RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 29 de enero de 2015

Una sufragista en el frente, Evelina Haverfield (1867-1920)


Hija de aristócratas, sufragista, reivindicativa, solidaria, Evelina Haverfield fue una mujer luchadora con una vida apasionante. Participó junto a su primer marido en la guerra de los Boers en África; se unió a los movimientos en defensa del voto femenino liderados por Emmeline Pankhurst; junto a Flora Sandes, la primera mujer soldado de la Gran Guerra, organizó una fundación que velara por el bienestar de soldados y prisioneros. Su vida terminó en Serbia, donde cayó enferma mientras organizaba un orfanato. Evelina fue sin lugar a dudas una mujer dedicada en cuerpo y alma a los demás.

Evelina Scarlett nació el 9 de agosto de 1867 en el castillo escocés de Inverlochy. Fue la tercera hija del barón de Abinger, William Scarlett y su mujer Helen. Evelina tuvo una infancia acomodada, viviendo primero a caballo entre Londres e Inverlochy para luego estudiar en la ciudad alemana de Düsseldorf.

Cuando tenía diecinueve años se casó con el Mayor Henry Wykeham Brooke Tunstall Haverfield, un oficial de la Artillería Real británica. A pesar de que Henry tenía veinte años más que ella, el suyo fue un matrimonio feliz del que nacerían dos hijos. Por desgracia su marido moría en 1895, solamente ocho años después de haber contraído matrimonio.

En el verano de 1899 se volvía a casar con otro miembro del ejército y amigo de su anterior marido. John Henry Balgury fue destinado poco después al sur de África donde se estaba librando la segunda guerra de los Bóers. Evelina lo acompañó y se convirtió en una ayudante destacada en la zona de combate. 

A pesar de que Evelina nunca se separó oficialmente, su segundo matrimonio se convirtió con el tiempo en papel mojado y ella, que nunca renunció al apellido de su primer marido, pronto tendría una vida muy alejada de la de John.

Los primeros años del siglo XX, su interés por la política fue creciendo hasta unirse al grupo de sufragistas moderadas de Sherborne, que dependían a su vez de la National Union of Suffrage Societies. También se unió a la Women’s Social and Politicial Union (WSPU) Evelina pasó los siguientes años volcada en la lucha por el derecho al voto femenino participando en conferencias y manifestaciones. Evelina estuvo presente en la Bill of Rights March de 1909 en la que participaron nombres destacados del sufragismo como Emmeline Pankhurst. Muchas de las mujeres que intentaron entrar en la Cámara de los Comunes para reclamar la aprobación del proyecto de ley en favor del sufragio femenino, fueron detenidas. Entre ellas la propia Evelina. También en otras ocasiones fue detenida y en algunas condenada a pagar una multa o a permanecer unos meses en prisión. En 1910, cuando fue arrestada por agredir a un policía aseguró: “Eso no ha sido nada. La próxima vez traeré un revólver”. Aquellos fueron unos años de lucha en la calle en los que Evelina se fue a vivir con otra sufragista, Vera Holme con la que convivió hasta su muerte.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, las energías de Eveline se trasladaron a la ayuda humanitaria. Además de colaborar en la fundación del Women’s Emergency Corps, se unió como voluntaria al Scottish Women’s Hospitals Units y se marchó a Serbia. Allí colaboró con la doctora Elsie Inglis ayudando a los más necesitados. Junto a la mujer soldado Flora Sandes organizó una fundación para mejorar las condiciones de los soldados y prisioneros.




Terminada la guerra, Evelina volvió a Serbia donde decidió fundar un orfanato para los niños víctimas del conflicto. Fue realizando su labor humanitaria cuando Evelina contrajo una neumonía que terminó con su vida el 21 de marzo de 1920. Evelina Haverfield fue enterrada en Bajina Basta donde había dedicado los últimos esfuerzos para ayudar a los demás.

POR SANDRA FERRER

martes, 27 de enero de 2015

Reclusas forzadas al sexo con funcionarios en la cárcel de Brieva (Ávila)


El diálogo lo inicia el funcionario de la cárcel de Brieva (Ávila) y es, según la reclusa, aproximadamente así:

- ¿Qué te parece si hacemos un día de estos un trío tu novia, tú y yo?

- ¿Cómo? No entiendo.

- Sí, mujer, el otro día ella y yo echamos un polvo, uno rapidito.

De aquella situación -la bronca posterior de la presa con su novia, que le admite haber tenido sexo no consentido con el funcionario, y otras denuncias- emerge un proceso, iniciado por Instituciones Penitenciarias, que desemboca este viernes en el juzgado de Instrucción 2 de Ávila, donde cuatro funcionarios declararán como imputados por abusos sexuales a siete reclusas.

Una suerte de psicodrama carcelario que incluye, según una de las denunciantes citada por fuentes del penal, noches de celdas abiertas, sexo, alcohol y hachís proporcionado por trabajadores del centro, un director que se opone a enterrar los presuntos abusos y hasta una presa celestina que casa a reclusas y funcionarios y que, siempre según fuentes del propio centro, habría declarado a la inspección que Brieva es «un folladero» de condenadas y trabajadores.

La historia comienza el 7 de noviembre de 2013, cuando una presa denuncia a uno de los cuatro funcionarios por forzarla sexualmente. El caso llega a Instrucción 2 de Ávila, pero la mujer se retracta y retira la denuncia. El 30 de enero de 2014, nueva denuncia contra el mismo funcionario. Una presa brasileña denuncia que el hombre le ha propuesto un trío tras haber abusado de su novia.

La dirección investiga y surgen nuevas denuncias, casi todas de extranjeras. La primera brasileña denuncia también haber sido forzada por otro trabajador, otra chica admite sexo a cambio de chocolatinas con otro (luego denuncia haber sido forzada), y uno más lleva a las chicas, dicen ellas, alcohol y hachís.


