RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La última reina de Palmira, Zenobia (245-272)


Zenobia fue la última reina de un reino que tuvo una existencia tan gloriosa como efímera. En los últimos tiempos de vida del reino de Palmira, su última gobernante plantó cara a los grandes imperios que la rodeaban, Roma y Persia, y consiguió extender sus dominios desde Asia Menor hasta Egipto.
Clientes de Roma
Palmira era una provincia romana desde el siglo I d.C. aunque sus orígenes nabateos se remontan hasta el siglo IV a.C. Durante dos siglos aproximadamente, el reino de Palmira permaneció fiel al imperio Romano, el que se benefició de su situación estratégica como paso de las principales rutas comerciales entre oriente y occidente y como punto fronterizo entre los dos grandes imperios en aquel momento, Roma y Persia.

En un momento impreciso de mediados del siglo III d.C. nacía Septimia Bathzabbai Zainib, quien con el tiempo se convertiría en una de las reinas más famosas de su tiempo. Zenobia se casó hacia el 258 con el príncipe Septimio Odenato de Palmira, quien ya tenía un hijo, Septimio Herodes, fruto de un matrimonio anterior. Odenato había sido nombrado ese mismo año Cónsul de Roma por el emperador Valeriano. 
En 266, la pareja real tuvo un hijo, Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro conocido como Vaballato.
Un año después Odenato y su primer hijo eran asesinados al parecer a causa de conflictos familiares. En aquel momento Zenobia tomó las riendas del poder a la espera de que su hijo Vaballato alcanzara la edad para reinar. 
El esplendor del Imperio de Palmira
El reinado de Zenobia fue muy corto, del 267 al 272, pero consiguió dar un esplendor como nunca antes se había visto en la ciudad siria. La reina inició una serie de trabajos para fortificar y embellecer la ciudad de la cual hoy día aún se pueden contemplar sus imponentes ruinas. Grandes columnas y colosales estatuas, templos, monumentos y jardines completaron la política edilicia de Zenobia.
Pero Zenobia no se conformó con embellecer su propia ciudad sino que también emprendió una importante campaña expansiva de su pequeño imperio.
En aquel momento el gobierno del Imperio Romano era un auténtico caos en el que se erigían y deponían emperadores con demasiada asiduidad y las fronteras empezaban a estar peligrosamente amenazadas. Zenobia no dudó en aprovechar aquella débil coyuntura del imperio al que sus predecesores sirvieron. Así, en el año 269 las tropas de Palmira consiguieron dominar un vasto territorio comprendido entre Asia Menor y Egipto.
Siguiendo los pasos de Cleopatra
Zenobia sintió siempre una gran admiración por la reina egipcia Cleopatra VII Tea. No sólo imitó su estilo estético y llegó incluso a usar parte del ajuar perteneciente a Cleopatra sino que siguió su mismo destino. 

El año 270 el emperador Aureliano tomaba las riendas de un Imperio Romano desorganizado y al borde del caos. Pronto estabilizó la frontera del Danubio y puso orden en las distintas zonas de conflicto. No se olvidó de Zenobia, quien disfrutaba de su nuevo poder. Aureliano inició una campaña militar contra Egipto haciendo retroceder las fuerzas de Zenobia hasta Siria.
La última reina de Palmira fue finalmente derrotada en Emesa. Aunque consiguió huir, ella y su hijo fueron capturados en el río Eufrates cuando intentaban llegar al reino persa en busca de asilo. 
El fin de un imperio efímero
El esplendor de Palmira duró escasos cinco años. Mientras la ciudad de Palmira era destruida por orden de Aureliano, su reina era trasladada a Roma como prisionera. Aunque se desconoce el destino final de Zenobia, lo más probable es que recibiera el perdón del emperador Aureliano y terminara sus días como matrona romana en una villa cercana a la capital de un imperio al que puso en jaque aunque sólo fuera por un corto periodo de tiempo.

 Si quieres leer sobre ella 


La prisionera de Roma, José Luis Corral
Género: Novela histórica







Por Sandra Ferrer

domingo, 11 de septiembre de 2011

La cuñada del rey, Isabel Carlota del Palatinado (1652-1722)


En 1671 una mujer hombruna, robusta, poco coqueta, llegaba a la corte de Francia para desposarse con el hermano del Rey Sol. Isabel Carlota del Palatinado tuvo que sufrir la homosexualidad de su marido, algo que aceptó con resignación. Su inteligencia y saber estar la acercaron a Luis XIV de quien se convirtió en una de sus confidentes más fieles. 

