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miércoles, 21 de enero de 2015

POR QUÉ UNA MASCULINIDAD DISIDENTE

INTRODUCCIÓN
Este ensayo busca abordar la masculinidad partiendo del feminismo, en tanto que la lucha feminista tiene la capacidad de contribuir a la emancipación humana, abre la posibilidad de cuestionar y de generar alternativas, con ello se trata de responder algunas cuestiones como ¿Por qué los hombres debemos unirnos a la lucha feminista?
  1. La masculinidad hegemónica.
El patriarcado es el sistema político que produce y reproduce la dominación de los hombres sobre las mujeres. Los masculinos hegemónicos son aquellos hombres que sacan provecho de esa hegemonía para sus intereses. La mayoría de los hombres en el mundo son masculinos hegemónicos porque nacieron en el sistema patriarcal, de modo que fueron educados para ser machistas en todos los ámbitos posibles: familia, escuela, televisión y trabajo, entre otras. Entendemos machismo como la ideología que engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto, es decir, hacer pasar por natural que los hombres son más inteligentes, fuertes, líderes natos, dominantes, racionales, cuerdos y capaces en todos los ámbitos.
Además, la masculinidad hegemónica exige del hombre que sea el proveedor infalible, que no exprese sentimientos, que trate a las mujeres como objetos, que sea sexualmente excelso, incluso que sea violento en su cotidianidad. Busca naturalizar la exigencia opresiva de que la mujer efectúe extenuantes jornadas asumiendo que ha nacido con la cualidad de la multitarea, siendo que no es más que un producto histórico de su sujeción (Galtes y Casademont, 2010).
La masculinidad hegemónica es androcéntrica (Varela, 2013:328), asume que el hombre es el centro del universo, lo cual se ve reflejado en el lenguaje que equivale “hombre” a género humano, en concebir sólo a los hombres como sujetos de derechos, que ve a las mujeres tan sólo como complemento de los hombres, que se asume como sujeto sexual y a las mujeres como objetos sexuales, incluso asume la caballerosidad como la mejor forma de tratar a las mujeres, siendo que esta práctica presupone la infantilización de las mujeres, dado que ser un caballero implica concebirlas como seres dependientes o disminuidos, que no pueden comportarse en el espacio público de manera autónoma y que requieren el auxilio de los hombres en todo momento (Erazo, 2015).
La masculinidad hegemónica justifica la violencia machista asumiendo que los hombres son violentos por naturaleza, por lo que son propensos a golpear, violar y someter a las mujeres; de modo que sea responsabilidad de ellas cuidarse del acoso, violaciones y asesinatos recluyéndose al espacio privado del hogar. Lo cual es sumamente contradictorio, pues por un lado se apela a la superioridad racional del hombre para ejercer su dominio institucional y por otro se apela a la naturaleza irracional de sus instintos para justificar su tendencia violenta. Lo que está de fondo es el sistema patriarcal, que a raíz de la división sexual del trabajo (Kollontai, 1976), ha perpetuado el sometimiento, subordinación y opresión de los hombres contra las mujeres. Es decir, los hombres no son buenos o malos por naturaleza, sino que su dominio responde al desarrollo histórico que tiene como base la propiedad privada y el sometimiento de la naturaleza, los desposeídos y el cuerpo de las mujeres.
  1. Las nuevas masculinidades.
El ingreso de las mujeres al mercado laboral por impulso del capitalismo (Marx, 1980), propició las condiciones materiales para la lucha feminista, la cual generó diversas conquistas como su reconocimiento en el espacio público en la calle, la escuela y el trabajo. Esto trastocó los roles familiares clásicos, en los que la mujer se dedicaba exclusivamente al hogar y el hombre brindaba todo el sustento económico, lo que obligó a replantear la masculinidad hegemónica, de modo que estuviera acorde a los procesos sociales emergentes. Es decir, tanto el feminismo como las nuevas masculinidades surgieron en razón de condiciones históricas propicias para una transformación de los roles sexuales, de modo que la independencia económica de las mujeres sentó las bases para romper la normatividad de la familia nuclear.
Sin embargo, las nuevas masculinidades no van al fondo del problema, pues en su mayoría no cuestionan la  heteronormatividad (que puede ser entendida como un sistema de normas que concibe la otredad como inferior y subordinada al sujeto dominante), sino que se centran en el problema de la identidad (Azpiazu, 2013) y se limitan a modificaciones individuales como el reparto de las tareas del hogar, la aceptación de que en algunos casos la esposa sea el sostén económico, una paternidad sensible, la apertura para llorar y expresas sus emociones abiertamente, la exploración del cuerpo más allá de los genitales, la manifestación de la feminidad, el ejercicio  de la homosexualidad y transexualidad, y el apoyo al movimiento feminista en diversos grados, entre otros.
