Por Loreto Burgoa Sánchez, Resumen.cl
Este 7 de abril se conmemoran 129 años del nacimiento de Lucila Godoy Alcayaga. Conocida principalmente por haber obtenido el Premio Nobel de Literatura -siete años antes de que en Chile se le otorgara el Premio Nacional- Gabriela Mistral, como ella misma se denominó, fue también una promotora de la igualdad social, amante de la labor pedagógica y una clara opositora al fascismo europeo.
A pocos años de iniciado el siglo XX, en un Chile marcado por la “cuestión social” y la desescolarización, la joven Lucila, con tan solo 14 años, daba sus primeras incursiones dentro del mundo de la educación: se volvía profesora ayudante de una escuela en las cercanías de La Serena y en las tardes alfabetizaba adultos. Es precisamente en este periodo donde escribe sus primeras reflexiones pedagógicas. Era un Chile cargado de injusticias y niños hambrientos, realidad que dejó plasmada en su poesía y prosa.
Las publicaciones en periódicos y revistas de la época no solo extrañaban por su temática dirigida a los niños, sino también por ser letras femeninas, lo que le valió incluso el rechazo de la Escuela Normal, a la que no pudo ingresar. Hablamos de una mujer que a los 20 años ya contaba con decenas de publicaciones, pero que formalmente no contaba con estudios en pedagogía. Ella diría en esta época: “No, no tengo el título es cierto; mi pobreza no me permitió adquirirlo y este delito, no es mío sino de la vida, me ha valido el que se me niegue, por algunos, la sal y el agua”.
Tendrán que pasar siete años en ejercicio docente para que se le reconozca la experiencia y se le conceda -tras examen en la Escuela Normal- el título de Profesora Primaria. Desde este momento comienza a recorrer diversos parajes de la geografía chilena. Desde su paso por distintos pueblos del norte, como Antofagasta y la cuarta región, hasta el extremo sur de Punta Arenas, pasando por Santiago y sus alrededores. Parte de estos viajes fueron apoyados por su amigo y también pedagogo, Pedro Aguirre Cerda, a quién conoció en las cercanías de Los Andes, y el cuál, una vez nombrado Ministro de Educación, la solicitaría para dirigir diversos liceos a nivel Nacional. Años más tarde será este amigo, Presidente de Chile, quién respaldará su labor internacional como consejera y cónsul.
Existen cartas y ensayos, además de su poesía, donde el reflexionar educativo de Mistral se expresan formidablemente. La estética de la educación y el derecho de todos a lo bello caracteriza la imagen que tiene de la escuela, como espacio alegre, hecho para gozar y no solo para analizar. La obra de Mistral, muestra al niño chileno nacido pobre, al niño sin padre, al que pasa frío, al que requiere amor. El pensamiento pedagógico de la poeta evidencia un compromiso casi religioso frente a los otros, donde el papel del maestro media entre la injusticia y el desamparo y donde la acción del profesor debe ser “sagrada”, para no volverla un oficio (véase La oración de la Maestra).
Al interior de sus obras encontramos grandes cantidades de mensajes dirigidos a los maestros, donde ella transmite indicaciones específicas acerca de como desempeñarse en el aula y en en la vida personal, haciendo énfasis en desprenderse de toda ambición de poder y riquezas.
El pensamiento de Gabriela Mistral está vigente pues, a más de un siglo del inicio de su labor docente, en Chile aún persiste una profunda desigualdad social, que en el marco del sistema escolar, y en palabras de la Gabriela ensayista crítica, “aleja la felicidad a los niños” y “reprende sin ternura”.
La oración de la maestra
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.
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