Liselotte

Con este bonito apelativo era conocida Isabel Carlota en su infancia. Una época que vivió con relativa alegría. Nacida el 27 de mayo de 1652 en el castillo de Heildelberg, en Alemania, Liselotte fue la segunda hija de Carlos Luis del Palatinado y Carlota de Hesse-Kassel.

Liselotte sufrió la separación de sus padres causada por la relación extramatrimonial de su padre con María Luisa de Degenfel, una de las damas de honor de su madre. Con tal sólo 5 años, la pequeña fue enviada a vivir con su tía Sofía viéndose alejada de su madre y sus hermanas, con las que mantuvo una extensa correspondencia. Unos cinco años después volvería a vivir con su padre y su madrastra.

Madame

Llegado el momento de contraer matrimonio, sus deseos de casarse con el que sería el futuro rey de Inglaterra, Guillermo de Orange, fueron desestimados. El rey de Francia Luis XIV se había fijado en ella para llenar el vacío que Enriqueta Ana Estuardo había dejado al lado de su hermano Felipe de Orleans.

Así que con 19 años, Liselotte emprendió su viaje hacia Versalles a conocer a su futuro marido, un hombre cuyas tendencias homosexuales eran bien conocidas por todos. Además de sus inclinaciones sexuales, el aspecto de su nueva esposa, para nada atractiva, no ayudó a iniciar con buen pie aquella relación. Felipe se escandalizó al verla y no dudó en mostrar en público su desagrado.

Liselotte, conocida a partir de entonces como Madame, pues su marido se hacía llamar Monseiur, inició su nueva vida conyugal con resignación e inteligencia. Su matrimonio estuvo basado en el mutuo respeto y en la amistad y llegaron a tener tres hijos después de que Isabel sufriera la pérdida de su hijo primogénito, algo que la sumiría en una profunda depresión.
Isabel y Felipe, iniciadores de la Casa de Orleans, llevaron a partir de entonces vidas separadas. El hecho de que Madame fuera la única cuñada del rey y que su aspecto no fuera atrayente para el monarca, famoso por sus constantes amoríos, Isabel se convirtió en una gran amiga de Luis. Solamente tuvo conflictos con el rey cuando trató de importunar a las diferentes favoritas reales, entre ellas a Madame de Montespan y a Madame de Maintenon.

El 9 de junio de 1701, Isabel quedó viuda. A pesar de que según su contrato matrimonial, debía retirarse a vivir su viudedad en un convento, Madame terminaría sus días en la corte. Catorce años después vería morir a su gran amigo el rey Luis XIV terminando una de las etapas cortesanas más gloriosas de la monarquía francesa.

La estima tenida por el Rey Sol hacia Isabel se plasmó en su testamento, en el que nombraba al hijo de Madame, Felipe, regente del futuro monarca Luis XV, quien entonces tenía solamente cinco años.

El 8 de diciembre de 1722, Isabel Carlota moría en su palacio de Saint-Cloud a la edad de 70 años.
Isabel Carlota dejó para la historia miles de páginas escritas, entre ellas una gran cantidad de cartas, precioso testimonio de la deslumbrante corte del Rey Sol.



PorSandra Ferrer

jueves, 8 de septiembre de 2011

La reina arriana, Goswintha (¿-589)


Leovigildo, segundo esposo de Goswintha
Durante la segunda mitad del siglo VI reinaron en la Península Ibérica, hasta cuatro reyes visigodos distintos. Durante buena parte de este tiempo, una mujer, estaría presente en el gobierno del reino de Toledo. Goswintha es uno de los pocos nombres propios de reinas visigodas que han llegado hasta nosotros. Su profunda fe arriana y su fuerte voluntad y carácter ayudaron a inmortalizarla.

Esposa de Atanagildo
Goswintha nació alrededor del 525-530 en el seno de una familia noble visigoda. Hacia el año 545 se había casado con Atanagildo, perteneciente a otra familia ilustre del reino. Poco tiempo después de su boda, Atanagildo se perfiló como posible sucesor del desaparecido rey Teudisclo. Es más que probable que Goswintha estuviera detrás de la sublevación encabezada por su esposo para destronar al elegido como rey, Agila. Para ello, Atanagildo no dudó en pedir ayudar al emperador bizantino Justiniano al que tendría que ceder parte del territorio hispano tras conseguir derrotar a Agila y alcanzar la corona visigoda. Con Atanagildo se iniciaba un periodo importante de la historia del reino visigodo peninsular cuya capital sería trasladada de Barcelona a Toledo.