Aun cuando todos estos factores sean favorables para una relación igualitaria entre géneros, se reducen a cambios individualistas que no cuestionan al sistema de fondo, sino que sólo son “nuevas” o “diversas” como si todas las masculinidades fueran igual de válidas y de determinantes, cayendo así en un relativismo sin una propuesta política que sea capaz de combatir consistentemente al patriarcado.
En pocas palabras, no se trata de maquillar la masculinidad con propuestas alternativas, sino de cuestionarla de raíz, asumiendo que históricamente ha sido un instrumento de dominio y opresión hacia las mujeres, de modo que no basta con reformar la masculinidad dejando intacto al sistema patriarcal, sino que como masculinos debemos hacernos conscientes y cuestionar de fondo toda una serie de privilegios para los hombres que subordinan a las mujeres, como veremos.
  1. La masculinidad disidente
Contra la masculinidad hegemónica y ante las nuevas masculinidades, construyamos una masculinidad disidente, la cual consiste en cuestionar de raíz la violencia machista, la dominación patriarcal y la subordinación sistemática de las mujeres.
La masculinidad disidente tiene que empezar por cuestionar los privilegios que tenemos los hombres por nacer en el patriarcado y que muchas veces no notamos por haberlos disfrutado siempre. Asumir que las mujeres sufren desventajas construidas por un sistema androcéntrico, tal como en lo económico, donde la mayoría de las propiedades están a nombre de hombres, el ingreso por igual trabajo es menor para las mujeres, la posibilidad de ascenso para las mujeres o de realizar trabajos asumidos como masculinos es limitada, el riesgo de ser despedidas por embarazo o por no acceder a favores sexuales es considerable, el salir a la calle de día y de noche conlleva un riesgo mayor para las mujeres de ser asaltadas, violadas o asesinadas, lo cual es producto de un sistema pensado y configurado para los hombres.
También debemos cuestionar la feminización del trabajo doméstico y la masculinización del trabajo externo, asumiendo que hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades para desempeñarnos en ambos trabajos, sin que esto represente que el hombre “ayuda” en las labores del hogar, sino que establezca un compromiso de trabajo equitativo; en el trabajo externo al hogar, debemos romper con el prejuicio de que el trabajo de la mujer es complementario o que se le hace un favor al contratarla, dado que puede desempeñar las mismas funciones que los hombres, incluyendo los que involucran fortaleza física, lamentablemente hemos sido educados para pensar lo contrario.
La masculinidad disidente busca combatir los prejuicios misóginos como el que considera que la mujer virgen es más valiosa como si su ser se redujera a una supuesta pureza sexual. En contraste, la masculinidad disidente rompe el estereotipo de que un hombre con muchas parejas es más hombre o que una mujer con muchas parejas es menos mujer, ya que no se trata de una competencia ni de ser más que otro, sino que como masculinos disidentes respetemos el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, tanto en su sexualidad como en su reproducción, su apariencia y su cuidado personal, ya que los hombres que se sienten con derecho a opinar sobre el cuerpo de las mujeres reproducen la masculinidad hegemónica autoritaria y paternalista, que utiliza a las mujeres para su placer.
En otras palabras, aun cuando el machismo afecta a hombres y a mujeres, el grado en que pueda afectar a los hombres es incomparablemente menor. En consecuencia, que no podamos llorar o que se nos humille si no mostramos un carácter dominante: no es nada grave comparado con el riesgo latente que tiene las mujeres de sufrir violencia sexual en cualquier ámbito de sus vidas e incluso feminicidio, que es el asesinato de las mujeres por el hecho de serlo.
Ser disidente no implica necesariamente optar por una preferencia no-heterosexual, dado que aun cuando las prácticas sexuales conllevan un grado de trasgresión, suelen ser mediatizadas por el sistema capitalista mediante el consumo, es decir, de nada sirve disentir de la heterosexualidad si sólo implica promover el mercado de la diversidad y no cuestionar la subordinación de las mujeres. En ese sentido, que los hombres se vistan como mujeres o que se hagan operaciones sexuales no es suficiente, en la medida en que siguen perpetuando los roles de género, donde las mujeres son subordinadas.
La masculinidad disidente cuestiona, visibiliza y combate la violencia machista en uno mismo y en los demás, desde la más sutil que es la mirada morbosa o agresiva, pasando por la violencia verbal del piropo y del cortejo impositivo, y luchando contra la violencia física de los golpes, la violación y el feminicidio, sin olvidar la violencia estructural de la dependencia económica de las mujeres y de sus hijas e hijos. Considerando que no basta con no ser masculino hegemónico, sino que asumamos el compromiso de sumarnos a la lucha contra todo tipo de violencia contra las mujeres (Moscacojonera, 2014).
