RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 21 de abril de 2016

“Lo personal es político: feminismo y antiespecismo”


Catia Faria

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una charla en la Universidad Complutense de Madrid a cargo de la filósofa y activista Catia Faria, en su exposición “Lo personal es político: feminismo y antiespecismo”, planteó tres cuestiones fundamentales de su propuesta teórica: ¿se puede ser feminista y especista?, ¿por qué las feministas deben ser antiespecistas? y ¿qué implica lo personal es político? La propuesta de Catia busca responder estas cuestiones abriendo un debate que permita enriquecer y profundizar sobre un tema nuevo y por ende poco conocido como lo es el Antiespecismo. Por ello, en miras de difundir su valioso trabajo, El Gorila Rojo ha considerado de vital importancia dedicarle un espacio donde nos de a conocer sus principales conceptos y líneas de acción para encaminarnos y familiarizarnos con la lucha antiespecista.
Catia Faria es doctora en filosofía por la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona), su tesis doctoral es pionera en el estudio sobre la ética en la intervención en la naturaleza para ayudar a los animales salvajes; además, es miembro del consejo científico del Centro de Ética Animal de la Universitat Pompeu Fabra, investigadora del Grupo de Teoría Política de la Universidade do Minho (Portugal) y activista en Ética Animal.

¿Que significa ser especista?

Ser especista significa discriminar a determinados individuos por el hecho de no pertenecer a una determinada especie (normalmente la humana). Es decir, considerar de forma desfavorable a los animales no humanos frente a los animales humanos, a pesar de que ambos tienen intereses similares. Concretamente, los intereses en vivir, en no sufrir y en disfrutar de sus vidas.

¿Cual es tu perspectiva del feminismo y que te llevo a relacionarlo con el antiespecismo?

Es difícil decir cuál es mi perspectiva sobre el feminismo ya que hay diferentes aportaciones de diferentes feminismos con las que puedo estar más o menos de acuerdo. Lo que sí tengo claro es que, si el sujeto moral y político del feminismo no puede estar determinado por factores arbitrarios como el color de la piel, la clase social, la adecuación de género, la orientación sexual o las capacidades físicas o cognitivas, entonces tampoco lo puede estar sobre la base de un criterio como la especie, igualmente arbitrario.
En un sentido mínimo ‘el feminismo’ es una teoría y un conjunto de prácticas en contra de una sociedad basada en la discriminación y la desigualdad del grupo de personas no identificadas o percibidas como hombres. Pero, como hemos venido reconociendo en los últimos años, la discriminación y la desigualdad no es algo que afecta solamente a los individuos humanos, sino también, y en mayor escala, a los individuos de otras especies. Por esa razón, si somos feministas consistentes, debemos oponernos a todas las formas de discriminación y a todas las desigualdades injustificadas, incluso cuando las afectadas no son humanas.
Pero, más allá de ello, como bien han identificado las feministas, en un contexto de desigualdad estructural, es decir, en un contexto donde las desigualdades son sistemáticamente respaldadas por el normal funcionamiento de las instituciones sociales, no es suficiente con oponerse al trato discriminatorio. Es necesario, además, luchar por aquellos cambios que beneficien a quienes están peor, para así garantizar una igualación real de los individuos. Una vez ampliemos la mirada más allá de la especie, constatamos que la aplastante mayoría de animales no humanos se encuentra infinitamente peor que los seres humanos, incluso teniendo en cuenta a aquellos que están en muy mala situación. Esto es cierto considerando a la vez la gravedad de los daños que sufren (sufrimiento extremo y muerte) y el número de víctimas. Así, tenemos razones basadas en la igualdad para favorecer a los no humanos.
Finalmente, hay otro punto que nos conduce lógicamente del feminismo al antiespecismo. Los diferentes sujetos de la opresión patriarcal se ven afectados por los mismos patrones de jerarquía y dominación, a su vez similares a los que afectan a los demás animales. Todos ellos son sistemáticamente cosificados, subordinados y abusados para satisfacer los intereses de un opresor. Como algunas feministas han venido exponiendo, de hecho, la propia construcción de la masculinidad patriarcal está basada en el especismo en la misma medida en que lo está en el sexismo. Esto puede ser observado de forma clara, por ejemplo, en el papel que juega el consumo de carne, la caza y otras formas de violencia hacia los demás animales en la cultura patriarcal. Todas estas consideraciones deberían implicar, pues, una profunda revisión de la teoría y práctica feministas con el objetivo de hacerlas totalmente antiespecistas.

