RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 23 de noviembre de 2012

Heteropatriarcado y violencia machista


El patriarcado es un sistema de organización social, político y económico de dominación masculina en el que los hombres aparecen como figuras activas de la opresión hacia las mujeres. En un principio y de forma amplia, podemos entender el sistema de relaciones de dominación hombre-mujer como un paralelismo (desde la perspectiva de género) al capitalismo: burguesía-trabajadores. En ambos casos existe una fuerza hegemónica (hombre, burguesía) que ejerce opresión sobre la otra (mujer, trabajadores).

El patriarcado se caracteriza porque las instituciones políticas y económicas, el lenguaje, las normas y relaciones sociales y las formas de vivir y ver el mundo actúan desde una perspectiva exclusivamente masculina. Dentro de esta estructura social patriarcal el poder y el control es ejercido por el sujeto moral autónomo en el centro del discurso de la modernidad que sólo se reconoce como ente de razón y, por lo tanto, sujeto de derecho: el hombre heterosexual. Esta asimetría que coloca a los hombres heterosexuales por encima de las mujeres, de los niños o mayores, de los homosexuales, de los transexuales, de los bisexuales y otras identidades de género se reproduce mediante imposición de la heterosexualidad delimitando las identidades sexuales. Existe una hegemonía heterosexual masculina que domina al resto de categorías: el heteropatriarcado. El actual sistema capitalista, basado en el consumo, encuentra soporte en el heteropatriarcado el cual objetiviza a las mujeres, reduciéndolas a meros objetos para ser “consumidos” por los hombres y a realizar tareas productivas no remuneradas (cuidados y trabajo doméstico) y reproductivas (embarazo y crianza) que, además, son menospreciadas pero que sin las cuales el actual sistema capitalista heteropatriarcal de acumulación sería materialmente imposible de reproducirse y crecer.
Dentro de la estructura heteropatriarcal existen una serie de desigualdades y un desequilibrio de poderes en favor de los hombres que buscan afianzar una posición de dominio a través de actos violentos que dan lugar a atentados contra la integridad física, psíquica y sexual de las mujeres (también contra quien manifieste otras identidades sexuales y de género fuera de la norma heterosexual impuesta y que se considera natural).
La violencia machista aparece en el momento en el que las mujeres no son reconocidas como sujetos de derecho autónomos y con voluntad propia capaces de expresarse libremente a través de actos y decisiones concretas, sino como mercancía y servidoras a los intereses heteropatriarcales. Los actos de las mujeres se valoran de forma tendenciosa y ambigua cuando se da por cierta una intención aunque ellas afirmen constantemente lo contrario (“cuando las mujeres dicen no en realidad quieren decir sí”). Existe de forma generalizada una falta de reconocimiento de la voluntad propia de las mujeres ligada al aspecto de la transgresión de un derecho.
Los actos u omisiones que causan daño evitable, transgreden su voluntad y refuerzan la posición inferior de las mujeres sólo recientemente están empezando a ser definidos como violencia machista ya que, tradicionalmente, vienen considerándose naturales. Desde que se está empezando a reconocer a las mujeres como sujetos de derecho autónomos y con voluntad propia gracias a los grupos feministas y otros entes, se viene cuestionando el carácter heteropatriarcal del capitalismo y la violencia machista que trae consigo esta forma de organización dentro de las sociedades contemporáneas.
Los actos violentos contra las mujeres pueden tomar diversas formas y ámbitos. Durante mucho tiempo, se ha pensado que el daño sólo podía ser físico pero la violencia también puede ser psicológica o emocional, verbal y sexual. Es reseñable que la violencia psicológica es la única que se presenta de forma aislada y que siempre está presente en las demás. Por otro lado, la violencia contra las mujeres se da en diferentes ámbitos: laboral, familiar, formativo pero los casos que adquieren mayor protagonismo y dramatismo suelen ser, desgraciadamente, los que se dan en el ámbito de la pareja y doméstico.
La violencia machista en una relación hombre-mujer no se origina únicamente en su interior: está condicionada por muchos factores externos a la relación, culturales y estructurales, que configuran el heteropatriarcado, que se han legitimado y naturalizado, y que se vienen reproduciendo partiendo de una desigualdad de género. Entre ellos, es fundamental la construcción de la masculinidad. Esta construcción está íntimamente ligada con la violencia. Desde pequeños, se enseña a los niños que deben responder a las características de fuerza, virilidad, competitividad, insensibilidad, rudeza, agresión, desafío y, directamente, violencia. Se les dice que no pueden llorar o expresar sus emociones de forma que los propios hombres ejercen contra sí mismos violencia buscando acabar con cualquier atisbo de feminidad. Esta noción de la masculinidad y su superioridad así como el odio a los atributos que tradicionalmente se han impuesto como femeninos (dulzura, belleza, sumisión, afecto, vulnerabilidad, debilidad, dependencia) que se transmite a las nuevas generaciones de hombres y sobre la que se basa la sociedad heteropatriarcal da pie a la existencia de la violencia machista.
El propósito que tenemos es seguir deshaciendo la naturalización del fenómeno de la violencia machista y constatar que el heteropatriarcado es una de las bases en las que se reproduce la actual sociedad de mercado. La lucha por deconstruir las prácticas culturales heteropatriarcales impuestas y que tantas veces repetimos hombres y mujeres, debe ser una lucha de ambos sexos ya que, aunque principalmente el patriarcado oprime a la mujer, también determina un “deber ser” para el hombre, imponiendo a ambos sexos estereotipos de género muy delimitados e impidiendo desarrollarnos libremente en la sociedad fuera de los comportamientos sociales establecidos como naturales. Es una tarea de concienciar, desnaturalizar prácticas abusivas y construir nuevas relaciones más humanas e igualitarias sin ningún tipo de discriminación de género, identidad sexual o explotación.