Uno de los problemas más graves dentro del patriarcado es la trata de mujeres, que materializa la visión capitalista de las mujeres como mercancías. De modo que la masculinidad disidente debe posicionarse contra el consumo sexual en todas sus formas, desde la prostitución hasta el modelaje. Sin embargo, no nos corresponde a los hombres decirles a las mujeres cómo vestir o como ganarse la vida, pues estaríamos cayendo en un paternalismo que corresponde a la masculinidad hegemónica. De modo que nuestra labor es acompañar los procesos de lucha contra la trata y la prostitución, forjados por las mismas mujeres, sin pretender protagonizarlos.
En ese sentido, la posición de la masculinidad disidente frente al feminismo es compleja. Por un lado no debemos invadir sus espacios diciéndoles cómo debe ser el feminismo, pues estaríamos cayendo en el vicio machista de decirles qué hacer a las mujeres; pero tampoco podemos desentendernos de la lucha feminista como si fuera una cuestión sólo de mujeres. Debemos encontrar el punto medio, el cual consiste en acompañar la lucha feminista sin invadir sus espacios, teorizar sobre feminismo partiendo de los argumentos de las feministas sin pretender tener la última palabra, asumir y cuestionar nuestros privilegios de hombres y combatirlos, y construir relaciones masculinas que sean críticas ante las prácticas machistas como los piropos, el acoso sexual y la misoginia. Incluso debemos combatir una sociedad hipócrita que alaba al hombre pro-feminista y criminaliza a la mujer feminista (Frida, 2013), pues estaríamos reproduciendo la masculinidad hegemónica que reconoce todo cuanto haga el hombre y minimiza todo cuando haga la mujer.
Por otra parte, gran parte de la violencia hacia las mujeres es económica, producto del capitalismo como última etapa de la civilización clasista, por lo que la masculinidad disidente debe comprometerse en la lucha de clases, dado que la única forma de superar la desigualdad social es superando al capitalismo e instaurando una sociedad donde cada cual trabaje según sus capacidades y reciba según sus necesidades. Sería inconsecuente combatir al patriarcado sin una propuesta objetiva de emancipación histórica, dado que no se estaría yendo al fondo del problema.
  1. La masculinidad farsante
Como toda corriente de pensamiento, la masculinidad no-hegemónica sufrió de desviaciones e imposturas, las cuales han sido nombradas de muchos modos: machismo mutante, machismo progre, machismo de izquierdas, machismo infiltrado o como prefiero nombrarlo: masculinidad farsante.
Lo que define a esta masculinidad es que utiliza los espacios feministas para su provecho y una infinidad de herramientas, unas más sutiles que otras, para pasar como un defensor del feminismo.
El peor de los masculinos farsantes es aquel que utiliza los espacios feministas (donde muchas veces llegan mujeres que han sufrido violencia y no saben a dónde acudir) para sacar provecho sexual, ya que bajo la bandera de la liberación sexual, persuaden e incluso fuerzan a las mujeres a tener relaciones sexuales, y como aparentemente son espacios de compañerismo y empoderamiento, suele confiarse en tales hombres.
La labor del masculino disidente en estos casos es estar alerta consigo mismo para no caer en esta deformación activista, pero también combatir, cuestionar y denunciar a cualquier masculino farsante. Además de apoyar la lucha que ya efectúan las propias feministas para denunciarlos y combatirlos.
El masculino farsante pretende decir cómo es el verdadero feminismo, lo que es imposible dado que los hombres jamás viviremos en carne propia la opresión patriarcal, por lo que nuestro deber es acompañar la lucha feminista sin querer protagonizarla (Whelehan, 1995), además de denunciar a los farsantes que pretendan hacerlo, dado que suelen acusar a las feministas de exageradas, perpetuando así la criminalización del feminismo que hace la masculinidad hegemónica (Rosso, 2014).
El masculino farsante se siente con el derecho de opinar sobre el cuerpo de las mujeres, diciendo qué tan delgada o gorda debe ser, qué tanto debe maquillarse, qué tan limpia o sucia es la menstruación, qué tanto deben depilarse y qué tan atractiva es una mujer joven o vieja; con lo cual reproduce la masculinidad hegemónica que le dice a la mujer cómo debe ser, aun cuando no esté reproduciendo la estética excluyente que impone el patriarcado. Por el contrario, el masculino disidente se calla ante el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y procesos, defendiendo el derecho de las mujeres a vivir su sexualidad como más les plazca. Hay que distinguir entre dos procesos distintos: el que las mujeres dejen de verse a sí mismas como objetos, que es un empoderamiento exclusivamente de ellas; y el que los hombres dejemos de opinar hegemónicamente sobre cómo deben ser las mujeres.
