RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

lunes, 21 de septiembre de 2015

Micromachismos: causas y efectos de esta sutil violencia

La heteronormatividad nos lleva a no darnos cuenta de la opresión diaria que sufren las mujeres.


micromachismos
Escrito por: Iván Crespo


El machismo sobrevive sutil, escondido, en pequeños gestos, en las relaciones y conversaciones. El machismo es un mal estructural que solo erradicaremos lejos de la presión social, creando nuevas masculinidades.

Micromachismo: historias de violencia subterránea

La semana pasada una amiga y yo fuimos al cine. Habíamos quedado también con otro amigo que, como siempre, llegaba tarde. Estábamos en la cola, perfectamente invisibles y mezclados con otras parejas y grupos de amigas cuando, finalmente, mi amigo llegó y nos saludamos como siempre, besándonos en los labios. Como le vi apurado por su tardanza, añadí un cálido abrazo y una caricia.
Inmediatamente nuestra invisibilidad se esfumó. Había pasado de ser un novio que va a ver una película con su chica, a ser un gay que muestra públicamente sus afectos. Quizá el abrazo duró más de lo socialmente convenido, quizá la caricia no debía ser en el rostro... El beso en los labios era irrefutable: éramos dos gays. ¿Y la chica? Quizá paso a ser la eterna amiga del chico gay.
Todas las miradas y algunos silencios, nos hicieron conscientes de que estábamos fuera de la masculinidad hegemónica. Éramos hombres que no se habían comportado como hombres.

Hombre, mujer, y formas de sexismo

Pero ¿qué es un hombre? La mayoría responde rápidamente con esencialismos biológicos, aunque todas sabemos que no se reduce a “ese apéndice”. Para responder a esta pregunta, se suelen responder a otra; ¿Qué hace –y qué no hace– un hombre?
'Lo masculino' existe precisamente en la medida en que la biología no explica lo social ni lo cultural. Necesitamos añadir la masculinidad a la idea de hombre para poder dotarla de significado. Esta versión más extendida de masculinidad (suma de valores y conductas) es lo que llamamos la masculinidad hegemónica. Dentro de la construcción de la identidad, la “masculinidad hegemónica” está en lo más alto, el número uno. Y aquí se complica.
En 1976, dos psicólogas norteamericanas, Robert Brannon y Deborah David enunciaron “los cuatro imperativos que definen la masculinidad”:
  • No tener nada de femenino.
  • Ser importante.
  • Ser un hombre duro.
  • Hacerles sufrir.
El psicoterapeuta Luis Bonino añade un quinto: respetar la jerarquía y la norma.

Los valores de la masculinidad hegemónica

A día de hoy, estos valores son reaccionarios, pero, en realidad, no han sufrido un gran cambio desde el Renacimiento.
La idea común que podamos tener de la masculinidad hegemónica es inalcanzable para cualquier hombre, pero la presión social –una forma muy sofisticada de inducir miedo– , hace que no nos permitamos ciertos comportamientos.
La masculinidad hegemónica gana por omisión: es casi imposible saber qué es un hombre, pero sí sabemos lo que un hombre no hace. Y son, justamente, todos esos comportamientos que no nos permitimos como hombres los que validan los idearios de la masculinidad y los que justifican el patriarcado.
Nuestros privilegios también tienen un precio en términos de daños emocionales y físicos. Bajo ese “Debo ser importante”, el varón asume la presión de aquel que debe actualizar permanentemente su derecho a ocupar un lugar en el universo masculino.

Heteronormatividad y sus formas de opresión

Gail Petherson comenta que un sistema de género donde los hombres dominan a las mujeres no puede dejar de convertir a los hombres en un grupo interesado en la conservación, y a las mujeres en un grupo interesado en el cambio.
Este es un hecho estructural, independiente de si los hombres como individuos amamos u odiamos a las mujeres, creemos en la igualdad o no; e independientemente de si algunas mujeres persiguen actualmente el cambio. Esta resistencia es habitual y generalmente inconsciente.
Se da en otros grupos privilegiados como el colonialismo, la supremacía blanca, el elitismo de clase, la heteronormatividad. La identidad propia invalida las identidades de las demás.
Lo habitual es que como hombres seamos incapaces de verlo como privilegios, si no como algo naturalizado. Solo si se ponen en duda, los comenzamos a ver como derechos. Algo dado, algo nuestro.
Según Bob Pease, todos los hombres, hasta cierto punto, creeremos que tenemos derecho a imponer exigencias a las mujeres (el trato deferente, el trabajo doméstico, los servicios sexuales, el apoyo emocional...). Solo diferirán según lo que cada hombre considere que tiene derecho y su manera de imponerlas.
No podremos superar el sexismo si los hombres no somos conscientes de los privilegios inmerecidos que recibimos como hombres
Y no seremos capaces de reconocer el impacto de estos privilegios en las mujeres que pueblan nuestra vida.
Para enfrentarnos a estas identidades dominantes, hay que explorar otros modelos de identidad y crear subjetividades que no se basen en la subordinación o la dominación. Llegan nuevas masculinidades.

