La literatura epistolar es un género que nos permite conocer de primera mano la vida de muchos personajes históricos. Las cartas que algunos de ellos escribieron para sus seres queridos o conocidos, nos ayudan a sumergirnos en mundos pasados relatados en primera persona. Desgraciadamente no todas las cartas que se escribieron han permanecido hasta nuestros días. Muchas se perdieron y otras se quemaron voluntariamente.
En 1763 aparecía la primera edición de Embassy Letters, una recopilación de cartas escritas por la mujer del que había sido embajador inglés en Turquía. Unas cartas que su propia hija había intentado por todos los medios que no salieran a la luz porque relataban la vida de su madre, Lady Mary Wortley Montagu, una mujer rebelde, demasiado moderna para su tiempo, que vivió una vida escandalosa para unos y apasionante para otros. Lady Mary se adentró en el secreto e imaginado mundo de los harenes orientales y relató en su correspondencia su vida en la enigmática Estambul. La vida de la señora Montagu estuvo llena de rebeldía, escándalos y afán de libertad, algo que una mujer del siglo XVIII podía conseguir sólo a cambio de poner su propia existencia en tela de juicio.
Elegancia rebelde
Mary Pierrepoint nacía un 15 de mayo de 1689 en Londres, en uno de sus barrios más selectos y elegantes, Covent Garden. Su padre se llamaba Evelyn Pierrepoint y era conde de Kingston. Estaba casado con Mary Fielding, hija de un conde y familia lejana del escritor inglés Henry Fielding. Mary era la mayor de cuatro hermanos, tres niñas y el pequeño William. Tras el nacimiento del benjamín, en 1693 fallecía lady Fielding dejando a Mary huérfana con apenas cuatro años de edad.
Los pequeños Pierrepoint se trasladaron a vivir con su abuela paterna, Elizabeth, en una bonita casa de campo en West Dean. Aquellos no fueron años felices para Mary que tuvo que soportar una estricta educación por parte de su abuela, su tía y una institutriz francesa rígida y estricta. Mary pasó en West Dean sus primeros ocho años de vida, rodeada de reglas y normas estrictas y del empeño de sus educadoras de convertirla en una dama de la alta sociedad.
En 1699 moría Elizabeth Pierrepoint y los pequeños hijos del conde de Kingston tuvieron que volver a cambiar de residencia. Mary y sus hermanos se instalaron entonces en Nottingham, en una mansión conocida como Thoresby Hall. Allí Mary fue un poco más feliz porque pudo disfrutar de la espléndida biblioteca de la mansión y porque su padre podía visitar a sus hijos con más frecuencia.
Mientras sus institutrices se empeñaban en continuar haciendo de Mary y sus hermanas unas damas dignas de su estatus, ella se adentraba en las páginas de los libros de la biblioteca familiar. Así aprendió latín, francés y conoció la obra de autores como Ovidio o Molière. Su formación autodidacta dio pronto sus frutos y en 1703 empezó a escribir poesía, ensayos y sátiras.
Cuando Mary se convirtió en una elegante dama de dieciocho años, empezó a ejercer de anfitriona en las veladas que organizaba su padre en las que asistían políticos, literatos y personalidades destacadas de la alta sociedad londinense.
Matrimonio rebelde
Lady Mary se había convertido en una bella dama en edad de contraer matrimonio y no le faltaron pretendientes interesados en emparentar con la rica y prestigiosa familia de los Pierrepoint. Pero la hija mayor de Evelyn no se lo iba a poner nada fácil.
La persona elegida por Mary no fue en absoluto del agrado de su padre. A pesar de ser alguien de buena familia, con una carrera reputada como político, Edward Wortley Montagu, once años mayor que su hija, no fue bien aceptado. Además de la falta de simpatía hacia Edward, el joven pertenecía a una familia de rancio abolengo con títulos nobiliarios pero escasa fortuna económica para aportar una buena dote al matrimonio.
Así, en 1710, mientras su padre intentaba llegar a un buen acuerdo matrimonial con Edward, Mary fue trasladada de nuevo a Weast Dean. La joven aguantó allí dos largos años hasta que decidió que ya no soportaba más aquella situación y el 21 de agosto de 1712 la joven e impetuosa Mary saltaba por la terraza de su casa y huía en un coche de caballos. Aquella huida novelesca le valió el rechazo total de su familia que la desheredó de inmediato.
Pero aquel idilio de cuento de hadas que empezó de un modo tan original no seguiría por buenos derroteros. La pareja se fue distanciando al poco de haberse casado en secreto en Londres a causa, sobretodo, de la obsesión de su marido por su propia carrera política. A pesar de todo, los entonces señores Montagu tuvieron un hijo, el 16 de mayo de 1713 al que llamaron Edward como su padre y años después, ya en Estambul, nacería su segunda hija que recibiría el nombre de su madre.
Tras años de desencuentros entre la pareja, en 1716 su destino daría un giro de 180 grados. Sir Wortley era nombrado embajador en Estambul y representante de la Compañía de Oriente.
Rebeldía en Oriente
La posibilidad de viajar hasta Turquía y conocer de primera mano aquellos parajes que sólo conocía por los libros que había ojeado de niña hizo renacer a Lady Mary. El 1 de agosto de 1716 la familia Wortley Montagu con el pequeño Edward de tan sólo cuatro años de edad, partía de Londres rumbo a la Sublime Puerta.
