Ilustración de Ina Emery |
Llamemos a las cosas por su nombre: piropos, silbidos, miradas lascivas, gestos obscenos, bocinazos, jadeos, comentarios sexuales, tocamientos, persecuciones, fotografías y grabaciones de partes íntimas, masturbación pública, son prácticas de acoso sexual callejero, que suceden cotidianamente en los espacios públicos de nuestra región, principalmente contra mujeres adultas, jóvenes y niñas.
Perú se ha convertido este año en el primer país de América Latina con una ley específica sobre acoso sexual callejero que penaliza estos actos hasta con 12 años de prisión. “Es un hito importante debido a que, por primera vez, el Estado peruano reconoce de manera legítima el acoso sexual callejero como una forma de violencia”, explica Johana Fernández, coordinadora de proyectos de Paremos el acoso callejero, primer observatorio de la región dedicado exclusivamente a la prevención y erradicación de estas prácticas.
El caso de Perú es sin duda paradigmático en la región, dados los intentos de otros países como Paraguay y Panamá por ejemplo, donde proyectos de ley similares desataron una gran polémica, e incluso fueron bautizados como “leyes antipiropos” y, finalmente, desestimados. Estos proyectos contenían medidas de prevención y de protección a víctimas de acoso callejero.
Pero ¿por qué se trivializan con tanta facilidad estas prácticas violentas? Sencillamente porque aún no se visibilizan como violencia por el imaginario colectivo. El acoso sexual callejero no es una cuestión aislada, forma parte de un sistema estructural de violencia contra las mujeres y de género. Estas prácticas violentas son parte constitutiva de las relaciones históricas de poder desigual entre los géneros. En las sociedades patriarcales la relación jerárquica que sitúa lo masculino en una posición superior a lo femenino está mediada y sostenida por la VIOLENCIA. Y esta es una realidad de partida que ha de visibilizarse para lograr sociedades libres de violencia.
Poco a poco se dan pasos hacia la visibilidad de este tipo de violencia de género y la responsabilidad de todos y todas en su repudia y denuncia, especialmente de los hombres. Elreciente caso de Gerardo Cruz Barquero, joven de 22 años que filmó con su celular a un acosador que a su vez filmaba a una mujer a la altura de las nalgas caminando por una concurrida calle de Costa Rica, movilizó al país. Gerardo subió el video del acosador a las redes sociales logrando una gran repercusión pública y posteriormente fue apuñalado cerca de su casa, presumiblemente en represalia. Actualmente se recupera en el hospital después de una delicada operación. Organizaciones de mujeres y sociedad civil marcharon en su apoyo y contra el acoso callejero en San José y tuvieron lugar marchas paralelas en Washington y en Liberia.
Por su parte, el video de Aixa Rizzo Acoso callejero: Del piropo a la violación, en el que una chica argentina de 20 años relata su experiencia de acoso por parte de un grupo de obreros de una construcción frente a su casa, lleva más de medio millón de visitas y la ha convertido en la cara pública de la lucha contra esta violencia en su país. Semanas después fue presentado un proyecto de ley para sancionar con multas las conductas de acoso sexual, la recaudación sería destinada a políticas públicas de prevención.
Tenemos el poder de erradicar el acoso callejero, reza el lema del movimiento Hollaback,Atrévete, surgido en Estados Unidos con el objetivo de terminar el acoso sexual contra mujeres y personas LGBTI en las calles, mediante el apoyo de la tecnología, en especial de celulares e internet. La plataforma virtual de Hollaback, en la que las personas comparten sus historias de acoso callejero, se ha expandido alrededor del mundo y ya 84 ciudades en 31 países son parte del movimiento. Colombia, México, Argentina o Chile se han sumado y cuentan con redes de apoyo y recursos para las personas acosadas. Ejemplos como los anteriores confirman cómo las nuevas tecnologías pueden ser aliadas contra la violencia.
Dado que uno de los lugares de mayor incidencia de acoso es el transporte público, algunos de países de la región, como México, Brasil, Guatemala y Colombia han puesto en marcha medidas de respuesta, como los buses o vagones de metro exclusivos para mujeres, policías encubiertas y campañas de sensibilización. Según las expertas, la segregación de las personas debiera ser una medida temporal acompañada de acciones de prevención que permitan el cambio cultural necesario para la construcción de espacios libres de violencia.
El acoso sexual callejero debe ser socialmente rechazado, no puede ser “el precio que debemos pagar” por ser mujer o LGBTI. Toda violencia de género es inaceptable, es un problema público y requiere soluciones específicas.
Por Esperanza Franco
Fuente: Revista Humanum
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