Cómo evitar la violencia cotidiana

  • Micromachismo. Luis Bonino lo define como una práctica de violencia en la vida cotidiana que sería tan sutil que pasaría desapercibida pero que reflejaría y perpetuaría las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres.
  • Revisa. ¿Quién asume la mayoría del trabajo del hogar? ¿quién sacrifica su carrera profesional por el bien de la familia, seguramente porque cobra menos? Dejemos de valorar su cuerpo y su vestimenta, y de achacar sus enfados a las hormonas o a ser más emocional que racional. No dar por supuesto que las figuras de autoridad serán hombres.
  • Entre hombres. Evitemos la complicidad basada en comentarios sobre mujeres y caer en estereotipos y caricaturas. No admitir ni justificar comportamientos machistas de los amigos. Démosle la vuelta a la presión social para aislar “masculinidades contaminantes” y construir “nuevas masculinidades” más positivas hacia las mujeres y desafiantes contra el patriarcado.
  • (http://www.mentesana.es/psicologia/desarrollo-personal/micromachismos-causas-efectos-esta-sutil-violencia_1056)

domingo, 20 de septiembre de 2015

Argentina. Anularon el fallo de los jueces argentinos que culparon a un niño abusado sexualmente

Por Cosecha Roja

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Los jueces Benjamín Sal Llargués y Horacio Piombo fueron tapa de los diarios a mediados de mayo cuando redujeron la pena de un abusador a tres años y dos meses de detención. Eliminaron el “agravante” del abuso sexual porque, según ellos, la víctima – um niño de seis años – “era homosexual”. A mitad del año los magistrados tuvieron que renunciar a varios de sus cargos por la condena social. Recientemente la Corte Suprema de Justicia bonaerense anuló el fallo y repuso la pena de seis años de prisión.
Mario Tolosa abusó de un niño de seis años y el TOC 3 de San Martín lo condenó a seis años de prisión. Los jueces de la Cámara de Casación de la provincia de Buenos Aires le redujeron la pena a tres años y dos meses. Entre los argumentos dieron a entender que el nene era homosexual. Para el psiquiatra Enrique Stola, en los casos de abuso, el Poder Judicial funciona como una ‘picadora de carne’: “Gran parte de los jueces y juezas machistas son terriblemente soberbios con sus mediocres creencias: no protegen a las víctimas y convierten en víctimas a los victimarios”, dijo a Cosecha Roja.
“Con el fallo al niño lo están violando jurídicamente”, dijo a Cosecha Roja César Cigliutti, Presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Los jueces Benjamín Sal Llargués y Horacio Piombo cambiaron la calificación de “abuso sexual gravemente ultrajante” a “abuso sexual simple” y descartaron el agravante de “aprovechamiento de estado de indefensión de la víctima” porque el abusador no sabía que el niño ya había sido violado. También escribieron que G. “ya demostraba familiaridad en la disposición de su sexualidad” y que presentaba “una precoz elección de esa sexualidad”.
Los magistrados ya tienen un juicio político abierto por un caso del año 2000. Un pastor evangélico abusó de dos adolescentes de 14 y 16 años de una villa de Merlo. Ellos le redujeron la pena porque consideraron que como vivían en una comunidad de bajo nivel social, “se aceptan relaciones a edades muy bajas”.
Tolosa era vicepresidente del Club Florida y se ocupaba de llevar y traer en su camioneta a los niños que jugaban al fútbol, como G. Los nenes le tenían confianza y lo llamaban “el entrenador”, aunque no los entrenaba. El 6 de marzo de 2010 a la tarde lo llevó a G. al vestuario, le bajó los pantalones, lo cacheteó, le introdujo una ramita de árbol en la cola, le apoyó el pene en el ano y, como lloraba, le tapó la boca. Después lo subió a la camioneta y lo dejó en la casa de su abuela Elena. Su mamá lo abandonó y su papá está preso por haberlo violado.
– Te chupo el p.. si me das dos pesos. El entrenador hace lo mismo…
Eso le había dicho G. a su primo. La abuela ya lo había escuchado. Por eso cuando el niño volvió del club y le dijo que le dolía la cola, ella le creyó, lo revisó e hizo la denuncia en la Comisaría de la Mujer. El caso de G. es especial porque un adulto lo escuchó y lo acompañó: no siempre los abusos salen a la luz. “Hay niñas y niños que no tienen a quien recurrir, otros que cuentan pero no les creen; otros a los que la familia les cree pero los destrozan los operadores judiciales”, explicó Stola.
kaosenlared
Los jueces Benjamin Sal Llargués y Horacio Piombo redujeron la pena del violador, considerando que la víctima, un niño de seis año ya era homosexual.
Los fiscales Carlos Arturo Altuve y Jorge Armando Roldán tuvieron que leer el argumento más de una vez, no lo podían creer, les resultaba “francamente asombroso”. Interpusieron un “Recurso Extraordinario de Inaplicabilidad de Ley” frente al fallo que reduce la pena. “La interpretación que realizan los magistrados resulta descaminada, absurda e irrazonable”, escribieron. Aunque la orientación sexual del niño estuviese definida eso no puede “sustentar una interpretación diferenciada de las normas, ni mucho menos en perjuicio de un colectivo que ha sido históricamente sojuzgado y discriminado”.
Según el código penal el abuso sexual puede ser simple, gravemente ultrajante o con acceso carnal. “La discusión es qué significa ‘gravemente ultrajado’; eso queda librado a la discrecionalidad de quien toma la decisión”, dijo a Cosecha Roja el juez Mario Juliano, director ejecutivo de la Asociación de Pensamiento Penal. En este caso, lo llamativo son los “razonamientos que emplean” para la decisión: recurren a la preferencia sexual de la víctima. “¿Qué podemos atribuirle a un niño de seis años?”, se preguntó Juliano. El juez también consideró que lo que hay que tener en cuenta son los hechos y no mezclar las condiciones de la víctima. “Si una persona ejerce la prostitución, eso no la haría menos víctima de un abuso”, dijo.
Para Cigliutti, “no puede haber ninguna reducción de la pena por la violación de un niño y menos alegando la orientación sexual: es una violación jurídica”. Se supone que a los niños habría que protegerlos. Así lo establecen la Convención de los Derechos del Niño, la legislación civil y el Código Penal.“Algún obispo español dijo que ‘los niños seducían’. Los abusadores pedófilos y estos jueces pueden darse las manos: comparten las mismas creencias”, dijo Stola. Y explicó que los chicos abusados tienen “un nivel de erotización que no pueden manejar” porque fueron “corrompidos y ultrajados”.
Para ayudar a los niños víctimas de abuso es fundamental la educación sexual y la capacitación sobre cómo pedir ayuda ante el peligro. “A niños y niñas abusados se los ayuda creyéndoles. Cuando un cuidador les cree, gran parte del camino de recuperación está concretado”, dijo Stola.
Cosecha Roja
http://www.adital.com.br/?n=cws8