Regalos y coacciones

Éste último, según un testimonio recogido por la inspección de Instituciones Penitenciarias, le da a una chica 80 euros a cambio de sexo (ella acepta pero el acceso carnal no llega a tener lugar), y le ofrece incluso su casa en Salamanca cuando salga de permiso. La mujer que hace de celestina, que asegura no haber tenido sexo con ninguno de los cuatro funcionarios por ser lesbiana, afirma que uno de los imputados oscila entre hacer regalos a las chicas (perfumes, hachís, tarjetas para teléfonos), y rozarse y sobar circunstancialmente a las mujeres. El teléfono móvil está prohibido en las cárceles, pero es vox populi que muchos reclusos los tienen, y los introducen en los centros a veces por vía rectal.

Cada uno de los imputados utiliza con sus presuntas víctimas, según fuentes del penal, un estilo diferente: mientras que uno es autoritario y otro puede ser amistoso, las denuncias contra un tercero refieren buen número de relaciones forzadas, y complica su situación el hecho de que su mujer es también funcionaria de prisiones.

Emerge en las primeras declaraciones de las mujeres la participación en los abusos de un cuarto funcionario, y también la confusión de algunas de las denunciantes, que explican que en alguna ocasión «las presas se aprovechan de los funcionarios»: la ambigüedad de las relaciones de poder en una cárcel de mujeres se pone de manifiesto («para ellas tener un trabajo en prisión lo cambia todo»), y no faltan casos en que un funcionario es perseguido para tener sexo por una reclusa.

Al igual que sucede en los penales masculinos, mujeres en principio heterosexuales entablan habitualmente relaciones homosexuales con compañeras con total normalidad, mientras siguen recibiendo la visita de su marido y sus hijos, con quienes regresan también al cumplir condena.

Los presuntos abusos de Brieva son muy variopintos. A una presa uno de los imputados le instala un televisor en la celda. «¿Y qué me vas a dar a cambio?», le suelta él, que le estampa un beso en la boca. La mujer no denuncia, pero lo declara más tarde a la Inspección. La propia celestina admite en su declaración ante Instituciones Penitenciarias que su novia mantuvo una relación con el encargado de mantenimiento, omnipresente en cada rincón del centro.

El viernes, en Ávila, declaran los cuatro funcionarios imputados.

Si vuelves a tu país, no denuncias

C. es una de las presuntas víctimas de abusos sexuales en la cárcel de Brieva, pero podría dejar de serlo en breve. El motivo: C. es brasileña y ya ha cumplido la mitad de su condena, por lo que podría cumplir el resto en Brasil gracias al convenio entre España y ese país. Sin embargo, la Fiscalía española, que en un principio accedió a que dejara un testimonio grabado y pudiera irse, ha solicitado finalmente que no disfrute de esa situación y se quede en España para participar en el juicio, según un documento despachado por el fiscal del caso el 19 de diciembre pasado. Es decir, se le castiga por ser víctima de unos presuntos abusos. O eso o, en el peor de los casos, se le empuja a retirar la denuncia para poder irse a cumplir condena a su país, estiman fuentes penitenciarias. El juez decide esta semana.


Fuente: elmundo.es

lunes, 26 de enero de 2015

La mujer de la paz, Bertha von Suttner (1843-1914)


En 1905 se entregaba el cuarto Premio Nobel de la Paz de la historia. La galardonada fue Bertha von Suttner, una mujer entregada en cuerpo y alma a la defensa del pacifismo. Hija de una de las familias austriacas con más tradición militar de Viena, Bertha rompió con aquella existencia, se casó en secreto y vivió penurias económicas. En París trabajó brevemente para Alfred Nobel con quien estableció una profunda relación de amistad que duraría años. La vida y el ejemplo de Bertha von Suttner, autora de la obra cumbre del pacifismo ¡Adiós a las armas¡, le sirvió como inspiración a Nobel para crear su reputado premio. El primero de todos, el de la Paz, abrió el camino a una larga tradición de reconocimientos a la labor humana, científica, económica y literaria. Y la primera mujer en iniciar dicha tradición fue Bertha von Suttner.

La hija póstuma de un militar
Bertha Felicitas Sophie nació el 9 de junio de 1843 en Praga, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro en el seno de una familia de militares. Bertha fue la hija póstuma del conde Franz Kinsky von Wchinitz und Tettau, mariscal de campo del Imperio Austro-Húngaro y su esposa Sofía Wilhelmine. Ya desde su nacimiento recibió el título de condesa de Kinsky y vivió rodeada del lujo de la corte. Recibió una esmerada educación de la mano de un tutor personal, aprendió varios idiomas y viajó en múltiples ocasiones. 

Pero aquella vida de lujos y tranquilidad económica terminaría cuando su madre ya no fue capaz de mantener el elevado ritmo de vida que la corte exigía. 




Una condesa institutriz

Bertha tenía entonces unos treinta años y decidió buscarse un trabajo para poder independizarse económicamente. En 1873 empezó a trabajar como institutriz en casa del barón Karl von Suttner donde se hizo cargo de sus cuatro hijas. Su estancia con los von Suttner solamente duró tres años. Bertha se había enamorado del hermano mayor de las chicas, el conde Arthur Gundaccar von Suttner. El barón no sólo se opuso porque Bertha tuviera siete años más que Arthur. La joven, a pesar de pertenecer a la aristocracia, poco podía aportar a aquel matrimonio, aparte de su título.

En 1876 el barón von Suttner invitó a Bertha a dejar su cargo de institutriz de sus hijas. Fue entonces cuando, casualidades del destino, Bertha encontró un anuncio en el periódico en el que un caballero adinerado de París que buscaba una secretaria. Aquel millonario no era otro que el químico sueco Alfred Nobel.

Una boda secreta
Su trabajo junto a Nobel se redujo a unos pocos días pero que, sin embargo, dejarían huella en ambos. Entre Bertha y Alfred nacería una relación de amistad que se perpetuaría a lo largo de muchos años gracias a las cartas que nunca dejaron de escribirse.