martes, 13 de noviembre de 2012

EMMA DARWIN (1808-1896)


Cuando Emma Wedgwood se casó con su primo Charles Darwin, una de las cosas que más le preocupaba era su falta de fe. Miembro de la iglesia unitaria, Emma era una mujer piadosa, con profundas creencias, que había tenido una vida feliz y se había dedicado a cultivarse y a cuidar de los demás. Charles Darwin era un hombre de ciencia, obsesionado por la investigación y cuya única religión era lo que veía y experimentaba. Una vez casada con Darwin, Emma estuvo siempre a su lado, y a pesar de sus temores, fueron ejemplo de amor y respeto para los demás. 

La bella inglesa que aprendió de Chopin
Emma Wedgwood nació el 2 de mayo de 1808 en Maer Hall, Staffordshire. Sus padres eran Josiah Wedgwood II y Elizabeth Allen. La pareja tuvo siete hijos, de los cuales Emma era la más pequeña. La familia Wedgwood no pertenecía a la aristocracia pero había progresado en los negocios gracias a la fábrica de cerámica fundada por el abuelo de Emma. La familia Wedgwood pertenecía a la iglesia Unitaria, una rama del cristianismo que no creía en la Trinidad de Dios. 

Emma estuvo un tiempo viviendo en un internado londinense junto a su hermana Fanny donde recibió una buena educación. Pero lo que marcó verdaderamente su infancia fue el largo viaje que emprendió junto a su padre y sus hermanas por distintos lugares de Europa. En París tuvo el honor de recibir clases de piano de manos del gran compositor Frédéric Chopin. La familia Wedgwood visitó también otros lugares como Roma, Florencia, Ginebra o Milán.



De vuelta a su hogar, Emma rechazó varias propuestas de matrimonio para centrarse en el cuidado de su madre que se había quedado postrada en la cama y de su hermana mayor Elizabeth que sufría de enanismo y una severa curvatura de la columna.

La propuesta de un primo ateo
Mientras Emma vivía su vida en Europa y cuidando de su familia, su primo Charles había emprendido un largo viaje de cinco años en el Beagle, un bergantín que se dirigió rumbo a Sudamérica. Durante aquel viaje, Darwin había recibido el encargo de realizar investigaciones geológicas y catalogar distintas especies. Un viaje al cual se había opuesto su propio padre y cuyas discusiones Emma había presenciado en agosto de 1831.