Goswintha tuvo solamente dos hijas con Atanagildo. Las dos serían utilizadas por su madre, la nueva reina de los visigodos, para mantener buenas relaciones con el reino vecino de la Francia merovingia. Así, Brunegilda y Galswinta casarían con Sigeberto de Austrasia y Chilperico de Neustria respectivamente.

Esposa de Leovigildo
Tras la muerte de Atanagildo en el 567 y durante cuatro años, subió al poder Liuva I. Este rey visigodo vinculó al poder a su hermano Leovigildo quien reinaría en solitario a partir del 582 tras la muerte de Liuva.

Leovigildo no dudó en casarse con la reina viuda para evitar posibles levantamientos de la familia del antiguo rey a la vez que potenciaba su legitimidad al trono al desposarse con Goswintha quien ya había sido reina.

Durante el reinado de su segundo esposo, la reina continuó con su política de acercamiento a los francos organizando el matrimonio de su hijastro Hermenegildo con su nieta Ingunda. Sin embargo este enlace provocó uno de los episodios más turbulentos del reinado de Leovigildo. Ingunda, ferviente católica, topó con las fuertes creencias arrianas de su abuela quien no dudó en maltratar físicamente a su nieta para intentar conseguir, sin éxito, su conversión a la religión oficial.

Parece ser que Hermenegildo habría sido influido por su esposa para convertirse al catolicismo y urdir una revuelta contra el rey. El levantamiento terminó con el asesinato de Hermenegildo y la huida de Ingunda hacia Bizancio, tierras que no llegó a pisar pues murió en el camino.

Madrastra de Recaredo
El año 586 moría el rey Leovigildo y subía al trono su hijo Recaredo. A pesar que durante los primeros años de reinado de Recaredo, Goswintha estuvo a su lado como reina viuda apoyando a su hijastro, pronto sus intereses políticos entraron en conflicto. Recaredo, quien iba a casarse con una princesa franca, siguiendo la política exterior de su madrastra, no sólo rompió el compromiso sino que se casó con una misteriosa mujer proveniente de las tierras del norte Astur, la conocida como la reina Baddo.

Durante la celebración del III Concilio de Toledo en el 589, Recaredo daba un giro a la política religiosa del reino y se convertía al catolicismo desterrando el arrianismo como credo oficial.

De nuevo Goswintha era atacada en sus más profundas creencias. Su respuesta no se hizo esperar. Ese mismo año, ayudada por el obispo arriano Uldila, urdió una conjura para eliminar a su hijastro Recaredo. Goswintha no consiguió su objetivo. Uldila fue condenado al destierro y la reina Goswintha desapareció de golpe de la historia. Muy probablemente se suicidó.

Sin juzgar si los movimientos políticos de esta reina fueron acertados o no, lo que está claro es que Goswintha fue una mujer fiel a sus creencias tanto religiosas como políticas.



Por Sandra Ferrer

lunes, 5 de septiembre de 2011

La décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)


El Siglo de Oro de las letras y las artes hispanas dejó muchos nombres masculinos de grandes escritores, pintores, artistas en general pero, como siempre, pocos nombres femeninos. Sor Juana Inés de la Cruz no fue sólo uno de esos pocos nombres escogidos; además de ser una de las mujeres escritoras más importantes del siglo XVII fue una ferviente defensora del derecho de las mujeres a acceder a la intelectualidad.

Dudosos orígenes para una gran mujer
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1651 en Nepantla. Su padre fue don Pedro Manuel de Asuaje y Vargas Machuca, un militar español del que poco se conoce. Su madre, doña Isabel Ramírez de Santillana, era una mujer de origen criollo que dirigía una alquería.

Seguramente Juana fue la segunda de tres criaturas habidas de la pareja que nunca se casó y pronto se separaría, pues se sabe que Isabel, la madre de Juana, tuvo tres hijos más con otro hombre con el que tampoco contrajo matrimonio.

Una cabeza llena de ideas y no de hermosuras
Sor Juana aprendió a leer a los tres años con la ayuda secreta de su hermana mayor. Con cinco años sabía escribir. Así, desde bien pequeña, esa niña que se iba a convertir en una atractiva joven, dedicó buena parte de su tiempo a la lectura y el estudio. Mujer perseverante, no dudaba en cortarse un mechón de su bonita cabellera como auto castigo cada vez que no conseguía aprender todo aquello que ella consideraba necesario para su intelecto. Para Juana, la cabeza antes debía llenarse de ideas más que de “hermosuras”.