¿Aló, Chile?

Por Daniel Pizarro / Politika


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La niña que es C, de Chile, habla con la niña que es F, de Finlandia, o quizás de Noruega o Dinamarca, nunca se sabe, pero con toda seguridad de muy al norte del planeta.
La niña que es C, de Chile, ya no es niña, para ser exactos. Si es que interesa la exactitud, aquí. Nadie puede ser niño a los quince o a los dieciséis años. La niña es una chiquilla o muchacha, pero tampoco nadie la llama así. Es una cabra; o digamos una chica, si tomamos prestado el lenguaje de las traducciones. Pues de Chile a Finlandia hay que traducir, y lo mismo sucede al revés.
La cabra que es C y la cabra que es F.
Se conocen gracias a internet y los satélites artificiales.
La cabra que es C, en Chile, se ha interesado por las minorías sexuales y sus derechos, ha leído en internet, ha discutido con las compañeras de colegio, pero sobre todo ha hablado –y se ha escrito– con la cabra de Finlandia, o Suecia, o de muy lejos.
La cabra nórdica, escandinava, eslava a lo mejor, hace saber a la cabra chilena que su opción sexual es genderfluid. O sea, intentando traducir, que la cabra F ha elegido, porque así le nace, fluir entre los géneros.
F, la cabra –finlandesa, pongamos–, explica, intenta y traduce para la otra, que eso de fluir entre los géneros es dejarse llevar por un pulso interior que le dicta, o mejor dicho le susurra, cada mañana antes de abrir los ojos, o incluso desprevenidamente a lo largo del día –pero más que nada en las mañanas, antes de abrir lo que ya se dijo–, cuál viene a ser su género de hoy.
Hombre, le susurra el pulso. En finés o danés.
Mujer, le susurra, por la mañana.
La cabra que es F algunos días es un cabro. Entonces se comporta como tal, le hace saber a C desde Finlandia. Y entonces F abre el clóset –o el armario, o quizás un ropero nórdico– y escoge unas prendas de la sección masculina, porque así lo siente esa mañana; pero si siente lo contrario se viste de mujer, y así cada pulso, cada mañana, deja sentir su afán en Helsinki, Finlandia. Tal vez.
La cabra que es C y que vive en Chile no ha dividido el ropero en dos secciones, pero está fascinada por F y su libertad, por sus fotos de hombre y sus fotos de mujer y todos sus estilos, y todo lo que puede sucederle tan sólo de un día para otro: digamos que por su revolución permanente, por la vía finlandesa.
C, de Chile, trasnocha escribiendo y hablando. Prepara una disertación sobre minorías sexuales para el colegio. Y con el espíritu de un taxonomista clasifica todas las tendencias habidas y por haber, aquí y en Finlandia, o Noruega, como si fueran un abanico multicolor con franjas bien definidas, aun en sus límites porosos, de porosidad bien definida.
Hay que decirlo (total es una historia). En la pieza de C habita un duende. Puede sonar aterrador, como en un Märchen o un Fairy Tale, por poner aquí palabras en otros idiomas. El asunto, o el problema, es que, en realidad, los duendes pueden hacer el bien pero también el mal; mucho daño, si se lo proponen.
El duende D, de duende. Que no sabe, no tiene idea, del bien y del mal. Si vieran actuar a un duende se darían cuenta.
Estamos en la pieza de C, en Chile, de noche. Acaba de amanecer en Finlandia. La cabra chilena prepara su disertación y el duende D se introduce de algún modo en su mente y le sugiere una idea.
En una tribu primitiva –en Bali, susurra el duende D sin estar seguro de nada– existen treinta o más nombres para el pan, todo depende del corte que se le haga. El corte cambia la esencia del objeto que nos echamos a la boca, susurra.
Con esa idea concluye C la disertación para el día siguiente, que a todo esto ya llegó: son las tres de la mañana, hora de Chile.
Podría ser que el mundo de los sueños fuera al mismo tiempo el mundo de los duendes. Todo es posible, aquí y en Finlandia. Dicen.
En esta noche avanzada la cabra que es C sueña con su padre, que no está en casa. Sueña que lo ama, pero su amor aquí, dentro del sueño, no es el mismo amor de cuando está despierta. Es un amor de distancias abolidas, un amor sin mediaciones. Está enamorada de su padre, en el sueño.
Lo sabe, lo vive dentro del sueño; porque fuera de él su padre es la distancia protectora. Cuando está despierta, su padre es una casa invisible en la que ella habita, dicen que junto a un duende.
Su padre es un hombre mayor y casi nunca está en casa porque viaja a la China.
¿A qué viaja su padre a la China?, se pregunta ella en el sueño, como si se tratase de una incógnita atroz que la deja desamparada.
Fuera del sueño sabe que importa maquinaria para la gran minería, desde mucho antes de su nacimiento, y sabe incluso que antes de dedicarse a la importación visitaba la China como funcionario de un gobierno, militar, que hubo en Chile, hace mucho tiempo, alguna vez, uno.
En el sueño ella sufre porque su padre viaja a China. Sufre mucho más que cuando está despierta y ve a su padre en el dormitorio con una maleta sobre la cama, rebuscando en el clóset la ropa que debe llevar para el viaje.
Curiosamente, aquí en el sueño el clóset o ropero de su padre tiene varias secciones, y todas las puertas están abiertas porque la idea es poder observarlas al mismo tiempo y comparar las prendas y escoger las más apropiadas. La niña, la cabra que es C, está sentada en el borde de la cama, admirándolo, amándolo a la manera de los sueños, y su madre no se ve por ningún lado.
Su padre habla de la forma más rara y verosímil, mirando el clóset:
Hija, para que sepas, aquí tengo toda la ropa necesaria. Cuando quiero torturar a alguien me pongo esa ropa que ves ahí. Para ponerle corriente en las huevas (¡su padre hablando así!) está ésa de más abajo. ¿Te fijas? Cuando debo delatar a alguien para que otro le ponga corriente uso esta otra. Esta es para ir a China a mentir. Esta otra es para ganar plata en China. Esta es para mentir en Chile, y también sirve para ganar plata. Y esta es para hacer hoyos por todo el planeta, incluso para llegar a Finlandia. Buscando cobre, ¿me entiendes, mi amor? Aquí está todo lo que necesito, le decía su padre en el sueño.
¿Dónde estamos, papá?, le pregunta ella de repente, aún dentro del sueño.
Aquí pues, hija. Donde siempre.
La alarma del Smartphone la despierta a las seis y media de la mañana y ella, antes de abrir los ojos, se acuerda de su amiga finlandesa y trata de oír un susurro, una voz que le dicte algo nuevo en su vida, pero no logra oír nada. Ya no se acuerda del sueño.
Se pone la falda tableada, las medias verde oscuro, el suéter con la insignia. Su madre la lleva en la camioneta hasta el colegio. Como todos los días.
Su padre está en la China con un señor Lee.
Su amiga está en Finlandia o Noruega, o quizás en las Islas Caimán. Y la cabra que es C desearía saber cuál de los géneros se hizo sentir hoy en su cuerpo tan blanco, sobre el que cada prenda se marca como un corte del pan.
Luego la cabra diserta.
A la cabra la aplauden.
Aplauden su valentía.
La mañana refulge porque ayer hubo lluvia. El sol manda hoy.
La niña C llora, sin saber por qué.
No cree en los duendes.
Lo único que le importa, ahora que está despierta, es hablar con la cabra que es F, y saber. Saber, saber, saber todo lo que le pasa, y por qué le pasa, y cómo es que le pasa, y es tan importante, tan finlandés, tan intenso y tan novedoso.