De vuelta a Viena, Bertha y Arthur se casaron en secreto en junio de 1876. La ceremonia llegó pronto a oídos del baron von Suttner provocando su ira y la de la toda la alta sociedad vienesa. Ante aquella incómoda situación, la pareja se marchó a vivir al Cáucaso donde vivirían casi una década sobreviviendo gracias a sus escritos en medios locales.

Palabras en favor de la paz
En 1885 el barón von Suttner aceptó al fin el matrimonio de su hijo y pudieron regresar a Viena donde Bertha continuó dedicándose a escribir y empezó a entrar en contacto con distintos movimientos pacifistas de toda Europa. En París conoció de primera mano la labor de la Asociación Internacional por la Paz y el Arbitraje e intercambió impresiones con otras personas con sus mismo ideales.

En 1889 Bertha von Suttner publicó la que sería su gran obra. ¡Adiós a las armas!, una novela en la que se relata la vida de Marta, una mujer que sufre el horror de la guerra, se convirtió en un claro referente del pacifismo y su autora en una consagrada escritora y activista internacional.

Convenciendo a Alfred Nobel
Bertha continuó dedicando toda su vida a la defensa de la paz en el mundo. Incluso después de quedarse viuda en 1902, no cejó en su empeño de demostrar a los dignatarios de los distintos países europeos de la necesidad de encontrar soluciones alejadas de los conflictos armados para resolver problemas.




Mientras continuaba con su misión, Bertha no se olvidó de su amigo Alfred Nobel al que mantuvo siempre informado de sus acciones y al que terminó sensibilizando en favor de la necesidad de implicarse activamente en los movimientos pacifistas. 

El 27 de noviembre de 1895 Alfred Nobel firmaba su testamento en el que destinaba una parte importante de su fortuna a crear un fondo con el que premiar a todas aquellas personas que hubieran dedicado de manera excepcional su vida a la paz, la ciencia y la literatura. La mujer que había inspirado e influido en aquel testamento recibiría en 1905 el Premio Nobel de la Paz.

Bertha von Suttner, quien también luchó por los derechos de las mujeres y estuvo siempre a favor de una Europa unida, participó en citas internacionales tan importantes como la Conferencia de la Haya de 1907. Ya entonces empezaba a intuir la amenaza belicista que sobrevolaba el Viejo Continente. 

El 21 de junio de 1914, dos meses antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, Bertha von Suttner fallecía tras una larga lucha contra el cáncer. 