¿Cómo fue el proceso personal que te condujo hacia el feminismo y antiespecismo?

Evidentemente, siempre me he considerado feminista y he luchado a nivel micro en contra de la opresión patriarcal. Sin embargo, reconocer la necesidad de tener en cuenta los intereses de los demás animales ha sido lo que me ha llevado a revisitar el feminismo y a detectar en él ciertas insuficiencias que han motivado mi actual trabajo. Me parece que el antiespecismo tiene mucho que aportar a debates típicamente feministas como la determinación de su sujeto político, la interseccionalidad de las opresiones, el supuesto valor de lo natural o la maternidad.
Por otra parte, otro gran detonante en mi proceso personal ha sido la confrontación con la falta de alfabetización feminista en el seno del movimiento antiespecista. Es importante tener en mente que la relación entre feminismo y antiespecismo es bidireccional. Del mismo modo que el feminismo especista esta moralmente injustificado, también lo está el antiespecismo sexista. Un antiespecismo sin pretensiones feministas es, no sólo inmoral, sino que está condenado al fracaso al alejar de su entorno justamente a aquellas personas más capaces y motivadas para luchar en contra de la opresión y la discriminación.

¿Por qué la lucha por la igualdad y la justicia es necesariamente feminista y antiespecista?

La forma no sesgada de pensar sobre cuestiones de justicia es imaginar que no sabemos cuál es nuestra posición en la sociedad, no sólo con respecto al nivel económico, sino también con respecto a, entre otras cosas, nuestro sexo, nuestro género, nuestra orientación sexual, nuestras capacidades o nuestra especie. ¿Qué elegiríamos como justo en tales circunstancias? Está claro que elegiríamos más igualdad entre individuos más allá de todas estas características particulares y seguramente afirmaríamos que, en el caso de que ciertas desigualdades tuvieran lugar, la sociedad debería organizarse para favorecer los intereses de quienes están en peor situación. Eso es lo que nos gustaría en el caso de que nosotras estuviéramos en su lugar.
Ahora bien, las feministas han identificado correctamente el sistema de organización social y político patriarcal como injusto, ya que está erigido en la consideración y trato desfavorable de unas personas frente a otras basados en criterios irrelevantes como el género (aunque atravesados también por otros factores), que se manifiestan en la existencia de desigualdades estructurales. Pero, de forma similar, la desigualdad e injusticia pueden ser observadas con respecto a todos aquellos individuos que no pertenecen a la especie humana, y que son explotados y discriminados de forma sistemática por la amplia mayoría de seres humanos. ¿Qué defenderíamos, entonces, si estuviéramos en su lugar? Probablemente que la lucha por la igualdad y la justicia debe ser necesariamente feminista y antiespecista.

¿Consideras tu aporte teórico y conceptual como un cambio epistémico y porqué?