Activista gallego denuncia agresión homofóbica en la Festa do Avante

Por Sermos Galiza



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Asegura haber sido golpeado y expulsado del recinto por parte del servicio de apoyo de la fiesta después de besarse con otra persona.
O PCP nega unha “postura homófoba” e sinala nun comunicado de imprensa que a dirección do Avante intervirá de se confirmar “calquera acto individual” que se afaste dos principios que rexen a festa.
Carlos R. (nome ficticio) denunciou perante a Polícia de Segurança Pública de Lisboa agresións pretensamente sufridas durante a Festa do Avante na Quinta da Atalaia, Amora (Seixal). Segundo este activista galego, quen explicou en conversa conSermos Galiza os acontecementos, el e un outro compañeiro atopábase no interior do recinto da festa, o sábado 5 de setembro, cando o servizo de apoio do Avante se achegou a eles nunha “furgoneta negra”.
“Dixéronnos que eramos uns porcos” porque se estaban a bicar “e que tiñamos que facelo fóra”, asegura Carlos R. quen se dirixiíu aos integrantes do servizo para lles preguntar –cun ton “chulo”, recoñece– se “hai algunha lei en Portugal que prohiba o amor entre dous homes”.
Pola súa banda, através dun comunicado de imprensa, o PCP sinala que a intervención do servizo de apoio e a “saída das persoas do recinto tivo orixe nun acto de sexo oral [practicado] en pleno espazo público”.
Sexa como for, segundo o relatado polo activista galego perante a Polícia de Segurança Pública portuguesa –como se recolle na denuncia á que tivo acceso Sermos Galiza— o servizo de apoio “colleume das mans por detrás, inmobilizáronme, déronme unha patada nos pés para me tirar ao chan e puxéronme a bota riba das costas”.
Neste senso, sinala Carlos R. en conversa con este medio, eran “no mínimo 6 persoas” que procederon a sacalo do recinto no que decorre a festa. Fóra xa do valado, afirma, “saquei o móbil para identificar a matrícula” do vehículo no que foi trasladado e, ao decatárense disto os integrantes do servizo de apoio voltaron cara a el.
“Metéronme no vehículo, vendáronme os ollos e puxéronme a cabeza entre as pernas mentres me batían nas costas”, asegura ao tempo que lle “apertaron o pescozo cunha corda”, segundo recolle a denuncia.
“Tiráronme fóra” do vehículo “nun monte” e alí “quitáronme os pantalóns para coller o teléfono móbil” mentres lle proferían insultos homófobos como “paneleiro” e lle batían nas costas con patadas.
“Eu non me movía, teño rabuñaduras nas mans”, afirma. Após conseguiren acceso ao seu teléfono para proceder a borrar as fotografías que tirara no cerco da festa, “quitáronme a venda e a corda que tiña no pescozo, e marcharon”.
O acontecido, que foi denunciado perante a policía portuguesa, “non é un caso illado”, denuncia Carlos facendo referencia a un “expediente” achegado pola propia policía.
Porén, desde o gabinete de imprensa do Partido Comunista Portugués (PCP), organizador da Festa do Avante, desmenten “a afirmación e sustentación da intervención dos servizos de apoio da Festa do Avante porque dúas persoas do mesmo sexo se estivesen a bicar”.
Neste senso, o PCP nega ter unha “postura homófoba” e salienta que a actitude da formación comunista é “de respeito integral pola orientación sexual quer dos seus militantes quer, por máis razón, da inmensa masa humana que connosco convive e participa” nun “espazo de liberdade e solidariedade” como, defenden, é a Festa do Avante.
Así as cousas, nun primeiro comunicado o PCP sinala que “calquera acto individual que se afaste destes principios terá a debida intervención da Dirección da Festa” referíndose ás medidas que podería adoptar de se confirmar a agresión sufrida por Carlos R.

De acoso sexual y centros sanitarios. De jerarquías y machismos


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Hace 10 días Lola Montalvo, enfermera, publicó en su blog un post llamado “Yo sufrí acoso sexual en el trabajo“; en él describió magníficamente esas realidades que cualquiera que haya trabajado en un entorno sanitario puede reconocer sin mucho problema, el uso de las estructuras de poder (el jerárquico de los hospitales -digo “hospitales” porque las estructuras verticales son muchísimo más acusadas que en los centros de salud- y el patriarcal de la sociedad) como marco para el acoso sexual a las mujeres.