Tras una infancia excepcional para una niña del siglo XVII, Juana rogó a su madre que la dejara ingresar en la universidad disfrazada de hombre. Aunque su petición fue denegada, Juana continuó buscando maneras para seguir estudiando. La biblioteca de su abuelo materno fue el lugar idóneo.

Convertida en una joven bella y elegante, en 1656 Juana marchó a vivir con un familiar a la capital mexicana, donde entraría en contacto con maestros que le enseñarían diferentes disciplinas.

En la corte del virrey
En 1664 Juana fue invitada por el virrey Antonio Sebastián de Toledo y su esposa doña Leonor Carreto a formar parte de la corte virreinal como dama de compañía de la virreina. Pronto se ganó la estima y respeto de la corte, sobre todo tras un examen al que se vio sometida a un examen intelectual ante un grupo de sabios humanistas.

Durante este periodo su producción poética y lírica fue ampliamente aplaudida.

De las carmelitas al convento jerónimo de Santa Paula
Juana tenía claro que no quería ser una mujer casada, sino que quería dedicar su vida a Dios y al estudio. Así, en 1666 ingresó en el convento de Santa Paula de la orden de San Jerónimo, tras permanecer tres meses en un convento carmelita, en el que la rigidez y estricto orden alteraron la salud de la nueva monja.

En Santa Paula permanecería el resto de su vida. Allí recibió a importantes poetas e intelectuales y personajes destacados de la vida del virreinato. En su celda se forjó toda la ingente obra de Sor Juana.

Intelecto autodidacta
Vetado el acceso de las mujeres a la formación universitaria, Sor Juana no desistió en su empeño de seguir estudiando. Como ya hiciera en la biblioteca de su abuelo, ahora en su celda continuó con su estudio autodidacta.

Sor Juana practicó y ensayó múltiples formas de poesía; escribió villancicos, redactó alegatos en defensa de los desfavorecidos. De su pluma salieron grandes obras cuya fama resonaba por todas partes.

La décima musa o el fénix fueron algunos de los llamativos sobrenombres que adquirió Sor Juana.

En defensa de la intelectualidad femenina
Georgina Sabat nos dice de Sor Juana que no sólo fue la mejor cultivadora de las letras, fue también la mejor exponente de lo que llamamos "feminismo" o, si se prefiere, "protofeminismo".1

Como ya hiciera María de Zayas poco tiempo antes, Sor Juana defendió el acceso de las mujeres al estudio defendiendo el carácter abstracto del pensamiento: el ser valientes y sabias es resultado de las acciones del alma y esta no es hombre ni mujer, sino ente universal2.

En 1691 Sor Juana escribió su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, un texto que reclamaba al obispo de Puebla su derecho a poder opinar sobre temas religiosos y no solamente profanos. Su atrevimiento le supuso una pública y humillante reprimenda seguida de un castigo aún más duro: fue obligada a vender su biblioteca y su colección de objetos musicales.

Un final solidario con las mujeres
Sor Juana mostró a lo largo de su vida una increíble generosidad y solidaridad hacia las mujeres a las que animó a seguir sus pasos intelectuales. Su amor al prójimo la llevó a no abandonar a sus hermanas en religión cuando en 1695 una plaga afectó a un gran número de religiosas. Ella misma terminaría sucumbiendo a la enfermedad. Moría el 17 de abril de aquel mismo año. 
 Su obra 

Poesía lírica, Sor Juana Inés de la Cruz








 Si quieres leer sobre ella 

Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Gleichauf 
Género: Biografías






______

1. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant (dir.). Pág. 712
2. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant (dir.). Pág. 714



AUTORIA SANDRA FERRER

domingo, 4 de septiembre de 2011

La madre del filósofo, Helvia (Siglo I d.C.)


Séneca, hijo de Helvia
Poco sabemos de las mujeres que vivieron en el primer siglo de nuestra era. A excepción de las matronas romanas pertenecientes a las élites imperiales, pocos nombres propios han llegado hasta nosotros. Y de estos, los que han sobrevivido al olvido lo han hecho con escasos datos sobre su vida. Es el caso de Helvia, quien ha permanecido en las páginas de la historia gracias a las preciosas palabras que le dedicó su hijo, el filósofo Séneca.