No creo que mis aportaciones teóricas particulares puedan acceder a la categoría de ‘cambio epistémico’. Mi trabajo en el contexto del feminismo y el antiespecismo es sobre todo un trabajo de clarificación y búsqueda de consistencia entre diferentes ideas que se suelen defender. Como mucho, problematizo algunas de esas ideas que se aceptan como ciertas y ofrezco razones para rechazarlas. Más bien creo que el aporte que se ha llevado a cabo desde la ética animal, como crítica al especismo, sí supone una revisión profunda de las creencias morales de la mayoría de la gente. De forma crucial, ha aportado la idea de que nuestras obligaciones morales se extienden a los demás animales, ya no sólo a aquellos que se encuentran bajo control humano, sino también a los que viven en la naturaleza.
Por otra parte, es cierto que determinadas actitudes discriminatorias que tenemos hacen que tengamos un conocimiento sesgado del mundo. Por ejemplo, a menudo somos realistas selectivos. Es decir, tendemos a elegir aquellos aspectos de la realidad que confirman nuestras ideas preconcebidas. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la ceguera generalizada frente a los daños de la explotación animal o en la visión idílica de la vida de los animales en la naturaleza. Ésta última, por ejemplo, se trata de una visión aceptada por mucha gente, incluso algunas que se autodenominan antiespecistas. Consiste en la creencia errónea de que las vidas de los animales salvajes son buenas para ellos, aunque, en realidad, la norma en la naturaleza, para la amplia mayoría, sea el sufrimiento y la muerte prematura (a causa de hambrunas, enfermedades, parásitos, condiciones climáticas extremas, etc.). Así que, en un cierto sentido, hay un cambio epistémico cuando pasamos a observar la realidad sin sesgos ni prejuicios de especie. Apelando al ejemplo clásico del feminismo, una vez hayamos puesto las ‘gafas antiespecistas’ nada vuelve a ser como antes.

¿Cómo justificas que la vida de los animales tienen el mismo valor que los seres humanos?

Lo que defendemos es que el valor de la vida de un individuo no puede depender de la especie a que pertenece. Así, todos los seres sintientes dada su capacidad para sufrir y disfrutar de sus vidas tienen un interés en vivir. La muerte frustra ese interés en la medida en que les priva de las experiencias positivas que su vida contendría en el caso de que no hubiera terminado. Esto es lo que explica que en general sea incorrecto matar a otros seres humanos y también explica que lo sea en el caso de los animales no humanos.
A veces, la resistencia a aceptar que, en circunstancias similares, la vida de un humano y la de un no humano son igualmente valiosas se debe a la creencia de que si un individuo es capaz de alcanzar grandes logros intelectuales, como en ciencias o matemática, o contribuye a crear cosas estéticamente excelentes, como una composición musical o arquitectónica, merece mayor consideración moral. Esto es lo que supuestamente permitiría diferenciar entre vidas humanas y no humanas, y concluir que las primeras son más valiosas que las segundas. Sin embargo, parece raro sostener que la vida de Marie Curie o de Frida Khalo tiene, para ellas, más valor que la vida de, digamos, María García, para sí misma. Pero, al rechazar el especismo, lo mismo debemos creer cuando la comparación la hacemos entre individuos de otras especies. Si la capacidad para pintar o hacer alta matemática no determina que ciertas vidas humanas valgan más que otras, tampoco puede ser un criterio para evaluar el valor de la vida de los restantes animales.

¿Qué responderías a las personas que consideran la carne como un elemento esencial para la alimentación humana? 

Respondería que están equivocadas. Es ampliamente sabido, y científicamente respaldado, que una alimentación 100% vegetal cumple con todos los requisitos nutritivos necesarios a una alimentación saludable en todas las fases del ciclo vital humano, incluyendo el embarazo, la lactancia, la infancia, la adolescencia y la edad adulta.[1]

Al comparar los animales con las plantas como dos especies sintientes que son afectadas o intervenidas al ser utilizadas como alimentos ¿qué hace diferente a la carne de los vegetales?