Niña, a mi hijo le encantarías, dame tu teléfono que te va a llamar. Con lo guapa que eres ¿no has pensado en ganarte un dinerito de otra forma? Pues eres muy simpática, a ver si nos tomamos algo al terminar la consulta. Y una chica tan guapa como tú… ¿tiene novio o disfruta de la vida? Es que venís con esas faldas y no hay quien se concentre. Mira los días que tengo yo guardia y te pones conmigo, bonita.
Esto son tan solo algunos ejemplos que yo, hombre/cis/heterosexual, ha podido escuchar entre las paredes de un hospital.
Hoy leí otro artículo, a raíz de que Mónica Lalanda lo tuiteara, titulado “Cirujanas obligadas a hacer favores sexuales, muestra un informe” (en este caso hablamos de Australia) en el que se cuenta cómo cirujanas sufren agresiones sexuales (llamarlo “favores sexuales”… en fin…) que se ven amparadas en relaciones de poder (cirujanos varones con mayor escalafón jerárquico) y en una estructura que invisibiliza este tipo de agresiones.
Va siendo hora de que desnaturalicemos estas prácticas. El colectivo médico reúne tres características específicamente importantes para que el trato vejatorio (y sexualmente agresivo) hacia las mujeres sea una cosa frecuente y omnipresente en todos los centros sanitarios:
  1. La estructura laboral hospitalaria -especialmente- es fuertemente jerárquica y se fortalece con una tasa de precarización laboral creciente en los últimos años.
  2. A pesar de ser un colectivo muy feminizado, la mayoría de los cargos de poder los siguen ostentando hombres-en-torno-a-los-50-años.
  3. El médico es, por definición, honorable. Cada poco tiempo nos llenamos la boca con lo de “la profesión más valorada por la sociedad”, tenemos una alta credibilidad ante la sociedad, SALVAMOS VIDAS y todas esas cosas. Al médico se le da la razón, se asiente con la cabeza y se calla, y por mucho que eso pueda ir cambiando (esperemos que a marchas forzadas, por favor) a nivel social, en el ámbito de lo gremial estos cambios van mucho más lentos.
La intersección de diferentes ejes de desigualdad equilibrados siempre hacia el mismo sitio es un factor favorecedor perfecto para que nos encontremos de forma frecuente con cosas como las que Lola comenta en su post, las frases que yo pongo arriba o cualquiera de las que nos puedan contar compañeras de trabajo.
No son rarezas estadísticas. Rareza estadística es que una jefa de servicio acose sexualmente a un residente varón. De lo que hablamos es de algo que está tan presente en la sociedad como en el interior de los centros sanitarios y con lo que colaboramos cómplicemente cada vez que reímos la machistada de turno justificándola con un “es que es un cuñao”. No, no es un cuñao (perdón, no solamente es un cuñao), es un machistaco asquerosamente baboso, al igual que ese “Con lo guapa que eres ¿no has pensado en ganarte un dinerito de otra forma?” no es un piropo, sino una agresión sexual.
Tenemos unas tecnologías modernísimas, unos modelos organizativos en constante cambio, medicamentos a la vanguardia de la innovación, y una estructura jerárquica y relaciones sociales intraprofesionales que en demasiadas ocasiones huelen a chorrito de Brummel, puro medio fumado y moneda de 1 euro golpeando contra la barra del bar al grito de “niña,-cóbrate,-que-hoy-vienes-muy-guapa”.
Podríamos dedicar unos párrafos a hablar de la homofobia-de-cuarto-de-médicos o la joder-ya-me-ha-tocado-el-machu-pichu, pero eso lo dejaremos para otras entradas.
[Por cierto, la búsqueda en pubmed sobre “healthcare proffessionals” AND “sexual harrassment” da un poco de vergüenza, pero no queríamos pasarnos de tecnificación del post, que hay cosas que no se merecen ciertos abordajes.]
*Javier Padilla (@javierpadillab) es Médico de Familias y Comunidades. Salubrista. Economía de la salud. Y miembro de Médico Crítico (@medicocritico).
http://arainfo.org/2015/09/de-acoso-sexual-y-centros-sanitarios-de-jerarquias-y-machismos/

