Por Liudmila Morales Alfonso
comprender las dimensiones del enfoque sobre la terminación voluntaria del embarazo en Cuba exige, en primer lugar, ubicarlo en el panorama discursivo de la región latinoamericana, donde dos paradigmas han dominado las discusiones: el de derechos y el libertario.
“Las palabras que en su día hubieran tenido un significado herético a veces se conservaban por conveniencia, pero limpias de los significados indeseables. Un sinnúmero de palabras (…)simplemente habían dejado de existir. Unos cuantos términos generales las cubrían y, al encubrirlas, las abolían”
.
(George Orwell, 1984).
En el texto anterior (“Terminación voluntaria del embarazo en Cuba: ¿salud, derecho, libertad, justicia? Preguntas para una discusión pendiente”, https://cubaposible.com/terminacion-voluntaria-del-embarazo-en-cuba-salud-derecho-libertad-justicia-preguntas-para-una-discusion-pendientes/) discutía sobre los retos de enfocar la institucionalización de la terminación voluntaria del embarazo como una conquista social de la Revolución cubana, para una potencial agenda feminista en el país. Sostenía que, si nos miramos en el espejo de las luchas por la despenalización del aborto en América Latina, salta a la vista lo que nos ubica como referente en muchos temas.
Sin embargo, ese espejo también levanta ciertas alertas sobre las deudas para con la igualdad sexogenérica y la reproducción de relaciones de poder, que involucran líneas tangenciales al núcleo común construido por la Revolución: igualdad para todos los cubanos. Y lo pongo así, conscientemente, con el plural masculino que tanto pondera la Real Academia de la Lengua Española, porque justo lo que intento cuestionar son las desigualdades que esconde la supuesta neutralidad de un proyecto igualitario nacional.
Desigualdades que una ponderación coherente con los aportes de los estudios feministas y de género no puede adjudicar solo al proceso cubano, pues eso implicaría soslayar la plataforma de opresión sexogenérica sobre la que se erige la modernidad occidental, más allá de innegables diversidades históricas y contextuales.
Por eso reitero que comprender las dimensiones del enfoque sobre la terminación voluntaria del embarazo en Cuba exige, en primer lugar, ubicarlo en el panorama discursivo de la región latinoamericana, donde dos paradigmas han dominado las discusiones: el de derechos y el libertario. A riesgo de simplificar en demasía las complejidades de ambos, solo subrayo que el primero (más estatista) apela a los derechos sexuales y reproductivos, vinculando el derecho al aborto con la planificación familiar y el segundo, (considerado más “radical”) reivindica la autonomía de las mujeres y la libertad de decidir sobre sus cuerpos (3). La crítica a ambos paradigmas se enfoca en su orientación liberal, sustentada en los derechos y la libertad individual, conceptos que, además, son presentados como si tuvieran un significado universal.
Ambos conceptos se funden en los discursos oficiales sobre aborto en Cuba. Un ejemplo de ello son dos intervenciones del Comandante Fidel Castro, líder histórico de la Revolución, en 1998 y 1999, respectivamente. En el primer discurso, cercano a la visita del Papa Juan Pablo II, el entonces Presidente cubano declaró oponerse “como revolucionario y figura pública” al uso del aborto como método anticonceptivo. No obstante, aclaró que no contemplaba la prohibición como una solución, sino como “un absurdo” y “un regreso a la Edad Media”, “inventando de nuevo el cinturón de castidad”. En lugar de ello, recalca la importancia de usar de forma consciente el “cinturón de la libertad”, mencionando la responsabilidad individual y familiar (4 y 5). El segundo discurso, de 1999, refleja una mezcla de los términos “derecho” y “libertad”: derecho a terminar un embarazo no deseado y libertad que garantiza la Revolución, pero de la cual se hace necesario no abusar (6).
Recurro a estas declaraciones porque ilustran el marco discursivo en el que se hace evidente la idea que me interesa discutir: cómo, independientemente del contenido de la política en sí, su enfoque traza direcciones particulares. Ello obedece al complemento insertado inmediatamente después del “derecho” y la “libertad” de interrumpir un embarazo: la reafirmación de la Revolución cubana como agente de este “logro”. Así, el debate sobre las implicaciones de esa política pública para la igualdad sexogenérica o la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo se entiende como parte de “una idea mucho más ‘neutral’ al género (…) Es la Revolución quien garantiza los derechos de las mujeres –incluido este–” (7).
No sorprende, entonces, que se hable de derecho y libertad, pero no se mencione la palabra “feminismo”. Como objeto de estudio, el desarrollo de este último en la Cuba pre-revolucionaria ha ganado un espacio en la producción académica, cuyos aportes permiten documentar coincidencias con las agendas y el desarrollo de los feminismos latinoamericanos. Documentos legados por diversas asociaciones feministas y propios del movimiento sufragista, junto a la obra literaria de autoras que reflejaron puntos de vista afines a su militancia, muestran diversas inquietudes. Entre ellas, el papel de las mujeres (“la mujer”, en este contexto) en la sociedad y debates sobre los derechos de los hijos ilegítimos y las madres solteras, por ejemplo.
Todos estos temas encuentran puntos de engarce con las discusiones feministas en la región y han sido rescatados por un creciente interés de la comunidad académica, así que trasladarlos a estas cortas reflexiones generaría más simplificaciones que aportes. Si los menciono, es solo para apuntar que la existencia de varias agrupaciones feministas en la Cuba pre-revolucionaria constituye un hecho admitido y documentado, que adquiere valor simbólico con acontecimientos posteriores. La lógica parecería señalar que, como en otros países de América Latina, la práctica y teoría feministas evolucionarían, ajustando su agenda al decursar histórico.
Sin embargo, también es sabida y documentada la ausencia de un movimiento feminista estructurado en la Cuba actual, más allá de las voces de activistas que han luchado por hacerse escuchar en un escenario marcado por la falta de puentes que permitan comunicar sus propuestas con el mencionado proyecto emancipador nacional, creando diálogos, convergencias y divergencias. ¿Qué relación se establece, entonces, entre el socialismo cubano y el feminismo? ¿Qué consecuencias trae esto, para una agenda de género? Estas constituyen dos preguntas base para una reflexión orientada al horizonte de cambios que se proyecta en la Isla.
¿“La Revolución será feminista o no será”? “Lemas” y simplificaciones
El primero de enero de 1959 marca un punto de quiebre de cualquier paralelismo que pudiera trazarse entre las líneas “feminismo en Cuba” y “feminismos latinoamericanos”. La ola progresiva de cambios generados por la Revolución trasladó las reivindicaciones de diversas plataformas emancipadoras a un nuevo escenario. La pronta creación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en 1960, pretendió canalizar las demandas de este sector; pero “mujer”, “género” y “feminismo” no pueden presentarse como sinónimos.
Hacerlo implicaría obviar las diferencias entre, respectivamente: 1) un conjunto de atributos que componen una construcción social basada en las características biológicas que determinan el sexo de la hembra de la especie humana; 2) una categoría relacional, que organiza lo social con base en las diferencias entre sexos y 3) una teoría y práctica políticas que pretenden evidenciar y erradicar las relaciones de poder que subordinan a las mujeres. Cabe aclarar que los grandes aportes del feminismo incluyen, precisamente, evidenciar lo primero, contra las creencias “biologicistas” de que “se nace mujer”; subrayar lo segundo, frente a la trivialización de que los estudios de género analizan solo unas supuestas esencias masculina y femenina (¿por qué los niños visten de azul y las niñas de rosado?) y defender lo tercero, ante la absurda crítica de que el feminismo busca imponer una supremacía de las mujeres (de ahí el calificativo “feminazis”) y es equivalente al machismo.
A partir de esas diferencias, casi sobra decir que contar con una organización de mujeres, legitimada en el escenario político e incluso con elevado poder de incidencia, está lejos de cubrir un espectro de género (pues agrupa solo a uno; mujer y género no son sinónimos, reitero) y muchísimo menos, feminista. Aunque es indudable que el trabajo de la FMC ha contribuido a modificar numerosas relaciones de género en la sociedad cubana, la práctica política y el análisis teórico feminista recorrieron un camino muy diferente.
De hecho, que una mujer ocupe un cargo político o se abran espacios para las mujeres en el campo de la participación política formal no significa que se impulse una agenda feminista, como resume Silvia Federicci con la frase “desconfío del feminismo de Estado”. Para la pensadora y activista la lección es clara:
“Hay una posición que llega de la lucha de las mujeres en todo el mundo. Es una respuesta a la pregunta de si poner a algunas mujeres en planos de dirigencia, visibilizarla como políticas. Entonces se da la impresión de que las instituciones son sensibles a la agenda de las mujeres. Pero hemos verificado que las mujeres que son integradas al Estado, que hacen política (…) no cambian la política del Estado (…) Cuando las mujeres se juntan al Estado, no cambian la política del Estado. Solamente nos dan la ilusión de que algo ha pasado (…) Por eso no tengo confianza en las mujeres que son del Estado, tengo confianza en las mujeres que están construyendo desde abajo, desde nuevas formas de organización” (8).
Esta problemática trasciende el ámbito meramente declarativo (la posición del Gobierno hacia el feminismo, la mención o no de la palabra en el enfoque de las políticas…), hacia una disputa que involucra las propias categorías de emancipación presentes en cualquier proceso enfocado a la justicia social. En el contexto cubano, se ha señalado a la década de los años 60 como el origen de un divorcio entre el socialismo y el feminismo. Las razones del asunto pueden adquirir sutiles matices, según quien las ofrezca, pero es posible identificar un tema de fondo. En el Informe Central del Primer Congreso de la FMC (celebrado en 1962) su primera presidenta, Vilma Espín, sostuvo la necesidad de una ruptura definitiva con el “feminismo capitalista” (9).
Esto llama tremendamente la atención porque los nexos entre la opresión de género y la explotación de clase trazaron importantes espacios de reflexión en el pensamiento feminista del siglo XX. Un ejemplo de eso es que entre los nombres sobresalientes del movimiento feminista, antes del triunfo de la Revolución, figura el de Mariblanca Sabas Alomá (1901-1983), conocida como la “Feminista Roja”. Sabas localizó en el capitalismo el origen de la opresión de las mujeres y situó sus anhelos emancipadores en la sociedad socialista que lo sustituiría (10).
Sin embargo, en el contexto de ruptura con el régimen capitalista anterior, el enfoque del feminismo que prevaleció fue aquel que lo señala como una “ideología” burguesa, de las clases privilegiadas. Crítica de larga data en el pensamiento teórico feminista, pero que cede ante dos admisiones. La primera es que las desigualdades narradas por Betty Friedan en La Mística de la Feminidad no son las de todas las mujeres; de ahí el giro de “la mujer” a “las mujeres” y de “el feminismo” a “los feminismos”, enriquecidos con adjetivos (negro, lésbico, latinoamericano…), entre los cuales sí caben “cubano” y “socialista”.
La segunda admisión retoma la preclara afirmación de Simone de Beauvoir: las mujeres podrán constituir una clase social, pero no se reconocen como tal. Ello remite a los choques generados entre las múltiples dimensiones que componen la identidad de los sujetos, atravesadas por las categorías antes mencionadas (género, raza, clase…) y cuyo resultado impele a privilegiar una sobre otra. Esto se evidencia al presentar alternativas de reivindicación como mutuamente excluyentes, dado que la práctica política se basa, en buena medida, en las alianzas. En el caso cubano, dichos choques generan la falsa dicotomía entre socialismo y feminismo, que escinde el espacio desde el cual los logros de las mujeres tributan a la igualdad sexogenérica.
El resultado: en primer lugar, un “desconocimiento” y “miedo tremendo al feminismo”, como lo calificó la Doctora Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, en una entrevista, en 2014. Aunque algunos autores consideran que la FMC ha sido capaz de superar las diferencias iniciales del socialismo con el feminismo, no comparto la afirmación. La propia Mariela Castro sostiene que la organización debe “transmitir un mensaje ideológico feminista”, pero confirma la ignorancia alrededor del “pensamiento revolucionario que nos entregó útiles herramientas para analizar la realidad, como la perspectiva de género” (11).
De la última idea se deriva el segundo resultado del rechazo al feminismo en Cuba: un límite para los estudios de género, en los cuales se ha señalado una “tibieza en las reflexiones críticas”, por temor a alentar las “propuestas democráticas de la teoría feminista” (12). La crítica resulta pertinente para impulsar temas casi ausentes del panorama de las ciencias sociales (como la propia terminación voluntaria del embarazo) o nuevos enfoques sobre otros cuyo análisis ha estado atravesado por la carencia que he venido describiendo.
En tercer lugar, señalo una discontinuidad con las propuestas más avanzadas de la región, en materia de teoría y práctica feministas. En el plano teórico se han insertado interesantes reflexiones sobre la intersección (y colisión) entre género y clase en los socialismos del siglo XXI y se han analizado el reconocimiento mutuo y los enfrentamientos entre gobiernos progresistas y feminismos en Bolivia, Venezuela, Argentina y Ecuador. En el plano político, los movimientos feministas han jugado un rol vital en las disputas sobre leyes y políticas públicas que se corresponden con los temas de su agenda, particularmente en cuanto a derechos políticos, laborales, sexuales y reproductivos, acceso a la educación, las tierras, el agua y protección del medio ambiente, por solo citar algunos.
Más allá de que la Revolución cubana haya logrado soluciones equitativas para muchos de estos problemas, la discontinuidad con los feminismos de la región ocasiona, a su vez, la ausencia de un pensamiento crítico que contribuya a hilvanar un futuro coherente con los avances que, sin duda, exhibe en diversos temas ampliamente analizados desde este prisma; de manera que se garantice su continuidad. También promueve el crecimiento continuo y la postergación de una deuda para con la visibilización de las diferencias, bajo el pretendido velo de una igualdad totalizadora. Diferencias que se reflejan en fisuras cada vez más difíciles de ocultar, no solo por la ausencia de un movimiento feminista, como quienes investigan sobre el racismo en Cuba se han encargado de demostrar, por ejemplo.
Por algo permanece abierta la discusión sobre cómo conciliar los proyectos que plantean una plataforma común para erradicar la opresión con las necesidades particulares de los grupos sociales; por algo resulta tan complejo el carácter dinámico y fluctuante de las identidades; por algo se establecen diferencias entre redistribución, reconocimiento y representación, para lograr la justicia, en la obra de Nancy Fraser (13). Por algo se confirma el carácter complejo de las desigualdades (y por tanto, de la igualdad) y la necesidad de una interseccionalidad en su análisis, que tome en cuenta la superposición entre las categorías de la opresión, sin privilegiar una sobre la otra.
Gracias a tales enfoques se ha repensado y reinventado el feminismo, para ir más allá de “una opresión de la mujer” hacia las diversas relaciones de poder que enfrenta una mujer negra de clase empobrecida, en un medio social de orientación capitalista o socialista; un análisis que no se limita a la opresión de clase, pero tampoco la pasa por alto, como sostuvieron las críticas al feminismo burgués. Y gracias a eso es que, cada vez más, queda en evidencia la falacia de una igualdad sexogenérica, al amparo de las estructuras tradicionales del Estado, con independencia de su vocación igualitaria.
Ello permite constatar cómo, sin el feminismo, se diluye la dimensión de género de muchos problemas sociales que hoy constituyen preocupaciones en Cuba. Así, se crea un vacío, ocupado por el Estado como garante universal de derechos. Y con él y su carácter masculinista, la ausencia puede convertirse en estructura para la reproducción de relaciones de poder y para la naturalización de desigualdades que alejan el debate de un entendimiento de las relaciones sociales, en clave de género.
NOTAS:
1) Brown, Wendy (1995). States of Injury: Power and Freedom in Late Modernity. Princeton: Princeton University Press.
2) Red Pepper. (2011). “Leyendo a Rosa Luxemburgo. Entrevista realizada al editor Peter Hudis”. En Rebelión, 15 de junio. Disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130448.
3) Para una descripción más profunda sobre estos paradigmas véase Araujo, Kathya (2008). “Entre el paradigma libertario y el paradigma de derechos: límites en el debate sobre sexualidades en América Latina”. En Estudios sobre sexualidades en América Latina, Kathya Araujo y Mercedes Prieto (Eds.): 25-42. Quito: FLACSO Ecuador.
4) Ibarz, Joaquim (1998). “Castro rechaza toda idea de transición política al ser reelegido presidente”. En La Vanguardia, edición impresa del 26 de febrero, p.9. Versión digital disponible en http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1998/02/26/pagina-9/33810439/….
5) AP y AFP (1998). “Castro aferrado al dogma”. En La Nación, 26 de febrero. Disponible en http://wvw.nacion.com/ln_ee/1998/febrero/26/mundo6.html.
6) Castro, Fidel (1999). “Discurso del Presidente de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en el acto por el aniversario 40 de la constitución de la Policía Nacional Revolucionaria, efectuado en el teatro ‘Carlos Marx’, el día 5 de enero de 1999. Versión taquigráfica del Consejo de Estado”. Disponible en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1999/esp/f050199e.html.
7) Morales Alfonso, Liudmila (2015). “Claroscuro: voces y silencios sobre el aborto en la Cuba revolucionaria y el Ecuador de la Revolución Ciudadana”. Tesis de maestría. FLACSO Ecuador.
8) Federicci, Silvia. (2016). Entrevista concedida a Plan V: “Silvia Federici: «desconfío del feminismo de Estado»”. Disponible en http://www.planv.com.ec/historias/entrevistas/silvia-federici-desconfio-del-feminismo-estado.
9) González Pagés, Julio César. (2005). En busca de un espacio: historia de mujeres en Cuba. La Habana: Editorial Ciencias Sociales.
10) Sabas, Mariblanca (2003) (1930). Feminismo, cuestiones sociales y crítica literaria. Santiago de Cuba: Editorial Oriente.
11) Hernández, Helen (2014). “Especialista demanda política de género en medios cubanos”. Disponible en http://www.redsemlac-cuba.net/comunicacion/especialista-demanda-pol%C3%A…, visitada en junio 25 de 2014.
12) Sóñora, Ivette (2011). “Feminismo y género: el debate historiográfico en Cuba”. Anuario de Hojas de Warmi, número 16: 1-27.
13) Varias obras de la autora se ocupan de las escisiones necesarias para un planteamiento integral de la justicia. Entre ellas, ¿Redistribución o Reconocimiento? un debate político filosófico, Reinventar la justicia en un mundo globalizado, Escalas de justicia y La justicia social en la era de la política de identidad: redistribución, reconocimiento y participación.
Liudmila Morales Alfonso Socióloga cubana, especializada en temas de género y desarrollo. Investigadora de FLACSO.
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Fuente:
https://cubaposible.com/socialismo-feminismo-en-cuba/
https://cubaposible.com/socialismo-feminismo-en-cuba/
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