Por Sandra Ferrer

miércoles, 21 de enero de 2015

POR QUÉ UNA MASCULINIDAD DISIDENTE

INTRODUCCIÓN
Este ensayo busca abordar la masculinidad partiendo del feminismo, en tanto que la lucha feminista tiene la capacidad de contribuir a la emancipación humana, abre la posibilidad de cuestionar y de generar alternativas, con ello se trata de responder algunas cuestiones como ¿Por qué los hombres debemos unirnos a la lucha feminista?
  1. La masculinidad hegemónica.
El patriarcado es el sistema político que produce y reproduce la dominación de los hombres sobre las mujeres. Los masculinos hegemónicos son aquellos hombres que sacan provecho de esa hegemonía para sus intereses. La mayoría de los hombres en el mundo son masculinos hegemónicos porque nacieron en el sistema patriarcal, de modo que fueron educados para ser machistas en todos los ámbitos posibles: familia, escuela, televisión y trabajo, entre otras. Entendemos machismo como la ideología que engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto, es decir, hacer pasar por natural que los hombres son más inteligentes, fuertes, líderes natos, dominantes, racionales, cuerdos y capaces en todos los ámbitos.
Además, la masculinidad hegemónica exige del hombre que sea el proveedor infalible, que no exprese sentimientos, que trate a las mujeres como objetos, que sea sexualmente excelso, incluso que sea violento en su cotidianidad. Busca naturalizar la exigencia opresiva de que la mujer efectúe extenuantes jornadas asumiendo que ha nacido con la cualidad de la multitarea, siendo que no es más que un producto histórico de su sujeción (Galtes y Casademont, 2010).
La masculinidad hegemónica es androcéntrica (Varela, 2013:328), asume que el hombre es el centro del universo, lo cual se ve reflejado en el lenguaje que equivale “hombre” a género humano, en concebir sólo a los hombres como sujetos de derechos, que ve a las mujeres tan sólo como complemento de los hombres, que se asume como sujeto sexual y a las mujeres como objetos sexuales, incluso asume la caballerosidad como la mejor forma de tratar a las mujeres, siendo que esta práctica presupone la infantilización de las mujeres, dado que ser un caballero implica concebirlas como seres dependientes o disminuidos, que no pueden comportarse en el espacio público de manera autónoma y que requieren el auxilio de los hombres en todo momento (Erazo, 2015).
La masculinidad hegemónica justifica la violencia machista asumiendo que los hombres son violentos por naturaleza, por lo que son propensos a golpear, violar y someter a las mujeres; de modo que sea responsabilidad de ellas cuidarse del acoso, violaciones y asesinatos recluyéndose al espacio privado del hogar. Lo cual es sumamente contradictorio, pues por un lado se apela a la superioridad racional del hombre para ejercer su dominio institucional y por otro se apela a la naturaleza irracional de sus instintos para justificar su tendencia violenta. Lo que está de fondo es el sistema patriarcal, que a raíz de la división sexual del trabajo (Kollontai, 1976), ha perpetuado el sometimiento, subordinación y opresión de los hombres contra las mujeres. Es decir, los hombres no son buenos o malos por naturaleza, sino que su dominio responde al desarrollo histórico que tiene como base la propiedad privada y el sometimiento de la naturaleza, los desposeídos y el cuerpo de las mujeres.
  1. Las nuevas masculinidades.
El ingreso de las mujeres al mercado laboral por impulso del capitalismo (Marx, 1980), propició las condiciones materiales para la lucha feminista, la cual generó diversas conquistas como su reconocimiento en el espacio público en la calle, la escuela y el trabajo. Esto trastocó los roles familiares clásicos, en los que la mujer se dedicaba exclusivamente al hogar y el hombre brindaba todo el sustento económico, lo que obligó a replantear la masculinidad hegemónica, de modo que estuviera acorde a los procesos sociales emergentes. Es decir, tanto el feminismo como las nuevas masculinidades surgieron en razón de condiciones históricas propicias para una transformación de los roles sexuales, de modo que la independencia económica de las mujeres sentó las bases para romper la normatividad de la familia nuclear.
Sin embargo, las nuevas masculinidades no van al fondo del problema, pues en su mayoría no cuestionan la  heteronormatividad (que puede ser entendida como un sistema de normas que concibe la otredad como inferior y subordinada al sujeto dominante), sino que se centran en el problema de la identidad (Azpiazu, 2013) y se limitan a modificaciones individuales como el reparto de las tareas del hogar, la aceptación de que en algunos casos la esposa sea el sostén económico, una paternidad sensible, la apertura para llorar y expresas sus emociones abiertamente, la exploración del cuerpo más allá de los genitales, la manifestación de la feminidad, el ejercicio  de la homosexualidad y transexualidad, y el apoyo al movimiento feminista en diversos grados, entre otros.
Aun cuando todos estos factores sean favorables para una relación igualitaria entre géneros, se reducen a cambios individualistas que no cuestionan al sistema de fondo, sino que sólo son “nuevas” o “diversas” como si todas las masculinidades fueran igual de válidas y de determinantes, cayendo así en un relativismo sin una propuesta política que sea capaz de combatir consistentemente al patriarcado.
En pocas palabras, no se trata de maquillar la masculinidad con propuestas alternativas, sino de cuestionarla de raíz, asumiendo que históricamente ha sido un instrumento de dominio y opresión hacia las mujeres, de modo que no basta con reformar la masculinidad dejando intacto al sistema patriarcal, sino que como masculinos debemos hacernos conscientes y cuestionar de fondo toda una serie de privilegios para los hombres que subordinan a las mujeres, como veremos.
  1. La masculinidad disidente
Contra la masculinidad hegemónica y ante las nuevas masculinidades, construyamos una masculinidad disidente, la cual consiste en cuestionar de raíz la violencia machista, la dominación patriarcal y la subordinación sistemática de las mujeres.
La masculinidad disidente tiene que empezar por cuestionar los privilegios que tenemos los hombres por nacer en el patriarcado y que muchas veces no notamos por haberlos disfrutado siempre. Asumir que las mujeres sufren desventajas construidas por un sistema androcéntrico, tal como en lo económico, donde la mayoría de las propiedades están a nombre de hombres, el ingreso por igual trabajo es menor para las mujeres, la posibilidad de ascenso para las mujeres o de realizar trabajos asumidos como masculinos es limitada, el riesgo de ser despedidas por embarazo o por no acceder a favores sexuales es considerable, el salir a la calle de día y de noche conlleva un riesgo mayor para las mujeres de ser asaltadas, violadas o asesinadas, lo cual es producto de un sistema pensado y configurado para los hombres.
También debemos cuestionar la feminización del trabajo doméstico y la masculinización del trabajo externo, asumiendo que hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades para desempeñarnos en ambos trabajos, sin que esto represente que el hombre “ayuda” en las labores del hogar, sino que establezca un compromiso de trabajo equitativo; en el trabajo externo al hogar, debemos romper con el prejuicio de que el trabajo de la mujer es complementario o que se le hace un favor al contratarla, dado que puede desempeñar las mismas funciones que los hombres, incluyendo los que involucran fortaleza física, lamentablemente hemos sido educados para pensar lo contrario.
La masculinidad disidente busca combatir los prejuicios misóginos como el que considera que la mujer virgen es más valiosa como si su ser se redujera a una supuesta pureza sexual. En contraste, la masculinidad disidente rompe el estereotipo de que un hombre con muchas parejas es más hombre o que una mujer con muchas parejas es menos mujer, ya que no se trata de una competencia ni de ser más que otro, sino que como masculinos disidentes respetemos el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, tanto en su sexualidad como en su reproducción, su apariencia y su cuidado personal, ya que los hombres que se sienten con derecho a opinar sobre el cuerpo de las mujeres reproducen la masculinidad hegemónica autoritaria y paternalista, que utiliza a las mujeres para su placer.
En otras palabras, aun cuando el machismo afecta a hombres y a mujeres, el grado en que pueda afectar a los hombres es incomparablemente menor. En consecuencia, que no podamos llorar o que se nos humille si no mostramos un carácter dominante: no es nada grave comparado con el riesgo latente que tiene las mujeres de sufrir violencia sexual en cualquier ámbito de sus vidas e incluso feminicidio, que es el asesinato de las mujeres por el hecho de serlo.
Ser disidente no implica necesariamente optar por una preferencia no-heterosexual, dado que aun cuando las prácticas sexuales conllevan un grado de trasgresión, suelen ser mediatizadas por el sistema capitalista mediante el consumo, es decir, de nada sirve disentir de la heterosexualidad si sólo implica promover el mercado de la diversidad y no cuestionar la subordinación de las mujeres. En ese sentido, que los hombres se vistan como mujeres o que se hagan operaciones sexuales no es suficiente, en la medida en que siguen perpetuando los roles de género, donde las mujeres son subordinadas.