Una matrona hispana
Parece ser que Helvia nació alrededor del año 20 a.C. en la ciudad de Urgavo, actualmente Arjona, en Jaén, en el seno de una de las familias más importantes de la oligarquía de la Bética, conocida como los Helvios. Helvia y su hermanastra Marcia fueron educadas siguiendo la tradición romana, basada en formar a futuras esposas y madres obedientes y con suficientes conocimientos para llevar con efectividad su propia casa o domus.

Casada con el procurador imperial Lucio Anneo Séneca, mucho mayor que ella, se trasladó a Córdoba donde fue madre de tres hijos. El mediano sería el famoso filósofo.

Una matrona filósofa
Helvia, como muchas mujeres de su época tuvieron un acceso, aunque limitado, a una cierta educación intelectual. Su marido fue temeroso, sin embargo, del peligro que pudiera acarrear el tener una esposa excesivamente formada, por lo que no dudó en interrumpir la formación de Helvia. Parece ser que ella lo aceptó con resignación dedicándose a su casa y a sus hijos, a los que transmitió su amor por el saber.

Una matrona viuda
Con 40 años aproximadamente, Helvia quedó viuda y volvió a vivir con su padre. Helvia continuó administrando sus propios bienes y los de sus hijos a los que había ayudado a que prosperaran en su carrera como magistrados.

En aquel tiempo Helvia marchó a Roma con su hijo mayor, Marco Anneo Novato, donde consolidó su magistratura. Unos años antes Lucio Anneo Séneca ya había marchado a vivir a la capital del imperio acogido en casa de su tía Marcia. El filósofo se había convertido en un importante personaje dentro de la vida política de Roma.

El año 41 d.C. vivió la muerte de Calígula y la subida al trono imperial de Claudio en contra de la opinión del Senado. Séneca, uno de sus miembros más prestigiosos fue condenado al destierro por el nuevo emperador. Así, Helvia, tuvo que ver marchar a su hijo a la isla de Córcega contra su voluntad.

La consolación de Helvia
Fue durante el exilio de Séneca en Córcega cuando el gran erudito escribió su Consolación a Helvia, una obra en la que ensalza a su madre y gracias a la cual sabemos un poco de su vida. 

En la Consolación, Séneca pone de manifiesto el veto que sufrían las mujeres de su época en el acceso a la cultura y se lamenta de que su madre, mujer inteligente y sabia, no hubiera profundizado en sus estudios: Ojalá mi padre, el mejor de los maridos, menos entregado a las costumbres de sus mayores, hubiese querido que tuvieses no un roce, sino una profunda compenetración con los preceptos de la sabiduría.1

A pesar de no recibir ella misma esos conocimientos, Helvia trasladó a sus descendientes la pasión por el saber. Es, así, el reflejo de muchas mujeres, matronas romanas, que fueron transmisoras no sólo de grandes linajes y herencias, sino de cultura y saber a sus hijos.

______

1. Historia de las mujeres en España y América Latina, Isabel Morant. P. 166

 Si quieres leer sobre ella

Consolación a mi madre Helvia, Séneca








Por Sandra Ferrer

viernes, 2 de septiembre de 2011

La tuerta, Ana de Mendoza (1540-1592)


La biografía de la aristócrata Ana de Mendoza está llena de misterios. Desde el parche que lució con orgullo y elegancia desde su infancia hasta su reclusión en su propia casa en Pastrana ordenada por el mismísimo rey Felipe II pasando por su oscura relación con el secretario de estado Antonio Pérez, enturbiaron la vida de esta grande de España.

La heredera tuerta
Ana de Mendoza y de la Cerda era la única hija de don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda y doña María Catalina de Silva y Toledo. Nacida el 29 de junio de 1540, Ana recibió una exquisita educación. Poco se sabe de su infancia, en la que presenció los constantes conflictos entre sus padres. Fue en aquellos primeros años cuando empezó a usar un parche en su ojo derecho. Una caída, una mala estocada jugando a esgrima o un defecto en el ojo, lo cierto es que nunca se supo con seguridad la razón por la que Ana ocultó siempre en público esta parte de su cara. Algo que por otro lado parece ser que no le importó pues lució su defecto con dignidad e incluso dejó inmortalizarse con él.

