Entrevista a Luz Maceira Ochoa, co-coordinadora del Grupo regional de América Latina de la Memory Studies Association e integrante del Grupo de Trabajo sobre Género y Memoria del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
Todo lo que recordamos, pero también lo que olvidamos, forma parte de la memoria social. Lo explica Luz Maceira Ochoa al otro lado del teléfono desde Santiago de Chile. Allí ha colaborado en el área de Memoria y Feminismo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos del país. Antes, trabajó y colaboró con organizaciones civiles, instancias gubernamentales e instituciones académicas de Guadalajara, México y el País Vasco. Ahora es co-coordinadora del Grupo regional de América Latina de la Memory Studies Association e integrante del Grupo de Trabajo sobre Género y Memoria del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Este jueves participa junto a varias expertas en unas jornadas sobre la memoria de mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia machista que Mugarik Gabe organiza en Bilbao.
¿Qué son los procesos de memoria social?
Son procesos que ayudan a que la sociedad tenga una idea de continuidad. Y digo idea porque la memoria no es lo que hace que haya una continuidad pero sí ofrece una idea de permanencia a lo largo del tiempo: permite ver en qué hemos cambiado, en qué hemos mejorado o trasladar que siempre hemos sido así. Por ejemplo, hace algunas décadas, cuando se comenzó a formar la Unión Europea y se quería consolidar la idea de que somos europeas y europeos y siempre lo hemos sido, se empezó a invertir mucho dinero en excavaciones de ruinas romanas, en museos arqueológicos. A través de ese pasado, de unos hechos históricos, se quería decir algo como que siempre hemos compartido una identidad común.
¿Qué relación tienen con la violencia?
Hay momento en que las sociedades priorizan ciertas formas de memoria y ciertos recuerdos. Lo que ha pasado en los últimos años en el Estado español con el Franquismo, el Valle de los Caídos, los nombres de las calles… esas luchas por la memoria tienen que ver con que estamos considerando qué es lo que vale la pena consolidar, cuáles son nuestros referentes. Nos preguntamos: ¿quién va a estar allí como seña de identidad? ¿Qué cosas hizo? ¿Qué valores representa?
En Chile, hasta que no hubo un informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, nadie había reconocido oficialmente que había habido violaciones de los derechos humanos. El informe hace que tengamos elementos para asegurar que sucedió y, en este caso, que no queremos que se repita nunca más. Evidencia que hay gente que merece un proceso de reparación y que tenemos que mirarnos al espejo como sociedad para pensar qué hacemos con este pasado. Cómo lo elaboramos, cómo lo procesamos y cómo hacemos algo mejor de nosotros mismos a partir de unos hechos que no queremos que se repitan.
Respecto a las cuestiones de género, hubo varios años en los que el foco estuvo en reconocer a las víctimas. Yo creo que es muy importante pero las mujeres dijeron que ya basta de recordarnos solamente como víctimas. Sí, somos víctimas, pero también hemos sido agentes.
Ha ocurrido lo mismo con la comunidad afrodescendiente. Han sido esclavos, explotados, violados… pero no solo: también tuvieron grupos de resistencia. Se trata de cómo nos queremos recordar, cómo queremos que crezca la siguiente generación; con qué significados y qué valores.
¿Qué debe garantizar un proceso de reparación en términos de violencia machista?
Depende mucho del contexto social y cultural. En términos generales, cuando se habla de procesos de memoria y de reconciliación, se habla de reparaciones materiales y de reparaciones simbólicas. Las primeras tienen que ver con que la víctima tenga acceso a oportunidades que tengan que ver con el apoyo mental, socioeconómico o educativo para que puedan rehacer su vida. Siempre se dice que el daño no es reparable, pero, ¿qué podemos hacer para que esta persona tenga las mejores condiciones para poder seguir adelante? De eso se trata.
La reparación simbólica se refiere a recuperar la dignidad y reconocer los elementos de discriminación que la han llevado a esa situación. En estos procesos se usa mucho la palabra dignificar. A mí me cuesta porque yo creo que las personas somos dignas siempre y que nadie te dignifica. Esta reparación también tiene que ver con que la sociedad tenga espacios de duelo en los que pueda elaborar ese sufrimiento: para honrar a las víctimas, procesar lo que pasó y posicionarse conjuntamente.
Un ejemplo es que lo que ocurrió tras la masacre en la Escuela Politécnica de Montreal en 1989. Un alumno pidió a los alumnos varones y al profesor que salieran de una clase y asesinó a varias alumnas. Después se suicidó y en la nota explicó que lo hacía porque eran mujeres, feministas y no deberían estar ahí. A raíz de lo ocurrido, la Universidad y las familias habilitaron un espacio; un lugar al que ir a llorar las vidas de estas mujeres. Un espacio de duelo desde el que ahora dan comienzo muchas manifestaciones contra la violencia de género. Además, se implementaron medidas de prohibición de venta y control de armas y acciones para que cada vez más mujeres entraran en carreras científicas y de ingeniería. Se trata de prevenir que algo así vuelva a suceder. Para eso, tiene que haber políticas acordes.
Otros casos que conozco no han tenido derivas tan grandes, pero se trata de posicionarse. Normalmente, las reparaciones suelen consistir en que el Estado pida disculpas.
¿Cómo valoras la sentencia que condena al Ministerio de Interior y responsabiliza al Estado por el feminicidio de una mujer en Sevilla, que hemos conocido recientemente? ¿Se trata de un mecanismo de reparación?
Es un gran logro, aunque vamos muy despacio. Eso sí, cada vez estamos construyendo más soportes para que este tipo de sentencias sean cada vez más frecuentes y tengan más patas. Ahora es una sentencia, pero más adelante puede venir una sentencia que a la vez establezca medidas de acción.
En Chile, hubo un centro de tortura en el que se cometía, específicamente, violencia sexual contra mujeres. Desde hace unos cuatro años, hay un agrupación de mujeres sobrevivientes que pasaron por aquel centro y que están organizadas y luchando no solo por recuperar ese sitio como lugar de memoria, por ejemplo, con una placa, sino que se reconozca lo que allí ocurrió y sirva como punto de referencia para reconocer que, de todas las torturas que hubo, se dio una violencia sexual dirigida contra las mujeres. Que se reconozca así el sesgo de género de la violencia política y el terrorismo de Estado y que se avance en la lucha contra todos los tipos de violencia de género.
Para mí es un ejemplo muy lindo porque significa que estamos empezando a hacer memoria de nuestros avances.
¿Crees que la denominación de víctima tiene connotaciones negativas para las mujeres que han sobrevivido a algún tipo de violencia machista?
Yo defiendo la idea de hablar de víctima por distintas razones. La primera y la fundamental es jurídica. En términos de leyes, las que tienen derecho a reparación son las víctimas. Las leyes son para reparar a las víctimas de los agravios que han sufrido. Es importante reconocerse víctima de una agresión para poder denunciarla y desde ahí pode tener acceso a una reparación.
Durante un tiempo, yo solo vi la noción de víctima desde el ángulo feminista, pero me gusta problematizarla desde otro lugar, justamente para dejar claro que ser víctima es un estado temporal, pero no es una identidad ni una esencia ni un rol. Sobre todo, no es el único rol o el único lugar desde el que esa persona se mueve.
Está muy instalado que la víctima se queda víctima para toda la vida. Que nunca va a poder levantarse y organizarse. Pero las mujeres han demostrado que haber sufrido violencia no invalida la capacidad de resistencia, de organización o de movilización. Fuiste víctima en un momento, pero no es algo eterno.
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