Charles volvía a Inglaterra en 1836. Dos años después, el 11 de noviembre de 1838, proponía a su prima Emma matrimonio. Ella aceptó y se casaron el 29 de enero del siguiente año. Después de un breve periodo de tiempo viviendo en Londres, la pareja se trasladó a vivir a Kent, a una casa conocida como Down House donde vivieron una larga vida de casados que duró más de 40 años. En ese tiempo, Emma y Charles tuvieron diez hijos. Vieron morir prematuramente a dos de ellos, uno siendo un bebé y una niña de apenas diez años de edad, pérdidas que afectarían profundamente a la vida de sus padres. Los hijos que sobrevivieron fueron educados de manera respetuosa y sin autoritarismos, algo poco común en aquella época. Emma no sólo se hizo cargo de sus hijos sino que también cuidó con gran dedicación a su esposo, aquejado de una extraña enfermedad que le hacía sufrir dolores de cabeza y distintas afecciones, sobretodo en los momentos de mucho trabajo y tensión. 

Las distintas creencias de Emma y Charles, una ferviente religiosa y un convencido escéptico no fueron problema para ellos. El respeto fue el secreto de aquel matrimonio que terminó el 19 de abril de 1882 con la muerte de Darwin.

Emma aun le sobreviviría unos años en los que permanecería en su hogar de Kent solamente a temporadas. En ciertas épocas del año se trasladaba para poder estar cerca de sus hijos. 


Emma Darwin moría el 7 de octubre de 1896 a los 88 años de edad. 

Escrito por Sandra Ferrer


Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

domingo, 11 de noviembre de 2012

Tres coronas para una reina, Ana de Dinamarca (1574-1619)


Una princesa danesa atravesó el frío mar del Norte para encontrarse con un rey que estaba destinado a unir bajo su cabeza los tres reinos de las Islas Británicas. El entonces rey de Escocia, Jacobo VI, era hijo de María Estuardo, aquella reina escocesa que se enfrentó con la todopoderosa Isabel I de Inglaterra. Tras años de luchas de facciones y conflictos armados defendiendo a una u otra reina, Jacobo se convertiría también en rey de Inglaterra como Jacobo I, consiguiendo el sueño que su madre no pudo alcanzar. Aquella princesa danesa iba a reinar sobre Escocia, Inglaterra e Irlanda. Pero ni su matrimonio fue feliz, ni su afán por controlar los entresijos del poder le valieron para nada más que para conseguir grandes disgustos y fama de excéntrica. La separación de su primer hijo y heredero de unos tronos aun poco afianzados, la sumió en una profunda tristeza que no le impidió mover cielo y tierra para conseguir estar al lado de su vástago. Ana vería morir a muchos de sus hijos, aunque uno de ellos cumpliría con su deber dinástico y se convertiría en Carlos I. Ana vivió sola en su remodelado y renombrado palacio inglés mientras su marido permanecía alejado de ella. Sus diversiones sociales, fiestas y reuniones culturales y artísticas no fueron del agrado de muchos quienes la criticaron de manera implacable. Al final, Ana fue una reina de carácter, que lucho por lo que ella creía justo.

La princesa que debía ser varón
Ana nació el 12 de diciembre de 1574 en el castillo de Skanderborg, en la península danesa de Jutlandia. Era la segunda hija de Sofía de Mecklenburgo-Güstrow y del rey Federico II de Dinamarca y su llegada no fue precisamente celebrada por su padre quien, con dos hijas, deseaba con ansiedad la llegada de un heredero masculino. Tras ella vendrían cinco hijos más, entre los que estaría el futuro rey de Dinamarca Cristián IV. 

Ana pasó su infancia lejos de su tierra natal, en la ciudad alemana de Güstrow, junto a sus abuelos maternos y su hermana mayor Elizabeth. En 1579 volvió a Dinamarca donde esperaría su destino como moneda de cambio en los acuerdos de su padre con otras coronas europeas. 

La prometida de Escocia
El escogido para Ana fue Jacobo, rey de Escocia. El 20 de agosto de 1589, con apenas 15 años, la joven princesa se casaba por poderes en el castillo de Kronborg. Representando a su futuro esposo se encontrada el conde George Keith.

Poco después emprendió un largo y peligroso camino hasta su nueva patria, una travesía por mar en la que la furia de las aguas pudo terminar con la corta vida de la joven princesa y todo su séquito. Recalados en Oslo tras una fuerte tormenta, informado del periplo, el monarca escocés se lanzó al mar en busca de su nueva esposa. El 23 de noviembre se casaba con Ana en el palacio del Obispo de la capital noruega. 