Matrimonio por orden real
Fue el propio rey Felipe II quien decidió con quien debía casarse una de las herederas más importantes de los reinos españoles. Para ello eligió a Ruy Gómez da Silva, un noble segundón de origen portugués que había llegado a la corte castellana con el séquito de la emperatriz Isabel, madre de Felipe II. Convertido en secretario y hombre de confianza del rey prudente, este no dudó en entregarle a Ana como esposa.

El matrimonio se celebró en 1552, cuando Ana era una niña de 12 años por lo que la relación no se consumó hasta años más tarde. Ruy había recibido del rey el principado de Éboli en el reino de Nápoles por lo que él y su esposa ostentarían el título de príncipes. Ana aportó al matrimonio el título de Condes de Mélito cedido por su padre. Tras años de ausencia por razones de Estado, Ruy volvió al lado de su esposa en 1559. A partir de ese momento y hasta la muerte de él, sería una pareja feliz y estable de la que nacieron diez hijos.


Ruy Gómez y Ana de Mendoza

La viuda monja
La desaparición de su marido trastocó a la joven viuda quien se dispuso a ingresar en el convento de las carmelitas de Pastrana que años antes había erigido Santa Teresa en aquella localidad. Si en aquel tiempo, la santa ya se había enfrentado con la princesa por su entrometimiento en la construcción de dicho convento, su intento de convertirse en monja no agradó para nada a Teresa. Tras un rocambolesco ingreso en la clausura, en la que Ana quiso imponer sus propias normas alejadas de la rigidez y austeridad de las carmelitas, la princesa volvió de nuevo a la corte de Madrid.

Antonio Pérez, una peligrosa amistad
Antonio Pérez
Tras la muerte de su marido, Ana inició una extraña relación con el entonces secretario de estado, Antonio Pérez. Aunque no está probado que fueran realmente amantes, lo cierto es que establecieron una estrecha amistad a espaldas del rey.

Su relación con Antonio hizo que se viera envuelta voluntaria o involuntariamente en el misterioso asesinato de Juan de Escobedo. Este era el secretario de Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II, quien a las órdenes del rey había ido a Flandes a intentar apaciguar la conflictiva situación que en aquellos territorios hacía tiempo no se solucionaba. Parece ser que Antonio Pérez había descubierto extraños movimientos de Juan y su secretario con la intención de establecer una alianza matrimonial con la reina de Escocia, María Estuardo, en un complot para derrocar a su hermanastro.

Las cuestiones políticas se unieron a las personales cuando Juan de Escobedo descubrió la relación entre la princesa de Éboli y Antonio Pérez. Amenazando a la pareja con descubrirlos ante el rey, Escobedo fue encontrado muerto de varias estocadas tras varios intentos de asesinato por envenenamiento.

Si el asesinato del secretario de Juan de Austria fue ordenado por el mismo rey o fue obra personal de Antonio Pérez, nunca se demostró. Lo que sí es cierto es que en paralelo a un juicio contra Pérez, quien terminaría huyendo a Aragón, Ana fue encerrada por orden del rey en 1579 en la Torre de Pinto para más tarde ser trasladada a la fortaleza de Santorcaz. Dos años después se le permitiría volver a sus dominios de Pastrana donde, en su Palacio Ducal sufriría una reclusión hasta su muerte. La crueldad con la que fue tratada Ana de Mendoza por el otrora amigo personal Felipe II fue lo que pudo despertar las sospechas de un amor secreto por parte del rey hacia la princesa. 


Palacio Ducal de Pastrana donde vivió los últimos años recluida.
A la derecha se puede ver una de las ventanas enrejadas

Ana de Mendoza vivió los diez últimos años de su vida tras las rejas de su propia casa acompañada de su hija pequeña, quien también llevaba su nombre. Esta pequeña Ana, quien tras la muerte de su madre se haría monja, estuvo a su lado cuando falleció el 2 de febrero de 1592.

Sólo entonces salió de su reclusión para ser enterrada junto a su esposo Ruy en la Colegiata de Pastrana.

 Si quieres leer sobre ella 

Esa dama, Kate o’Brien
Género: Novela







La princesa de Éboli, Almudena de Arteaga
Género: Novela histórica






La princesa de Éboli, Manuel Fernández Álvarez
Género: Biografía
Éboli, secretos de la vida de Ana de Mendoza, Nacho Ares
Género: Biografía





Las mujeres de Felipe II
María Pilar Queralt del Hierro






Ellas mismas, María Teresa Álvarez







El castillo de diamante, Juan Manuel de Prada







Por Sandra Ferrer