La masculinidad disidente cuestiona, visibiliza y combate la violencia machista en uno mismo y en los demás, desde la más sutil que es la mirada morbosa o agresiva, pasando por la violencia verbal del piropo y del cortejo impositivo, y luchando contra la violencia física de los golpes, la violación y el feminicidio, sin olvidar la violencia estructural de la dependencia económica de las mujeres y de sus hijas e hijos. Considerando que no basta con no ser masculino hegemónico, sino que asumamos el compromiso de sumarnos a la lucha contra todo tipo de violencia contra las mujeres (Moscacojonera, 2014).
Uno de los problemas más graves dentro del patriarcado es la trata de mujeres, que materializa la visión capitalista de las mujeres como mercancías. De modo que la masculinidad disidente debe posicionarse contra el consumo sexual en todas sus formas, desde la prostitución hasta el modelaje. Sin embargo, no nos corresponde a los hombres decirles a las mujeres cómo vestir o como ganarse la vida, pues estaríamos cayendo en un paternalismo que corresponde a la masculinidad hegemónica. De modo que nuestra labor es acompañar los procesos de lucha contra la trata y la prostitución, forjados por las mismas mujeres, sin pretender protagonizarlos.
En ese sentido, la posición de la masculinidad disidente frente al feminismo es compleja. Por un lado no debemos invadir sus espacios diciéndoles cómo debe ser el feminismo, pues estaríamos cayendo en el vicio machista de decirles qué hacer a las mujeres; pero tampoco podemos desentendernos de la lucha feminista como si fuera una cuestión sólo de mujeres. Debemos encontrar el punto medio, el cual consiste en acompañar la lucha feminista sin invadir sus espacios, teorizar sobre feminismo partiendo de los argumentos de las feministas sin pretender tener la última palabra, asumir y cuestionar nuestros privilegios de hombres y combatirlos, y construir relaciones masculinas que sean críticas ante las prácticas machistas como los piropos, el acoso sexual y la misoginia. Incluso debemos combatir una sociedad hipócrita que alaba al hombre pro-feminista y criminaliza a la mujer feminista (Frida, 2013), pues estaríamos reproduciendo la masculinidad hegemónica que reconoce todo cuanto haga el hombre y minimiza todo cuando haga la mujer.
Por otra parte, gran parte de la violencia hacia las mujeres es económica, producto del capitalismo como última etapa de la civilización clasista, por lo que la masculinidad disidente debe comprometerse en la lucha de clases, dado que la única forma de superar la desigualdad social es superando al capitalismo e instaurando una sociedad donde cada cual trabaje según sus capacidades y reciba según sus necesidades. Sería inconsecuente combatir al patriarcado sin una propuesta objetiva de emancipación histórica, dado que no se estaría yendo al fondo del problema.
  1. La masculinidad farsante
Como toda corriente de pensamiento, la masculinidad no-hegemónica sufrió de desviaciones e imposturas, las cuales han sido nombradas de muchos modos: machismo mutante, machismo progre, machismo de izquierdas, machismo infiltrado o como prefiero nombrarlo: masculinidad farsante.
Lo que define a esta masculinidad es que utiliza los espacios feministas para su provecho y una infinidad de herramientas, unas más sutiles que otras, para pasar como un defensor del feminismo.
El peor de los masculinos farsantes es aquel que utiliza los espacios feministas (donde muchas veces llegan mujeres que han sufrido violencia y no saben a dónde acudir) para sacar provecho sexual, ya que bajo la bandera de la liberación sexual, persuaden e incluso fuerzan a las mujeres a tener relaciones sexuales, y como aparentemente son espacios de compañerismo y empoderamiento, suele confiarse en tales hombres.
La labor del masculino disidente en estos casos es estar alerta consigo mismo para no caer en esta deformación activista, pero también combatir, cuestionar y denunciar a cualquier masculino farsante. Además de apoyar la lucha que ya efectúan las propias feministas para denunciarlos y combatirlos.
El masculino farsante pretende decir cómo es el verdadero feminismo, lo que es imposible dado que los hombres jamás viviremos en carne propia la opresión patriarcal, por lo que nuestro deber es acompañar la lucha feminista sin querer protagonizarla (Whelehan, 1995), además de denunciar a los farsantes que pretendan hacerlo, dado que suelen acusar a las feministas de exageradas, perpetuando así la criminalización del feminismo que hace la masculinidad hegemónica (Rosso, 2014).
El masculino farsante se siente con el derecho de opinar sobre el cuerpo de las mujeres, diciendo qué tan delgada o gorda debe ser, qué tanto debe maquillarse, qué tan limpia o sucia es la menstruación, qué tanto deben depilarse y qué tan atractiva es una mujer joven o vieja; con lo cual reproduce la masculinidad hegemónica que le dice a la mujer cómo debe ser, aun cuando no esté reproduciendo la estética excluyente que impone el patriarcado. Por el contrario, el masculino disidente se calla ante el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y procesos, defendiendo el derecho de las mujeres a vivir su sexualidad como más les plazca. Hay que distinguir entre dos procesos distintos: el que las mujeres dejen de verse a sí mismas como objetos, que es un empoderamiento exclusivamente de ellas; y el que los hombres dejemos de opinar hegemónicamente sobre cómo deben ser las mujeres.
El masculino farsante promueve el uso de recursos públicos para eventos de masculinidad e incluso defiende los “derechos del hombre”, el día internacional del hombre o el concepto de masculinicidio (asesinato de un hombre por el hecho de serlo), lo cual es tan absurdo como sería el día de la raza blanca, o el día del rico, dado que si bien el racismo, el clasismo y el machismo nos afecta a todos, la magnitud del daño es infinitamente menor para los sectores hegemónicos (blancos, ricos y hombres), por lo que destinar recursos para dichos sectores implica perpetuar la desigualdad y la opresión, aun con las mejores intenciones.
El masculino farsante se “feminiza” usando falda, hablando de sí mismo en femenino o tomando roles pasivos en el acto sexual (Murillo, 2014), con lo cual sólo cuestiona al patriarcado superficialmente, mediante las formas, dejando intactos los privilegios que tiene por ser hombre e incluso negándolos de palabra.
El masculino farsante cree que por ser parte de la comunidad gay ya está siendo disidente y está exento de actitudes machistas, pretendiendo sufrir el mismo acoso que las mujeres, siendo que en muchos casos toma actitudes misóginas y abusa de sus privilegios por el hecho de asumirse víctima del patriarcado.
Finalmente, el masculino farsante critica que las feministas utilicen un lenguaje violento o aprendan defensa personal, siendo que la no-violencia es un arma más del patriarcado para que las mujeres no se defiendan de los acosadores y no luchen por sus derechos (Gelderloos, 2012). Argumentar que “todo lenguaje y acto bélico es patriarcal” perpetúa el pacifismo conciliador que ha mantenido a las mujeres oprimidas por demasiado tiempo. Incluso existen masculinos farsantes que pregonan contra la violencia, mientras que sus prácticas sexuales son abusivas.
Conclusión
Los hombres no podemos ser feministas en sentido estricto porque jamás viviremos la opresión patriarcal en carne propia. Sin embargo, podemos sumarnos a la lucha feminista cuestionando nuestros privilegios, combatiendo la masculinidad hegemónica y denunciando a los masculinos farsantes.
Nuestra labor radica en forjar una masculinidad disidente que no pretenda protagonizar la lucha feminista, ni sacar provecho de ella, sino acompañar a las mujeres en su proceso de emancipación, construyendo relaciones igualitarias donde no haya subordinación de clase ni de género, las mujeres tengan poder sobre ellas mismas, y cada cual trabaje según sus capacidades y reciba según sus necesidades.
REFERENCIAS
Azpiazu Carballo, Jokin (2013) ¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, o abolirla transformarla? En: http://www.pikaramagazine.com/2013/03/%C2%BFque-hacemos-con-la-masculinidad-reformarla-transformarla-o-abolirla/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Erazo, Ivan (2015) Caballerosidad: La prima taimada del machismo. En:http://www.sociedadytecnologia.org/blog/view/153617/caballerosidad-la-prima-taimada-del-machismo Consultado el 20 de enero de 2015.
Frida Freddy, Frieda (2013) ¡No insistan! Ser hombre es incompatible con ser Feminista. En:  http://djovenes.org/archivo/?p=9392 Consultado el 4 de enero de 2015.
Galtes, Mar y Esther Casademont (2010) El timo de la superwoman, Barcelona, Planeta.
Gelderloos, Peter (2012) La no violencia es patriarcal. En:http://www.kaosenlared.net/secciones/s/derechos-humanos/29925-la-no-violencia-es-patriarcal Consultado el 4 de enero de 2015.
Kollontai, Alexandra. (1976) La mujer en el desarrollo social. En:http://creandopueblo.files.wordpress.com/2011/09/kollontai-alexandra-la-mujer-en-el-desarrollo-social.pdf  Consultado el 25 de abril de 2014.
Marx, Karl (1980). El Capital. Crítica de la economía política. Madrid: Siglo XXI
Moscacojonera (2014) 35 cosas que cualquier hombre puede hacer para apoyar el feminismo. En: http://www.golfxsconprincipios.com/lamoscacojonera/35-cosas-que-cualquier-hombre-puede-hacer-para-apoyar-el-feminismo/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Murillo Ruiz, Alicia (2014) Machirulos infiltrados. En:  http://youtu.be/z71iSi1llFgConsultado el 4 de enero de 2015.
Rosso, Nadia (2014) La culpa es de las feministas excluyentes. En: http://www.la-critica.org/opinion/la-culpa-es-de-las-feministas-excluyentes/ Consultado el 4 de enero de 2015.
Varela, Nuria (2013) Feminismo para principiantes. Barcelona, Ediciones B.