El masculino farsante promueve el uso de recursos públicos para eventos de masculinidad e incluso defiende los “derechos del hombre”, el día internacional del hombre o el concepto de masculinicidio (asesinato de un hombre por el hecho de serlo), lo cual es tan absurdo como sería el día de la raza blanca, o el día del rico, dado que si bien el racismo, el clasismo y el machismo nos afecta a todos, la magnitud del daño es infinitamente menor para los sectores hegemónicos (blancos, ricos y hombres), por lo que destinar recursos para dichos sectores implica perpetuar la desigualdad y la opresión, aun con las mejores intenciones.
El masculino farsante se “feminiza” usando falda, hablando de sí mismo en femenino o tomando roles pasivos en el acto sexual (Murillo, 2014), con lo cual sólo cuestiona al patriarcado superficialmente, mediante las formas, dejando intactos los privilegios que tiene por ser hombre e incluso negándolos de palabra.
El masculino farsante cree que por ser parte de la comunidad gay ya está siendo disidente y está exento de actitudes machistas, pretendiendo sufrir el mismo acoso que las mujeres, siendo que en muchos casos toma actitudes misóginas y abusa de sus privilegios por el hecho de asumirse víctima del patriarcado.
Finalmente, el masculino farsante critica que las feministas utilicen un lenguaje violento o aprendan defensa personal, siendo que la no-violencia es un arma más del patriarcado para que las mujeres no se defiendan de los acosadores y no luchen por sus derechos (Gelderloos, 2012). Argumentar que “todo lenguaje y acto bélico es patriarcal” perpetúa el pacifismo conciliador que ha mantenido a las mujeres oprimidas por demasiado tiempo. Incluso existen masculinos farsantes que pregonan contra la violencia, mientras que sus prácticas sexuales son abusivas.
Conclusión
Los hombres no podemos ser feministas en sentido estricto porque jamás viviremos la opresión patriarcal en carne propia. Sin embargo, podemos sumarnos a la lucha feminista cuestionando nuestros privilegios, combatiendo la masculinidad hegemónica y denunciando a los masculinos farsantes.
Nuestra labor radica en forjar una masculinidad disidente que no pretenda protagonizar la lucha feminista, ni sacar provecho de ella, sino acompañar a las mujeres en su proceso de emancipación, construyendo relaciones igualitarias donde no haya subordinación de clase ni de género, las mujeres tengan poder sobre ellas mismas, y cada cual trabaje según sus capacidades y reciba según sus necesidades.
REFERENCIAS
Azpiazu Carballo, Jokin (2013) ¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, o abolirla transformarla? En: http://www.pikaramagazine.com/2013/03/%C2%BFque-hacemos-con-la-masculinidad-reformarla-transformarla-o-abolirla/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Erazo, Ivan (2015) Caballerosidad: La prima taimada del machismo. En:http://www.sociedadytecnologia.org/blog/view/153617/caballerosidad-la-prima-taimada-del-machismo Consultado el 20 de enero de 2015.
Frida Freddy, Frieda (2013) ¡No insistan! Ser hombre es incompatible con ser Feminista. En:  http://djovenes.org/archivo/?p=9392 Consultado el 4 de enero de 2015.
Galtes, Mar y Esther Casademont (2010) El timo de la superwoman, Barcelona, Planeta.
Gelderloos, Peter (2012) La no violencia es patriarcal. En:http://www.kaosenlared.net/secciones/s/derechos-humanos/29925-la-no-violencia-es-patriarcal Consultado el 4 de enero de 2015.
Kollontai, Alexandra. (1976) La mujer en el desarrollo social. En:http://creandopueblo.files.wordpress.com/2011/09/kollontai-alexandra-la-mujer-en-el-desarrollo-social.pdf  Consultado el 25 de abril de 2014.
Marx, Karl (1980). El Capital. Crítica de la economía política. Madrid: Siglo XXI
Moscacojonera (2014) 35 cosas que cualquier hombre puede hacer para apoyar el feminismo. En: http://www.golfxsconprincipios.com/lamoscacojonera/35-cosas-que-cualquier-hombre-puede-hacer-para-apoyar-el-feminismo/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Murillo Ruiz, Alicia (2014) Machirulos infiltrados. En:  http://youtu.be/z71iSi1llFgConsultado el 4 de enero de 2015.
Rosso, Nadia (2014) La culpa es de las feministas excluyentes. En: http://www.la-critica.org/opinion/la-culpa-es-de-las-feministas-excluyentes/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Varela, Nuria (2013) Feminismo para principiantes. Barcelona, Ediciones B.


Whelehan, Imelda (1995) Los hombres en el feminismo. En:https://masculinidades.wordpress.com/los-hombres-en-el-feminismo/ Consultado el 4 de enero de 2015.

MAURICIO DIMEO



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