RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 21 de abril de 2017

Un recuerdo de primavera

Hay vidas que son vergeles.
Por Mikel Arizaleta
Hoy que el lehendakari Urkullu se adentra en el siniestro Auschwitz de Polonia para recordar a las víctimas y plantar un retoño del Árbol de Gernika, símbolo de las libertades vascas, coincidiendo con el 80 aniversario del bombardeo de la villa vizcaína, quiero traer a la memoria el recuerdo de tres personas y tres campos de exterminio, que han dejado huella perenne en la historia del nazismo y de las gentes.
François Boix
“Ich schwöre, dass ich ohne Hass und ohne Furcht sprechen werde, die Wahrheit sagen werde, die ganze Wahrheit und nicht als die Wahrheit”, fue lo que juró aquella mañana del 28 de enero de 1946 ante el presidente del tribunal de los vencedores de Nuremberg el único testigo del estado español, que participó en el famoso juicio: François Boix, nacido en Barcelona el 14 de agosto de 1920 e internado en el campo de concentración de Mauthausen el 27 de enero de 1941: “Juró que hablaré sin odio ni temor, y que diré la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Uno de los 1600 supervivientes, como él mismo relata, de los 8000 españoles que ingresaron. Trabajó en el departamento de “identificación” del campo de concentración, a su arrojo y valentía le debe hoy la historia la mayoría de las fotos que este reportero nos legó del campo de Mauthausen.
“Ohne Rücksicht auf die Folgen habe ich es allen meinen Kameraden erzählt…”, se recoge en el tomo 6 de los 23 que contienen las actas del proceso de Nuremberg, que ocurrió entre el 14 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946. Asumiendo las posibles consecuencias narré los hechos a mis camaradas, esperando que alguien lograra salir con vida de aquel infierno y contara al mundo… Los gobiernos y autoridades mintieron a sus gentes y nos mienten, los jueces callaron y callan. Sólo algunos nos contaron y nos cuentan la verdad, las bestialidades de nuestros gobernantes y su cobardía, a riesgo de su vida, su puesto y su persecución. Otros murieron en el empeño. Son los maestros de la verdad, nuestros guías en la escritura, en el relato y en la noticia
“Desengañémonos. Tan masiva fue la participación de la población alemana en el nazismo que muchos de los que ocuparon puestos bajo Hitler debieron volver a ejercer cargos en la nueva democracia, incluyendo a los que los aliados consideraban criminales de guerra. No podía juzgarse a todo un pueblo por haber colaborado o secundado de forma entusiasta al nazismo. O sea que hay mucha hipocresía, que hay que coger la historia con pinzas y taparse la nariz porque apesta. Fueron los americanos los que contrataron a muchos criminales de guerra para que les ayudaran en sus programas armamentísticos y del espacio. Para fabricar la bomba atómica no había nazis”, narra uno de los personajes de la novela “El mal absoluto” de José Luis Muñoz.
Hoy viendo el holocausto palestino y su huelga de hambre me golpean los versos de Erich Fried, en su poema “Höre, Israel” (¡Escucha, Israel!), escrito ya en los años 70, ante la actitud de los judíos frente a los palestinos: “Als wir verfolgt wurden/ war ich einer von euch. Wie kann ich das bleiben/ wenn ihr Verfolger werdet?… Cuando fuimos perseguidos/ fui uno de vosotros. ¿Cómo seguir siendo/ cuando sois perseguidores?/ Anhelo vuestro fue/ ser como los pueblos/ que os asesinaban/ ¡Ya sois como ellos!/ Habéis sobrevivido/ a quienes os torturaban./ ¿No pervive hoy/ su tortura en vosotros?”
Y termino con las palabras del bravo François Boix en el juicio de Nuremberg: “Sie besuchten alle Lager. Es war unmöglich, dass sie nicht wussten, was im Lager passierte”. Nuestros gobernantes no tienen excusa, sabían perfectamente lo que ocurría (y ocurre).
Jennifer Teege
