Rebelde, violenta y valiente, Catalina de Erauso pasó a la historia como la Monja Alférez. Sus padres quisieron para ella la tranquila vida de un convento pero ella escogió una existencia de aventuras en el Nuevo Mundo. Su aspecto masculino le permitió a Catalina llevar una vida de soldado y luchador.
Novicia rebelde
Catalina Erauso nació en San Sebastián en 1592. Sus padres, Miguel de Erauso y María Pérez de Gallárraga y Arce internaron en el convento de San Sebastián el Antiguo a Catalina y tres hermanas suyas a muy temprana edad. Pero así como sus otras tres hijas aceptaron con obediencia la decisión paterna, Catalina dio pronto signos de rebeldía.
En 1607, cuando Catalina era una adolescente, participó en una discusión dentro del convento con otra novicia. Además de recibir varios golpes fue recluida en una celda de castigo. La joven tuvo entonces claro que no pasaría el resto de su vida entre aquellos muros y escapó.
Contruyendo una identidad masculina
Los años siguientes Catalina vagabundeó por distintas ciudades españolas con una identidad falsa. Vestida de labriego se hacía llamar con distintos nombres masculinos. Su aspecto físico nada femenino así como su porte varonil ayudaron al engaño.
Hacia el Nuevo Mundo
En Sanlúcar de Barrameda embarcó rumbo a América. Después de desempeñar varios oficios se enroló en el ejército español que por aquel entonces participaba en diversas guerras de conquista. Su manejo de las armas y su maestría en el combate le permitió llegar a ostentar el grado de alférez.
Sin embargo, Catalina no dejó nunca de participar en refriegas, conflictos y duelos que la obligaban a no permanecer demasiado tiempo en un lugar determinado por miedo a ser detenida. En un duelo llegó incluso a matar a su propio hermano, Miguel, quien descubrió su parentesco segundos antes de morir.
Finalmente fue detenida en Perú en 1623 tras una de tantas disputas. Declarada culpable y condenada a morir, Catalina decidió entonces desenmarcarase ante el obispo Agustín de Carvajal al que pidió clemencia. Fue entonces cuando tras casi 20 años de vida clandestina se destapó que aquel alférez español pendenciero era una mujer que había sido monja. Unas matronas certificaron además que era virgen. A Catalina le salió bien la jugada. Tras permanecer un tiempo en varios conventos peruanos, fue enviada de vuelta a España.
Grandes honores
La fama de Catalina viajó más rápido que ella misma a tierras españolas. Así, el mismísimo rey Felipe IV quiso conocerla y oir de primera mano su historia. El monarca español no sólo mantuvo su graduación sino que le permitió que continuara llevando atuendo masculino. Fue Felipe IV quien la bautizó con el nombre con el que pasó a la historia: La monja alférez.
Con su espíritu aventurero, no era extraño que Catalina emprendiera de nuevo viaje, esta vez por el viejo continente. Llegó incluso hasta Roma donde el papa Urbano VIII la recibió y ratificó el permiso del rey español de que vistiera como un hombre.
Catalina terminó sus días en el Nuevo Mundo, en México, a donde viajó en 1630. Allí vivió los últimos 20 años de su vida.
Autora de su propia historia
Una mujer como Catalina, no podía menos que plasmar ella misma su propia vida. No se sabe si de su misma mano o dictada a un tercero, lo cierto es que Catalina dejó para la historia sus propias memorias,La Historia de la monja alférez.
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Género: Autobiografía
Género: Biografía
Por Sandra Ferrer
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