México: Solidaridad ante al allanamiento de las casas de las periodistas Flor Goche y Elva Mendoza


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La Asociación Nuestroamericana de Estudios Interdisciplinarios de la Crítica Jurídica se solidariza con las periodistas Flor Goche de Desinfonrmémonos y Elva Mendoza de Contralínea, ante el allanamiento que sufrieron en sus domicilios el pasado 8 de septiembre de 2015.

El 8 de septiembre, el domicilio de las reporteras Flor Goche, de Desinformémonos y Elva Mendoza, de la revista Contralínea, fue allanado por sujetos desconocidos. Equipos de cómputo y documentos fueron sustraídos del departamento ubicado en la delegación Cuauhtémoc. Las chapas del domicilio aparentemente no fueron forzadas. Una pantalla de televisión, dinero y otros objetos de valor que se encontraba en el lugar permanecen intactos.
Las reporteras son beneficiarias del Mecanismo de Protección a Periodistas y Defensores de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, al que ingresaron luego de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dictara medidas cautelares a su favor. Ambas cuentan con un botón de pánico como parte de las medidas otorgadas. Los operadores del mecanismo fueron notificados de manera inmediata, pero no dieron respuesta bajo el argumento de que no tienen facultad de investigación. Ni siquiera acompañaron a las reporteras a presentar su denuncia ante las instancias correspondientes.
Flor Goche da seguimiento a la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. También a violaciones de derechos humanos y feminicidios.
Las líneas de investigación que sigue Elva Mendoza son megaproyectos de inversión, devastación ambiental, transgénicos y destrucción de patrimonio.
La abogada Karla Micheel Salas, presidenta de la Asociación de Abogados Democráticos, dará acompañamiento al caso. Los hechos referidos se inscriben en el clima de acoso al gremio periodístico en México.
La Asociación Nuestroamericana de Estudios Interdisciplinarios de la Crítica Jurídica se solidariza con nuestras compañeras periodistas.
¡Basta al hostigamiento contra periodistas críticos!