En primer lugar, es necesario aclarar que las plantas, al contrario de los animales, no son seres sintientes. Es decir, no tienen la capacidad para tener experiencias de sufrimiento ni disfrute. Para ello, es necesaria la existencia de un sistema nervioso centralizado, responsable de la transformación en el cerebro de la información sensorial en una experiencia consciente negativa (sufrimiento) o positiva (disfrute). Las plantas no poseen tal sustrato fisiológico.
Hay indicadores adicionales que nos dan más razones para creer que un ser sea sintiente. Por ejemplo, el comportamiento, es decir, que ante la amenaza de una experiencia negativa (ej.: quemarse), un ser busque evitarla, huyendo, o bien que grite o gima en caso de que no pueda escapar. Nada de esto ocurre en el caso de las plantas. Otro indicador es que tenga sentido, desde el punto de vista evolutivo, el desarrollo de tal capacidad en ese ser. La existencia de un determinado rasgo (ej.: sintiencia) es improbable desde el punto de vista evolutivo, si ello no confiere al ser que  supuestamente lo posee (ej.: las plantas) alguna ventaja competitiva para la supervivencia (ej.: escapar de un peligro letal). Así, parece bastante improbable que las plantas hayan desarrollado tal capacidad dado que no poseen la movilidad necesaria para escapar de amenazas a su integridad física. Dado el gasto energético que requiere un sistema nervioso centralizado, poseerlo sin que fuera de utilidad, constituiría para las plantas más bien una desventaja competitiva.
Esto es cierto para la mayoría de los animales y, a pesar de los innumerables rumores que circulan online, ello no se ha podido demostrar en ninguna publicación reconocida por la comunidad científica para el caso de las plantas. Por tanto, las diferencias en la consideración y en el trato de animales y plantas son enormes. Mientras no debemos matar animales para comer porque estamos frustrando sus intereses en seguir vivos y en no sufrir, no hay ningún problema moral en matar a una planta para comer, ya que una planta no tiene la capacidad para ser afectada positiva (disfrutar) ni negativamente (sufrir) por lo que le ocurre. Como tal no posee intereses de ningún tipo que puedan verse frustrados o desatendidos.

¿Es tu propuesta un planteamiento Sensocéntrico?

A veces se emplea ese término, aunque yo prefiero hablar directamente de antiespecismo. Lo que defiendo es que los seres moralmente considerables son todos los individuos sintientes, independientemente de su especie. Creo, efectivamente, que la capacidad para sufrir y disfrutar de la vida de una es lo relevante a la hora de saber cómo debemos actuar hacia las demás, ya que es lo único que determina que un ser pueda verse dañado o beneficiado por lo que le ocurre. Por ese motivo, todos los seres sintientes (humanos y no humanos) son moralmente considerables. Esta posición se distancia de otros planteamientos que creen que los seres moralmente considerables son exclusivamente los seres humanos (antropocentrismo) o de otros que identifican a las entidades moralmente considerables con los ecosistemas o las especies en su conjunto (ecocentrismo). El antiespecismo se distingue de estos planteamientos claramente por sus implicaciones prácticas, al implicar el veganismo y a trabajar por ayudar a todos los seres sintientes en situación de necesidad.

Catia Faria

Un aspecto de tu propuesta que me pareció muy interesante es la discrepancia o diferencia que existe entre el ecologismo, el ecofeminismo y el antiespecismo. ¿Qué es el ecofeminismo y qué los diferencia entre sí?