Whelehan, Imelda (1995) Los hombres en el feminismo. En:https://masculinidades.wordpress.com/los-hombres-en-el-feminismo/ Consultado el 4 de enero de 2015.

MAURICIO DIMEO



La música en Auschwitz, Alma Rosé (1906-1944)


En el escenario de horror y muerte que fue el campo de exterminio nazi de Auschwitz, la música sonaba a menudo. Aunque pueda parecer contradictorio, fue precisamente una de las guardianas más sanguinarias del campo la que decidió crear una orquesta que tendría que tocar para las la “bienvenida” a los presos recién llegados, para “amenizar” las idas y venidas a las zonas de trabajo y para deleitar a los capos del centro cuando a estos les venía en gana. Alma Rosé fue una de sus directoras. Virtuosa del violín, esta sobrina de Gustav Mahler fue detenida por ser judía. Su talento la salvó de una muerte segura. Aunque sólo durante un breve lapso de tiempo. 

Alma Rosé nació en Viena el 3 de noviembre de 1906. Su padre, Arnold Rosenblum, era un reputado violinista austriaco que dirigió durante años la Orquesta Filarmónica de Viena y la Ópera Estatal, además de liderar el famoso Cuarteto Rosé. Arnold había cambiado su apellido Rosenblum por el de Rosé. Su madre, Justine Mahler era hermana del compositor Gustav Mahler. No es de extrañar que Alma dedicara su vida a la música. Su instrumento era el violín, del que fue una gran virtuosa. 

A los veinticuatro años se casó con el violinista de origen checo Váša Příhoda del que se separaría en 1935. 

Cuando en 1938 Austria se anexionaba a la Alemania nazi, Alma huyó a Londres con su padre. Los años siguientes Alma viajó por distintos países europeos dando conciertos mientras se jugaba la vida. Para escapar del nazismo, Alma se convirtió al cristianismo y llegó a organizar un matrimonio ficticio para ocultar su ascendencia judía. Pero su suerte terminó en Francia donde, a finales de 1942 fue detenida por la Gestapo y trasladada al campo de Drancy. 

En julio del año siguiente, Alma Rosé era deportada al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau del que ya no saldría con vida. En un primer momento, Alma se salvó de la cámara de gas cuando se pidieron músicos para tocar en un evento dentro del campo. Su virtuosismo llamó rápidamente la atención de una melómana llamada María Mandel y considerada como una de las guardianas más agresivas del campo. Maria Mandel había creado una orquesta que hasta la llegada de Alma estaba dirigida por una maestra polaca llamada Zofia Czajkowska. 