Por Kaos. México

[Cáncer de mama y austericidio] Entre los recortes y los lazos rosas


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Testimonio de una afectada de cáncer de mama a propósito de la última película de Julio Medem. La protagonista, interpretada por Penélope Cruz, es una maestra en paro.
Fue mi prima la que me avisó. Nos llamamos igual y por eso solemos decir que lo nuestro no es genético, sencillamente la combinación de nuestro nombre y primer apellido está gafada. “Mira el trailer de la película de Penélope Cruz“, decía su mensaje. Cuando lo hice, algo me sacudió. La escena en que la protagonista entra en la máquina que afinará su diagnóstico me teletransportó a mi primera resonancia magnética. No estaba preparada para el viaje que se inició en aquella especie de ovni, no conozco a nadie que lo esté. Sólo sé que si me hubieran hecho la prueba antes, en vez de marearme durante diez meses en los que visité a dos médicos en la Seguridad Social y a otros dos privados, todo hubiera sido más sencillo.
Durante ese tiempo, mi presunto quiste creció sin parar. También se inflamó un ganglio de la axila. Cuando se lo comenté al médico, le restó importancia y me dijo que lo más seguro era que cuando me hicieran la ecografía pertinente ya hubiera desaparecido. “Va a ser lo que vulgarmente se llama un ‘golondrino’”, pronosticó. Y me fui a casa tranquila porque entonces no era nada aprensiva y, además, me hizo gracia aquella palabra que sólo oía en el pueblo.
Las listas de espera no son nada nuevo en este país, pero los recortes en la Sanidad pública las han hecho intolerables. A los cinco meses de conocer mi diagnóstico, en marzo de 2011, escribí una carta pública, indignada por la batería de recortes que acababa de anunciar la Generalitat catalana. El conseller de Salut y ex jefe de la patronal, Boi Ruiz, decidía cerrar los quirófanos por las tardes, además de eliminar el compromiso de que nadie tuviese que esperar más de 180 días para ser operado, entre otras medidas. En ese momento, estaba convencida de que a mí ya no me afectarían; de repente parecía llevar escrita la palabra “urgente” en toda la cara y mis pruebas se realizaban de manera casi inmediata. Eso acojona, si me permiten la expresión.
Mi cáncer era localmente avanzado, estadío 3. Al principio me dijeron 2, pero el ovni dictó sentencia. El aumento de graduación no me pareció grave, en mi ignorancia creía que la escala era del 1 al 10. Luego supe que sólo llegaba al 4. Nadie nos educa para tomar decisiones informadas sobre un tema tan complejo como el cáncer.
Cuando la noticia te golpea en la cabeza como un gong, estás dispuesta a decir sí a todo. ¿Qué tienen que extirparme? Lo que haga falta. ¿Qué cantidad de órganos vitales necesito para seguir siendo yo? Pueden quedarse con el resto. En ese momento se anula tu capacidad crítica y compras el lote entero: quimioterapia, intervención quirúrgica, radioterapia, hormonoterapia…
Por suerte, tuve cierta lucidez y dinero suficiente para paliar los efectos de un tratamiento cuya agresividad está siendo cada vez más cuestionada por algunos especialistas. Me apunté a sevillanas, a francés, a la UOC. Fui a fisioterapia y a psicoterapia, y encontré una dietista especializada en oncología que me atiborró de espirulinas, de cardo mariano, de papayas, de ciruelas umeboshi… No vomité una sola vez durante aquellos seis primeros meses, pero no siempre escapé a ese efecto de la quimioterapia por el cual muchas de nosotras confundimos las palabras. Fue memorable el día en que a mi doctora la llamé “hamburguesa”, creo que me pasé con las algas.

Males menores

También me equivoqué con los recortes. Finalmente me alcanzaron, aunque por suerte no afectaron a mi curación. Me limitaré a poner un ejemplo menor. Un día de septiembre de 2011, después de pasar más de tres horas esperando un control de radioterapia, una enfermera me preguntó si me importaba irme a casa y volver otra mañana, porque la doctora no daba abasto. Eran más de las tres del mediodía y varios pacientes estábamos de pie porque no había suficientes asientos. Buscó entre todos los cancerosos de la sala aquellos con mejor aspecto para pedirnos el “favor”. Eso me dijo, muerta de vergüenza.
Estos días he intentado que los responsables de prensa de uno de los distintos hospitales que me atendieron me explicaran cómo habían afectado los recortes a los servicios de oncología en los últimos años, pero no ha habido manera. Es más, los responsables del departamento se sentían “dolidos” por mis preguntas, temían que quisiera atacar al centro o a sus profesionales. Pero nada más lejos de mi intención, sólo deseaba saber por qué hay mujeres esperando desde 2012 a que les hagan una reconstrucción mamaria o los últimos retoques, como tatuarles el pezón o un lipofilling. “Son muy pocos casos y muy antiguos, y casi todos proceden de otros centros”. Ésa es su única respuesta hasta ahora.
Más fácil es conversar con el personal sanitario directamente. Hace unas semanas, dos cirujanos de ese mismo centro hospitalario, uno de los más importantes de Cataluña, me confirmaron la demora. Una enfermera fue contudente: “Buena parte de la culpa de lo que está pasando la tenéis vosotros, la prensa, que habéis permitido que los políticos se vayan sin contestar y que os hablen desde un plasma”.
De momento, ella sigue diciendo a aquellas pacientes que optan por una reconstrucción –una decisión tan válida como la de quienes prefieren no hacerlo a pesar de la presión social por la cual una mujer sin pecho es una anomalía– que seis meses después de la operación las llamarán para concluir el proceso. Aclara que lo hace “por inercia”. Antes sólo esperaban cuatro, lo recomendable en estos casos.
Cuando Julio Medem le dio el espaldarazo definitivo a su vieja idea de contar la historia de una mujer con cáncer de mama embarazada, “en los periódicos se podía leer, en el mismo día, que España llegaba a una nueva final [futbolística] y a la vez estaba a punto del rescate económico, en bancarrota”, responde el director de Ma-má a través de un correo electrónico. “Entonces actualicé la versión que escribí en 2007 desde ahí, desde esa España y esa situación tan fuerte. Y evidentemente aparece la crisis: ella es maestra en paro, los recortes en el sector sanitario, las listas de espera…”.
Medem ha sabido captarlo: hace frío. Cuando te dicen que tienes cáncer de repente hace mucho frío y, como en aquella otra película, el aire se vuelve azul oscuro casi negro… Nada que ver con el rosa de los lacitos con los que cada 19 de octubre intentan convencernos de que la sociedad entera se preocupa por nosotras. Desde los vendedores de teléfonos móviles y aguas embotelladas, hasta las glamurosas modelos que posan con pañuelos perfectamente anudados pasando por los políticos que privatizan los servicios públicos al mejor postor. Pero debemos sentirnos afortunadas. Nosotras tenemos lacito, con ese color tan dulce que nos asignan desde que descubren que somos bebés-hembra y nos adoctrinan para convertirnos en mujeres que deben sacrificarse para que sus tetas luzcan jóvenes y simétricas a cualquier edad.