Efectivamente, mucha gente cree que si eres feminista y consideras moralmente a los demás animales, entonces eres ecofeminista. El ecofeminismo es una posición que vincula el ecologismo y el feminismo, defendiendo que la opresión hacia las mujeres y la explotación de la naturaleza (y de los demás animales) son parte de la misma lógica de dominación patriarcal. Así, la lucha feminista debería incorporar el principio ecologista de la preservación de la naturaleza como forma de contrarrestar esta lógica de dominación y, así, reducir la violencia ejercida sobre todos los habitantes de la tierra. Sin embargo, por muy bien intencionada que nos pueda parecer a primera vista, la propuesta ecofeminista tiene implicaciones inaceptables desde una perspectiva antiespecista.
En primer lugar, defender los intereses de los animales no humanos no puede ser identificado con defender la preservación de la naturaleza. Hacerlo es asumir que los animales son parte del entorno natural y que su valor es meramente relativo al lugar que ocupan en los ecosistemas o en otros conjuntos biológicos. Desde una perspectiva antiespecista, sin embargo, los intereses de todos los seres sintientes tienen valor en sí mismos y a menudo no coinciden con lo que es mejor desde el punto de vista de la preservación de la naturaleza. En muchos casos, son de hecho, opuestos. Ése es el caso de las matanzas de animales salvajes que se llevan a cabo persiguiendo objetivos ecologistas, como pueden ser la restauración de un determinado ecosistema (la matanza de las cabras de Es Vedrà) o la preservación de rasgos característicos de una especie autóctona (la matanza de lobos híbridos de Barbanza). Así que, en muchas ocasiones, o bien defendemos a los animales o bien defendemos a la naturaleza. No hay una tercera opción.
En segundo lugar, el ecofeminismo identifica incorrectamente la dominación patriarcal como la fuente responsable de los daños sufridos por los animales no humanos. Aunque esto pueda ser parcialmente cierto, asume ingenuamente que la vida en la naturaleza, cuando se halla libre de tal dominación, es buena para los animales que allí viven. Sin embargo, la realidad es muy diferente. La mayoría de animales salvajes vive en el terror que supone la constante lucha por la supervivencia y en una situación continua de sufrimiento extremo a causa de diferentes eventos naturales.
En estos instantes, mientras hablamos, hay una cantidad enorme de animales en la naturaleza que está muriendo de inanición, ateridos de frío, sufriendo alguna enfermedad o siendo devorados internamente por algún parásito. Una vez hayamos mirado la naturaleza sin filtros ni sesgos, como apuntaba antes, podremos verificar que la naturaleza no puede ser admirada o celebrada. Desde luego, no de una perspectiva que tenga en cuenta a los intereses de los animales. De hecho, no lo es cuando se trata de seres humanos sufriendo por los mismos motivos naturales.
Así, y al contrario del ecofeminismo, desde una perspectiva antiespecista estos daños nos preocupan en la misma medida que los daños causados por la explotación de los animales. En la práctica, pues, nuestro trabajo se orienta a contrarrestar el especismo, luchando contra las acciones que causan daño a los animales pero también en contra de aquellas omisiones que les perjudican gravemente. Así, tal y como lo hacemos con los seres humanos, debemos ayudar a estos animales siempre que sea posible (ej.: llevando a cabo programas de vacunación) a la vez que debemos investigar formas cada vez más efectivas de ayudarles en el futuro.
Algunas personas pueden ver con malos ojos intervenir en la naturaleza porque la asocian con un paradigma masculino antropocéntrico de intervención que conocemos y rechazamos, fuente de daño para muchos animales. Sin embargo, tal paradigma no deberá ser sustituido por la posición “laissez-faire” ecofeminista, sino por un nuevo paradigma de intervención feminista y antiespecista. Es decir, uno que rechace a la vez la dominación patriarcal de los demás animales pero atienda a los intereses de todos los animales que mueren y sufren, ya sea por causas humanas o naturales.

¿Cuál consideras que es el mayor problema al que se enfrenta la lucha antiespecista y cuales son las líneas de acción para combatirlo?

