Bárbara de Braganza fue la única esposa del rey Fernando VI. A pesar de que su matrimonio, como el de la gran mayoría de los enlaces reales, fue una cuestión de estado, y aunque Bárbara no era una muchacha precisamente agraciada, su cultura, su sensibilidad y su manera de ser enamoraron al entonces Príncipe de Asturias. No sólo a él. Pues pronto se ganaría el afecto de su pueblo y de la corte. Solamente la reina Isabel de Farnesio, madrastra de su esposo, sintió por ella una animadversión hasta el fin de sus días. Pero Bárbara de Braganza supo estar a la altura de las circunstancias y no sólo supo controlar su precaria situación en los años previos al nombramiento de Fernando VI, sino que se convirtió en una pieza clave para su marido en la política exterior de España.
Una princesa amante de la cultura
Maria Madalena Bárbara Xavier Leonor Teresa Antonia Josefa de Braganza, más conocida como Bárbara de Braganza, nació el 4 de diciembre de 1711 en la corte de Lisboa. Bárbara fue la segunda hija de los tres vástagos habidos del rey Juan V de Portugal y su esposa la reina María Ana de Austria. La princesa heredó de su padre la pasión por la cultura y el arte. Educada por tutores excepcionales, Bárbara aprendió seis idiomas y fue una apasionada de la música.
Su aspecto, sin embargo, no era demasiado agraciado. A una constitución más bien robusta, se unieron unas poco favorecedoras manchas en el rostros causadas por la viruela sufrida cuando tenía apenas catorce años.
Una princesa mal recibida
A nivel político, Bárbara tampoco era una princesa de las más importantes de Europa. Pero cuando Felipe V volvió al trono tras el fallecimiento de su hijo Luis I, decidió establecer una alianza con su vecino peninsular. Portugal, durante la Guerra de Sucesión, se había posicionado en el bando austriaco y Felipe V consideró que, pasados los años, era necesario proponer un acercamiento con Portugal. Dicho acercamiento se materializó en un doble matrimonio cruzado. Mientras el príncipe Fernando debería casarse con la princesa portuguesa, la hija de Felipe V y su segunda esposa, María Victoria, contraería matrimonio con José, el heredero al trono portugués.
En un primer momento, la opinión general fue rechazar aquella alianza con Portugal, pensado que el futuro rey podría haber matrimoniado con alguna princesa más importante del Viejo Continente. Aún así, Bárbara se supo ganar el afecto de la corte y pronto se creó en torno a su persona un partido afín a la futura reina consorte.
En parte, la simpatía general hacia la portuguesa, fue su mano derecha al tratar con la todo poderosa Isabel de Farnesio. Segunda esposa de Felipe V, no dudó en mostrar abiertamente su desprecio hacia los hijos de su marido y su primera mujer, María Luisa Gabriela de Saboya e intentar sobreponer los intereses de sus propios vástagos.
La familia de Fernando VI |
Un exilio en palacio
Isabel de Farnesio no podía soportar ni la estrecha relación y complicidad que se forjó entre Fernando y Bárbara ni la buena imagen que tenía aquella muchacha poco agraciada físicamente pero de gran cultura y buenas dotes para la política.
En su intento desesperado por evitar a toda costa la influencia de estos en su esposo, el ya decadente Felipe V, consiguió aislar a la pareja durante más de una década recluidos en sus estancias reales y con muy poca comunicación con el exterior.
Los futuros reyes supieron manejar con gran sabiduría la situación y aguantaron estoicamente aquella situación manteniendo en secreto sus alianzas con la corte y con algunas cortes extranjeras.
Al fin reyes
Así, cuando en 1746 moría de manera inesperada el primer borbón español, Fernando VI subía al trono junto a su esposa Bárbara de Braganza como reina regente. Isabel de Farnesio fue inmediatamente desterrada al palacio de la Granja. En aquel hermoso rincón segoviano y en el vecino palacio de Riofrío, la reina viuda esperaría más de una década hasta ver a su hijo subir al trono español como Carlos III.
Sepulcro de Bárbara de Braganza |
Poco antes de morir, sintiéndose ya débil y enferma, Bárbara construir el monasterio de las Salesas Reales en el que acogería a monjas de San Francisco de Sales y se daría educación a las niñas de alta alcurnia.
En dicho monasterio sería enterrada tras su fallecimiento en el palacio de Aranjuez el 27 de agosto de 1758.
Como el amor de Fernando VI y Bárbara de Braganza no se tradujo en herederos reales, Isabel de Farnesio pudo ver con satisfacción como, tras la muerte de Fernando, quien siguió a su esposa un año después de su muerte, era su hijo quien se convertía en Carlos III.
Como el amor de Fernando VI y Bárbara de Braganza no se tradujo en herederos reales, Isabel de Farnesio pudo ver con satisfacción como, tras la muerte de Fernando, quien siguió a su esposa un año después de su muerte, era su hijo quien se convertía en Carlos III.
Por Sandra Ferrer
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