Entre el fútbol y la bancarrota

La antropóloga Ana Porroche-Escudero describía así “la violencia de la cultura rosa” en un artículo publicado en el periódico Diagonal el pasado abril: “Se supone que contribuimos a esta causa al comprar camisetas, lacitos y todo tipo de productos rosas de lo más diverso, o participando en multitud de eventos benéficos. Con el objetivo de esta ‘concienciación colectiva’ se ha generado un ambiente festivo y un interés público sin precedentes en el ámbito de la salud. El problema principal es que el término ‘concienciación’ se ha despolitizado, lo que tiene consecuencias gravísimas […]. Como consecuencia de esta despolitización, cualquier tipo de crítica al modelo actual es rápidamente acusada de ‘poco ética e inmoral’ y de ir en contra de los intereses de las mujeres”.
Sí, criticar esas campañas está muy mal visto, pareces una ingrata.  Por supuesto, hay que distinguir entre las fiestas organizadas por colectivos pequeños, movidos exclusivamente por la solidaridad, y las macrocampañas patrocinadas por multinacionales con intereses comerciales en el “sector” más que evidentes. Pero, seamos sinceras, ni unas ni otras son demasiado útiles. Ni para ti ni para las que nos seguirán, como mi prima. Ella ingresó en el club hace casi tres años. Tenía 36.
La imagen que estas celebraciones ofrecen del cáncer es falsa. La estética de salvaslip inodoro minimiza el dolor, el peligro… Y potencia la idea de que las afectadas debemos “ser positivas” –como criticaba la periodista Barbara Ehrenreich en su libro Sonríe o muere–, y sentirnos afortunadas porque nos ha tocado el “fácil”. Eso suelen decirnos. “Hoy casi todas se salvan”, te sueltan, sin saber que la única palabra que vas a retener de semejante estupidez es “casi”. Y quizá seguirás dándole vueltas por la noche cuando te acuestes y analices a oscuras el tamaño del tumor que puedes tocar con tu mano –sí, no es una película, está ahí–, con la esperanza de que sea menor que la última vez que te enchufaron a un montón de esas bolsas de líquidos que lo matan todo, lo malo y lo bueno.
Tengo una foto de la primera que me inyectaron. “Magdalena”, habían escrito con un rotulador. Por supuesto, esas imágenes no interesan a nadie, no son estéticas y nunca salen en las campañas rosas. No hay espacio para las caras hinchadas por el tratamiento, ni para esas mujeres mayores que ya no interesan a nadie, ni con tetas ni sin ellas, esos casos “antiguos” que se quedan incrustrados en las listas de espera.
Cuando me dieron el diagnóstico me dijeron “positivo, positivo”. Sonaba bien, pero en realidad querían decir que tanto las células del pecho como las de la axila eran malignas. “Jodido, jodido”, ésa era la traducción. Lo acepté en seguida. No sentí rabia. Recordaba perfectamente aquella noticia que oí de adolescente: “Una de cada diez mujeres sufrirá un cáncer de mama”. Ese día me paré a contar cuántas vivíamos en mi edificio. ¿A quién le tocará? Hoy la maldita lotería afecta ya a una de cada ocho de nosotras. Por eso, lo peor de las campañas rosas es que no plantean una sola pregunta.
La cuestión no debe ser nunca ¿por qué a mí?, sino ¿por qué a tantas? ¿Cuáles son las causas? ¿Nos sobrediagnostican, nos sobremedican, nos sobreprotegen? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que nuestros responsables políticos cancelen proyectos de investigación? ¿Hablamos de productos tóxicos, de jornadas extenuantes, de contaminación? En definitiva, del sistema. Lo siento, la rabia me está saliendo ahora, de repente.
Para contestar a algunas de esas preguntas, tenía previsto publicar dentro de unos meses un reportaje enLa Marea lleno de gráficos de esos que nos gustan tanto. Cambié de idea cuando busqué la sinopsis de Ma-má. En seguida telefoneé a mi prima: “¿Sabes cómo se llama la protagonista?” “Sí, claro, es muy fuerte”, me dijo. Ese día su hija tenía poco más de un mes. Nació completamente sana y preciosa el pasado julio, y no para de mamar. Su nombre es Emma.
http://www.lamarea.com/2015/09/08/entre-los-recortes-y-los-lazos-rosas/