El mayor problema es, evidentemente, el especismo. Prácticamente todos los demás problemas (con la excepción del machismo) son, o bien instancias de este problema, o bien divergencias sobre las mejores formas para afrontarlo. Por ejemplo, el activismo que se ha venido haciendo hasta hace muy poco tiempo sólo ha tenido en cuenta a una parte de los animales no humanos, aquellos que están bajo explotación humana. Como dije antes, esto es un error. Los intereses de los animales salvajes son en todo punto iguales a los intereses de aquellos que están bajo explotación humana y como tal merecen la misma consideración. Desde el punto de vista del animal que está sufriendo o muriéndose no hay diferencia si está en un matadero o en el entorno natural. Lo que importa es que no quiere sufrir ni morir y que si podemos hacer algo para evitarlo, debemos hacerlo, tanto en un caso como en otro.
La resistencia, aunque cada vez menor, a aceptar esta implicación del antiespecismo se puede explicar en gran medida por la confusión que existe entre el movimiento antiespecista y el movimiento ecologista. Como he dicho antes, la defensa antiespecista de los intereses de todos los animales no puede ir de la mano con la defensa de la preservación de valores ecologistas, ya que a menudo lo que es mejor para los animales entra en conflicto con lo que es mejor para la preservación de los ecosistemas o de las especies. Abrazar el ecologismo es de hecho abrazar el especismo, ya que cuando intereses humanos fundamentales entran en conflicto con la preservación de determinados valores ambientales, el ecologismo no prescribe que debamos desatenderlos, pero sí lo hace cuando lo que está en conflicto son los intereses de los demás animales. Así, esta asociación errónea entre antiespecismo y ecologismo no sólo beneficia a los diferentes partidos que forman parte del movimiento ecologista (pues lleva a personas antiespecistas a votarles), sino que además perjudica seriamente a los animales no humanos. Por lo tanto, debe ser firmemente rechazada.
Esto nos conduce a un problema relacionado con el anterior, aunque trata de la efectividad de nuestro activismo. Muchas veces cometemos el error de buscar justificar el tipo de activismo que personalmente nos conviene pretendiendo que es el tipo de activismo que resulta mejor para la defensa de los animales, en vez de adaptar nuestra vida personal y nuestro activismo a lo que es realmente mejor para defender a los animales. Esto es un engaño cognitivo que debemos combatir. El análisis de nuestro impacto como activistas no debe ser visceral, sino que debe estar basado en consideraciones que no fluctúen en función de lo que nos gusta o nos conviene. Como digo, a veces: afeita tus emociones, no tus axilas ☺
Otro problema que he mencionado anteriormente tiene que ver con el analfabetismo feminista generalizado en el movimiento antiespecista, a pesar de estar constituido por un 80% de mujeres. Salvo la oposición a instancias obvias de sexismo de organizaciones como PETA, el movimiento antiespecista, en el mejor de los casos, simplemente hace caso omiso a la necesidad de revisar el privilegio masculino en su seno. Desde el refuerzo de los roles de género en la división del trabajo, la invisibilización en el poder de todes aquelles que no son hombres, blancos y heterosexuales, hasta las agresiones machistas y un largo etcétera de mansplainings y usurpaciones diarias del espacio y la voz política de la mayoría de individuos que lo componen. Esto, desde fuera, desacredita nuestro movimiento a la vez que expulsa, desde dentro, a todes aquelles activistes presentes o futuras que más podrían aportar a la lucha antiespecista, al ser elles mismes sujetos de opresión y discriminación. Como respuesta a este panorama, de momento, veo extremadamente positiva la actual tendencia a la creación de espacios de activismo no mixtos.

Me encanta la frase “lo personal es político” por el poder y la fuerza de transformación que tiene implícito.  ¿Cómo puedes explicar de manera sencilla el significado de esta frase?

A mí también me encanta esa frase por su poder clarificador y transformador. Por ese motivo la he desplazado de su contexto original (el feminismo de los 70) al contexto antiespecista actual. En su momento, la frase ya contenía dos ideas muy potentes. Por una parte, que no hay ninguna cuestión típicamente del ámbito privado o personal (el trabajo doméstico, los cuidados, las decisiones procreativas, etc.) que pueda no tener relevancia política en el espacio público. Estas cuestiones afectan a la sociedad en su conjunto y, como tales, tienen legítimamente un lugar en la agenda social y política. Por otra parte, significa que los principios que rigen nuestra acción política (ej.: igualdad sexual) tienen que ser aplicados con igual fuerza en los espacios privados y ser tenidos en cuenta en aquellas decisiones típicamente personales. Por ejemplo, a la hora de decidir con quién mantener una relación erótico-afectiva o cómo llevamos a cabo la distribución del trabajo doméstico debemos tener en cuenta en qué medida esa decisión puede validar o reforzar la desigualdad sexual en la sociedad.
Del mismo modo, añado yo, cuestiones aparentemente tan personales como qué comemos, por ejemplo, en la medida en que afectan a otros individuos y contribuyen a una configuración del mundo más o menos desigual, tienen semejante relevancia política. La decisión de ser vegana (con todo lo que ello conlleva) no es una decisión puramente personal, sino política: con nuestra decisión nos acercamos o alejamos de un mundo más igualitario para todos los seres sintientes. No hay neutralidad posible en tal decisión.
Y lo mismo hacemos cuando tomamos decisiones sobre algunas cuestiones que ya apuntaban las feministas, como decidir sobre con quién relacionarse erótico-afectivamente o decidir ser madre. Con respecto a la primera cuestión es erróneo pensar que nuestras relaciones pueden estar inmunes a la valoración moral. Una relación conlleva un mensaje de aprobación hacia la otra persona y hacia la sociedad en su conjunto. Si defendemos el antiespecismo en el espacio público, debemos defender lo mismo en nuestro espacio privado, evitando validar con nuestra aprobación afectiva o erótica conductas especistas. Con respecto a la segunda cuestión, no debería ser tan sorprendente. Simone de Beauvoir ya decía que hay una función típicamente femenina imposible de llevar a cabo en completa libertad: la maternidad, dado el condicionamiento patriarcal de nuestros deseos. Eso nos da razones políticas para elegir no serlo. Aunque esté de acuerdo con ella, creo que hay razones todavía más fundamentales basadas en el compromiso con el antiespecismo para renunciar a procrear.