El viaje por tierra atravesando media Europa duró casi un año. En ese tiempo visitaron distintos lugares de Alemania y Austria y permanecieron un tiempo en Edirne. Los pormenores de la primera parte de su aventura oriental fueron detallados por carta a su hermana Lady Frances a la que seguiría escribiendo durante todo el tiempo que permaneció en Estambul. En aquellas letras Lady Mary relató su visita a un auténtico harén, algo que marcó su viaje pues pudo comprobar de primera mano la realidad de aquellos misteriosos lugares relatados por hombres que más bien los habían soñado que observado de primera mano.
El 1 de junio de 1717 Lady Mary pisaba al fin Estambul. La familia del nuevo embajador se instaló en un bello palacio del siglo XVII situado en el barrio de Pera. Pero Lady Montagu no permanecería recluida tras los muros de aquella vivienda suntuosa. Lady Mary hizo uso de las costumbres turcas de cubrir a las mujeres con un velo para ocultar su identidad y poder adentrarse en la verdadera vida de la ciudad.
Lady Mary se sumergió de lleno en la vida oriental y adoptó incluso su manera de vestir. La esposa del embajador pasó el tiempo disfrutando de los lujos ofrecidos por el sultán, adentrándose en el gran laberinto del Gran Bazar, sumergiéndose en los harenes de la ciudad y relatando a sus amigas inglesas y a su querida hermana aquella fantástica existencia. En 1718 nacía su hija, Mary, hecho que no le impidió continuar con su ajetreada vida social.
El final de un sueño
Aquel mismo año Mary recibió la triste noticia de la cesión de su esposo de sus cargos en Estambul. El 5 de julio terminaba su aventura oriental. Aun tardarían un tiempo en volver a Londres porque hicieron varias escalas en el camino. Una de ellas, en París, donde Mary pudo rencontrarse con su hermana Frances, con la que había mantenido su relación gracias a las cartas.
El viaje terminaba definitivamente el 2 de octubre de aquel mismo año cuando la familia Wortley Montagu llegaba a Londres. Mientras su esposo de volvió a centrar en su carrera política, Lady Montagu disfrutó de su éxito como escritora.
La cura de la viruela
Poco tiempo después, en 1721, toda Inglaterra sufrió el duro golpe de una gran epidemia de viruela. Mary había conocido en Estambul la técnica de inoculación como vacuna eficaz contra esa enfermedad. Ella misma había sufrido sus consecuencias en 1715 y, aunque había podido sobrevivir, las marcas en su cara le recordaron toda su vida aquel terrible trance que se había llevado a su hermano años atrás. Lady Mary no había dudado de los médicos turcos y había pinchado a su propio hijo una aguja con viruela para hacerle inmune a la enfermedad.
Ya en Londres, y con la amenaza de la viruela en todos los rincones del reino, Lady Mary intentó convencer a las autoridades sanitarias de la fiabilidad de la inoculación. A pesar de que consiguió su cometido, la opinión contraria de la iglesia, que tachó el método de herejía musulmana, hizo volver a los médicos a sus antiguos e inefectivos procedimientos.
El final rebelde de una dama rebelde
Con un matrimonio roto, un hijo del que sólo recibía disgustos y una hija casada en Escocia, Lady Mary encontró consuelo en la poesía y en los brazos de un poeta veneciano, Francesco Algarotti. El joven escritor, 24 años menor que ella y con unas tendencias sexuales dudosas, utilizó el entusiasmo y apasionamiento de su amada para conseguir favores en la corte inglesa.
Cegada por el amor de Algarotti, Lady Mary se fugó por segunda vez en su vida. El destino era Venecia, donde pensaba encontrarse con su galán. Pasó años esperando durante los cuales se convirtió en una dama admirada por los círculos literarios venecianos. Pero al final, en 1741, cuando se encontró con Algarotti en Turín se dio cuenta de que su amor iba a ser imposible. Lady Mary ahogó su profunda decepción amorosa en una vida itinerante. Pasó años viajando por distintas ciudades europeas hasta que decidió volver a Londres tras la insistencia de su hija, la entonces Lady Bute. Cuando Lady Mary pisaba de nuevo Londres, en enero de 1762, era ya una mujer viuda. Su marido había muerto hacía tiempo con más de 80 años.
En el viaje de vuelta a su país, Lady Mary había conocido a un clérigo inglés llamado Benjamín Sowden a quien decidió confiar toda su correspondencia de los años vividos en Turquía. Lady Mary autorizaba al reverendo Sowden a publicarlas solamente después de su muerte si así lo consideraba oportuno.
El 21 de agosto de 1762 después de luchar contra un cáncer de pecho, moría rodeada de su hija y sus nietos.
Desaparecida Lady Mary, su hija se dispuso a recuperar las cartas que no quería que nadie publicara por miedo al escándalo. Cuando las consiguió le tranquilizó ver que no tenían nada de lo que se pudiera arrepentir. Sin embargo, cuando en 1763 se publicó la primera edición de las cartas de su madre, probablemente copiadas mientras estuvieron en manos del reverendo Sowden, Lady Bute no aceptó con agrado el éxito de las mismas.
Si quieres leer sobre ella
Por Sandra Ferrer
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