La doctora y catedrática alemana, Ingrid Galster, autora de varios esclarecedores libros sobre Sartre y Simone de Bouvoir y su memorable tesis, convertida en libro, Lope de Aguirre o la posteridad arbitraria, me contó en su enfermedad terminal de cáncer que le visitó una amiga, que fue quien acogió en su casa, como a un hija, a Jennifer Teege.
Quien haya visto la película de Steven Spielberg «La lista de Schindler» sin duda recordará al comandante del campo de concentración de Plaszow, en Cracovia, Polonia, a Amon Goeth, en la película interpretado por el actor Ralph Fiennes. Aquel sádico que asesinaba a los presos disparándoles desde el balcón.
Amon Goeth, nacido en Viena, comandante del campo de concentración de Plaszow entre 1943 y 1944, fue juzgado por la Corte Suprema polaca y sentenciado a muerte por asesinar a miles de personas. Murió en la horca en Cracovia en 1946. Su mujer, Ruth Irene, se suicidó en 1983. El matrimonio tuvo, al menos, una hija, que tuvo una relación amorosa ocasional con un estudiante nigeriano de la que nació Jennifer Teege en 1970. Jennifer no conoció a su padre y ha tenido muy poco contacto con su madre. A las cuatro semanas ingresó en un hogar para niños y a los siete años fue acogida en adopción por una familia alemana.
Desconocía su pasado. Su madre nunca le comentó. Hace ocho años y por casualidad en una biblioteca de Hamburgo encontró un libro envuelto en un forro rojo y se detuvo. El título era “Tengo que querer a mi padre, ¿verdad?” y la portada estaba ilustrada con una pequeña foto de una mujer que le resultó ligeramente familiar. Y así descubrió que el libro hablaba de su familia y que su abuelo fue aquel comandante asesino del campo de concentración, llamado Amon Leopold Goeth (1908-1946).
Hoy Jennifer Teege, esta chica morena alemano-nigeriana, consciente de su pasado, y consciente también de que su abuelo nazi la hubiera matado, trata de superar un trauma con el que se topó de pronto en su vida en una biblioteca de Hamburgo, al calor de una familia alemana que le dio cobijo, cariño y le regaló un futuro. En 1914 en colaboración con la periodista Nikola Sellmair nos ofreció su visión en un libro titulado: “Amon, mi abuelo me hubiera matado a tiros”.
Olga Benario
Olga, la roja inolvidable. Escribía Maité Campillo: “Hay mujeres que es difícil olvidar (también hombres). Entre ellas indudablemente está la alemana de apellido latino Olga Benário, asesinada en un campo de gas por los nazis, después de pasar varios años por las más crueles torturas en comisarías, calabozos y campos de trabajos forzados “para peligrosas comunistas”. No sólo fueron judíos por su religión los asesinados; de hecho tanto el padre de Olga como ella misma lo fueron por sus ideas en defensa de la clase trabajadora. No olvidar, es importante, que en los primeros años del nazismo los judíos capitalistas apoyaron incondicionalmente a Hitler. Por el contrario la mayoría de los asesinados fueron trabajadores, trabajadores de religión judía y más allá, pues lo primero que hizo el régimen nazi fue detener y acabar con todo comunista, antifascista, judío o no. Durante la década de los 30 el KPD (PC alemán) era un referente internacional. La organización más organizada y revolucionaría del país y uno de los más numerosos de Europa. Para el fascismo a galope y socialdemocracia europea, amparada en las reminiscencias feudales, lo importante era frenar el avance revolucionario de las ideas bolcheviques en el continente. Y eso fue lo que tiempo después hicieron uniéndose todos: cerrar filas contra el avance revolucionario de la República, en el Estado español. Y los nazis ya en el poder, no hacían remilgos, fusilaban por igual a unos como a otros, como le pasó al propio padre de Olga (socialdemócrata) asesinado en un campo de internamiento.
Sobre Olga Benario hay un bello libro titulado “Olga, la roja inolvidable”, editado por Txalaparta y escrita por Ruth Werner, que merece la pena leerse. Quien lo lea verá florecer de nuevo la primavera en las gentes. Hay vidas que son vergeles.
Mikel Arizaleta

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