Tras hacer un viaje de cortesía a Dinamarca para conocer a la familia de la novia, Jacobo y Ana volvieron de regreso a Escocia donde fue coronada como la nueva reina de los escoceses el 17 de mayo de 1590 en la Abadía de Holyrood.

El romanticismo fallido
Aquel primer acto de amor en el que Jacobo había salido en busca de su amada para casarse fue un espejismo. A pesar del cariño inicial, pronto llegó el distanciamiento y las relaciones extraconyugales del rey con otras damas como Anne Murray. 

A pesar de la lejanía sentimental, Ana era consciente de su labor como reina. Debía dotar a la corona escocesa de un heredero. Cuatro difíciles años tuvo que soportar la reina sin ver llegar ningún síntoma de embarazo en los que sufrió la presión y las críticas de sus detractores. Finalmente el 19 de febrero de 1594 llegaba el ansiado heredero, el príncipe Henry.

Pero si la felicidad como esposa había durado un suspiro, la alegría de convertirse en madre fue también cosa de momentos. Su marido decidió, para no romper la tradición, que su hijo sería criado por su antigua niñera, Helen Little. Más tarde el pequeño fue trasladado al Castillo de Stirling donde quedó bajo la custodia del conde John Erskine.

Ana, desesperada por volver a ver a su hijo, inició una intensa lucha contra su marido y se rodeó de una facción de fieles seguidores que intentaron en vano conseguir acercar a la reina a su pequeño. Un año después, posiblemente por culpa de la tensión que sufría la reina, sufrió un aborto. Cuando en 1603 Jacobo dejó Escocia acompañado de Erskine para ser coronado rey de Inglaterra tras la muerte de la reina Isabel, Ana intentó otra vez acercarse a su hijo que ya tenía nueve años. Tampoco esta vez consiguió ver a Henry y volvió a sufrir otro aborto.

Al fin, Ana jugó su última carta. Cuando Jacobo le pidió que fuera con él a Inglaterra para ser coronada reina de los ingleses, ella se negó a menos que le dejara ir al lado de su hijo. Así consiguió Ana rencontrarse con Henry y viajar a Inglaterra donde fue coronada el 25 de julio de 1603.

A pesar de que Ana había logrado su objetivo, el matrimonio con Jacobo estaba condenado. Ana se instaló en Londres mientras Jacobo volvía a su mansión de Royston. Ana amplió su residencia londinense, la Somerset House y la rebautizó como Denmark House. Allí empezó una vida disipada y extravagante organizando fiestas y convirtiéndose en una importante mecenas de las artes. 

Jacobo y Ana se vieron pocas veces pero llegaron a concebir hasta siete hijos. Solamente sobrevivieron tres de sus vástagos. De ellos, el príncipe Henry, por el que tanto había luchado en el pasado, moría en 1612, sumiéndola en una profunda depresión. La princesa Elizabeth marchó de su lado en abril de 1613 para casarse con el Elector del Palatinado así que sólo le quedaba Carlos, que llegaría a ser rey como Carlos I de Inglaterra. 

El 2 de marzo de 1619 la reina Ana moría de hidropesía tras años de lucha contra su terrible enfermedad. Jacobo la visitó en contadas ocasiones pero se mostró afectado por el fallecimiento de su esposa, quien sería enterrada en la capilla del Rey Henry en la Abadía de Westminster el 13 de mayo de aquel mismo año.


 Si quieres leer sobre ella 


Encyclopedia of Women in the Renaissance: Italy, France, and England, Diana Maury Robin,Anne R. Larsen,Carole Levin






Por Sandra Ferrer

viernes, 9 de noviembre de 2012

Bolivia busca certificar cualidades medicinales de una treintena de plantas



Eucalipto como expectorante, “cola de caballo” para los riñones, “uña de gato” para el sistema inmunológico, alfalfa para hemorragias, coca contra la diabetes y la próstata, son ejemplos de algunas de las 30 plantas que el gobierno de Bolivia pretende estudiar con fines científicos.

“La riqueza de plantas de Bolivia es enorme, tenemos unos 3.000 tipos. De todos esos, vamos a estudiar unos 30, los más usados, para conocer sus reales propiedades para una industrialización”, explica a la AFP Freddy Ayala, responsable de Medicina Tradicional del Servicio de Salud de la Gobernación de La Paz.

