RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ECOLOGIA: el "eco" de las Esencias

Jean Biès

Lo confieso: creo poco en los sacramentos ecologistas. Pintar las contraventanas de verde, dejarlo todo e irse al campo, preferir resfriarse antes que cubrirse de pieles, todo esto es bello y bueno, pero no me convence. Denunciar la impericia de los gobiernos, los monopolios tecnocráticos, dedicarse a acciones electoralistas, organizar clases de ecología en las escuelas, nada de esto me parece plenamente satisfactorio.
Ocurre que la verdadera ecología quizás no sea lo que se cree. Las verdaderas reformas no comienzan fuera de uno mismo, luchando contra los que están enfrente. Las verdaderas reformas consisten en un radical cambio de mirada y de mentalidad. El «reciclaje» está ahí. El «estudio de la vivienda» es antes que nada estudio del apartamento de dentro de uno mismo. Lo que es necesario despolucionar, es el alma.

Todos los sabios lo han proclamado ya que lo han experimentado: el mundo en el cual estamos no es más que el reflejo segundo de otro mundo, el de los Arquetipos. De una manera torpe pero relativamente fiel, este mundo-de-aquí reproduce el mundo-de-allá con ayuda de «letras», de «firmas», de «caracteres» constitutivos de un alfabeto que el hombre tiene vocación de descifrar. Es por esos signos que lo Increado se hace presente a lo creado, que lo Imparticipable se vuelve participable, y lo Inaccesible, accesible. Las creaciones que nos rodean son «ejemplares» dice San Buenaventura, puestos a nuestro alcance para permitirnos, a través de lo sensible que vemos, alcanzar lo inteligible que no vemos. Este mundo-de-aquí, escribe en el Itinerario, es un «barrio del Reino de los Cielos». San Gregorio Palamas evoca igualmente las «Energías Divinas», que son los innumerables Nombres irradiantes de la Causa Primera, «Energías» dinamizantes, operativas, por las cuales los Arquetipos se encarnan, cogen un lugar en el devenir.
La Naturaleza es aquella a quien el Ser le pide el servicio de prestarle un rostro. Este velo que el Ser ha puesto entre nosotros y él, es lo que nos permite verle. Como la sal en el mar, como el oxigeno en el aire, el Ser se difumina así a través de toda la Creación. Así el verbo «ser» sobreentendido en la frase hebráica, pero sin la cual la frase estaría privada de sentido.
¿Qué es la creación?
Un éxtasis solidificado. (No decimos petrificado: eso sería hacer de ello un complejo de hierro y cemento). Un éxtasis cubierto de estas Energías, de estos signos, de estos símbolos, de estos ecos visuales, legibles y discernibles a partir de una ciencia que se podría llamar con justicia Ecología.
Para adquirir una tal ciencia, todavía conviene abrir los ojos y purificar nuestra mirada bastante a través de una vía de interioridad que nuestros ecologistas, completamente volcados hacia las reuniones públicas y las manifestaciones callejeras, no practican apenas practican. Ahora bien, cada imagen no se revela más que en proporción a nuestra capacidad de admitirla, de acogerla. Todo, aquí, es cuestión de despertar, de receptividad. Hay siempre muchas cosas que ver que no se ven. La agudeza de esta mirada es en primer lugar altura de consciencia. Esto se aprende, se adquiere; ocurre lo mismo con los ejercicios apropiados para hacer esto. Es gracias a la dosis de invisible depositada en nosotros, desarrollada en nosotros, como se hace posible el ver lo invisible.

Cambiar de mirada no puede hacerse más que cambiando de disposición de espíritu. Despojarse del pensamiento tecnicista, reductor, volver al orden de los valores y las prioridades, muchos lo han comprendido y se ejercitan en ello. Pero para detenerse por el camino. Una vez que esta necesidad es colmada, otra cosa esencial quedará por hacer: adquirir una mentalidad simbólica que permita una lectura simbólica del universo.
Para esta mentalidad simbólica, la tierra no es solamente el planeta que conviene proteger para el «porvenir de nuestro hijos»; la tierra designa igualmente la materialización de la Substancia de donde las criaturas son extraídas, la base original de toda la manifestación, el cimiento a partir del cual toda cosa puede existir. El aire no es solamente el medio ambiente, amenazado por el efecto invernadero, sino también el estado expansivo de la materia en modo sutil, abriéndose como el espacio de todas las posibilidades, probando la libertad del Espíritu que «sopla donde quiere». El agua no es ya más solamente el elemento líquido cuyo fluir está amenazado por los embalses titánicos, sino la Plasticidad universal, portadora de los principios de la vida, regeneradora de los elementos síquicos, vehículo de la Gracia llegado del cielo. El fuego no es ya más solamente el de los icineradores y los jadeos industriales, sino el agente destructor de los ciclos agotados, la Energía animadora de los vivos, el Amor transpersonal que se les ha concedido.
No es a causa de que la tierra está polucionada por los vertidos salvajes y el agua por los vertidos petrolíferos, ni porque el fuego, quemando materias plásticas, degrade la atmósfera, por lo que hay que militareco. Las justificaciones mayores residen en el acercamiento metafísico de los fenómenos. Los daños causados a los elementos no son solamente de orden material sino cosmológico; son ofensas hechas al «santuario» natural (el cual difiere sensiblemente de cualquier ¡«territorio protegido por la disuasión nuclear»!) Los remedios no son solamente de orden moral, social, político, económico: exigen una consciencia espiritual.
En otros términos, la cuestión no es saber que embalajes biodegradables servirán a la buena causa, que nitratos o que detergentes habrá que proscribir. La cuestión se sitúa en otro plano: está en la recuperación de una visión de alguna manera supramental. Adquirida esta, sabremos que hacer o no hacer, y nos evitaremos por ello de las luchas a las que asistimos. Transformados desde adentro, los hombres no tendrán ya más la codicia que les empuja a masacrar a los elefantes por algunas toneladas de marfil, ni la voluntad de poder que les deja descargar sin remordimientos las lluvias ácidas sobre los cultivos, los bosques y los monumentos. Esos hombres reducirán naturalmente sus necesidades en un espíritu totalmente monástico. La civilización comienza (o recomienza) por la pobreza voluntaria.