Además de algunos músicos profesionales, como la Fania Fénelon, Anita Lasker-Wallfisch o Esther Bejarano, pero la mayoría de ellos eran músicos amateurs. Alma Rosé se volcó en cuerpo y alma en aquel reducto de melodías dentro de Auschwitz. Para ella, tocar bien era una necesidad para seguir con vida. Para no volverse loca. Para hacerse indispensable para los dirigentes del campo. Por ello, no dudó en obligar a tocar durante largas jornadas a los miembros de la orquesta a los que corregía una y otra vez. 



Como directora de la orquesta, Alma “disfrutó” de unos privilegios dentro del campo. Considerada como kapo, Alma tenía una habitación individual, comida en condiciones, ropa y asistencia médica cuando la necesitaba. Los otros músicos y sus instrumentos, permanecían en un barracón aislado del frío y la humedad y más confortable que las auténticas cuadras que suponían el resto de habitáculos del campo. Además, estaban exentos de realizar trabajos forzados.

El 2 de abril de 1944 Alma Rosé dirigió por última vez la orquesta de Auschwitz. Alma enfermó de repente y dos días después fallecía sin saber a ciencia cierta si fue a causa de una intoxicación, una infección o un envenenamiento. 

Esta última opción estaría relacionada con los celos y animadversiones que Alma Rosé provocó dentro de la orquesta, tal y como explicó años después la pianista Fania Fénelon en su libro autobiográfico Playing for time. En él, Fania vertió todo tipo de acusaciones contra Alma a la que describió como una mujer estricta que abusaba de su poder dentro de la orquesta, además de mostrarse afín a los dirigentes del kapo

Es cierto que Alma hacía ensayar hasta el agotamiento a los músicos a su cargo y que seguía los deseos de personas tan crueles como Maria Mandel. Pero probablemente Alma lo hizo para salvar la vida de todos ellos y la suya propia. Enfrentarse a los nazis o no complacerles significaba una muerte segura. Alma se sintió responsable de aquellos amantes de la música que, mientras ella permaneció como directora de la orquesta, ellos siguieron con vida. 


De manera excepcional, el cuerpo de Alma Rosé, una mujer judía, fue honrado con un funeral dentro de Auschwitz. Sus restos mortales, que fueron envueltos en una sábana blanca y rodeado de flores, descansan en un cementerio de Viena. 



Por Sandra Ferrer

martes, 20 de enero de 2015

El Franquismo experimentó con 50 reclusas de Málaga en busca del "gen rojo"


En mayo de 1939 el afamado psiquiatra franquista Antonio Vallejo Nájera se trasladaría hasta la prisión provincial de Málaga para someter a un importante experimento racial a 50 presas republicanas, elegidas de entre todo el grupo de edades. Sus investigaciones en la cárcel le permitieron degradar hasta sus últimas consecuencias la figura de aquella mujer republicana, que tachaba en sus estudios como un “ser degenerado, lleno de ferocidad y de rasgos criminales”. Publicaría años más tarde en la Revista Española de Medicina y Cirugía el prestigioso artículo recordando la temible influencia del “gen rojo” y la necesidad de extirparlo de entre los vencidos, según informa María Serrano en andalucesdiario.es.

Nada se conoce de la identidad de aquellas mujeres que estuvieron expuestas durante largos días a los humillantes test psicológicos a que fueron sometidas. Con papel y pluma, el psiquiatra redactaría en un amplio informe caracterizando a sus víctimas. Aquellas “mujeres marxistas” eran cincuenta: 33 condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua y las 7 restantes tenían penas de entre 10 y 15 años.Ningún archivo pone nombres y apellidos a estas presas malagueñas, aunque se conoce como el temido psiquiatra las consideraba peligrosas por diferentes niveles de grupos, considerando “las más degeneradas” a las que eran marxistas y catalanas.

La crudeza de sus documentos despierta escalofríos al relatar la terrible humillación a la que fueron sometidas estas republicanas. Entre las conclusiones Nájera apuntaría que “la mujer roja y la mujer en general tenía rasgos físicos de extraordinaria inferioridad con respecto al hombre”. Además señala como otro de los puntos más importantes que “el marxismo y la revolución unidos a la mujer debían ser tratados médicamente, no políticamente”. Para este médico era una cuestión de absoluta obviedad pensar que eran “débiles mentales y analfabetas”.

El temido gen rojo


“Este psiquiatra creía que existía el gen rojo, creía que las mujeres tenían un virus que era necesario extirpar y que ser de izquierdas tenía una inconfundible relación con la perversión humana”, apunta Esperanza Bosch, autora del estudio La psicología de las mujeres republicanas según el Dr. Antonio Vallejo Nájera. Ante esta creencia y el éxito absoluto de las teorías de Nájera en la posguerra, las mujeres republicanas comenzaron a sufrir la verdadera degeneración por parte de la dictadura franquista. Bosch apunta que “a estas mujeres les quitaron a sus hijos para destruir sus mentes y anular sus voluntades”. Tampoco se sabe a ciencia cierta si los niños de aquellas mujeres sobrevivieron en medio de los experimentos, siendo finalmente exterminados para eliminar cualquier posibilidad de “intoxicación” de aquel gen.

Tal y como se ocurrió en la Alemania nazi posterior, el franquismo presentó estudios a través de personalidades reconocidas de la época, como el de este psiquiatra, que crearon un patrón de exterminio que justificaría las políticas contra la llamada ‘Anti- España’, llena de “masones, comunistas, librepensadores anarquistas y republicanos”.

Además Nájera, nombrado jefe de los servicios psiquiátricos de Franco, se encontraba fuertemente influenciado por las doctrinas alemanas de higiene racial que luego se llevarían hasta sus extremos más pavorosos en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Aquellas cincuenta presas fueron el primer material de estudio.