El uso de plantas con motivos medicinales es una costumbre ancestral en Bolivia, principalmente por su accesibilidad y precios bajos
La Gobernación de La Paz y el Ministerio de Salud han decidido emprender una investigación sobre las propiedades de las plantas y de los jarabes, menjunjes o ungüentos que se fabrican de manera artesanal y se venden al por menor sin control sanitario.

La presencia del indígena Evo Morales en la presidencia de Bolivia ha impulsado todo un proceso “de revalorización de nuestras costumbres, de nuestras plantas medicinales que nos han dejado nuestros abuelos”, agrega el funcionario.

El uso de plantas con motivos medicinales es una costumbre ancestral en Bolivia, principalmente por su accesibilidad y precios bajos frente a medicinas de marcas occidentales, debido a la fuerte cosmovisión naturista del país.

Bolivia está dividida esencialmente en tres zonas geográficas: los Andes (alrededor de los 3.000 metros sobre el nivel del mar), los valles (entre los 3.000 y 1.500 metros) y los llanos (entre los 1.500 y 400 metros), donde se encuentran plantas de todo tipo.

“Queremos estudiar para conocer científicamente sus propiedades y cuáles son sus beneficios, buscamos un reconocimiento científico”, agrega Ayala, un médico naturista aymara de 42 años y ahora una autoridad pública.

Las plantas, usos y producción
Las principales plantas identificadas por la Gobernación de La Paz son: albahaca como digestivo, la alcachofa contra el colesterol, el boldo para contrarrestar cálculos biliares, la manzanilla anti-dolores estomacales, el anís contra los cólicos, el algarrobo para combatir el asma, el aloe para sanar las úlceras estomacales.

También están el “lampazo” (raíz) como diurético; la “caléndula” (hierba) contra los dolores musculares; la “wira-wira” (planta herbácea) para combatir infecciones respiratorias o la “chilka” (planta) para dolores reumáticos.

Muchos de esos recursos naturales se venden al por menor en calles de casi toda Bolivia. Frecuentemente son extractos, procesados artesanalmente, en jarabes o pomadas. También se venden en su estado natural y se usan en infusiones o son hervidas.

Sin embargo, casi todos los productos fabricados están vetados en farmacias, pues su composición no tiene reconocimiento del Ministerio de Salud. Sólo el “jarabe hepatobiliar”, hecho de alcachofa y boldo, por la empresa artesanal “Kollasuyo”, obtuvo hace pocas semanas su registro sanitario, el primero de su tipo.

“Lampazo” (raíz) como diurético; la “caléndula” (hierba) contra los dolores musculares; la “wira-wira” (planta herbácea) para combatir infecciones respiratorias o la “chilka” (planta) para dolores reumáticos.
La hoja de coca figura como producto estrella, explica a la AFP Prudencio Ticona, médico naturista y dueño del laboratorio artesanal “Ingacoca”, ubicado en la ciudad andina de El Alto, vecina de La Paz, a unos 4.000 metros de altitud.

Allí produce una decena de jarabes, a base de la milenaria planta, para combatir -dice él- la tos, el asma, la diabetes, las úlceras y la gastritis. Tiene menjunjes para el riñón, el hígado y la próstata. Incluso ungüentos para hemorroides y un champú para cabello seco, graso o maltratado.

En su empresa se venden recipientes plásticos de 250 cc en 15 bolivianos (unos 2 dólares) y de 500 cc en 25 bolivianos (unos 3,5 dólares). Su empresa hace hervir las plantas, las seca y hace el trasvase entre varios recipientes, un proceso que dura de una a dos semanas.

“Tenemos un conocimiento adquirido de nuestros abuelos que usaban plantas para curar enfermedades, pero también hacemos investigación, estudiamos sus propiedades y estudiamos libros de cómo curar naturalmente”, explica Ticona.

Él reconoce que uno de los problemas de estos productos es el de no ser reconocidos por el Ministerio de Salud. “Nosotros queremos que el gobierno nos ayude, que se estudien las propiedades de las plantas, para que su venta sea masiva”, agrega.

“El uso de plantas como fines medicinales es para cuidar el medioambiente, para ver en la naturaleza una aliada contra las enfermedades”, explica por separado Nelzy Moscoso, quien tiene una tienda de venta en el corazón comercial de La Paz, donde expende su producto estrella: “crema de perejil”, como exfoliador de piel.


