RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 7 de septiembre de 2017

Las grandes olvidadas: las mujeres españolas en la Resistencia francesa


Por Isabel Munera Sánchez
Un gran manto de olvido ha cubierto durante muchos años la participación española en la Resistencia francesa. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se dedicaron a construir una historia de la Resistencia que ignoraba la importante presencia de extranjeros en la liberación de Francia, y que convertía a los franceses en los protagonistas indiscutibles de la lucha que se libraba en Europa contra el nazismo.
Un gran manto de olvido ha cubierto durante muchos años la participación española en la Resistencia francesa. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se dedicaron a construir una historia de la Resistencia que ignoraba la importante presencia de extranjeros en la liberación de Francia, y que convertía a los franceses en los protagonistas indiscutibles de la lucha que se libraba en Europa contra el nazismo. Pero si la presencia de los republicanos españoles fue ignorada, la de las mujeres ha sido completamente silenciada, convirtiéndose, muy a su pesar, en protagonistas invisibles de una historia de olvido. Ha llegado el momento de levantar ese manto de silencio y de recuperar la memoria de todas estas mujeres anónimas que arriesgaron su vida porque el mundo recuperara la libertad. Este es, sin duda, el principal objetivo de esta intervención. Porque como muy bien señaló el escritor francés André Malraux ya en 1975: “Los que han querido confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la Resistencia, se equivocan de guerra”.
De guerra sabían mucho ya las mujeres españolas cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El triunfo del levantamiento franquista en España las había empujado al exilio huyendo de los bombardeos. En las últimas semanas del mes de enero y principios de febrero de 1939, cerca de 500.000 españoles cruzaron los pasos pirenaicos en la más importante emigración forzosa de la historia de España. Niños, ancianos, mujeres, soldados y familias enteras comenzaron entonces un largo peregrinar por medio mundo, aunque los dos lugares más importantes de asentamiento de estos españoles desarraigados serían Francia y México. [1] Huyendo de un destino que se presentaba incierto, los refugiados depositaron sus esperanzas en el país vecino, una tradicional tierra de asilo y cuna además de los Derechos del Hombre. Pero las autoridades francesas, nada habían previsto, pese a que la derrota del ejército republicano se hacía cada vez más evidente. Días y noches a la intemperie, muertos de frío y hambre, los exiliados españoles esperaron su turno para cruzar la frontera. Ya en suelo francés, los gendarmes se encargarían de separar a las familias. Los hombres que estaban en condiciones de trabajar fueron conducidos a campos de concentración, mientras que las mujeres, los niños, los enfermos y los ancianos fueron evacuados masivamente a improvisados albergues y centros de acogida en diversos departamentos del interior.
Pese a las manos que les tenderán algunos franceses solidarios con su situación, en general, el recibimiento del pueblo francés será hostil. Además, la prensa conservadora y de extrema derecha se encargará de exaltar aún más los ánimos. “Invasión de refugiados”, “ruinas humanas”, “marea de fugitivos”, “bestias carnívoras de la Internacional” o “la hez de los bajos fondos y de las cárceles”, [2] serán algunos de los calificativos que recibirán los republicanos españoles. Las condiciones de vida durante los primeros meses en los campos de concentración de Argelès, Saint Cyprien y Barcarès serán especialmente duras. Playas desnudas, rodeadas de alambradas sin un lugar donde guarecerse del frío, sin apenas nada que llevarse a la boca, sin medidas de higiene, sin medicamentos, bebiendo agua salobre y haciendo sus necesidades en la playa, de donde procedía el agua que bebían. Con estas condiciones, serán muchos españoles que mueran en los primeros momentos de su llegada a Francia. Aunque algunas mujeres vivirán en primera persona esta realidad, serán una minoría. La mayor parte pasarán estos primeros meses de exilio en albergues y centros de acogida donde las condiciones de vida no serán, sin embargo, mucho mejores. En escuelas, cuarteles, granjas, cuadras o viejas fábricas dormirán en el suelo o sobre paja, sin agua caliente, sin ropa de abrigo, sin apenas comida con la que alimentar a sus hijos y con la incertidumbre de no saber cuál es la situación de sus familiares encerrados en los campos de concentración. Muy pronto, las autoridades francesas intentarán deshacerse de unos refugiados que consideran una “gran carga” para su economía y fomentarán las repatriaciones a terceros países, sobre todo, de América Latina y el retorno a España, incluso recurriendo en muchas ocasiones al engaño. [3]
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres españolas tendrán que continuar su particular lucha por la supervivencia. Una orden de abril de 1940, que decretaba el cierre definitivo de todos los albergues, complicará aún más su situación. [4] Sometidas a la presión de las autoridades francesas, las mujeres se debatirán entre regresar a España, desde donde llegan noticias de que se ha desatado una brutal represión, reemigrar a terceros países, una posibilidad no siempre al alcance, o iniciar en Francia una vida en la clandestinidad. Pero no era fácil regularizar la situación y conseguir los papeles necesarios. Además, las mujeres no eran consideradas un colectivo interesante para la economía nacional. Si no disponían de una familia establecida en el país, sus posibilidades de permanencia eran escasas. Algunas trabajarán en el campo, otras como criadas y las menos en fábricas; pero son muchos los testimonios que nos hablan de la situación de explotación y vejaciones que sufrirán por parte de sus patronos. Y, pese a todo, las mujeres siempre estarán en primera línea cuando se trate de impedir una injusticia. Fueron mujeres las que primero se rebelaron contra la decisión de las autoridades francesas de trasladar en marzo de 1941 a los brigadistas del campo de Argelès al norte de África.
Conocedoras de las duras condiciones de los campos en las posesiones francesas del África septentrional, donde muchos refugiados encontraban finalmente la muerte, trataran de impedir este traslado. Como recuerda una de las protagonistas, Ana Pujol: “Los hombres vacilaban y no se atrevían, temiendo las consecuencias del levantamiento. Y las mujeres decidimos llevar nosotras la lucha (…) Fue el campo de mujeres el que se levantó, en una protesta tan unánime y violenta, que las propias fuerzas que nos guardaban cogieron miedo. En pocos minutos, la avalancha de mujeres avanzando hacia el reducto donde se intentaba sacar a rastras de sus barracas a los internacionales rompió las alambradas y lo arrolló todo”. [5]
Pero éste no fue un episodio aislado. Neus Catalá en su estremecedor libro “De la Resistencia y la deportación”, recoge el testimonio de 50 mujeres españolas que participaron en esta “nueva batalla contra el fascismo internacional”. “Las mujeres españolas!, recuerda Neus, “las muchachas de la JSU nos incorporamos de mil y una maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros”. [6]Como la propia Neus Catalá, fueron muchas las mujeres que se incorporaron a las filas de la Resistencia tras la ocupación de Francia por los nazis en mayo de 1940. Como enlaces, en las redes de evasión, transportando correos, municiones, armas o mensajes, dando cobijo a los perseguidos por la Gestapo y la Milicia francesa, confeccionando o distribuyendo prensa clandestina e incluso empuñando armas en batallas tan importantes como la de La Madeleine. Eran conscientes del peligro, pero sentían que cumplían con su deber. Neus comenta: “Cuando entrábamos en la Resistencia éramos conscientes del peligro. Teníamos un 90% de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían (…) Como las demás, cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y respondí”. [7] Para algunas mujeres, su trabajo en la Resistencia se convirtió en el centro de su existencia. Regina Arrieta recuerda: “Al principio éramos pocos los que hacíamos la Resistencia. Fueron años durísimos, pero exaltantes. A mí me pareció que mi vida comenzó el día que pasé a formar parte de la Resistencia para luchar contra el ocupante nazi”. [8] Otra mujer confirma estas palabras: “Mis compañeros y compañeras militantes españoles nos unimos en seguida a la Resistencia, en Francia, contra los nazis, porque aquella lucha la sentíamos como propia, considerábamos un deber defender la libertad donde fuese, como en España, frente al alemán, porque era nuestro virtual enemigo, los que habían ayudado a Franco a ganar la guerra” [9]
Así, muchas mujeres que no habían ejercido actividades políticas ni militares durante la Guerra Civil, encontraron en la Resistencia francesa su oportunidad para poder luchar contra el fascismo. [10] Ingrid Strobl en su magnífico libro Partisanas comenta: “Las mujeres tuvieron una aportación decisiva en la lucha contra el fascismo y el nacionalsocialismo. Entrevistas con activistas e investigadores han demostrado que la infraestructura de todo tipo de resistencia fue creada sobre todo por mujeres (…) Pero mientras el luchador activo, al ser detenido, todavía podía intentar defenderse con su arma, la mujer desarmada, con su cesto de la compra lleno de octavillas ilegales estaba totalmente a merced de sus perseguidores”. [11] Fueron muchas las mujeres que fueron ejecutadas por su trabajo en la Resistencia, o que padecieron infinidad de torturas al negarse a delatar a un compañero, o que murieron en el infierno de los campos de extermino nazis. Y, sin embargo, para todas estas mujeres no hubo apenas reconocimientos ni menciones de honor. El simple hecho de ser mujer fue motivo suficiente para no ser vistas y para que su importante contribución a la Resistencia fuera ignorada. Como apunta con gran acierto Antonina Rodrigo en su obra “Mujer y exilio”: “Ellos intervinieron en la guerra, en el maquis, en la resistencia (…) y pasaron a la historia, se les condecoró, se les dedicaron monumentos. Ellas también hicieron la guerra, estuvieron en el maquis, en la resistencia (…), pero en los libros de historia la mujer siguió ausente, no han recogido sus batallas”. [12] Además, a diferencia de sus compañeros, las mujeres tuvieron que compatibilizar su trabajo en la Resistencia con su papel de madres. José Martínez Cobo, dirigente del PSOE en el exilio, asegura: “Las mujeres en la Resistencia han sido utilizadas siempre para transmitir mensajes, mantener lugares seguros y también han tenido el dificilísimo papel de correr todos los riesgos que corría el hombre y al mismo tiempo mantener la familia”. [13] Regina Arrieta afirma: “En mi casa se hacían reuniones, se confeccionaban octavillas. Tenía que trabajar, criar a mi hijo y hacer la Resistencia”. [14] Otra refugiada Jesusa Bermejo explica cómo hasta la propia policía se marchaba de su casa, punto de reunión de resistentes, al ver a tantos niños: “La policía siguió visitando mi casa, pero se quedaba poco tiempo, al ver el panorama de tanto crío; los cinco de la hermana muerta, la de mi hermana en la cárcel y los míos, todos muertos de hambre y llenos de sarna”. [15]
También hubo menores de edad entre las resistentes. Josefa Bas empezó a trabajar con el maquis de Dordogne a los 16 años. La misma edad tenía Lina Bosque cuando empezó a realizar labores de enlace. Esta niña-mujer recorría largas distancias a pie o en bicicleta para llevar papeles, cartas o mensajes. “Como era una cría (…), acompañaba a los compañeros y decían que conmigo pasaban más desapercibidos”. Sin embargo, y pese que exponía su vida como los demás, Lina tuvo problemas con algunos de sus compañeros varones. “Una cosa que me hizo mucha gracia fue que pedí el ingreso en el Partido, pero me dijeron que era demasiado joven. Es decir, que para eso me encontraban demasiado joven, y no lo era para hacer todas aquellas cosas que me hacían hacer (en la Resistencia)”. [16] A veces, los compañeros varones tampoco veían con buenos ojos la presencia de las mujeres en la guerrilla. Regina Arrieta recuerda su experiencia al llegar al maquis: “Allí fui acogida con toda naturalidad y afecto, menos por un oficial de la Marina española Republicana, que no toleraba la presencia de las mujeres en la guerrilla”. [17] Pese a estas reticencias, algunas mujeres ocuparon puestos importantes en el organigrama guerrillero como la nombrada Regina Arrieta, que perteneció a la dirección de la MOI (Mano de Obra Inmigrada) en Toulouse [18] o Nati Molina “La Peque” y Carmen (otra mujer sin apellido), que formaban parte del Estado Mayor de la Agrupación de Guerrilleros Españoles y que se encargaban de asegurar la comunicación entre las diferentes unidades. Sin embargo, no se tiene recuerdo de ellas y sus nombres se han esfumado como el de otras muchas en el tiempo. [19]
Mujeres jóvenes, anónimas, procedentes de las capas populares, que se vieron inmersas en el torbellino de cambios sociales, culturales, económicos y políticos que trajo la República de 1931. Mujeres que se vieron forzadas a un exilio que las condujo a un nuevo frente, el que se libraba en Europa contra el fascismo internacional. Su labor como enlaces fue fundamental. Aseguraban las comunicaciones entre los diversos grupos guerrilleros. Recorrían a veces más de 100 kilómetros para transportar un parte o una orden militar, llevar municiones, armas, dinero, cartillas de racionamiento, etc. Como los autobuses eran lugares muy peligrosos y sometidos a constantes inspecciones, la mayoría de las veces recorrían largas distancias a pie o en bicicleta. La labor de enlace requería una gran resistencia moral y física. Los enlaces eran los que más se exponían y corrían el peligro de ser torturados en caso de detención. Además, las mujeres enlaces no llevaban armas y, a veces, sólo tenían piedras para defenderse de las pistolas. [20] Las mujeres también eran utilizadas para transportar explosivos, que servían para destruir más tarde vías férreas y postes eléctricos. Luisa Alda recuerda cómo guardaba en el carrito de su niña materiales explosivos que luego se utilizaban para destruir vías de comunicación. Y todo con el único objetivo de escapar de los controles de la Gestapo. Las refugiadas españolas se encargaban también de mantener puntos de apoyo, refugios seguros donde los “quemados” -personas perseguidas por los nazis o la Milicia francesa- podían esconderse o curarse las heridas antes de regresar al maquis. En estos refugios se diseñaban además planes militares o se guardaban papeles falsos, salvoconductos o instrumentos para la impresión de octavillas o prensa clandestina. Los sabotajes tampoco estaban reservados a los hombres. Muchas mujeres realizaban sabotajes en las fábricas alemanas donde trabajaban. Soledad Alcón recuerda como para la conmemoración del armisticio de la Primera Guerra Mundial, decidieron celebrarlo con una serie de sabotajes en la fábrica. Ella se presentó voluntaria y paró todo el taller. [21]
La presencia femenina también fue muy importante en las cadenas de evasión, una de las primeras formas de Resistencia contra el ocupante nazi. Muy pronto se crearon redes que ayudaban a personas perseguidas a atravesar por diversos pasos de montaña la frontera pirenaica. Sin duda, una de las redes más importantes y efectivas fue la creada por el anarquista oscense Francisco Ponzán, François Vidal en la Resistencia, que formaba parte de la red Pat O’Leary, organizada por los servicios secretos ingleses para sacar del territorio francés a los aviadores británicos que caían en Francia. Pilar Ponzán, hermana del fundador de la red, fue uno de los miembros de esta cadena junto a las también españolas Alfonsina Bueno Ester y Segunda Montero. [22] Como se puede apreciar por los testimonios que he expuesto durante mi intervención, la participación de las mujeres españolas en la Resistencia francesa fue amplia y variada. Pero pese a esta multiplicidad de actuaciones, su contribución a la liberación de Francia ha sido completamente obviada durante años. En un coloquio que se celebró en París en el año 1996, la vicepresidenta de la Federación de Asociaciones y Centros de Españoles Emigrantes en Francia (Faceef) y coordinadora del coloquio, Francisca Merchán, se preguntaba por esta cuestión: “¿Por qué hay todavía miedo a decir que las mujeres tomaron parte activa en la guerra y en la Resistencia (…)? [23] Hoy, casi nueve años después, la investigación sobre este asunto es todavía muy escasa y sus protagonistas, las mujeres, continúan siendo unas desconocidas, relegadas a la labor de meras auxiliares en una historia protagonizada por los hombres. “Para ellos, los honores; para nosotras, el olvido”, comenta con amargura Regina Arrieta. [24] De este olvido han tratado de rescatarlas otras mujeres. Fundamental, sin duda, para conocer en primera persona el relato de estas resistentes el libro de Neus Catalá, que les da voz a todas ellas. O los testimonios recogidos por otra mujer resistente Tomasa Cuevas; o los trabajos de Giuliana di Febo, Ingrid Strobl, Antonina Rodrigo, María Fernanda Mancebo, Pilar Domínguez, Mary Nash, Alicia Alted… [25]
Sus compañeros varones, preocupados durante algún tiempo por su propio olvido, descuidaron la importante labor de sus mujeres, que se convirtieron en las víctimas de un nuevo silencio. El poeta asturiano José María Álvarez Posada, “Celso Amieva”, escribía una carta a su amigo Eduardo Pons Prades para que incluyera en su libro un poema, que sirviera de homenaje a las mujeres que reconocía “con frecuencia hemos olvidado”. “Sin ellas, bien lo sabes”, proseguía, “nosotros, los valientes, los heroicos guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una vez y, en el plano digamos operacional, pegado más morradas que pelos tenemos en la cabeza. Por eso te envío estos versos dedicados a las muchachas del maquis”. Las primeras líneas de su poema dicen: “Quiero nombrar aquí a las compañeras abnegadas y anónimas, enlaces y escuchas, auxiliares y guerrilleras o heroicas enfermeras, valientes y eficaces”. [26] Como sus compañeros varones, sufrieron las penurias de los campos de concentración franceses, los peligros de la vida clandestina y la Resistencia. Fueron detenidas, torturadas, ejecutadas y conducidas al infierno de los campos de exterminio nazis, donde muchas encontrarían la muerte. Y, sin embargo, continúan siendo las grandes desconocidas de una historia que todavía está por escribir.