Yo quiero que se denuncien con estrépito las miasmas sonoras, pero no solamente porque son agresiones al sistema nervioso: bien más, porque desgarran y ponen en riesgo las primeras alineaciones del cuerpo sutil del que estamos hechos, y que músicas rituales o mantras ordenan, por el contrario, o reparan. Yo quiero que nos metamos con los alimentos prefabricados, pero no solamente porque ellos empobrecen o cancerizan el organismo: sino porque son la parodia de los alimentos consagrados y de las bebidas de inmortalidad; quiero que nos metamos con las escaladas, cuando los alpinistas cada vez más numerosos deterioran la fauna y la flora en el seno mismo de los Parques Nacionales; pero sin olvidar sobre todo que animales y vegetales son antes que nada dignos de respeto en tanto que reveladores de atributos transcendentes, y que inviolables son las cumbres porque son sede de lo Numinoso.
Permanezcamos en la montaña: el ejemplo vale la pena. Para el alma simbólico, la montaña es icono de la majestad señorial. La montaña ha sido creada por los dioses en un exceso de alegría y de desbordamiento de energía. Con sus paredes rocosas, sus tumultuosas inmobilidades, sus almocárabes de cimas glaciares, la montaña no es solamente, sub specie stabilitatis, parte integrante de un patrimonio, reserva natural donde construir estaciones de esquí, telearrastres, cañones de nieve artificial. Ella es el mensaje eterno propuesto al espíritu descifrador, revelación terrestre de estas cualidades divinas transcritas en filigrana en la roca que son; la Sabiduría, ya que la montaña se muestra paciente, impasible, serena, ella se explaya, se eleva, se extiende según las medidas justas; la Fuerza, ya que, despiadada, corta con toda tentativa adversa, es terrible en sus tempestades, en sus castigos temible; la Belleza: de un encanto indescriptible, hechiza por sus armonías, seduce por el desarrollo de sus perspectivas; la Perfección finalmente: ella organiza sus materiales, construye sus elementos en una síntesis superior que no excluye el escrúpulo hasta en el detalle: un edelweis pone su detalle final en el edificio.
Sería posible extender esta meditación al bosque, no contentándonos con nombrar solamente el aserrado ciego y los incendios malintencionados, sino viendo ahí el misterioso anfiteatro de las metamorfosis estacionales; al mar, no denunciando solamente la contaminación de las costas por la instalación de industria y de puertos de ocio, sino viendo en él el gozoso espejo de las realidades celestiales; a los ritmos migratorios, no protestando solamente contra las depredaciones de caza con red, sino manteniendo presente el significado el viaje iniciático.
Es aceptando comprender que la verdadera fábrica de reciclaje ecológico está antes que nada en el corazón humano, que la verdadera vía ecológica es antes que nada analogía y poesía, es solamente con este precio como la urgente, la indispensable vuelta del ser humano se realizará. Y no es más que al precio de esta vuelta, de esta completa revolución interior, que la ecología, finalmente llegada a ser eco-logía (eco de las esencias), podrá aspirar a la salvación de la humanidad. Es solo a este precio que será redescubierto y reconocido esta sacralidad sin la cual no hay humanismo que valga. Cesando de agotarla y de profanarla, renunciando a sus felonías, el hombre, entonces, reencontrará la significación profunda de esta Naturaleza que es a la vez el esplendor de lo múltiple y la multiplicación de lo Uno.

(Fragmento de SAGESSES DE LA TERRE, pour une écologie spirituelle, Jean BièsLes Deux Océans)


http://geosofia.atwebpages.com/eco.htm

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