GUSTAVO IZUS/JENNIFER HENNEBERT / AFP
LA PAZ, 09 Nov 2012 (AFP)

http://www.noticias24.com/salud/noticia/7429/bolivia-busca-certificar-cualidades-medicinales-de-una-treintena-de-plantas-infografia/

martes, 6 de noviembre de 2012

La naturaleza hecha arte, Anne Vallayer-Coster (1744-1818)


Anne Vallayer-Coster está considerada como una de las pintoras de naturaleza muerta más importante de la Francia del siglo XVIII. A pesar de que no sabemos cómo llegó a formarse, su talento la llevó a ser elegida por unanimidad miembro de la Real Academia de Arte de París. Contemporánea de otras grandes pintoras como Vigée-Lebrun o Labille-Guiard no pudo competir con ellas en lo que a retratos se refiere. Las críticas a sus pocas obras de ese género la hicieron desistir y centrarse en lo que realmente era buena, las naturalezas muertas. Protegida de la reina María Antonieta, durante la Revolución Francesa no dejó de pintar; sus temáticas poco comprometidas políticamente le permitieron seguir con su arte después de los años convulsos. 

Artista por unanimidad
Anne Vallayer-Coster nació el 21 de diciembre de 1744 cerca del río Bièvre. Era una de las cuatro hijas de un orfebre a las órdenes del taller real de tapices de Los Gobelinos y de una pintora de miniaturas. Con diez años la familia de Anne se trasladó a París donde se padre abrió su propio negocio. Se desconoce dónde ni cómo nació la inquietud de la pequeña Anne por la pintura ni cómo llegó a formarse como artista. Pero se sabe que ya en 1762 había pintado alguna obra. En 1770 presentó dos lienzos suyos en la Academia de las Artes de París, una alegoría de las artes visuales y una alegoría de la música. La calidad de sus cuadros no hizo dudar a los votantes quienes la eligieron como miembro de la academia por unanimidad. 

Alegoría de la música
Anne Vallayer continuó pintando y exhibiendo su obra en el salón. Hizo unas 400 obras con temas florales, naturalezas muertas, instrumentos musicales, de caza, y todo tipo de utensilios colocados en unas elaboradas y preciosas composiciones. 

En 1780 fue nombrada pintora de la reina María Antonieta y un año después se casaba con J.P.S. Coster, un abogado miembro del Parlamento.

El retrato criticado, la naturaleza alabada 
Como pintora de la reina intentó introducirse en el género del retrato como otras pintoras contemporáneas pero las duras críticas que recibió por los pocos retratos que pintó la hicieron desistir de este género y continuar pintando sus perfectas naturalezas muertas.

Bodegón con busto de Minerva
Con la llegada de la Revolución Francesa, Anne Vallayer no dejó París. Es probable que, a pesar de ser pintora de la reina y cercana a la aristocracia, sus obras de temáticas neutras no estuvieran en el punto de mira de los revolucionarios. 

Anne continuó pintando y exponiendo en el Salón de París. Un año antes de su muerte exponía un lienzo en el que plasmaba un gran banquete con langosta. 

Moría el 28 de febrero de 1818. 

Por Sandra Ferrer

domingo, 4 de noviembre de 2012

La consejera de la reina, Leonor López de Córdoba (1362?-1423?)


La historia de Leonor López de Córdoba nos invita a viajar a uno de los momentos más convulsos de la historia de Castilla, el de la guerra fratricida entre Pedro I y Enrique II. Leonor sufrió la desdicha de aquellos que seguían al que muchos apodaron como “El Cruel” y otros “El Justiciero". Pero sobrevivió a aquellos tiempos difíciles y consiguió un lugar en la corte de Catalina de Lancaster. La primera parte de su vida, aquella en la que vivió la caída de Pedro I y su posterior encierro, nos la cuenta ella misma en nueve folios que se han convertido en la que podría ser la primera autobiografía escrita en lengua castellana. Como miembro de la corte de la reina regente Catalina, fueron otros quienes escribieron sobre ella, una mujer de carácter, luchadora, que asumió su destino y se ganó un lugar en la historia.

El relato de su vida
Leonor López de Córdoba y Carrillo nació en Calatayud en una fecha incierta entre finales de 1362 y principios de 1363. Era hija de Martín López de Córdoba, Maestre de la Orden Militar de Calatrava y de la Orden Militar de Alcántara, y de Sancha Carrillo, dama de la corte de Alfonso XI. La familia de Leonor se había posicionado del lado de Pedro I, rey legítimo de Castilla. 

En el momento de su nacimiento, Castilla se tomaba un respiro gracias a una tregua de la guerra civil que llevaba años enfrentando a los partidarios del rey castellano y a los defensores de su hermanastro, Enrique de Trastámara.

Leonor pasó su infancia en la corte de Pedro I, un rey conflictivo que había encerrado en un castillo a su legítima esposa, Blanca de Borbón, y se había casado en secreto con María de Padilla, con la que tuvo tres hijas. Estas serían madrinas de la propia Leonor quien sufrió la pérdida de su madre siendo una niña. 

Con tan sólo siete años, la pequeña Leonor fue entregada en matrimonio a Ruy Gutiérrez de Hinestrosa, hijo del camarero mayor del rey Pedro.

Batalla de Montiel

Cuando el rey Pedro I fue asesinado por su hermanastro el 23 de marzo 1369 en la batalla de Montiel, todos aquellos que le habían defendido cayeron en desgracia. Su padre fue asesinado y el resto de su familia fueron condenados a vivir en la prisión de las Atarazanas de Sevilla. Durante los nueve años en los que estuvieron recluidos, sólo sobrevivieron ella misma y su marido.

El 29 de mayo de 1379 moría Enrique II de Trastámara y le sucedía su hijo, Juan I. Leonor tenía entonces 18 años, había perdido a buena parte de su familia y había sufrido nueve largos años de cautiverio. Ahora tenía que empezar una nueva vida. Se trasladó a vivir a Córdoba con una tía materna, María García Carrillo, mientras su esposo iniciaba un largo periplo para recuperar sus vienes y sus derechos perdidos. 

En aquellos años Leonor adoptó a un niño judío que había quedado huérfano y al que vería morir años después a causa de la peste negra. Tendría otros tres hijos con su marido. En este momento de su vida termina el relato que la propia Leonor escribió sobre ella, nueve folios que resumen los primeros años de su vida; nueve folios que depositó en la iglesia de San Pablo de Córdoba antes de morir. Con el tiempo, aquella primera autobiografía de la historia de Castilla se perdió pero se recuperó una copia que actualmente se encuentra en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla.

La valida de la reina
En marzo de 1388 tenía lugar el enlace matrimonial entre Catalina de Lancaster y Enrique de Trastámara. Ella era hija de Constanza de Castilla, una de aquellas infantas con las que había vivido Leonor años atrás, hija de Pedro I. Él era hijo del entonces rey Juan I de Castilla y nieto de Enrique II. Con este enlace se intentaba cerrar una profunda herida dinástica y simbolizaba una paz que se deseaba fuera duradera.

No es extraño que la reina Catalina, viuda desde 1406, hubiera reclamado a la antigua amiga de su madre para que formara parte de su corte. También su hija, Leonor López de Hinestrosa, entraría en la corte como dama de compañía de la reina.

Fue durante los años de regencia de Catalina cuando Leonor tuvo mayor protagonismo como Camarera Mayor, consejera y amiga de la reina. Leonor vivió de primera mano el enfrentamiento entre los dos tutores del pequeño Juan, su propia madre y su tío, el infante Fernando de Antequera. 

Hasta 1412, con altos y bajos, Leonor López de Córdoba acaparó gran poder en la corte y puso en jaque a Fernando de Antequera. Pero a partir de esa fecha y hasta su muerte, acaecida alrededor de 1430, las noticias sobre ella disminuyen.

Leonor López de Córdoba fue quizás una de las personas con más poder en los primeros años del siglo XV. Supo mover los hilos del poder después de haber vivido en la más absoluta reclusión y pobreza. Gracias a ella conocemos parte de su historia y de la historia de Castilla. 

 Si quieres leer sobre ella 

La valida, Vicenta María Márquez de la Plata







Ellas Mismas, María Teresa Álvarez








 Su obra 


Las memorias de Doña Leonor López de Córdoba









Por Sandra Ferrer