Fuente: http://lamanchaobrera.es/

lunes, 19 de enero de 2015

Viajar como terapia, Isabella Bird (1831-1904)


Isabella Bird fue una mujer de frágil salud física y mental que encontró curiosamente en la vida del viajero una medicina única para sus dolencias crónicas. Su pequeño mundo en Yorkshire le asfixiaba hasta el punto de necesitar marchar al otro extremo del planeta para encontrar sentido a su existencia. Como otras trotamundos decimonónicas, Isabella Bird fue recopilando experiencias en unas notas que se convertirían en destacados libros de viajes. Y como muchas otras también, quiso viajar por el mundo hasta que su cuerpo ya no pudo más. Además de viajar como bálsamo para su débil salud, Isabella Bird tuvo siempre a los más desfavorecidos en mente, a los que ayudó siempre que pudo y a los que dedicó parte de los beneficios obtenidos por sus exitosos libros.

Isabella Lucy Bird nació el 15 de octubre de 1831 Boroughbridge Hall, en Yorkshire. Su padre, el Reverendo Edward Bird se había casado en segundas nupcias con Dora Lawson, a cuya familia pertenecía Boroughbridge Hall. Isabella tuvo una hermana pequeña, llamada Henrietta, con quien mantendría una relación muy estrecha toda su vida. Isabella y su hermana tuvieron una infancia marcada por los constantes traslados de toda la familia por causa del trabajo de su padre. Ambas fueron educadas por su propia madre. Además de enseñarles a leer y escribir, Dora formó a sus pequeñas en religión, costura y dibujo. Pero lo que más le gustaba a Isabella era unirse a los largos paseos campestres de su padre, quien marcaría profundamente su carácter y su futuro.

Sin embargo, el espíritu de Isabella se vio pronto ahogado en aquel tedioso mundo en el que viajar de vicaría en vicaría era lo más apasionante que existía. A su melancolía se unió una lesión de la espina dorsal que se convirtió en crónica tras una precaria operación quirúrgica cuando tenía dieciocho años.


Su padre, intentado encontrar una solución a las dolencias de su hija, decidió cambiar drásticamente de aires e instalarse durante seis meses en Escocia con su mujer y sus dos hijas. Aquello fue un revulsivo perfecto para Isabella quien disfrutó como nunca del aire libre y cuya experiencia plasmó en una revista local. Escocia sería el primer viaje de Isabella. Y no sería, ni mucho menos el último.

De nuevo volvía a sufrir terribles dolores de espalda y su ánimo empezaba peligrosamente a decaer. Así que decidió marchar de nuevo y lo hizo ni más ni menos que a la lejana isla del Príncipe Eduardo en Canadá desde la que continuó su periplo hasta recalar en la ciudad de Nueva York. Una inglesa en América sería su primer libro de viaje, editado por el que se convertiría en su gran amigo y mentor: John Murray.

En 1857, y de nuevo por prescripción médica, Isabella se reencontró con Nueva York desde donde viajó a otras ciudades de Norte América. Su viaje terminó de manera abrupta en abril de 1858 al conocer la muerte de su padre. En casa de nuevo, escribió Los aspectos religiosos en los Estados Unidos de América a la vez que convencía a su madre de trasladarse con ella a vivir a Edimburgo. En Escocia, donde había disfrutado de su primera experiencia como viajera, Isabella hizo un interesante círculo de amigos intelectuales. Pero de nuevo la mala salud hizo mella en su cuerpo. Sumida en la depresión, la muerte de su madre en 1866 agravó aún más su situación.
Fue gracias a su hermana Henrietta, quien estuvo siempre a su lado y la apoyó en sus proyectos como viajera, que Isabella pudo superar aquella difícil situación. Fue precisamente Henrietta quien la animó a emprender un nuevo viaje. Y esta vez puso rumbo a Melbourne, desde donde terminó recabando en las Islas Sandwich en Hawai donde permaneció medio año. En agosto de 1873 puso rumbo a los Estados Unidos. Los territorios del lejano Oeste fueron el escenario de una furtiva relación con un forajido legendario, Jim Nugent.

De vuelta a casa, en 1875 se publicaba su obra El archipiélago hawaiano y una serie de artículos narrando sus experiencias que la consagraron como escritora de libros de viajes. 

A mediados de 1878 volvía a coger su maleta y ponerse de nuevo en marcha. Su próximo destino: Japón. Allí permaneció seis meses y después viajó por otros países del continente asiático como China o Malasia. Desde allí, continuó su periplo por Egipto desde donde se embarcó rumbo a Inglaterra donde sus experiencias se convirtieron una vez más en éxito de ventas. Pero aquel feliz momento de su vida se vio empañado por la desaparición de su hermana Henrietta. Sola, sin sus padres ni su hermana, Isabella decidió aceptar una antigua proposición de matrimonio de un doctor llamado John Bishop.
Isabella Bird se casó de luto en 1881. Cinco años después quedaba viuda y de nuevo sola. Para superar aquella situación, Isabella decidió hacer algo memoria de su hermana y su marido y que además fuera de ayuda a los más necesitados. Así, tras formarse brevemente como enfermera, se embarcó hacia la India donde fundó el John Bishop Memorial Hospital y otro hospital en recuerdo de Henrietta. Antes de volver a casa, Isabella viajó por Persia y el Kurdistán, lugares que serían la esencia de su obra cumbre, Viajes por Persia y Kurdistán.

Su prestigio como viajera la convertirían en la primera mujer en ser aceptada en la tradicionalista y inamovible Real Sociedad Geográfica de Londres. 

Isabella continuó viajando. El siguiente destino fue de nuevo Japón, Manchuria y Corea, lugares donde permaneció tres años y llegó a temer por su vida. Después de regresar y publicar otras exitosas obras, aún en 1900 organizó un viaje a Tánger. 

Pero cuando Isabella arribó a Londres, ya era una mujer que había sobrepasado los setenta y su cuerpo ya no la iba a poder seguir demasiado tiempo más. Dos años pasó postrada en su cama, lo que desde luego habría supuesto una terrible prueba para ella, hasta que su vida se apagó el 7 de octubre de 1904.



 Si quieres leer sobre ella 



Viajeras de leyenda
Pilar Tejera







Por Sandra Ferrer