Leer los periódicos se convirtió en un problema de salud mental. Como dice mi hija: el noticiero es peor que una película de terror porque relata hechos reales y no historias de imaginaciones enfermizas. Una tras otra, nos enteramos de noticias de muertes de jóvenes causadas por peleas violentas con sus parejas; de secuestros de mujeres por mafias transnacionales de trata y esclavitud en un comercio que rinde millones; de niñas y adolescentes arrancadas de sus familias y comunidades y sometidas a torturas y estupros por grupos fundamentalistas. Nos informamos que vivir en América Latina es tan peligroso para las mujeres como en los países en guerra con terrorismo activo y que Bolivia es el segundo país más peligroso para las mujeres.
La sensación es que estamos en guerra, una guerra cotidiana de unos contra otras. Constatamos que la vida de las mujeres sigue siendo un objeto para los hombres, algo que pueden poseer, controlar y usufructuar; disminuida a juguetes de poder o convertida en mercancía.
El comportamiento violento de los hombres contra las mujeres es un problema colectivo y no de individuos aislados o de una situación fortuita causada por el efecto del alcohol o una fatalidad sin responsable. Con excepción de individuos con problemas congénitos, como los psicópatas, los victimarios son producto de la formación en sociedad, de los valores y principios en que, continuamente, son socializados.
La convivencia en la familia, la escuela, los grupos de amigos, los ambientes de trabajo y los espacios públicos y privados moldea cotidianamente formas violentas de relacionamiento íntimo que, en casos extremos, llegan a la muerte. Y en estos eventos trágicos, la cuestión de si fue premeditado, intencional o accidental es una cuestión adicional al hecho innegable de que se trata del desenlace de una relación violenta.
La violencia física es uno de los eslabones de una cadena mucho más amplia y más sutil que incluye violencia psicológica y emocional, las cuales se expresan en formas de interactuar, de hablar, de lidiar con los problemas y de encarar momentos de conflicto en que prima la actitud prepotente, dominadora e irrespetuosa. La responsabilidad directa en la muerte de la pareja o expareja está precisamente en la secuencia de actitudes que no precauteló la seguridad física de la otra y que llevó a su fallecimiento. Por supuesto que el hecho se agrava muchísimo si, además, se comprueba que hubo intencionalidad y alevosía.
La acumulación de las muertes de mujeres nos muestra un problema muy profundo. Las cifras abrumadoras de mujeres pegadas, traumadas, violadas, esclavizadas y muertas expresan un patrón de comportamiento violento constituido socialmente. Es una identidad colectiva de "ser hombre” que se afirma en la mirada de uno consigo mismo, mediada por el espejo del consentimiento y aprobación de otros y otras.
La identidad machista se expresa en comportamientos que niegan el respeto por las mujeres en tanto seres de igual valor y status. Es una actitud que busca afirmar poder, control y superioridad; es una práctica de desprecio por la vida singular, autónoma y en igualdad de condiciones de las mujeres.
Las falencias del sistema de justicia y la mala gestión de políticas públicas son parte de la perpetuación e impunidad de la violencia contra las mujeres. Y, consecuentemente, requiere la atención pública y su exigibilidad. Sin embargo, las reformas legales y de política pública, aunque necesarias, no son suficientes para una transformación profunda hacia una convivencia democrática, equitativa y libre de violencia.
Es hora de preguntarnos si en nuestras vidas en familia, en los círculos de amigos, en las relaciones de trabajo, en los espacios públicos afirmamos el valor del respeto por las mujeres en igualdad de condiciones con los hombres; si exigimos los mismos derechos y deberes para ambos; si practicamos la solidaridad entre mujeres; si estamos atentos a las actitudes que ningunean las opiniones de las mujeres o si denunciamos las actitudes que denigran o menoscaban la dignidad y el bienestar de las mismas.
Fernanda Wanderley es socióloga e investigadora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario