Juliet Mitchell es psicoanalista y feminista, dos frentes que no terminan de amigarse pero cuya relación es inevitable para comprender la situación de las mujeres en la cultura.
Fundadora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Cambridge, hace ya cincuenta años escribió el artículo que la ubicó entre las voces protagónicas de la segunda ola feminista: “Mujeres, la revolución más larga”. Y el tiempo le dio la razón, pues la igualdad de género sigue siendo una tarea pendiente que da pasos adelante y hacia atrás. Juliet visitó el país invitada por el Doctorado en Psicología y el Instituto de Humanidades de la UDP –con el patrocinio de Fondecyt– y Theclinic conversò con ella sobre los aciertos y errores de un feminismo que, según cree, necesita pasar a una nueva fase.
El feminismo ha rechazado al psicoanálisis debido a conceptos como la envidia al pene, la supremacía fálica, la anatomía como destino predeterminado. ¿Qué validez tendrían hoy estos conceptos?
–Son conceptos que hay que mirar de manera crítica, no como hace cuarenta años. Por ejemplo, la envidia al pene no es al pene, sino una representación de la envidia al poder. Y aunque se trate de una representación, desde el feminismo no se usa mucho. ¿Acá se usa esa expresión?
Como una ofensa se usa mucho. Bajo la expresión “te falta pico”, para acusar que una mujer está haciendo algo motivada por la amargura o la envidia.
–En ese caso se trata de mujeres haciendo lo que les place. Lo que ocurre es que cuando una mujer hace cosas que la igualan a los hombres, son ellos los que ven envidia.
¿Y de qué manera crees que el saber del psicoanálisis sobre el deseo inconsciente podría aportar al feminismo?
–Ayuda a comprender la repetición compulsiva por la cual, sea lo que sea que las mujeres ganamos, volvemos siempre a la posición de segundo sexo. Los seres humanos tenemos, junto a la tendencia de movernos hacia delante, una tendencia regresiva representada por la pulsión de muerte, esta pulsión conservadora de ir hacia atrás. Y el psicoanálisis sirve para comprender este impulso que nos lleva a mantener el statu quo y hace del cambio algo tan difícil.
¿La idea de que el psiquismo femenino se orienta hacia la pasividad es una forma de empuje hacia atrás? ¿O habría placer en el sometimiento?
–Esa posición femenina es algo disponible para ambos géneros, pero el problema es que siempre ha sido devaluada, denigrada. La segunda ola feminista apuntaba a que los hombres también pudieran disponer de su lado pasivo. La pasividad tiene un rol positivo en las relaciones, para poder comprender al otro. Por ejemplo, ¿cómo comprender el llanto de un bebé si no es a través de la pasividad frente a esa acción?
Pero a las mujeres nos cuesta seguir viendo la pasividad como algo tan positivo. ¿Se puede aspirar a un amor sin pasividad?
–Todos queremos ser sujetos y no objetos, es legítimo que las mujeres queramos estar del lado de la actividad y no del objeto pasivo. Ahora, si ninguno de los géneros tiene apertura a ponerse del otro lado, se pierden la posibilidad y los beneficios de entender al otro, y se cae en mirarse sólo a uno mismo. Necesito pasividad para entender cómo te sientes, es importante para el amor. Pero ha sido devaluado por asociarse a un grupo social oprimido, las mujeres.
¿Crees, por ejemplo, que las mujeres para acceder al poder necesitamos masculinizarnos?
–Sería muy interesante que nadie tuviera que tener poder. Porque el poder siempre se ejerce sobre otro, nunca es algo neutral. Por eso es que nunca logramos estar demasiado felices. Es una lástima que todos busquemos poder.
Sobre mujeres con poder se dicen cosas como que Dilma es una inepta, Cristina K. una histérica, Bachelet alguien que se mueve por intuiciones.
–Son típicas denigraciones sexistas, que no tienen que ver con ellas como mandatarias. Es decir, las tres pueden cometer faltas como cualquiera, pero ese tipo de críticas son de género. Por lo demás, usar la intuición no es algo negativo. La intuición no es algo que caiga del cielo, viene de la experiencia.
¿No serán víctimas de explotar justamente esas habilidades blandas, cercanía, empatía?
–¿Y por qué no? ¿Cuál es el problema con eso? Si esas habilidades permiten entender ciertas situaciones, está bien. Pero se las atribuyen como faltas por el hecho de ser mujeres. ¿Has visto el nuevo gabinete de Brasil? ¡Compuesto sólo de hombres, como el de Corea del Norte!
Al mismo tiempo, se ponen de moda las nuevas primeras damas, como la Sra. Macri, la mujer de Temer en Brasil o la esposa de Trump. Todas mujeres bellas y jóvenes que se muestran subordinadas a los deseos masculinos.
–Es triste y es de cierta forma una traición al género. Porque ellas permiten ser usadas, objetivizadas, para ponerse en contra de otras mujeres. Es como un esclavo usado para atacar a otros esclavos.
¿Crees que el deseo de jugar a ser objeto de deseo, por ejemplo en la seducción, sería algo criticable?
–Hace muchos años tuve una intensa discusión sobre eso. El punto es cómo ser irónica en usarlo. Si necesitas cambiar la rueda del auto, pues usa tu encanto si eres una bella chica. Pero si eres una mujer sin encanto, ¿qué vas a usar? Es decir, sólo un pequeño grupo de mujeres puede usar eso. No digo que sea algo malvado, pero de todos modos es una forma de jugar en contra de otras mujeres.
Algunas mujeres dicen temerles a las feministas, se sienten criticadas si juegan a sexys o se depilan, porque las acusan de “regalonas del patriarcado”.
–Eso es profundamente antifeminista. El feminismo implica no estar en contra de otras mujeres. Definir cómo tiene que ser una mujer cierra el futuro. Y en esta revolución no sabemos qué va a ser un hombre y una mujer, es un futuro abierto. No podemos definir una posición ideal.
De hecho, a los transgénero se les permite jugar más con el imaginario femenino. Pero el rechazo a las mujeres parece venir tanto de hombres como de nosotras mismas.
–Ese es mi punto principal, y por eso la revolución de las mujeres es la más larga: la definición de ser una mujer, socialmente, es una definición oprimida en sí, es una definición negativa con relación al hombre. Se la define como objeto, por tanto no puede ser sujeto de su propia historia. Como el caso de la mujer agredida a la que le sacan los ojos: ahí se trata de que su cuerpo le pertenece al hombre. Ese es el corazón de la misoginia y de que lo que se entiende como “diferencia entre los sexos”: la objetivización de las mujeres entre los límites de una definición. Habría igualdad si todos pudiéramos ser sujetos activos y pasivos dependiendo del contexto, pero el punto es que para las mujeres parece algo definicional. Por eso las mujeres también denigramos a otras mujeres.
¿Cómo se entiende que algunas mujeres rechacen un movimiento a favor de ellas?
–Estuve hablando con una mujer exitosa, joven, atractiva, que decía no ser feminista. Pero al preguntarle qué haría en determinadas situaciones que no eran las suyas, reconocía que entonces lo sería. Ella no necesitaba ser feminista porque para ella la liberación ya estaba dada. Pero estaba en una posición temporal que pocas mujeres pueden tener, y si fuera vieja y fea, seguramente pensaría distinto. Entonces lo importante es que, si vas a ser parte de una élite por sólo cinco minutos, mejor no uses tu posición en contra de otras mujeres.
DE VUELTA A LA CASA
Se habla de una tendencia a la hipermaternidad. Una que lleva al extremo la “teoría del apego” del psicoanalista John Bowlby, promoviendo la lactancia extendida y el colecho. ¿Podría ser una nueva trampa o es una apropiación de la maternidad?
–¡Es un trampa total! Pobre de esa madre y de ese hijo. Probablemente nunca Bowlby estuvo tanto tiempo con sus hijos. Es idealizar una maternidad enloquecedora, nadie puede desear estar con un hijo las 24 horas, el bebé llora, no deja dormir. Esto empuja a negar lo que una mujer realmente puede sentir en la maternidad. Se trata de nuevo de la mujer como objeto, en este caso a través de esa maternidad idealizada. Naturalizar la maternidad es una cuestión ideológica. Es interesante, porque esto va y viene. En los tiempos del Flower Power apareció esto mismo, incluso en una parte progresista del movimiento.
