queer, e intersexo que menstrúan. Esto muestra que no es una cuestión tan solo de la “mujer”, sino que incumbe a más cuerpos.
Bibliografía:
Bobel, C. (2010). New blood: third-wave feminism and the politics of menstruation. New Jersey: Rutgers University Press.
Carvajal, M. (2013). Cómo vender un tabú. Entrevista a Eugenia Tarzibachi. Noticiero Página12. Argentina.
De Bonafini, H. (2013). Los sentidos de la menstruación.Entrevista a Eugenia Tarzibachi. ¡Ni un paso atrás! Asociación Madres de Plaza de Mayo, 24, 3-7.
Laqueur, T. (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Valencia: Cátedra.
O’Keefe, T. (2006). Menstrual Blood as a Weapon of Resistance. International Feminist Journal of Politics, 8, 535-556.
http://www.revistapaquidermo.com/archives/12956
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