Para terminar, me gustaría que desarrollaras un poco tu enfoque crítico sobre la maternidad para el activismo político. Este fué para mi el planteamiento más revelador y a la vez el más polémico, por tanto el más interesante, sobre todo por que logra llevar el análisis del activismo a un reflexión mucho más profunda y consciente sobre el papel que jugamos los seres humanos en este planeta. ¿Cómo influye la maternidad en el activismo político?

Como indicaba antes, es ingenuo pensar que nuestras decisiones, incluso las más ‘personales’, no tienen relevancia política, es decir que no contribuyen a que el mundo se organice de modo que les vaya mejor o peor a las demás.
A menudo se piensa que la maternidad es justo una de esas decisiones que debemos dejar “al criterio  de cada una”, como si fuera el único ámbito de la vida en el que se permite a la gente no actuar sobre la base de razones. Así, en vez de evaluar en qué medida tener descendencia puede perjudicar al nuevo ser o a otros que puedan ser afectados por la decisión, se apela a factores que no son relevantes, como el ‘instinto’ o deseo de la persona que toma la decisión. Sin embargo, como bien sabemos las feministas, el deseo y el instinto rara vez son indicadores precisos del mejor curso de acción que adoptar, sino que a menudo van en contra de lo que es mejor para las afectadas. Esto es así dado que nuestros “instintos” o deseos obedecen o bien a resquicios evolutivos de mera supervivencia de la especie, o bien se generan y nutren a partir de la estructura patriarcal que busca mantener a las mujeres subordinadas mediante su función reproductiva. En cualquier caso, aunque nuestros deseos tengan alguna importancia, no pueden ser lo único que importa a la hora de decidir cómo actuar, ni siquiera lo que más importa.
Hay otros factores cruciales a tener en cuenta a la hora de decidir si procrear, y que tienen que ver con el impacto de la decisión en la situación de los animales no humanos. Dejando a un lado el impacto directo negativo que la vida de ese humano pueda llegar a tener en otros seres sintientes (por ejemplo, si no es vegana), lo cierto es que, si somos activistas en defensa de los animales, decidir procrear tendrá siempre un impacto indirecto negativo en todos aquellos animales que dejaremos de ayudar. Eso es así porque la cantidad limitada de recursos económicos, de tiempo, etc. de que disponemos serán desplazados del activismo en defensa de los animales a la creación y educación del nuevo ser, o, como mínimo, su inversión en el activismo se verá significativamente reducida. Sin embargo, dada la dimensión de la explotación y discriminación que sufren los no humanos y que sus intereses deben ser igualmente considerados, es claro que priorizar la maternidad por encima de la defensa de los animales está injustificado. Escoger ser madre o no tampoco es una decisión personal, sino política.
[1] Craig, W. J., & Mangels, A. R. (2009). Position of the American Dietetic Association: vegetarian diets. Journal of the American Dietetic Association,109 (7), 1266-1282.


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