Así describía en el siglo primero de nuestra era el poeta Antipater de Tesalónica a Anite de Tegea, una poetisa de origen griego que vivió en el siglo III antes de Cristo. La obra de Anite es incluso más completa que la de la famosa Safo, al menos lo que nos ha llegado de sus versos. Anite escribió epigramas, epitafios, celebraciones de guerras y poesía bucólica que inspiraría en futuro género pastoril. Sus versos sobreviven gracias a su inclusión en la Antología griega. De su vida, poco o nada se sabe.
La musa terrenal
Anite de Tegea habría nacido y vivido en Tegea, una ciudad griega situada en Arcadia, una zona montañosa del Peloponeso. Considerada como una de las nueve musas terrenales, según el mismo Antipater de Tesalónica, de ella han sobrevivido 18 epigramas escritos en dialecto dórico recogidos en la Antología Griega; otros 6 son de dudosa atribución.
Su obra se centró en epigramas y epitafios, versos breves gravados a menudo en lápidas funerarias aunque no todos tenían este destino fúnebre. Los epitafios de Anite solían estar dedicados tanto a hombres como a mujeres aunque también a animales y a la naturaleza, iniciando una tendencia de poesía pastoril ampliamente explotada por futuros poetas.
Apenas unos pocos versos permiten mantener viva la memoria de Anite de Tegea, puede que una de las más importantes escritoras de la Antigua Grecia.
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