Pero, al menos acá, parece políticamente incorrecto criticar a unas madres que defienden este ideal con furia. ¿Por qué esta tendencia retorna?
–Puede estar relacionado con la economía. La historia muestra que se promueve que las mujeres salgan a la calle a trabajar en tiempos de recesión o de transición económica, porque son mano de obra barata. Luego pasan a ser reserva trabajadora y se las devuelve al hogar. Bowlby planteó sus ideas en la posguerra, en tiempos donde las mujeres volvieron a casa. Hay que mirar siempre a la economía para ver qué está pasando con las mujeres.
¿Y por qué lo aceptamos, incluso gratamente?
–Porque para la mayoría la experiencia laboral no es demasiado grata: malos sueldos, malos trabajos. No hay igualdad en el trato, ni en los honorarios, ni en el trabajo. El hogar resulta un lugar más idealizado. Pero toda idealización tiene su contraparte, la denigración. Seguramente estas madres ideales del apego son la imagen de una élite, en cambio a la mujer pobre se le diría que salga a trabajar ya que mientras amamanta a uno tiene a otros hijos muriendo de hambre. Es una posición peligrosa, de un grupo reducido que es usado en contra de otras mujeres. Es la misma lógica que describíamos a propósito de las nuevas primeras damas.
Tenemos un gran problema si las mujeres actuamos en contra de nosotras mismas.
–Si el feminismo se trata de algo, es de decirles a las mujeres que no permitan ser usadas en contra de otras. Y esto ocurre cada vez que las mujeres usan su posición de privilegio olvidando que la mayoría no son eso. Mira en el metro cuántas calzan con la madre de Bowlby o con el tipo de amante de Trump. El patriarcado opera no sólo con la oposición de hombres contra las mujeres, sino también, de manera crucial, poniendo a mujeres contra mujeres. Tal oposición socava cualquier posibilidad de protesta de las mujeres contra su posición. El feminismo debe ir en esa vía: incluso las que no lo necesitan, las mujeres aún bellas y jóvenes, deben apoyar a las oprimidas. Es decir, el feminismo se trata fundamentalmente de promover la solidaridad entre mujeres. No se trata de querer a todas las mujeres, sino de solidarizar. No atacar, pero sí mostrar cuando una mujer permite ser usada por el patriarcado en contra de otras. Allende en su último discurso agradece en primer lugar a las mujeres, como grupo oprimido que apoya a otros grupos, esa es una señal muy potente. Pienso que se requiere de un nuevo movimiento.
¿Otro movimiento?
–Falta teorizar las posiciones de hombres y mujeres en esta nueva fase, en la que se ha incrementado la igualdad y esto parece ser una amenaza. Y la situación estructural de la mujer como objeto resiste. Necesitamos entender las repeticiones que vivimos. Por ejemplo, entender por qué los femicidios. Este punto es muy importante, y siempre aumenta cuando hay una situación económica complicada. Engels ya hacia esta observación por ahí por 1840: cuando la clase dominante, en este caso los hombres, pierde su estatus, ataca a las mujeres, ya que suponen que éstas no pueden estar en una mejor posición que ellos. Hombres humillados, sin trabajo, vuelcan su violencia hacia las mujeres. Es muy importante que exista una legislación fuerte en estas materias, ya que a mayor crisis, más violencia de género. Debiéramos estar muy atentos a eso, porque está empeorando. En este momento hay una muy mala posición para las mujeres, y quizás por eso viene esta compensación de las madres de Bowlby: volver a casa como señal de la precaución que debemos tener ante el aumento de la violencia. La idealización del hogar es sólo la distracción. En la historia esto pasa una y otra vez. Estaba presente en los años 50 y 60 y ahora está volviendo.
fuente: www.theclinic

Subida por Cecilia Méndez Bejarano