Notas:
 
1.- Un estudio completo de las distintas oleadas migratorias se puede encontrar en RUBIO, J., La emigración de la Guerra Civil 1936-1939. Historia del éxodo que se produce con el fin de la II República Española, Madrid, Editorial San Martín. 3 vols., 1977.
2.- Titulares de la prensa francesa citados en DREYFUS-ARMAND, G., El exilio de los republicanos españoles en Francia, Barcelona, Crítica, 2000, pág. 48 y 49
3.- Testimonio de Rosa Laviña, recogido por SORIANO, A., Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945, Barcelona, Crítica, 1989, pág. 174.
4.- ALTED, A., “El exilio republicano español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres”, Arenal, número 2, 1997, pp. 223-238.
5.- SECUNDINO, S., La última gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler (1939-1945), Madrid, Aguilar, 2005, pág. 399.
6.- CATALÁ N., De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, Barcelona, Adgena, 1984, págs. 16 y 17.
7.- Ibidem
8.- Idem, pág. 54
9.- RODRIGO A., Mujer y exilio 1939, Barcelona, Flor de Viento, 2003, pág. 215
10.- YUSTA, M., Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia armada contra el franquismo en Aragón (1939-1952), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, pág. 83
11.- STROBL, I., Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945), Barcelona, Virus Editorial, 1936, pág. 29
12.- RODRIGO, A., Op. Cit., pág. 21
13.- MARTIN, J., Y CARVAJAL, P., El exilio español (1936-1978), Barcelona, Planeta, 2002, pág.171
14.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 54
15.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 70
16.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 76
17.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 54
18.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 55
19.- SERRANO, S., Op. Cit., pág. 407
20.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 44
21.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 43
22.- Sobre la red Pat O’Leary véase TÉLLEZ, A., La red de evasión del grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el fascismo y el nazismo, Virus, Barcelona, 1996 y PONZAN, P., Lucha y muerte por la libertad. Memorias de nueve años de guerra: 1936-1945. Ed. de la autora, Barcelona, 1996
23.- Actas del coloquio organizado por la FACEEF los días 9 y 10 de junio de 1995 en el Instituto Cervantes de París. Memorias del olvido, La contribución de los españoles a la Resistencia y a la liberación de Francia (1939-1945), París, FACEEF, 1996, pág. 161
24.- CATALÁ, N., Op. Cit., pág. 56
25.- CUEVAS, T., Mujeres de la Resistencia, Barcelona, Siroco, 1986; CUEVAS, T., Mujeres de las cárceles franquistas, 2 vols.; I, Madrid, s/a; II. Barcelona, 1985; DI FEBO, G., Resistencia y movimiento de mujeres en España (1936-1976), Barcelona, Icaria, 1979; MANCEBO, M.F., “Las mujeres españolas en la Resistencia francesa”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, 1996, págs. 239-256; DOMINGUEZ, M.P., Voces del exilio. Mujeres españolas en México, 1939-1950, Madrid, Dirección General de la Mujer, 1994; NASH, M., Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.
26.- PONS PRADES, E., Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial, Barcelona, La Esfera de los Libros, 2003, pág. 26

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